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ÉL.

– ¡Taxi!– Grito alzando la mano pero los autos amarillos pasan frente a mí como si fuera invisible.
Mascullo algunas maldiciones y me doy la media vuelta, desesperado. Llegaré tarde a la junta del trabajo, y todo por Jazmín. Tonta perra caprichosa.
Otro taxi pasa frente a mí y le hago la parada pero pasa a toda velocidad. Diablos.
Tomo mi maletín del suelo y comienzo a caminar, puede que pasen más adelante y sí se quieran detener.

Llego a una esquina de la avenida siguiente, un taxi pasa y le hago la parada:
– ¡Taxi!– Grito.
El taxi se detiene frente a mí. ¡Gracias Dios! Me subo de inmediato y cierro la puerta tras de mí.
– ¿Hacia dónde lo llevo, señor?– Me pregunta el conductor de piel morena y con una cachucha azul.
– Calle Green, número 96, esquina con el boulevard– Le digo y empiezo a buscar mi celular en la bolsa de mi pantalón.
Lo saco y reviso la hora: 11:46.
Genial, una hora con cuarenta minutos de retraso. Mi jefe me matará, o me castrará, o me dejará secar al sol para que los cuervos puedan comer mi carne seca.
El taxi se frena en seco, el sonido de los claxon y las llantas rechinando suenan fuertemente. Me estrello contra el asiento delantero y mi celular cae al suelo.
– ¡Fíjate!– Grita el conductor.
– No se detenga– Le ordeno–. Siga, siga, déjelos.
– ¿Acaso no vio cómo se metió?– Me pregunta enojado, viéndome por el retrovisor–. Pudimos haber chocado, su vida estuvo expuesta igual que la mía.
– Pero estamos bien, ve– Le muestro mi rostro–. No hay sangre ni en la suya, siga, no puedo llegar más tarde.
El conductor mueve la cabeza negativamente, como resignándose y reanuda su camino.
– ¡Vamos! ¡No puede ser!– Grito exhausto y me empujo contra el asiento, hay un desfile frente a nosotros y policías de tránsito están deteniendo a los automóviles. La música y la banda suenan por todas partes.
– ¿No puede pasar sobre ellos? ¡Aplástelos! O ¿No hay un atajo? ¿Dar la vuelta y seguir?– Le digo desesperado.
– Tendrá que esperarse, señor– Contesta pacientemente–. Y si va tarde, ¿Por qué no tomó un taxi más temprano?
– Oh, ¿Por qué no me lo dijo antes? Lamentablemente he tomado el taxi que pasaría frente a un desfile.
– Señor, si no le gusta puede bajarse, al cabo que yo tengo todo el tiempo del mundo y más personas buscando un taxi.
– De acuerdo, de acuerdo– Me acomodo bien en el asiento, resignado. Esperando a que el circo termine.
Malditos sean los desfiles sorpresas que se hacen sin ninguna razón en especial, cuando ellos anden por allí como civiles normales, juro que me pararé frente a ellos y no los dejaré pasar, y les diré: Oh, ¿Quiere pasar? Lo lamento, estoy haciendo el desfile de "Se me dio la gana" así que tendrá que esperar lo que se me pegue la gana.

