Butterflies

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Butterflies

 

La sala estaba prácticamente sola, excepto por unas cuantas personas que acudían por morbo a ver a la joven ser tomada presa. Otras más, sonrientes por saber que pronto dictarían su sentencia y no volverían a ver su rostro en mucho tiempo. Creían ingenuamente que castigar a otra persona aliviaría sus pesares, que haría renacer a sus seres queridos, pero no era más que una simple auto-consolación por medio de la venganza. Sus padres no estaban, como era de esperase, jamás se expondrían a salir en la prensa en esa situación tan humillante, no deseaban acabar con su buena reputación familiar.

Pero lo que no entendían, era que ya estaba arruinada.

La joven de cabellos negros, de mirada soñadora y aspecto aniñado, observaba con encanto a través por la ventana a las más hermosas criaturas del cielo. Las mariposas exponiéndose en todo su esplendor, viajando al norte en busca de la primavera y sus coloridas praderas llenas de jugosas flores silvestres.

Sonrió libremente ignorando por completo todas las miradas molestas, dolidas y acusadoras que se posaban en su espalda. Sabía que había hecho mal, pero sentía que una parte de su corazón se encontraba completo, rebosando de una extraña felicidad y satisfacción al recordar aquellas palabras de comprensión que tanto había anhelado meses atrás.

Dos golpes del mazo al pedestal les advirtieron a las personas que estaba por comenzar el juicio.

El juez de aspecto cansado y cabello blanco, dejó el mazo sobre la mesa y acomodó sus lentes con una de sus manos venosas para leer un pedazo de papel y dar una introducción de los delitos cometidos.

—Isabel Gastélum Beltrán —llamó autoritario —. Se le acusa de cometer dos asesinatos en segundo grado. Asesinando al joven Efrén de la Cruz y a la joven Martha Aguirre. ¿Cómo se declara de éstas acusaciones? —preguntó aquel viejo hombre con toga negra.

Ella no se movió ni un centímetro. Y admitió con seguridad.

—Culpable, su señoría.

Meses antes…

La obra estaba a punto de comenzar, así como de la misma forma los nervios se evaporarían en una facción de segundo después de tocar el escenario. Los actores gritaban por lo bajo, completamente emocionados por estrenar la obra Blanca Nieves. Aunque seguía siendo una obra infantil, todavía se sentían los nervios a flor de piel junto con aquella alegría al contemplar la peculiar historia de la joven adolescente.

—¡Isabel! ¡Isabel! —gritó una joven de aproximadamente diecisiete años.

Isabel volteó y la miró vestida de la malvada reina: Grimhilde. Rió al descubrir ciertas imperfecciones en su vestuario, como que estaba mal acomodado, los colores no eran los mismo que los originales sino más opacos, aparte de que la corona parecía ser la más falsa de todas.

—Vaya, Lety, ¿de dónde sacaste eso? ¿De Burger King? —inquirió en modo de broma.

—Qué te importa. —Lety se limitó a sacarle la lengua —. Al menos yo tengo un papel importante ¿Qué se supone que eres tú? Una avispa que sólo decora el escenario.

Isabel miró su vestuario instintivamente; consistía en un leotardo negro junto con una falda unida a él, unas zapatillas de ballet color azul rey, acompañado con unas mallas blancas. Ella misma se había encargado de darle unos últimos detalles para hacerse lucir hermosa, como los falsos brillantes alrededor de su falda y unas imponentes alas que radiaban distintos color a la vez, desde el azul hasta el rojo. Lucía encantadora, pero lo malo era que estaría detrás de toda escena, donde nadie podría apreciarla con claridad.

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