CÓMO CONOCÍ A VUESTRO PADRE

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Esta novela no es como todas las demás. Las demás están escritas por personas que tienen dos dedos de frente, que planean un problema y un desenlace, y por descontado decir, que ese desenlace existe. Esta novela no es como las demás por eso mismo: está escrito por dos personas, no tiene un final previsto y el problema y trama tan sólo se idea mientras se escribe. Una nueva forma de literatura: dos autoras, un párrafo cada una. Comienza una escribiendo, una voz dulce y sincronizada con la belleza, mientras la otra estropea todo y hace que la historia tenga parte de una drogadicción plena por parte de la protagonista.

Bienvenidos a nuestro mundo, y recuerden: teman en adentrarse en la vida de Sofisticada y… de cómo conoció al padre de sus hijos.

PRÓLOGO Me sentía sola, nunca me había sentido así…. Era raro no tenerle, era raro no sentirme una, era raro que todo mi mundo fuese tan natural cuando todo era artificial si él no estaba. Entonces me desperté. Esto de fumar marihuana a altas horas de la noche provocaba en mí tonterías filosóficas. Y eso que yo soy de ciencias. Me levanté, ya que tenía que ir a la Universidad a… hacer algo… de provecho. Aunque desde que se fue, mi vida se había convertido en un completo desastre, intentaba dar una imagen de normalidad que se alejaba de la realidad; como él, cual hombre lobo en luna llena, se alejaba de mis recuerdos sin yo querer. Me costaba mucho no recordar a mi perro Cantinflas aquellos días. Le había tenido desde mi más tierna infancia y había muerto atropellado por un camión cisterna lleno de aguas fecales que se esparcieron encima de él y de sus entrañas. Son recuerdos que tengo en la cabeza grabados, cual perro lobo mirado a la luna (es que miró a la luna antes de morir, por eso lo atropellaron) era muy despistado, pero yo le quería. Ese perro no es más que una forma de ataxia para evitar recordar el verdadero mal que acude a mi alma cada noche… ese cuyo nombre evito pronunciar, cual mago oscuro e innombrable pareciera… pero aun queriéndose apartar de mí, reaparece en mis pesadillas que son mis días, que es mi día a día. El semáforo estaba en rojo, entonces corrí, corrí cual gamo se lleva el diablo. La gente me observaba cruzar y me increpaba, me tiraba piedras y me bloqueaba el paso: nadie me comprendía en este mar de incertidumbre y desasosiego que era mi vida. Entonces lo vi. El 20 minutos… lo estaban repartiendo. Gratis. Muy gratis. Y él era el repartidor, que también gratuitamente, ofrecía sus manos sedosas rozando el papel fino como el papiro, de esos de segunda mano que salvan el bosque… pero que no sirven para salvar tu vida cuando lo que más quieres en este mundo reaparece en tu día a día para ofrecerte muestras gratuitas de la actualidad, esa en la que tú ya no vives porque él no está. “Hola guapa” me dijo. Entonces le miré con ojos de gatito con hambre que quiere que su dueño le coja y le haga caricias en la tripita mientras metes sus dedos en el pelo y lo aca… me he ido. Bien, dijo “hola guapa” y yo le dije “tú más”… Pero no. No era a mí a quién me hablaba, sino a la farola. Realmente era un interno de un psiquiátrico que se había escapado. Y yo creyendo en el amor a primera vista. Cantinflas, eras el único importante en mi vida. Y esto hace que me venga a la mente… cada loco con sus locuras, mi amigo Cantinflas… que voy a hacer sin ti, sin él… cuando quieres algo con todas tus fuerzas, el universo entero conspira para que lo consigas; cuando yo le tenía, el universo luchaba para que nos separáramos, ahora que no le tengo, el universo se ríe de mi soledad porque él lo quiere para sí. “¡MALDITOS FILOSOFOS!” Me dije tras este monologo interior. Ya no vuelvo a pasar por su facultad, dan asco. Deberían morir. Y ahí es donde quería llegar yo, a contaros qué estudio: políticas. Doble grado de biológicas con políticas. No tiene sentido, pero… ¿Acaso esta historia sí? Bien, pues, hijos, aquí es donde conocí a vuestro… profesor de apoyo. Ah, y a la persona de mis desvaríos.

