Brannígan, a los profesores Edward Cervenka, Starkey Óuncan (h), Ralph Exime, Edward T. Hall, Eckhard H.
Hess, Carroll E. Izard, y Sidney Jourard; a los doctores Augustus F. Kinzel y Robert E. Kleck; al profesor George F.
Mahl; al doctor Melvin Schnapper; a los profesores Thomas A. Sebeok, Robert Sommer, Silvan Tomkins y Henry
Truby; y finalmente a los doctores lan Vine y Harry Wiener.
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A Mamu Tayyabkhan y también a Karen Davis que leyeron el manuscrito pacientemente y que fueron mis críticos
más duros y mis más calurosos defensores. A Joan Fredericks que, en el punto crucial, me benefició con su
experiencia de editora y su consejo.
Por último, mi especial agradecimiento a Rebecca y Jeffrey Uavis, que de tanto en tanto consintieron
cariñosamente en atenderse mutuamente y me dejaron más tiempo libre para trabajar.
PRÓLOGO
NOTA PARA EL LECTOR
Pertenezco a la clase de personas que no confía plenamente en el uso del teléfono. No es que considere que el
sistema telefónico se esté desintegrando -a pesar de que en ciertas circunstancias da esa impresión-sino que al
emplear este medio me parece que no logro saber a ciencia cierta lo que está pensando realmente la otra persona.
Si no puedo verla, ¿cómo puedo adivinar sus sentimientos? Y, ¿qué importancia tiene lo que dice si desconozco lo
que piensa?
Tal vez fue por esta característica mía que sentí tanta curiosidad cuando, hace más de cuatro años encontré en
el "New York Times" una noticia sobre un nuevo campo de investigación: La comunicación no-verbal. Al poco
tiempo me encargaron que escribiera un artículo sobre el tema para la revista "Glamour". Cuando terminé el
trabajo al cabo de tres o cuatro meses, tuve la sensación de haber tratado el tema superficialmente y que había
mucho más que aprender al respecto.
Muy a menudo, cuando escribo un artículo me siento inclinada a cambiar de carrera. Si entrevisto a un
antropólogo, termino deseando convertirme en un antropólogo. Si paso una hora consultando a un psicoterapeuta,
cuando salgo al ardiente sol de las calles de Nueva York, me pregunto por qué demonios habré elegido ser
escritora cuando muy bien podría haber estudiado psicología en la universidad y haber dedicado mi vida a esta
profesión. Lo que me fascina no es la carrera, sino el tema en sí.
De cualquier manera, después de haber pasado varios meses en contacto con la comunicación no verbal, el
efecto que experimenté, fue más profundo que lo habitual, estaba entregada por completo al tema y no podía
soportar la idea de dejarlo. Por lo tanto, durante el siguiente año y medio recorrí universidades e institutos de salud
mental, ya que allí se lleva a cabo la mayor parte de la investigación. Tuve entrevistas con psicólogos,
antropólogos y psiquiatras; lo que da una pauta de la diversidad de personas que se ocupan del tema. Vi
interminables películas en blanco y negro de gente sentada conversando y de gente conversando de pie. Por lo
El lenguaje de los gestos
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