Prologo: La Maldición

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Londres, Inglaterra 1825

Aquella mañana, caracterizada por el frío y la persistente humedad típica de la ciudad, resultaba especialmente desoladora para Dongsun. Su hijo, Hayoon, padecía una grave sifilis, una enfermedad contagiosa con altas tasas de mortalidad. Los médicos ya habían advertido sobre la inminente posibilidad de que no sobreviviera a la noche, una perspectiva insoportable para él. 

 Se acomodó en un taburete junto a la cama de su pequeño. La aceptación de la inevitable muerte era un peso difícil de cargar. Los periódicos informaban implacablemente sobre la sifilis, destacando su letalidad y la aparente ausencia de una cura médica. 

En medio de la angustia, su mente retumbaba: «Dios, sé que he pecado, ¿pero acaso es esta la forma de cobrármelo?». Sentía que la injusticia divina se cernía sobre él. ¿Por qué castigar los pecados de los padres a través de sus hijos? ¿No debía la divinidad proteger la inocencia pura de los niños? ¿Por qué un inocente tendría que pagar por los errores de alguien impuro? 

—Papi, ¿en qué estás pensando? —preguntó el niño, su voz apenas audible debido a la enfermedad que asediaba sus pulmones. 

—En lo horrible que sería mi vida sin ti —confesó Dongsun con tristeza, lágrimas asomándose en sus ojos y la amarga sensación de un nudo en la garganta intensificándose mientras luchaba por contener las lágrimas. 

—Pero no me iré a ningún lado, ¿verdad? Tú me dijiste que me curaría pronto y podría salir a jugar cuando me sienta mejor —dijo el pequeño con una diminuta sonrisa.

—Lo sé, es solo preocupación de padre —sonrió, aunque su expresión era una máscara que ocultaba la persistente preocupación que lo acosaba.

—Te quiero, papi —susurró el pequeño. 

—Y yo a ti, cariño —la observó como si estuviera a punto de escaparse de sus manos. 

—Tengo sueño, ¿puedes quedarte conmigo, al menos hasta que me quede dormido? 

—Claro, me quedaré contigo —besó su frente con cariño.

Una vez que el sueño se apoderó del pequeño cuerpo del niño, el padre, sumido en una inmensa desesperación, sucumbió a un pensamiento intrusivo que se había instalado con ferocidad. El temor a una pérdida tan antinatural como la muerte de un hijo impregnó un solo pensamiento. Recordó a Jia, una joven dama que afirmaba que, con suficiente firmeza en el corazón, existían criaturas dispuestas a cumplir tus deseos.

En medio de su angustia, se encaminó al pequeño sótano que poseían. Llevó a cabo el ritual que le había mencionado Jia, realizando un corte para que su sangre sirviera de tinta creó la imagen mencianda, mientras colocaba cuidadosamente cinco velas rojas en cada esquina. Cayó de rodillas, unió sus manos y elevó su desesperado deseo. Aunque el miedo e inseguridad lo embargaban, su agitado corazón acalló los temores. 

—He pedido a Dios que salve a mi hijo, pero él no me ha escuchado. Por eso recurro a alguno de ustedes, criaturas que habitan en la noche. Estoy dispuesto a hacer lo que sea por la vida de mi hijo.

De repente, un fuerte viento cruzó la habitación, apagando las velas, y allí estaba él.

—Me has llamado —dijo con frialdad, una figura que distaba mucho de las expectativas de Dongsun. Aunque no podía verlo debido a la oscuridad, la cercanía con la criatura infundía miedo, pero no se detuvo.

—Así es, espero que cumplas mi petición —su voz tembló, inseguro del resultado, pero decidido a intentarlo por la vida de su hijo.

—Lo haré, pero no será gratis —sonrió con su típica malicia, una expresión que a nadie le agradaba.

—No me importa, solo hazlo. Salva la vida de mi hijo, cúralo de la enfermedad que lo atormenta —ordenó, aunque su voz aún temblaba. Estaba asustado, pero nada lo haría retroceder.

—Tu hijo se ha curado, pero para que lo sepas, me llevaré la vida del próximo niño de esta familia —al terminar su oración, dio media vuelta y caminó dos pasos antes de desaparecer.

Eso dejó consternado a Dongsun. No esperaba un intercambio tan cruel: salvar una vida, pero condenar otra. ¿Y si el siguiente niño era otro hijo suyo o su nieto? ¿Podría vivir con el tormento de haber condenado a otro niño de su linaje?

Tratando de acallar su culpa, corrió al cuarto de su pequeño. Su pálida piel había recuperado su color habitual, sus mejillas estaban más rellenas y su cabello se veía más abundante. Su salud había sido restaurada, y eso llenó de inmensa alegría a Dongsun. Por el momento, decidió ignorar el peso de sus acciones y disfrutar de su hijo, por quien había hecho algo tan grande que ni él mismo podía dimensionar.

Vinculos oscurosWhere stories live. Discover now