Prólogo

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Noroeste de Montana:

Noviembre

Nadie sabía mejor que ellos que el único lugar seguro era el más alejado de todo el mundo. El único inconveniente era que les necesitaban. En ocasiones se encontraban merodeando cerca de campamentos tan solo para asustarles o para escuchar sus risas.

Aquella era una de las razones por las que Lucas estaba tendido sobre las agujas de los pinos, bajo la agradable sombra de los árboles, observando al grupo de jóvenes que se encontraban sentados en círculo charlando y escribiendo en sus cuadernos.

Lucas sabía que no le descubrirían. A pesar de la proximidad a la que se encontraba de ellos, los años le habían enseñado a saber cómo esconderse, y su padre se había asegurado de que supiera cómo hacerlo correctamente, al igual que cómo seguir una pista. Si no quería que le viesen, no le veían.

Pero no se podía decir lo mismo de Hannah, que correteaba inocentemente entre los árboles sin haberse percatado de la presencia de los jóvenes.

Lucas resopló frustrado. Hannah se había pasado horas siguiéndole por el bosque, alejándose de la carretera y del lugar en el que él la había dejado. Pero la curiosidad que sentía por ver hacia dónde se dirigía su compañero de expedición había podido con ella y se encontraba a pocos metros del grupo de jóvenes que pasaban la tarde en la reserva.

El claro pelaje de la loba resaltaba con fuerza entre la mezcla de verdes y marrones del bosque, por lo que no resultaría complicado, a los jóvenes, divisarla si continuaba dando brincos a su alrededor. La idea de que Hannah les interceptara y causara el pánico entre ellos sonaba demasiado divertida en la mente de Lucas, pero sabía con certeza que la culpa caería sobre él si los mayores se enteraran, por no avisar a la joven novata. Sobre todo le daba miedo pensar en la reacción de Charles, que de seguro amenazaría con atacar a su yugular si se enterara.

Por ese mismo hecho, Lucas se desperezó y puso en pie. Estiró sus patas delanteras y sacudió su pelaje con parsimonia, deshaciéndose así de los restos de ramas rotas y hojas que se habían adherido a él en el camino, y echó un último vistazo a los humanos antes de emprender el paso hacia donde Hannah se encontraba.

Las huellas de sus patas se marcaban sobre la tierra mojada que las lluvias de hacía unos días habían dejado. Lucas, instintivamente iba borrándolas con suaves movimientos de su cola a cada paso que daba. Era algo que estaba acostumbrado a hacer y de lo que no podía deshacerse. Una de sus muchas manías.

Frenó en seco al escuchar a los jóvenes levantarse de forma precipitada. El espeso arbusto que los separaba tan solo le permitía ver la parte superior de sus cabezas. Por tanto, fuera lo que fuese lo que les había hecho alterarse, era más bajo que él.

Lucas se agazapó detrás del arbusto, intentando hacer el menor ruido posible al tumbarse pese a que el suelo estaba cubierto de ramas. Elevó la cabeza un par de centímetros y olfateo el aire, pero no pudo distinguir más que el fuerte olor que desprendían las hormonas revolucionadas de los chicos, por lo que supuso que aquello que les había distraído debía estar en dirección contraria al viento. Se movió lentamente a través del arbusto, sin hacer ningún ruido. Estaba muy cerca de ellos. Un metro más, y nada se interpondría en su campo de visión.

Entre dos árboles, divisó un suave color marrón moteado. Sonrió mentalmente al reconocer al cervatillo que, despistado, merodeaba por los alrededores. Pero al segundo de relajarse, ya que no era ningún depredador, se tensó. Tenía a un cervatillo indefenso en el mismo lugar que a una loba sin experiencia. O lo que era peor: un grupo de jóvenes campistas en la línea de caza de esta misma.

SilverWhere stories live. Discover now