La Concubina del Diablo (Primera Parte)

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Cuando comenzaron a multiplicarse los hombres sobre la Tierra y tuvieron hijas, viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron de entre ellas por mujeres las que bien quisieron”

“. . . los hijos de Dios se unieron con las hijas de los hombres y les engendraron hijos. Estos son los héroes famosos muy de antiguo”.

 

Génesis VI

PRIMERA PARTE

–I–

–Así que ha venido a salvar mi alma –susurró, desde su lecho, la impasible voz de la mujer, quien permaneció, pensativa, con sus fríos ojos azules clavados en el techo.

El padre DiCaprio recorrió, tímida e indecisamente, la distancia que mediaba entre la puerta de la celda y la litera donde la mujer yacía, pálida y lejana como una figura de cera. Dio un respingo cuando oyó el fuerte sonido de la puerta al cerrarse con violencia tras de sí y giró brevemente la cabeza, con la asustada expresión de un animal acorralado. La mujer no se inmutó. Su semblante acartonado parecía incapaz de expresar emociones.

–Seguro que usted desea la paz con Dios –acertó él a decir.

Una extraña risilla irónica escapó de la mujer.

–Ha dado en el clavo, padre –dijo, sin volver la vista hacia él.

Las manos del sacerdote caían laxas y se cruzaban sobre una pequeña Biblia. Sus oscuros cabellos y ojos resaltaban sobre una piel muy blanca y joven de marcadas y hermosas facciones contraídas en un constante gesto de alerta.

–¿Querrá entonces que la escuche en confesión? –preguntó.

La mujer dirigió con lentitud su acerada y vacía mirada hacia él.

–¿Por qué? –preguntó en un tono airado–. ¿Acaso no lo ve todo  Dios? ¿Por qué habría de explicarle lo que no ignora?

Se incorporó despacio, sin dejar de mirarle un solo instante con sus incitantes ojos azules, y se situó cuan cerca pudo de él. Era alta, de modo que sus ojos se miraban frente a frente. Su voz era apenas un murmullo cuyo hálito él podía sentir sobre su rostro cuando le habló de nuevo.

–¿No será su morboso cerebro el que ansía regodearse en la horrenda visión de aquellos cuerpos infantiles acribillados a puñaladas? ¿Quiere que le describa detalladamente cómo lo hice? ¡Apuesto a que con eso le bastaría para darme la absolución!

El sacerdote se sintió recorrido por un escalofrío que le enfureció de súbito.

–¡Basta! –prorrumpió–. ¡Es usted...!

–¿Qué? –inquirió la mujer inclinándose aún más sobre el rostro de él y obligándole a retroceder–. Dígamelo, padre. ¿Qué soy? ¿Un demonio, tal vez?

El sacerdote miraba al suelo, evitando por todos los medios el contacto visual con la mujer, aferrándose a la Biblia que estrechaba ahora contra su pecho.

–No iba a decir eso –murmuró cohibido.

–¡Falso!– exclamó ella, y de un violento movimiento le precipitó sobre el camastro.

Por un momento se sintió aterrado ante la mirada colérica de aquella asesina con quien había pedido entrevistarse a solas. Quiso gritar. Sintió abrirse su boca y el rígido movimiento de la lengua en el interior. “Socorro”, decían sus labios, pero ni un sonido ahogado escapó de ellos.

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⏰ Última actualización: Jun 19, 2011 ⏰

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