Amando al Lobo

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__Que ojos tan grandes tienes...

__Son para verte mejor...

__Y que dientes tan largos...

__Para devorarte mejor__murmuró acabando de dejarla debajo de su cuerpo atrapado entre las hojas donde se esparció su oscuro cabello.

Ella sonrió echando en cuello hacía atrás que él mordisqueó con suavidad al tiempo que sus manos se deslizaban por la blanca cremosidad de su piel inmaculada.

Recorrió los contornos de sus curvas, sus caderas, sus pechos llenos y suaves por encima de la roja lencería.

La desgarró sin poderse contener más e introdujo el rosado montículo entre sus labios y jugueteó con este rozando la rosada aureola mientras su amante jadeaba entornando los ojos, dejándole hacer, entregándose como ofrenda para él, a su voracidad feroz, aplacando y excitando al animal que moraba en su interior.

__Deberías temerme__dijo haciendo que su aliento endureciera aún más el enhiesto pico de sus pechos__ella se llevo aire a los pulmones y el inhalo su intenso perfume.

Podía sentir el calor que salía de entre sus piernas, podía paladear el dulce sabor de su miel en su boca. Conocía ese rocío que se desprendía de entre su carne trémula y frágil.

Se encajo más entre sus piernas y se introdujo en el corazón mismo de su deseo.

Su joven caperucita particular era como una rosa que se desbordaba al roce del sol dejando expuestos sus delicados pétalos llenos de preciadas gotitas de ese néctar que la intimidad oscura de su noche le dejaba.

Sus alientos entrecortados se mezclaban el uno con el otro así como la lucha brusca de sus bocas y lenguas buscando aún más placer, tratando de que esa sensación no desapareciese nunca aferrándose a sus cuerpos desesperados. Aminoro la marcha de sus embestidas y se movió con suavidad, despacio... profundizando aún más en su estrechez. Miles se terminaciones nerviosas estallaron, mandándole un ramalazo de placer que casi lo volvió loco.

A ella no le importaba el peligro, a ella no le importaba el dolor ni temía lo que podía sucederle... sentía su sangre ardiente circulando por su cuerpo, tan roja y deliciosa. Rugía en ella como cientos de lobos aullando a la luna pero hoy, esa sangre no lo llenaría, no calentaría ni saciaría su sed, no se mancharía con ella de esa manera. 

Sino que se saciaría en ella, deleitándose con la exclusividad de saber que nadie más que él la tendría ni le daría lo mismo que él. Ella que gemía su nombre retorciéndose en brazos de aquel pecaminoso placer que los destruiría a ambos, se estremecía bajo su cuerpo, ante cada nueva estocada de su virilidad. 

Estaba marcada y vetada como la amante del lobo. 

Volvió a arrasar sus labios con una mezcla de salvaje locura y dulzura, la pasión los arrollaba a ambos como olas impetuosas hasta ese intenso estallido que los zarandeo a ambos. La luna brillaba en lo alto, las ramas retorcidas de los labios se juntaban sobre ellos como un parapeto espeluznante. La roja capa aún seguía en el suelo boscoso como un charco esmeralda, acarició una vez más esa piel y aún dentro de ella sintió como su peso perdía gravedad. De nuevo su maldición regresaba y no era más que ese lobo gris y blanco que aulló aun preso del dulce regalo del que había gozado.

Su tierna muchachita se cubrió con la capa y se levanto dejándole ver el brillo que se revelaba entre sus torneadas piernas, sus entrañas se agitaron sabiendo que eran sus esencias las que se revelaban ahí y saltó sobre ella.

Ésta le acarició la cabeza rascando tras sus orejas y soportó el peso de su cuerpo.

__Hasta mañana mi lobo__murmuró con esa voz de hechicera y tras darle un suave beso sobre el hocico se alejo por aquel lúgubre bosque como cada noche...

Amando al LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora