Capítulo 50: Una pena secreta y un favor a devolver

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Durante el trayecto Clarice sintió que se ahogaba

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Durante el trayecto Clarice sintió que se ahogaba. Los recuerdos la abordaron dejándola debilitada, indefensa ¿por qué sentía que algo terrible había sucedido en Annandale? ¿Por qué presentía que algo le había ocurrido a su familia?
¿Cuándo iba a ser suficiente? ¿Acaso ya no habían padecido bastante?

Miró a Scott cuya expresión triste por lo sucedido a Candy aún no había abandonado su atractivo rostro, recordó las lágrimas vertidas por su nieto no nato y luego recordó con pesar algo que había creído olvidado. Algo que la hería, la quemaba por dentro y la torturaba. Si, hacia tiempo, mucho tiempo que no sé permitía pensar en ella. En evocar su recuerdo doloroso, oculto en lo más intimo y profundo de su corazón.
Suspiró y  así, Clarice se permitió pensar en ella.
En Carlota... su Lottie.

Su niña. Su dolor, la niña que se había llevado la muerte.

Las monjas que la atendieron en el hospicio durante el parto le dijeron que venían dos criaturas, le dijeron que una de ellas había nacido sin vida y aunque insistió en verla, ellas se negaron diciéndole que era mejor ahorrarle aquella pena.

—¡Quiero ver a mi niña...Por favor, por favor déjenme verla!— Exclamó agarrando con desesperación la manga del hábito de la monja que había hecho de partera.

Pero la hermana se deshizo de ella y negó con la cabeza, compasiva, firme pero también severa porque Clarice no tenía marido. Le dijo que Dios había acogido a su bebé en su seno y que ahora debía de preocuparse por su otra criatura, que lloraba con fuerza agarrada a su pecho.

—Una hija nacida en pecado ya es suficiente para tí, mujer...— Repuso otra hermana mientras la dejaban sola, en aquella minúscula habitación.

Clarice se ahogaba por la pena. Nunca pudo olvidarla ¿Cómo podría? a ella siempre le había parecido oírla llorar mientras la llevaba la hermana Piety en brazos, envuelta en un ensangrentado lienzo.

—Está con Dios...lo que has oído han sido imaginaciones tuyas, niña.—Le aseguró una hermana más joven y de rostro más agradable.

Al fin agotada, Clarice solo pudo asentir y creer lo que le habían dicho aquellas mujeres piadosas que se habían ocupado de ellas. El hospicio regentado por monjas albergaba a otras muchas muchachas infelices como ella, con escasos recursos económicos y pocas oportunidades para salir adelante. Pero ella no estaba de acuerdo con la tal sor Piety. Aquella criatura había sido concebida por amor y había crecido dentro de ella, compartiendo su calor con su hermana.

Clarice lloró por su hijita perdida y también lloró por su nieto no nato, intentando que el secreto de su nacimiento y muerte prematura no la sofocara. Clarice Dana Bruce, ahora señora Archer, se consoló pensando que al menos Dana, su madre, su hija, a la que había llamado Carlota en su corazón y su nieto estarían juntos en el Cielo.

Y daba gracias por haberse reencontrado con Candy y por el amor de su marido.

Pero no podía compartir esto con Scott, no después de haber padecido tanto. No ahora, cuando la tragedia parecía haber cubierto con su negro manto a la familia.

Esmeraldas bajo un cielo sin nubes [Libro 2 ] Tu suerte: mi destino  [Libro 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora