El peor regalo

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Luego del milésimo golpe del día contra la hiriente roca, el cincel de Sias produjo el sonido más grato. Lo reconoció como al carmesí entre los otros tonos inexpresivos de rojo, pues en medio de la inmensa oscuridad los matices más ordinarios eran el ruido seco del metal contra la áspera piedra, o el crac crac de las cadenas oxidadas danzando, o el eco de sus compañeros desempeñando la misma rutina fatídica que él. Y el que escuchó era un sonido pulcro y diferente: el del metal podrido contra el magnífico diamante. Lo distinguió en medio de la oscuridad en que deambulaba la vida, pues en la mina no había más luz ni guía que la de las deterioradas manos orientadas por el golpeteo del martillo. En la mina, las sombras eran tan densas que ni siquiera era uno capaz de ver la pared más cercana, cuyo aroma arcilloso volaba hacia las fosas nasales en cada inhalación. Al laborar, Sias era un ciego por obligación, un ciego de dieciocho horas que vulneraba la madre tierra en busca de los cristales que tanto ambicionaba su rey; un esclavo sin edad y sin tiempo, sin estaciones y en la mayoría de las ocasiones sin alimento; un niño, mas ni siquiera sabía qué tanto lo era, igual que no sabía de la existencia del día y de la noche, igual que no sabía cómo era su rostro, e igual que no sabía cómo había sido el de sus padres o el de sus hermanos, o si alguna vez los tuvo. Dio un golpe más, y el fruto de su trabajo dejó de ser abrazado por la roca, al punto de poder separarlo de su cuna con la mano. Lo atrapó en medio de sus dedos ennegrecidos, y dentro de la nula visibilidad nadie podría haberlo dicho, pero estaba sonriendo. Sentía la piel de las mejillas estirada, las comisuras tensadas, pues tenía la certeza que al menos ese día comería y vería la seráfica luz de la luciérnaga. Y, para comprobarlo, llevó la preciosa piedra hasta su boca deshidratada; la lamió, y el sabor diáfano de la naturaleza le saltó en la lengua; luego llegó a la superficie lisa que tanto añoraba, y la sensación fría consoló su miserable existencia. Guardó el diamante en la bolsita de cuero vacía que colgaba de su cuello; después siguió, golpe tras golpe, ruido tras ruido, minuto tras minuto, unas cincuenta mil veces en esa jornada. Al término, en compañía de los otros esclavos y los guardias, caminó a través de un túnel inmenso aún con las manos agrietadas y los pies descalzos encadenados, deslizando la harapienta ropa hecha de trapos con cada movimiento torpe. Y, envuelto en el canto del hierro oscilante irguió su mirada para ver la luz del recaudador.

El puesto al que llegaba al culminar el día era una amplia ventanilla rectangular ubicada en cierta pared de la mina. Dentro, había una cueva profunda donde se almacenaban los logros diarios. La iluminación era precaria, sustentada por antorchas de fuego acróbata, anaranjado y minúsculo. Sias tomó el segundo lugar en la fila, como lo hacía cada día desde que tenía memoria. Y observó.

A Arem, el primero, un muchacho hosco y alto, lo recibió en la ventanilla un hombre fornido y viejo. De la cintura hacia arriba iba desnudo, pero cubría sus pectorales la avalancha de barba blanquecina que le brotaba del rostro filoso. Tenía la mirada aguda y violenta, sobrevolada por unas cejas de la misma naturaleza que la barba, y el aliento y la voz tan putrefactos que, cuando le preguntó a Arem qué había conseguido, hasta los poros de la piel se le cerraron. El muchacho negó con la cabeza, con los ojos hundidos en el suelo; hundido él en su mente por el terrible hecho de no haber conseguido nada, y enseguida los puntiagudos dientes del recaudador se mostraron. Con un gesto de la mano, el hombre hizo que dos guardias lo sujetaran, y no solo Sias, sino el resto también, sabían lo que sucedería a continuación. Apareció un tercer guardia sujetando un látigo serpenteante como la mamba; lo agitó, y la punta besó la espalda del muchacho, una y otra vez, hasta que sus gritos encarnizados se agotaron y cayó desvanecido, desvanecido y con la espalda sangrante, sangrante como un guerrero caído. Iría a dormir herido, sin alimento y sin luz, como lo había hecho el día anterior.

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⏰ Last updated: Mar 30, 2018 ⏰

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