Capítulo 1

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Un techo blanco como la nieve, fue lo primero que vi al abrir mis ojos. Una habitación limpia y grande, con dos camas, dos mesitas de luz, cada una con sus respectivas lámparas; y dos sillas para algún acompañante que estuviera de visita, o bien para cuando se queden durante la noche. Estaba en un hospital.

Si me preguntaran cuál era mi recuerdo más antiguo, diría que el techo blanco de esa habitación. Los rayos del sol entrando por la ventana de un lugar completamente desconocido para mí y ella, una joven mujer de tal vez, unos 25 años de edad, vestida completamente de blanco con un cabello de un fuerte color rojizo, muy inusual según me dijeron, y una mirada confundida. Ella hizo preguntas que no pude responder, me mostró cosas que no pude reconocer y hablaba de quienes no podía recordar. Pero lo que hasta el día de hoy recuerdo claramente fue su reacción de tristeza y sorpresa al preguntarle.

—¿Quién soy?

Máximo, ese es mi nombre o al menos el nombre que los doctores me dijeron que era. Según alguna identificación casi destruida que pude ver cuando desperté aquí, de la cual solo era visible el nombre. Sin embargo, me resultó más cómodo el apodo que todos usaban conmigo: Max.

Lo único que había podido recordar en esa semana internado fue que tenía 16 años y que el apodo Max me resultaba más cómodo cuando me hablaban o me llamaban para algún estudio médico. Debido a un accidente de tráfico, hace poco más de una semana, perdí todos los recuerdos de mi vida; familia, amigos, pasatiempos, no podía recordar nada de eso. Me veía en un espejo y no reconocía mi propio reflejo, era una sensación extraña, y aterradora si soy honesto, pero lo que realmente sentía era que estaba vacío y solo en un mundo que ya no conocía.

Era curioso que, aun habiendo perdido todo recuerdo de mi pasado, tenía varios conocimientos generales, conocimientos que suponía enseñaban en las escuelas. Podía reconocer objetos, animales e incluso algunos libros clásicos que me mostraron; me resultaban familiares, no los recordaba, pero sentía que ya los había visto.

—Hmm... tus heridas físicas están evolucionando favorablemente, pero como supusimos tu amnesia parece persistir a pesar de todo —dijo el doctor mientras revisaba su planilla, y cada cierto tiempo anotaba alguna cosa allí.

Guardé silencio durante la revisión, no importaba cuantas preguntas me hicieran, no había avances con mi memoria, y mi actitud desinteresada no los ayudaba, por lo que decidieron priorizar mi estado físico y hacer sanar mis heridas externas.

—Honestamente, no sé porque tus recuerdos no han regresado aún, pero no te desanimes con el tiempo irás recordando pequeñas cosas, veras que pronto estarás como antes, —dijo intentando animarme, aunque sin éxito —te quedarás un par de semanas aquí, después de todo en tu estado no podemos dejarte marchar como si nada.

Mantuve mi mirada en la ventana de mi habitación, en dirección al patio del hospital. Una gran zona verde rodeada por pasillos y habitaciones. El césped era verde y muy cuidado, había baldosas de piedra que lo atravesaban de extremo a extremo por las cuales uno podía recorrer todo el lugar, y unos bancos para poder sentarse y descansar. Pero sin duda el mayor atractivo era el enorme árbol en el centro de este; un cerezo, inusualmente grande, que llegaba a la terraza del edificio y que proporcionaba un gran interés y satisfacción a los pacientes de aquí. Supuse que ese era su objetivo.

El ruido de la puerta cerrándose me distrajo de mis pensamientos, no me había dado cuenta que el doctor se había ido. Los últimos días me había sentido cansado y distraído, supongo que no se lo habrá tomado a mal, o al menos eso esperaba.

—Conque un par de semanas... —dije para mí mismo mientras me recostaba en mi cama.

Un rasqueteo me despertó.

El misterio de LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora