(Sinopsis) + (Prólogo)

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AVISO IMPORTANTE: ''Sobrevivientes'' Es propiedad de las autoras: Yesenia Aristegui, Diana Carballido, Brianda Eribes y Graciela Ibarra, exclusivamente. Se prohíbe cualquier adaptación, copia, obra 'derivada' de todo tipo, o cualquier acción que infrinja los derechos de autor. (Derechos reservados. Di no al plagio)

Obra registrada en Safe Creative bajo el Código: 1312229650775

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Sinopsis

—Están aquí —interrumpió Eylo mientras jadeaba por el esfuerzo que le había costado correr hasta ahí. Se podía ver su palidez con la luz de la luna llena, y su mirada tenía miedo en ella. Pero no miedo por él, sino por su hermana y Nat. Por lo que podría pasarles a ellas.

A Nicole se le heló la sangre al escuchar esas palabras. Están aquí, repetía una y otra vez. Están aquí. Están aquí. Están aquí.

Toda guerra comienza con una lucha por el poder...

En una batalla por sobrevivir, Nicole, su hermano Eylo y su —insufrible— amiga Nat, tendrán que buscar un lugar seguro dónde establecerse. Es cuando en una casi fallida huida estos se encuentran con Eleonor, Lewis y Theo; todos distintos, pero con un fin en común: No morir. Ellos tendrán los elementos de su lado, pero aprenderán que no todos son realmente aliados...

Prólogo

La anciana miró a lo lejos, al sol que se perdía con el comienzo del atardecer. Vio lo que ahora era su hogar: Una casa de madera lo suficientemente grande para ella, su hijo y nietos cuando la visitaban. Como lo harían esa tarde.

Tenía un amplio patio con una vieja silla en la qué sentarse a leer los días en que hacía un clima agradable y, aunque hacía tantos años que había perdido a su querido amor, solo sentía una profunda melancolía y algo de alegría y tristeza al pensar en él y en todos a los que había querido y, lamentablemente, se habían ido demasiado pronto.

Ni si quiera ahora, a casi medio siglo de que la guerra había terminado, llevándose tanto con ella, se sentía segura. Después de todo lo que había visto y vivido, dudaba que alguna vez lo volviera a estar.

Ajustando su suéter tejido en sus hombros, suspiró.

—Luna, Luna querida —cantó con su voz ronca y cansada—, ve con el Sol. ¡Oh! Sol abrazador, Sol de esplendor, querida luz... —cerró los ojos y se dejó llevar por la dulce melodía que tantos recuerdos le traía, haciendo que una solitaria lágrima se derramara por su mejilla llena de arrugas y unas cuantas sombras de lo que habían sido cicatrices de antiguas batallas.

El sol, rodeado de colores naranjas y rojos, parecía arder ante ella.

Un escalofrío la recorrió cuando unas imágenes de personas —niños y adultos por igual— muriendo quemadas, con sus rostros haciéndose pedazos por las hambrientas llamas que los consumían para solo dejar un rastro de cenizas, pasaban ante sus ojos. Y pensar, que todo lo había ocasionado algo que una vez los hizo creer que eran especiales, únicos.

Se sentó en la silla al lado de su puerta en el pequeño porche, justo cuando un auto se detenía en la entrada principal de su casa. Se bajó de él un hombre alto y bien parecido, de cabellos de obsidiana y mirada tan azul como el mar en una noche de tormenta. Era Theo, su hijo. Detrás de él lo siguieron su esposa Lila, una mujer amable, de larga melena color café y ojos brillantes, y sus tres hijos: Lauren, la mayor y la más problemática de los tres, aunque también la menos comunicativa; Nico, de ojos soñadores y traviesos, que junto con sus hermanas Lauren y Nat, quien siempre estaba de optimista y risueña, alegraban a su abuela y a aquella triste cabaña.

La anciana sonrió.

Theo, tomando de la mano a su mujer, y calmando a sus inquietos hijos, se dirigió a su madre con una gran sonrisa en el rostro.

—Mamá —dijo inclinándose para besarla en la mejilla como solía hacerlo todas las mañanas cuando era pequeño—, ¿cómo has estado?

Lila y sus hijos la abrazaron con fuerza y cariño. No era un secreto que amaban a aquella valiente mujer.

—Bien, hijo, nada ha cambiado desde la última vez que me visitaste, que fue la semana pasada, así que no te preocupes —dijo divertida al ver la mirada que éste le daba. Él gruñó.

—No me preocuparía tanto si te decidieras a venir a vivir con nosotros —contestó irritado.

Cómo se parece a él, pensó la mujer al verlo así y sintió un pinchazo de dolor en el pecho.

—¿De verdad quieres comenzar con esto de nuevo? Ya sabes cómo me pongo así que no te lo recomiendo —dijo seriamente mientras estrechaba los ojos. Theo iba a protestar, pero Lila lo detuvo.

—Querido, está bien, recuerda que vinimos de visita, no a molestar —lo regañó cariñosamente. Theo suspiró derrotado y asintió.

—Está bien.

—¡Abuela! —dijo de pronto Nico atrayendo la mirada de la mujer—. Nos vas a contar una historia como la semana pasada, ¿verdad?

—¡Sí! —gritó esta vez Nat, sorprendiendo a todos por su efusividad. Lauren sonrió.

—Si abuela, me gustaría escuchar la historia de la guerra —la anciana miró a su casa, pensativa.

—¡Niños! No molesten a su abuela, tal vez no le guste hablar sobre eso... —dijo Lila preocupada.

—No... —susurró la anciana—. Es bueno recordar los buenos y malos tiempos... lo peor que podemos hacer es olvidar. Uno debe saber que no siempre todo marchará bien, pero no por eso hay que dejarnos vencer. Después de todo, vivir es de valientes —miró a sus nietos que le devolvían la mirada embelesados, como cada vez que ésta les contaba alguna historia.

La mujer sonrió

—Pero bueno —continuó—, me he ido por las ramas. Entren, entren. Vamos por algo para cenar y luego les contaré lo que quieran —dijo empujándolos a todos por la puerta—. De todas formas..., ellos así lo habrían querido —susurró para sí misma mientras cerraba la puerta dando un vistazo al sol que, dando sus últimos rayos de luz, se perdía lo lejos.

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