Mass Effect: La prisión

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—Como verán a continuación, nuestras instalaciones cuentan con las más altas medidas de seguridad proporcionadas por el consejo—decía pomposamente aquel salariano que vestía una larga bata blanca. Hablaba a un conjunto de visitantes de varias razas que conformaban militares y científicos dispares de la galaxia. Había tres humanos, cuatro turianos, dos asaris y un cumulo de observadores tras estos. Continuó—. Tras la guerra reaper esta instalación se abrió en secreto para contrarrestar cualquier otra amenaza del calibre de los reaper y así poder investigarla sin perder el tiempo. Hoy quince años tras aquello, podemos al fin mostrar al cumulo de razas pertenecientes al consejo, lo que hemos conseguido aquí.

Avanzaron por unas salas que parecían laboratorios y el salariano continuó su discurso.

—Podemos ver los últimos avances biomédicos que han permitido que poco a poco los adoctrinados vayan regresando a su vida normal sin apenas secuelas.

Siguieron por otra sala y vieron extrañas criaturas que enseguida reconocieron como abominaciones de los reapers .

—Con las nuevas armas desarrolladas, hasta la más astuta de las abominaciones quedará indefensa con solo una ráfaga de las nuevas balas especiales. Se han salvado vidas y vidas de marines gracias a esta tecnología—Apuntilló el científico.

—¿Qué hay de los sujetos?— dijo una voz interrumpiendo al Salariano. El hombre, moreno, corpulento, con mirada astuta estaba en el grupo formado por los humanos.

—Oh si— dijo complacido el Salariano —. Por supuesto.

Les condujo por otra serie de salas que parecían prisiones.

—Esta es la sección de los criminales más peligrosos de la galaxia, algunos de ellos, provenientes de la mismísima guerra contra los reapers—dijo orgulloso el científico—. Si hubiéramos tenido estas instalaciones, seguramente Saren Arterius hubiera sido encerrado y sujeto de nuestros experimentos.

Estas últimas palabra hicieron que los Turianos presentes se revolvieran, no era una novedad que el nombre de Saren les hacía estar incomodos.

Había humanos, turianos, krogan, encerrados en esas salas, la mayoría eran adoctrinados hasta el punto de convertirse en carcasas vivientes, pero su valor era altamente valorado por los científicos. Habían aprendido mucho del adoctrinamiento. Estaban en mal estado, desnudos, atados y parecían muy maltratados.

—No tengan piedad por ellos. Son los precursores de la destrucción de millones de vidas en la galaxia, estos fueron los jefes que conseguimos retener. Ellos eran el enlace entre las tropas reapers y los mismos.

Todos se acercaron con curiosidad al cristal. Esas criaturas habían sido muy peligrosas, y ahora las tenían más que domadas. Encerradas, maltratadas. El orgullo y satisfacción recorrieron el cuerpo de los turianos, las asari no estaban muy contentas con el trato, pero lo aceptaban, en general todos estaban de acuerdo.

Pero un humano, parecía estar terriblemente conmocionado.

—¿Y el sujeto alfa?— Volvió a preguntar visiblemente irritado el hombre, moreno y corpulento. Que parecía no estar demasiado feliz con aquello.

—Oh, creía que el sujeto alfa era alto secreto. —bramó el científico salariano. —Supongo que a los humanos no se les escapa un detalle como este. Pero si, síganme.

El salariano sonrió, y les dirigió al fondo de la estancia. Dos guardias altamente armados custodiaban la puerta más gruesa y grande que jamás hubieran visto. Tras traspasar esta puerta, descubrieron otra puerta más. La seguridad era total.

—Como pueden ver, el sujeto alfa es altamente peligroso. Lo encerramos en una prisión como las que vieron antes y se fugó varias veces. Es altamente inestable. Hemos tratado con el sujeto 15 años, con experimentos de todo tipo, de fuerza, de mutilación, psicológico, y todo tipo de torturas que ningún otro ser vivo hubiera aguantado—dijo el salariano provocando el asombro en todos los visitantes.

—Si amigos, creemos que el sujeto alfa es el Heraldo.

