Capítulo 76: Flores de otoño

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James de Argyll estaba deprimido

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James de Argyll estaba deprimido. Tras la muerte de su esposa había descubierto que Annandale estaba al borde de la ruina. La guerra había terminado y con ella, mucha gente trataba de reconstruir lo que quedaba de sus vidas.

El conde se echaba la culpa a sí mismo de la mala gestión de su hacienda. Se reprochaba haber dejado el control de las finanzas a su esposa fallecida, de haber cedido a sus manipulaciones. Para intentar remediarlo, habían empezado a vender piezas de arte valiosas de la colección privada de Poppy en busca de algo de liquidez. Si las cosas no se remediaban, no tendría otra opción que vender parte de su patrimonio inmobiliario para sobrevivir a lo que les sobrevenía. Porque los arrendatarios ya no trabajaban las tierras y las ciudades ofrecían mejores condiciones de trabajo a las familias. Oportunidades reales de progreso que nunca encontrarían en las tierras de Annandale.

Su hijo Benjamin estaba haciendo lo posible para levantar lo que quedaba de la antigua gloria de su pasado y servía de poco, ya que su sueldo como abogado resultaba insuficiente para mantenerlos a todos.

Su yerno Scott Archer, también estaba contribuyendo aunque James tenía sus recelos. Habían invertido en nuevos sistemas de cultivo y recogida de cosechas que exigían menos mano de obra y él aseguraba que ahorrarían costes. Sin embargo, James se resistía a abandonar las viejas costumbres.

No estaba bien que los caballeros tuvieran que trabajar y sentía cierta vergüenza de su hijo y heredero. Iba en contra de todas sus creencias, de su educación, de su esencia, de todo lo que representaba su título. Pero los tiempos estaban cambiando. Su clase estaba destinada a evolucionar o desparecer, arrastrada por el nuevo paradigma socioeconómico al que se enfrentaban.

James se acercó a la tumba de su amada Dana Marlborough, depositó un ramo de camelias blancas y lloró amargamente. Se daba cuenta de que habría sido mucho más feliz con ella de lo que jamás había sido con Poppy. Las antiguas costumbres le habían traído satisfacciones, pero también mucho sufrimiento. Estaba claro que los tiempos tenían que cambiar, ya no tenía sentido evocar viejas glorias del pasado.

Miró hacia el panteón donde descansaba Poppy y sintió dolor, rencor y rabia. ¿Por qué no se había dado cuenta de lo que tramaba? Si la hubiera detenido habría podido salvar dos vidas: la de su biznieto, la de ella.

-Abuelo...

Miró hacia donde había venido la voz...hacia la pequeña figura, envuelta en el chal con el tartán de su familia; menuda, pero convertida en una joven mujer. Resuelta, fuerte...como ella, como su querida Dana Marlborough. Y sintió orgullo.

James sonrió con ternura.

-¡Candy...!

A ella le fascinaba la pasión de su abuelo por las plantas, en especial las orquídeas. Le recordaba al Sr. Whiteman, el jardinero de los Lagan; y también le recordaba a Anthony. De haber podido envejecer, se le habría parecido y mucho.

Esmeraldas bajo un cielo sin nubes [Libro 2 ] Tu suerte: mi destino  [Libro 3]Where stories live. Discover now