Escondite

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El cuchillo hizo un sonido de rasgado, al salir del peluche y terminar de abrirlo en canal. María miró su querido corderito de terciopelo, que estaba con ella desde hacía tanto tiempo. Yacía allí, abierto, con las tripas de felpa a medio salir. Él cumpliría su cometido. Lo llenó de arroz, y a continuación, metió dentro unos cuantos cabellos cortados previamente. Luego, según decía en las instrucciones, lo cerró, y dejó la costura escarlata donde había estado el pecho del peluche.

"Muy bien, Dolly", dijo la adolescente, acariciando la figura con cariño. A continuación, desvió la mirada, en dirección hacia las hojas de papel en las que había impreso las instrucciones. Bajo un epígrafe de "No hacer bajo ningún concepto", se encontraban todos y cada uno de los pasos de los que se componía el ritual.

Suspiró, mirando al muñeco. Siempre le había gustado. Le había dado apoyo durante los momentos duros, y ahora... Ahora parecía ser el momento para el que había nacido. Cuando había visto aquellas instrucciones, en un lugar oscuro de la Red, había sabido que debía ponerlas en marcha.

Le había llevado tiempo decidirse. Era algo peligroso, con lo que no había que jugar. Pero debía hacerlo. Algo dentro de ella le decía que era la única forma de quedarse tranquila. Desde que lo había leído, había sabido que al final lo pondría en práctica.

También había tenido que encontrar el momento: Debía estar sola cuando iniciase el ritual, y si quería obtener resultados, debía cronometrar las cosas muy bien. Si su "padre", Juan, la descubría antes de que hubiera podido acabar, todo se habría ido al garete. Pero al fin lo había conseguido. Un sábado, por la noche, en la que Juan había salido al bar, como siempre hacía. Un sábado en el que, por fin, María había logrado comprar a escondidas todos los materiales que necesitaba:

El arroz, el hilo rojo, el cabello, el cuchillo que había sacado de la cocina, el escondite en su habitación, y la bañera llena de agua. Lo más difícil había sido el muñeco. Iba a profanar su querido Dolly, pero sabía que esa era la única manera; No había elección. Si no fuera Dolly, el ritual no sería tan efectivo. Y ella quería que fuera efectivo. Necesitaba que fuera efectivo.

"Las tres de la mañana", dijo en un susurro, mirando el reloj de pulsera. Se aclaró la garganta, y miró al corderito, con ojos de botón y una línea roja en el pecho. "Ahora la llevo yo", le dijo al muñeco. "Me toca pillar", repitió. "Yo, María, soy la primera que pilla". No sabía cómo hacerlo, así que utilizó las tres expresiones, asegurándose de incluir su nombre.

Había comenzado. Con las manos tratando de no temblar, nerviosa, se lo llevó al baño, sintiendo el sepulcral silencio que reinaba en el apartamento. Era tan hermoso el silencio... Normalmente le gustaba escucharlo, pero hoy presagiaba tormenta.

Una vez el cordero estuvo flotando en el agua, María se alejó, con el cuchillo de cocina aún en su mano. Sintió un escalofrío al verlo allí, y apagó la luz del baño. Una a una, fue apagando todas las luces de la casa. Eso era importante. Incluso los pilotos automáticos desaparecían, uno tras otro, y finalmente, sólo quedó ella, con una linterna, dirigiéndose a su habitación.

Era la localización más segura que conocía. La que más veces había usado para esconderse, y en la que más confiaba. El siguiente paso era sencillo, pero a la vez... "Ahora es cuando todo comienza", se dijo, tragando saliva. Debía ser determinada, o todo aquello podría acabar muy mal. Miró la hoja, el mensaje de precaución, las medidas sobre cómo terminar el ritual de invocación de espectros, y suspiró. Con un dedo en el mando, encendió la televisión.

Una serie de aventuras apareció en la pantalla, con la alegre melodía resonando en la casa vacía. En la penumbra, la melodía tenía un aire lóbrego. María la miró durante unos instantes, y luego cerró los ojos, apretando con fuerza el cuchillo y contando hasta diez.

María y el corderitoWhere stories live. Discover now