Abrieron las ultimas puertas y en la sala acristalada apareció una mujer desnuda, atada de pies y manos con heridas, laceraciones y todo tipo de cortes que hacía que la visión fuera lamentable.

—Si amigos humanos—dijo el salariano al ver la cara de estos—. Sentimos ofrecer esta imagen en alguien aparentemente de vuestra especie. Pero aunque tenga cuerpo de mujer, este monstruo posiblemente sea el mal en sí mismo.

Uno de los humanos se pegó al cristal, la mano parecía intentar tocar a la mujer.

—La historia de este monstruo es sumamente interesante. Durante años estuvo repitiendo una y otra y otra vez que ella era el comandante Shepard. ¿Se lo pueden creer? —dijo el salariano sonriente, provocando risitas en los asistentes.

—Aprovechando la confusión en la guerra de la tierra, este monstruo se tomó la libertad de sustituir a la comandante aprovechando que ninguna de las personas que la habían visto en persona estaba viva—apuntilló—. Aprovechando esa circunstancia, destruyó, coaccionó y mató a millones de personas en la galaxia, empezando por las colonias Batarianas y terminando por la propia tierra. Hasta que uno de nuestros espías pudo corroborar que la verdadera comandante Shepard, murió mucho antes de la guerra reapers. Concretamente cuando la nave Normandia del consejo, fue destruida. El terrorista llamado el hombre ilusorio, colaboró con los reapers dando credibilidad a esta sustitución de Shepard, provocando todo un genocidio.

Todos los asistentes asistían. Todos habían oído de los rumores de que Shepard había muerto y resucitado dos años después, justo cuando los reapers se acercaron.

—Por suerte, prosiguió el salariano, la encerramos aquí y la hemos tenido aquí durante más de 15 años. Disfruten del Heraldo.

El humano estaba apoyado en el cristal, visiblemente afectado por todo. Respiraba entrecortadamente. Nadie se había fijado en él hasta ese mismo momento. Entonces el salariano se le acercó.

—Tranquilo, con todo el castigo al que le hemos sometido no se movería ni en mil años—dijo satisfecho el salariano. A lo que el humano girándose para encontrarse cara a cara le respondió con lágrimas en los ojos.

—¡Que la habéis hecho, monstruos! —El hombre empezó a terciarse en tonos azulados.

El salariano alarmado le agarró del brazo.

—¡Identifíquese!

—¡Soy el teniente Kaidan Alenko!—dijo cuando de pronto una aureola azul estalló a su alrededor empujando a todo el mundo al suelo.

El dolor inundó a Kaidan. Su corazón estaba partido en mil pedazos, llevaba 20 años buscando a su amor por toda la galaxia. Sin descanso con la esperanza de encontrarla. Y ya lo había hecho. Pero lo que encontró era incluso más doloroso que una vida de tormentos. Prefería mil veces haber sido él al que hubieran torturado, no a ella. Ella era genialidad, era virtud, era la mejor persona del mundo, comprensiva, guerrera, justa, con honor.

¡¡¡Ella no se merecía eso!!

Apretó tantos los dientes que le salieron gotas de sangre de la boca y sin querer hizo algo que nunca había conseguido, una singularidad se creó a su alrededor y todo empezó a desintegrarse. Personas, científicos, Puertas, la estación empezó a desquebrajarse. El poder desatado por Kaidan superaba y por mucho cualquier otro poder biótico usado hasta la fecha.

El dolor que Kaidan sentía alimentaba un agujero negro que poco a poco y si no lo paraba se iba a comer la estación y posiblemente los planetas de alrededor.

Pero la comandante Shepard lo evitó.

Le llamó, y este volvió a la normalidad y el agujero se empequeñeció. Corrió hasta ella y la desató.

Shepard abrió los ojos y aunque la luz le hacía daño, pudo mirar a los ojos a su chico. Kaidan la abrazó y la cogió en brazos. Sintió que su alma se rompía como un espejo en mil cachitos pero retomó toda las fuerzas para sacarla de allí.

En el hangar, un amigo le esperaba.

Jeff Moreau había sido su copiloto en estos largos años de búsqueda.

Por fin estaba a salvo. Por fin estaba con ella.

FIN

Mass Effect: La prisiónWhere stories live. Discover now