Nos hemos quedado como media hora detenidos observando obligatoriamente el desfile, pero a juzgar la cara del conductor viendo los carros alegóricos, los globos de colores etc, yo soy el único que estaba obligado y sin ganas de seguir allí.
Llego a mi destino, al edificio donde trabajo, me bajo apresuradamente cuando hemos llegado, ni siquiera veo o pregunto cuanto ha sido y le dejo un billete de 500.
– Quédese con el cambio– Le digo, cerrando la puerta tras de mí, y comienzo a caminar hacia la entrada.
Abro las puertas de vidrio y camino apresuradamente hacia los elevadores, la recepcionista me saluda con la mirada y solo le sonrió apresuradamente.
Choco contra algo y me desequilibro, caigo al suelo y veo papeles volar en el aire.
– ¡Ah! ¿Qué no ve hacia dónde camina?– Escucho que me reclama una voz de mujer.
Me levanto rápido y veo en el suelo a una mujer, cabello un poco largo y corto color castaño, usando un traje con falda.
– ¿Disculpe?– Le digo sacudiendo mi traje–. Ha sido usted quien ha chocado contra mí, siga con su trabajo mediocre y déjeme pasar.
Comienzo avanzar hacia el elevador.
– ¡Pero que caballerosidad!– Escucho que me grita–. Ni ayudar a levantarme puede ¡Es increíble!
– Se me acaba el tiempo, llego tarde– Digo y entro al elevador.
Antes de que las puertas se cierren la veo levantarse y recoger los papeles del suelo.
Ser secretaria o recepcionista no debe ser fácil para ella, pero, ¿Quién la manda a estudiar y ser algo tan bajo?
Las puertas se abren cuando llego al piso 15 y salgo de inmediato, camino hacia la sala de juntas y saludo a la secretaria de mi jefe Torres.
Entro abriendo las puertas lentamente, todos ya están alrededor de la mesa y mi jefe está en la silla principal, donde puede vigilar y olfatear a todos como perro de seguridad.
– Lamento la tardanza– Digo y tomo asiento rápidamente, escucho murmullos.
– Oh, descuide– Dice amablemente el señor Torres–. Aun esperamos a una persona, muy importante de hecho, así que no podemos empezar sin ella.
No digo nada y solo asiento con la cabeza, sea lo que sea que nos vaya a decir, ¿No puede ser por mensaje o whatsapp?
Las puertas se abren después de unos minutos, de entre ellas aparece la secretaria descuidada que choco contra mí, un poco despeinada y con los papeles desacomodados.
– Lamento llegar tarde, en la planta baja tuve un desafortunado incidente– Dice y toma asiento frente a mí.
Ella me ve y se sorprende, después voltea a ver hacia otro lado muy indignada.
Solo resoplo sin darle importancia.
– No se preocupe, señorita Carranza, ahora ya podemos comenzar– Dice el señor Torres y se levanta de su asiento, hoy viste un elegante traje gris como su cabello, pero por su compostura rechoncha no le queda bien.
El señor Torres da un discurso sobre responsabilidad, sobre crecer y ser mejor empleado, jefe, empresa, etc. Un discurso motivacional y toda la cosa, puro blah blah blah para mí.
–... Y como algunos saben (pocos en realidad porque quería que fuese sorpresa) voy a jubilarme, y dejaré mi puesto a la única persona de confianza y sabia que conozco– Dice fuertemente.
¡Claro! Por eso he venido, seré yo quien ocupe su puesto. Dios, pero que bondadoso eres con los privilegiados.
– Les presento a la señorita Carranza, una mujer con estudios y puestos verdaderamente sorprendentes, digna del puesto y de cualquier otro más allá.
La señorita se levanta y pocos aplauden. Me quedo plasmado con la noticia.
Una mujer, una mujer acaba de ocupar un puesto hecho para hombres. ¿Están bromeando? Dios no seas así y solo llévatela. No juegues conmigo.
– ¿Cómo puede ser ella?– Pregunto en voz alta, todos voltean a verme y la sala se queda en silencio, arrepintiéndome inmediatamente.
– Por la sencilla razón de que ella está capacitada para el puesto, además fue recomendada por los superiores, confío plenamente en que la empresa está en buenas manos– Responde pacientemente el señor Torres.
Trago mi orgullo y mi enojo. Sola la veo fijamente.

La junta se termina después de felicitaciones hipócritas y un tonto discurso de agradecimiento de la "nueva jefa". "Oh, gracias, gracias, tendré que ausentarme cuando tenga la menstruación, pero seré buena jefa" ¡Por favor! Debería ser yo quien estuviera en ese puesto, no una mujer que con cualquier cosa decae emocionalmente u hormonalmente.
Todos salimos y ella se queda acomodando sus papeles.
Ya que ella será la jefa, creo que tendré que disculparme por lo dicho cuando chocó contra mí.
Me acerco hacía ella, ésta levanta la vista y me ve de reojo, la veo girar los ojos como si no soportara verme y sigue como si nada acomodando papeles.
– Disculpe, señorita Carranza– Comienzo a decir amablemente–. Quería disculparme por lo de esta mañana.
– Oh, no se preocupe– Dice y hace un movimiento con la mano como "por favor". – No importa, mi trabajo mediocre y yo estamos acostumbrados a chocar contra personas prepotentes.
– Lamento corregirla y decirle que fue usted quien chocó conmigo, no yo– Le digo decidido.
– Como diga, ¿Señor...?– Me pregunta pero sin voltear a verme.
– Señor Díaz– Contesto.
– Señor Díaz– Repite ella y voltea a verme–. Tengo muchos asuntos, perdone si no puedo seguir discutiendo pero tengo que irme, como jefa de esta empresa hay muchas cosas por hacer, pero para usted ese puesto es mediocre y no ha de entender lo que se hace, con permiso.
Ella toma los papeles de la mesa y se dirige a la salida.
– Ah, ¿y señor Díaz?– Dice deteniéndose en el marco de la puerta–. Llegue tarde a las juntas que yo imparta, y tendrá consecuencias, ya no somos niños para llegar tarde con excusas tontas.
– Usted ha llegado tarde también, le recuerdo.
– Pero esta junta no la impartí yo– dice muy sonriente y sale de la sala.
He chocado con una bruja, una mujer alzada y tonta e impotente para el puesto.

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El décimoquinto pisoWhere stories live. Discover now