CAPÍTULO 1

Era un día soleado, a lo americano, con todo el mundo cantando compenetradamente. Aunque a mí… a mí me hubiera gustado otro tipo de compenetración. Entonces llegué a la facultad y me encontré con Sebastián, el cangrejo de la sirenita. Puta marihuana. No hacía más que recaer en esas adicciones para conseguir que mis circuitos de recompensa dopaminergicos se activaran. El amor se había acabado. Era algo así como la sensación de usar el vibrador cuando no tienes a mano nada que te indique que el iPhone suena. La marihuana no funcionaba así. La biología me hacía entender eso que no era políticamente correcto, pero yo necesitaba para olvidarlo. Entonces me senté para esperar a mi profesor, uno nuevo de derecho biológico romano. Al entrar me quede impregnada de él: ojos azules, pelo negro, cuerpo de escándalo y tenía un Porshe aparcado en la puerta. Tan sólo tenía una pega…. Y, hijos, esa pega hizo que no fuera vuestro padre… sino vuestro abuelo. Del que verdaderamente me enamoré yo era de su réplica exacta pero con un poco de menos experiencia en la cama, lo suficientemente virgen para poder adiestrarlo, cual mi perro Cantinflas, como a mi me gustaba. Y le quise, le quise para mí porque supe que yo era para él. Bien, entonces lo que hice fue acercarme a él cuando terminó la clase, hijos. Habíamos tenido una gran charla sobre la teoría cuántica de la biología molecular según Arquímedes… pero necesitaba hablar con él, necesitaba escuchar de nuevo su voz. “Hola, profesor” le dije. Y él… me respondió. Me respondió y me invitó a su despacho a hacer un trabajo oral. Y sí, hijos, fue un trabajo oral sobre derecho biológico romano. Yo, en cambio, quería trincármelo. Pero él me suspendió. Pero todo esto era una estrategia para conocer a su hijo, aquel que me miraba disimuladamente en clase y del que yo estaba enamorada, no “encoñada” él me miró y yo le miré, nuestras miradas fueron una, y nuestras almas fueron enteras porque, sí, hijos míos, la media naranja existe, y la mía era el hijo de ese profesor que se salía poco de clase. El problema de todo esto, hijos míos, es que tuve una gran equivocación. Quizás fue el efecto de la marihuana, pero tras tener una gran relación con aquel hijo del profesor… descubrí que no era su hijo. Y sí, hijos, aún no había conocido a vuestro padre, pero seguramente estaba cerca de hacerlo. O eso creía. Aunque creía que mi vida estaba solucionada con esos ojos azules claros, sentir que la genética de ese ángel que dormía conmigo desde la primera cita, no era filogenética de la de ese profesor que con tanta maña me había castigado en ese primer encuentro en la mesa del despacho… hacia que no me sintiera a gusto en la relación, porque yo quería una descendencia con el cociente de inteligencia heredado de ese gran, gran, gran órgano de circunvoluciones llamado cerebro de mi profesor de doble grado. No me tengáis en cuenta este tipo de reflexiones, es que ya es la hora de comer. Por lo que me voy a ir a comer con mis amigos. Mis amigos son extraños: son emos y bueno, puede decirse que siempre los pierdo, porque se matan. Por eso ahora no me queda ninguno. Me solía sentir sola y coger mi blackberry, preparada para ignorar al mundo. Pero entonces un joven se sentó a mi lado y me dijo que era muy guapa. Se llamaba Edward Cullen y… era muy guapo. Hablamos durante horas y dijo que no era capaz de leerme el cerebro: normal, estaba en la blackberry, no estaba pensando. Creía que eso había sido cuestión de química cuando llegó una tía con cara retrasada y frígida, llamada Bella. Se llevó a Edward y no volví a verle nunca más. En vista de mi fracaso conquistador inintencionado, continué en mi mundo de botoncitos diminutos y pantallitas de RT… hasta que, de repente, como si un suspiro de magia contenida en algún lugar de un cuerpo cercano me llegara hasta dentro, un chico gafotas de ojos azules (aunque azabache en escritos retrospectivos) volvió a interrumpir mi mundo. Decía que un innombrable de no sé qué capuchón negro podría acabar con la humanidad; yo le dije que eso era SIDA, que no tenía nada de mágico, él, al escuchar tales palabras reconfortantes, sintió que se le subía la autoestima y que sentí algo por mí parecido a lo que yo sentí en su día por mi profesor de doble grado; pero yo quise mantener mi impunidad vaginal para aquel que sería lo que más quise en este mundo, junto a Cantinflas, hijos míos, porque sí, a vosotros no os quise de esa forma tan especial. El chico de ojos azules se llamaba Harry, Har para los amigos (como chiquito de la calzada, jar!). Hablamos y me dijo que le acompañara a lo oscuro. Yo, viendo esa provocación indecente, acepté. Pero me llevó a lo oscuro del mundo oscuro que se había montado en sus paranoias. Hogwarts lo llamaba. De nuevo creía que se había escapado otro loco del psiquiátrico, pero no era así; el innombrable existía y, hijos, desgraciadamente… no era vuestro padre. Pero vaya cuerpo tenía el puto innombrable.

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