El verdadero amor

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El caballo andaba a todo galope, bufando con fuerza. Los cascos del animal resonaban contra la roca y el vaho que despedía se fundía con el de su jinete. Sacaba la lengua con frecuencia en señal de cansancio, pero su amo no dejaba de presionar y éste obedecía con diligencia.

Poco a poco se escuchaban los demás jinetes acercarse con celeridad. Los gritos y las amenazas llenaban la cercana lejanía.

Héctor no prestaba demasiada atención a su alrededor. Sabía que lo estaban cazando, pero su mirada estaba fija en el castillo que estaba sobre la meseta nevada. Ahí se encontraba su amada, cautiva, esperando su llegada, a que él la salvara de las garras de su captor, el Barón Axel.

Las tropas del Barón lo tenían rodeado, sabía que tendría que luchar, pero antes quería avanzar lo más posible. El corazón le martillaba con potencia en el pecho, parecía como si quisiera salírsele del cuerpo y volar hasta su dueña, la Baronesa Isabella. Casi podía oler su dulce fragancia desde donde estaba. Las memorias lo llenaron y le dieron más fuerzas. El cansancio ya no era nada para él. Debía estar a su lado de nuevo. No importaba cuántas tropas le pusieran en frente, él las sortearía y encontraría la manera de llegar de nuevo hasta ella.

Escuchó a los hombres gritar detrás de él, les estaba tomando bastante ventaja, su montura era muy veloz en comparación. Se percató de que había más soldados enemigos delante.

Cruzó un claro a toda velocidad y de nuevo se internó en el espeso bosque.

Las tropas del Barón lo esperaban con las ballestas en ristre. Escucharon el galopar del animal que montaba y de inmediato se colocaron en su posición.

— ¡Preparados hombres! —dijo el capitán—. No dejaremos que ese imbécil pase de este sitio.

Eran una docena de hombres bien entrenados y listos para la batalla. Sabían de la reputación y habilidades de Héctor, así que no se darían el lujo de confiarse.

El animal se acercó a toda velocidad con una silueta sobre él.

— ¡Ballestas listas! —gritó el capitán. Los soldados se acomodaron y apuntaron a la silueta.

El capitán esperó a que Héctor estuviera más cerca. Le extrañó que Héctor llegara de frente, no era su costumbre hacer algo tan estúpido como eso, pero pensó que quizá se encontraba muy desesperado ya, así que quiso creer que era una suerte para ellos y que ahí terminaría todo por fin. El monstruo caería y todos regresarían a su pacífica vida.

Qué equivocado estaba.

— ¡Fuego! —ordenó.

Los hombres dispararon al instante.

Las flechas silbaron en su recorrido al objetivo.

El caballo pasó a toda velocidad entre ellos y lo que lo montaba cayó al suelo con un golpe sordo.

El capitán Marco maldijo con todas sus fuerzas y luego ordenó a todos recargar, el objetivo acertado era una malla de heno. A saber, cómo carajo Héctor logró poner eso ahí.

Un proyectil pasó silbando y cuando acertó el objetivo todos quedaron boquiabiertos. La flecha había impactado y atravesado la garganta de Marco. El capitán balbuceaba mientras la sangre salía a borbotones por la herida y la boca. La lengua parecía estársele hinchando y le obstruyó la vía respiratoria. Los ojos se le abrieron de par a par. Cayó de rodillas y de manera desesperada se llevó las manos al cuello para intentar detener la hemorragia, pero fue inútil. Las fuerzas lo abandonaron y éste cayó al terroso suelo para encontrar su fría muerte.

Los demás soldados apuntaron sus armas hacia donde creyeron estaba Héctor y la lluvia de flechas se desató.

Héctor por su parte contaba los segundos entre cada tanda, estaba tras un frondoso árbol. ¿Cuántos minutos o segundos tenía antes de que los demás le dieran alcance? ¿Dos minutos, uno quizá? Fueran cuantos fueran tenía que actuar y tenía que hacerlo de inmediato o todo lo anteriormente realizado sería en vano.

Mini historia: El verdadero amorWhere stories live. Discover now