Capítulo 5: La fuerza de un abrazo.

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Estoy llegando tarde al instituto. El segundo timbre, el anuncio del cierre de las enormes verjas negras, está sonando. Corro el último tramo que me separa de ellas y suspiro aliviada cuando las oigo chirriar tras de mí. He logrado entrar, por los pelos. Me detengo un rato para recobrar el aliento y acomodo mi uniforme antes de volver a ponerme en marcha.

Al final del largo camino de piedra blanca, serpenteado por setos, está la secretaria del director Portman, la señorita Blueberry. Es una mujer joven, quizás de unos treinta años, pero tan amargada en cuanto a carácter y forma de vestir que aparenta tener sesenta. Entre sus manos está su famoso portapapeles lila, esperando por contener los nombres de los alumnos que hemos llegado tarde en el día de la fecha. De inmediato, siento un profundo desprecio hacia ese portapapeles. Nunca imaginé que me encontraría cara a cara con él. Jamás en la vida he llegado tarde al instituto. Jamás. Siempre he mantenido mi asistencia en perfecto estado, pero hoy, se ha ido todo al caño.

Abatida, me posiciono entre los alumnos que han tenido la mala suerte como yo, o quizás no, de llegar tarde, e intento no lamentarme tanto. Al fin y al cabo, no hay nada que pueda hacer, porque estoy segura de que me quitaran media asistencia por mi retardo.

Miro a mí alrededor y cuento a la pasada cuántos chicos somos. Unos veinte más o menos. La señorita Blueberry nos manda a acomodarnos en una fila para un control mejor y me posiciono casi última, tras un chico excedido de peso. No quiero que nadie me mire o me escuche cuando llegue mi turno.

Uno a uno va pasando al interior del establecimiento al dar su nombre. Me estudio las manos mientras espero mi turno, y pienso en las enormes ganas que tengo de ver a mis dos mejores amigas. Pienso también en cómo se encontrará mi madre, y en cómo estará sobrellevando todo, pero mis pensamientos son interrumpidos cuando escucho una muy conocida voz diciendo de manera tranquila y pausada su nombre.

—Evan Prince.

Levanto la vista de manera algo violenta y frunzo el entrecejo, obviamente extrañada. Evan está parado de espaldas a mí, a unos tres chicos de distancia, con su usual postura despreocupada.

¿Por qué demonios está el idiota entre los alumnos que han llegado tarde? Porque sin mal no recuerdo, ha salido con su auto con un considerable tiempo de sobra para llegar al instituto a horario. Entonces, ¿cómo es que ha llegado tarde?

Pero las miles de respuestas llegan a mí enseguida. Seguramente se ha quedado fuera fumando. O quizás, se ha quedado haciéndose el vago con sus amigos. Pero lo que seguramente ha pasado es que se ha liado con alguna zorra. Puaj.

Igualmente ensancho una sonrisa maliciosa al darme cuenta de que Evan va a recibir un castigo. Aunque yo reciba el mismo, y aunque quizás la penitencia no le importe a él, el hecho de pensar que va a ser sermoneado de alguna forma me hace temblar de regocijo.

Pero la señorita Blueberry lo mira a través de sus anteojos de armazón tipo carey, le sonríe, cosa que jamás hace con los alumnos, y muchos menos los que han quebrantado alguna norma, y lo deja pasar sin escribir su nombre en el portapapeles.

—Sí, sí, señor Prince. Sé quién es usted—lo pica confianzudamente la mujer.

Pero, ¿qué demonios?

Todo el regocijo que siento se esfuma de inmediato y de pronto estoy temblando de furia.

¿Cómo es posible que él logre escapar así, sin más, de la maldita media falta que a mí me arruinará la asistencia por completo? Él, maldita sea, tiene la culpa de que yo esté aquí, en la fila de los tardíos porque se ha negado a llevarme en su maldito y estúpido auto, por ser un completo cabrón. Y en cualquier caso, ¿ha sido él el que tuvo que caminar unas nueve cuadras hasta la parada de autobús, y luego otras diez cuadras para llegar al instituto? Entonces, ¿por qué no se está llevando el mismo castigo que yo, que todos? ¿Acaso se ha comprado a la secretaria del director?

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⏰ Última actualización: Nov 28, 2013 ⏰

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