Capítulo 48: La aventura de Jamie Doyle

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El pequeño James Doyle lo vio todo desde el armario de la sala

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El pequeño James Doyle lo vio todo desde el armario de la sala.

Había bajado a la cocina a por un vaso de leche. Y a sabiendas de que todo el mundo dormía había aprovechado para pasearse por la casa. Estaba a punto de amanecer y la luz de la luna, iluminaba con su luz azulada el contorno de los muebles.

A Jamie le gustaba mucho aquella sensación. Sabía que estaba haciendo algo que no le estaba permitido, pero a sus diez años estaba dispuesto a saltarse las normas solo por presumir y ante su hermana pequeña y los niños rusos invitados de sus abuelos.

Entonces escuchó las voces.

Eran su abuela Poppy y Odette la doncella. Discutían por la prima Candy y él comprendió desazonado que habían hecho algo malo. Sentía que el corazón le latía con rapidez y tenía ganas de salir corriendo de allí, ir hasta su cama y refugiarse bajo las mantas.

Pero sabía que aquello lo delataría así que aguardó con impaciencia a que ellas terminaran.

No lograba entenderlo. ¿Por qué Odette se había dejado aquella pastilla de jabón en el suelo del baño? ¿Por qué hacerle daño a la prima Candy? ¿Qué le pasaba a la abuela? El niño estaba disgustado. Pensaba que a la familia había que quererla y Candy le caía bien. Era divertida y le gustaba jugar con él y con su hermana Lizzy. Estaba tan nervioso que se había derramado parte de la leche encima.

"Estupendo, ahora sí que me regañarán...", se dijo mientras se tocaba la mancha pringosa del pijama con las manos.

Pero ahora estaban ocurriendo otras cosas más interesantes. Ya buscaría la forma de limpiarse.

Afinó el oído y escuchó el portazo de Odette dejando la casa. Esperaba que la abuela no tardara mucho en volver a su habitación e iba a salir e inventarse una excusa cuando escuchó hablar al abuelo James. Entonces abandonó esa idea inmediatamente.

Era horrible, discutían. Y se decían cosas feas. Muy feas.

Jamie se llevó las manos a los oídos. No podía soportar aquel tono de voz,  ni cómo se hablaban.

Le dolía.

Los abuelos no se podían pelear, no se podían tratar así. Estaba mal.

Jamie apretaba los puños con fuerza intentando aguantar su enfado. No le gustaba que los adultos riñeran de ese modo y creía que él podía impedirles que siguieran discutiendo así que, envalentonado salió de su escondite dispuesto a hacerse oír.

Pero fue un error.

Horrorizado observó que la abuela estaba a punto de golpear al abuelo, vio cómo ella tropezaba con su camisón y cómo después se caía por las escaleras y rodaba como un fardo mientras escuchaba espantado aquel grito horrible.

Tras el accidente Jamie echó a correr aterrorizado y se escondió en la alacena de la cocina.

—Abuela, abuelita...No, no...—Repetía Jamie mientras se tapaba los ojos llenos de lágrimas con las manos, incapaz de dominar los temblores que sacudían su pequeño cuerpo.

Esmeraldas bajo un cielo sin nubes [Libro 2 ] Tu suerte: mi destino  [Libro 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora