Capítulo 9: La idea de la forastera

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Con el paso de los días las cosas volvieron poco a poco a la cotidianidad. A excepción de mi relación con Alejandro. Ahora podía decir con seguridad que la guerra entre nosotros había acabado y la paz consecuente era bastante reconfortante.

Si bien había alzado banderas blancas en su muralla, Alejandro seguía sin perder oportunidad alguna para hacerme  molestar. Pero ahora entendía que ese era un placer culposo para él y no su forma de expresar odio hacia mí.

De todas maneras me descubrí a mí misma divirtiéndome mucho encontrando formas de hacerle pagar por sus bromas pesadas.

Con respecto a los gemelos, poco a poco había logrado tenerlos bajo control. Aunque los pequeños demonios eran tan impredecibles como un tornado y justo cuando pensaba que los tenía bajo mi mando, me sorprendían con algún desastre de proporciones épicas. La hora que me tomaba para leerle a los gemelos un par de capítulos de "Las Aventuras de Allison" era el único momento del día donde podíamos  alardear de tener tranquilidad en la casa.

“...Las tardes a su lado se volvían mi parte favorita del día, recorríamos la playa hablando e imaginando un futuro distinto en el que éramos libres de hacer lo que quisiéramos. Nuestras manos se rozaban al caminar, incapaces de tomarlas por el que dirán. Un constante recordatorio de que mi acompañante era un hombre casado.

El primer beso llego de forma inesperada y fugaz, casi como por equivocación. La playa se encontraba completamente sola pues hace mucho había pasado la puesta de sol. Nos habíamos emocionado tanto con la charla que no nos percatamos del rápido correr del tiempo ni mucho menos de la cercanía que tenían nuestros cuerpos. Pero tan impredecible como siempre Pepe tomó la iniciativa, y a pesar de lo fugaz del roce de nuestros labios yo sentía como si hubiese aprendido a volar.

Sin embargo,  como siempre de lo bueno poco, y al percatarme de la cara de culpabilidad en su rostro después de aquel beso, sentí como si mis alas hubiesen sido cortadas y a medida que se alejaba sin pronunciar ni una palabra, caí en picada."

Al igual que todas las tardes, siempre pillaba al Sr. José espiándonos en nuestra lectura, se quedaba embelesado entre líneas hasta que se daba cuenta de que el capítulo había terminado.

Su hora de llegada marcaba mi salida, así que dejaba a los gemelos bajo su cuidado y me iba a perder mi tiempo en las llanuras de la propiedad.

Esperaba poder deambular tranquila divagando como solía hacerlo cuando de repente descubrí a Alejandro rodeado por un pequeño grupo.

¿Serán sus amigos? Me cuestioné. Y con justa razón, puesto que nuca antes le había visto acompañado.  Bueno, eso sin contar a la noviecita de la otra vez, me recordé.

La reunión no era festiva, según pude distinguir desde lo lejos. Los pocos ahí reunidos tenían caras de preocupación y parecían estar envueltos en una discusión. Alejandro, en su comportamiento típico, simplemente se limitaba a observarles con el ceño fruncido sin enunciar palabra alguna.

-Tenemos que encontrar alguna manera, debe haber algo que podamos hacer.- escuché decir al chico rubio que se encontraba al lado de Alejandro.

Todos los allí presentes guardaron silencio inmediatamente apenas sintieron mi presencia.

-Ven acá, Ali.- demandó Alejandro.

Tímidamente me acerque a la congregación donde Alejandro se dio a la tarea de presentarme.

-Chicos, ella es Ali.- indicó señalándome.-Ali ellos son Alberto.- enunció mientras me señalaba al chico rubio a su  lado quien me ofreció la mano y me dedicó una sonrisa. – Ella es Bárbara.- ahora señalaba a una alta pelirroja.

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