Capítulo 65: Una carta desde Francia

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Îlle Vierge,  primavera 1918

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Îlle Vierge,  primavera 1918

Belle estaba con  sus dos primas en el mercado del pueblo de Portainbleau. Vera Musolova,  la mayor de las dos, aunque hermosa, tenía oscuras  ojeras bajo sus hermosos ojos, de un reluciente verde jade que demostraban su sufrimiento. Ninguna de las dos hermanas pasaba desapercibida entre la gente. Pero no parecía importarles, sobre todo a Olga que había empezado a desarrollar una gran curiosidad por todo.

Habían perdido a su madre por culpa de los bolcheviques y todavía les costaba trabajo hablar de ello. Belle lamentaba la pérdida de su tía Odette y tampoco se atrevía a sacar el tema para no perturbarlas.  El pueblecito costero al que iban a mercadear una vez por semana,  parecía quedársele pequeño a Vera quien no parecía mostrar el menor interés por conocer nada. Pero en cambio, su hermana pequeña  tenía otra actitud. Olga solía escaparse a menudo, corría sin descanso por el muelle para pararse después  a curiosear por los puestos  con una gran sonrisa y señalar con el dedo  los productos recién cosechados del mar que vendían las mujeres.

Abundaba el marisco, la pesca y también la verdura que se cosechaba en esa temporada. Los precios no eran caros, aunque los productos de importación se habían vuelto prohibitivos. La harina, el chocolate, el azúcar  y el café eran los más difíciles de encontrar, aunque no imposible. 

Vera echaba de menos su antigua vida. Aunque lo disimulaba y se sentía agradecida por el acogimiento de sus familiares. Pero  su prima Belle se daba cuenta de sus sentimientos.  A veces la oía llorar en el cuarto que compartía con su hermana pequeña, quien a los nueve años había visto cómo su madre moría ante sus ojos. 

Aunque Olga al principio no hablaba debido a la impresión, poco a poco habían  conseguido que se abriera a la familia. La niña había mejorado mucho, comía con gran apetito y se había descubierto como una infatigable exploradora de la isla por la que había empezado a sentir verdadera devoción. Le gustaba vivir allí y no lo disimulaba, pese a los mohines de su hermana mayor  y  a las muecas de disgusto  mal disimuladas de su padre. 

Anatoli, el padre de las niñas, intentaba salir adelante como podía. No quería ser una carga para su cuñada a quien de tanto en tanto veía en él, todo lo que detestaba de un hombre. Sophie Le Bail  era independiente, se había acostumbrado a estar sola y a veces le molestaban los comentarios despectivos de su cuñado hacia las mujeres que acudían a la consulta. Era su modo de vida, no podía permitir que su conducta interfiriera en su trabajo y le costaba hacerse a la idea de que ellos ahora vivían allí. 

Había accedido a acogerlos por amor a su hermana Odette, pero eran tres bocas más que alimentar y no les llegaba el dinero.  Aunque Sophie lo callaba por consideración a su familia. Eran lo único que le quedaba de su hermana menor. 

El boyardo lo sabía. Así que, el noble barón Anatoli Ivánovich Musolov tuvo que empezar a buscar la manera de ganarse la vida para evitar ser una molestia. Empeñar las joyas de la familia había sido una solución desesperada que al principio funcionaba pero no era la solución definitiva a sus problemas.

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