Capítulo 8: Reencuentro en Archer Hall

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Archer Hall, Montrose, Escocia

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Archer Hall, Montrose, Escocia. Finales de febrero 1917

La mansión Archer Hall había sido  requisada para ser convertida en Hospital de Campaña, para consternación del viejo Archer que veía cómo su casa era convertida en hospital en menos de dos días. Se retiraron muebles, se tapió la vieja biblioteca de la familia y se instalaron camas en la  galería y en la vieja sala de baile.  Algunas de las habitaciones destinadas a recibir invitados también fueron despojadas de sus viejos y costosos muebles, que fueron retirados a dos enormes habitaciones  y estos fueron sustituidos por muebles de hospital donde se alojarían los oficiales heridos en combate.

Los terrenos de la propiedad de los Archer abarcaban una amplia superficie de varias decenas de hectáreas que  podían ofrecer también solaz a los soldados, si éstos optaban  por  pasear al aire libre o incluso también podrían practicar algún deporte, como el fútbol o el cricket. El viejo Archer detestaba las visitas, pero se había visto obligado a aceptar por orden ministerial. Muchas de las viejas casas de campo lucían ahora patrióticamente la bandera de la cruz roja en sus fachadas. Era cuestión de tiempo que también les tocara a los Archer. Pero ¿Y por qué no  a los Bruce?  Esperaba sinceramente que al viejo conde también le tocase servir a la patria con su propiedad. Aunque en aquel caso, no estaba seguro de que Thomas lo disfrutase pues era bien sabido por todo el mundo que el viejo James era más patriota que él mismo y no dudaría en ofrecer en bandeja la mansión Annandale si con ello colaboraba para la causa de Inglaterra.

En estos pensamientos estaba cuando distinguió a lo lejos la llegada de un coche que se adentraba por el camino de grava que conducía a Archer Hall. Hacía tiempo que esperaba la llegada de su hijo Scott y nunca se imaginó  que se fuera  a retrasar tanto. Hacía ya quince años que no lo veía. Estaba a punto de alzar la mano cuando en ese momento se quedó plantado ante la escalinata de su imponente casa. 

"Demonio de chico...", pensó alterado al reconocer quién venía.

Cuando se quiso dar cuenta, un lujoso automóvil  aparcó delante  de la escalinata ante un atribulado Thomas que se encontraba fuera de su elemento, incapaz de procesar todo a la vez. Su hija Ariadna estaba dentro de la casa, ayudando a las  enfermeras voluntarias a instalar a los soldados heridos en sus camas, que recién habían llegado aquella misma mañana. El servicio no había sido avisado antes de  recibir a las visitas y Thomas se sentía incómodo. Hacía ya tanto tiempo que no veía a su hijo que no sabía si se alegraba o si por el contrario  seguía  enfadado con él por haberlo desafiado antes de marcharse a América con su nieto recién nacido. Aún recordaba el nombre del bebé: Gilbert. Se cruzó de brazos y frunció el ceño, mientras el pelo de las espesas cejas se le erizaba como el de un armiño. Hacía frío, el viejo highlander vestía la kilt tradicional de su clan, una camisa de seda y un chaleco del que colgaba la cadena de un antiguo reloj mientras mantenía los brazos cruzados sobre su imponente pecho, expectante, intentando dominar su temperamento volcánico mientras el frío viento del invierno despeinaba sus cabellos plateados que mantenía atados con una curtida cinta de cuero.

Esmeraldas bajo un cielo sin nubes [Libro 2 ] Tu suerte: mi destino  [Libro 3]Where stories live. Discover now