Capítulo 5

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— ¡Sara espera! —Corrió a detenerla, la abrazó por los hombros y la jaló hacia él —. Por favor, por favor... no le digas nada —rogó aprisionándola, evitando que continuase el camino que causaría su destrucción.

—Claro que se lo diré. ¿Quién diablos crees que soy? ¿Una de las tantas con quien pasas una noche y luego te olvidas?

— ¡No! por supuesto que no —negó rápidamente y continuó con la misma velocidad —. De verdad, lo siento. No debí sobre pasarme, no debí ir tan rápido. También perdóname por lo de las plumas y por alejarte de Bastian, es que ese sujeto me saca de quicio y no soportaba que te fueras con él; y... perdón, por lo que dije hace unos días. Eres muy bonita, pero lo eres más cuando hablas y dices lo que piensas. —Si en ese momento se le hubiesen ocurrido diez razones más por las cuales disculparse lo habrá hecho.

Sara resopló mirando al cielo y negando con la cabeza.

—Eres tan... patético, y cobarde.

Alan la soltó al escuchar eso y ella giró para verlo frente a frente —. ¿En verdad le tienes tanto miedo a mi hermano?

—No, bueno, sí, —Titubeó rascándose la nuca—. Es que tú nunca has sentido un golpe de tu hermano. Es un salvaje y ya me había advertido que me aleje de ti, si se entera de esto me golpeará hasta quedar irreconocible.

Sara lo miró arqueando una ceja y giró nuevamente, Alan en verdad le parecía patético. Olvidaba su orgullo recién en ese momento. Se le ocurrió que si lo habría amenazado antes con Nicolás hubiera conseguido una disculpa inmediata, no después de molestarse pensando la forma de sacarlo de quicio.

—Cobarde —dijo sin voltear y se retiró dando brinquitos.

Alan permaneció perplejo un momento. Él no era un cobarde, no se sentía así. Aunque cualquiera tendría miedo de la furia de su amigo. En un segundo recapacitó, la verdad era que no quería que Sara se apartase de su lado nuevamente, menos por su impulsivo momento de calentura; pero, ¿Cómo podría haber luchado contra eso? Ella era demasiado bella y él un simple humano ¿Quién podía juzgarlo por hacer lo que cualquier hombre, que apreciase la perfección, no habría dudado en intentar?

Eso no importaba en ese momento, lo cierto era que Sara se alejaba, literalmente, ya estaba ingresando al ascensor. Alan corrió y se deslizó dentro, apretujándose entre las puertas que se cerraban. Sara apretó el botón para bajar antes de que él terminase de entrar, pero su acto se vio frustrado.

Sin pensarlo el joven apretó el botón para trancar el ascensor entre pisos. Ahora sí, ellos estaban solos, nadie interrumpiría y ella no podría huir, tendría que escuchar lo que él tenía que decirle, era su turno de permanecer callada.

Alan abrió la boca para tener una seria plática con ella; paró al percatarse que Sara se había acorralado en una esquina del ascensor con una expresión de horror.

— ¿Qué te pasa?

— ¿Vas a violarme? —Preguntó la muchacha con un hilo de voz, deslizándose hasta el suelo y haciéndose un ovillo.

— ¡Por supuesto que no! —Repuso molesto. Aunque debía admitir que el permanecer atrapada en un minúsculo espacio con un chico semi desnudo daría esa impresión cualquiera. Se arrodilló frente a ella y casi recibe un zarpazo de su parte. Le agarró la mano para que no le hiciera daño e intentó encontrar entre esa satinada mata de cabello negro aquellos azules cristales.

La fastidiosa e invencible Sara yacía escondida entre sus piernas, como una pequeña criatura a punto de ser devorada por su depredador. Alan disfrutó maquiavélicamente ese momento. La joven que lo atormentaba sin descanso ahora era su víctima, o podría haberlo sido; más que nunca la vio frágil, dulce e indefensa, y sin duda no quería lastimarla. Con cuidado le soltó la mano y apartó su cabello.

Mi dulce tormento [DDC #1.5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora