Parte 3: Spiricom

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Aparcó la furgoneta entre las naves del polígono industrial. Era más cómodo que hacerlo allí que en las callejuelas estrechas, además le proporcionaba cierta intimidad. Allí, a la sombra de la nave color azul, podía descansar un poco antes de la hora de la cita. Apartó los cuadernos de apuntes y dos cáscaras de plátano de encima del catre y se tumbó para intentar meditar, siempre se le dio bien la meditación: era como una forma de “refrescar el sistema”, aunque últimamente le costaba “cambiar el chip”. Su mente saltaba de un lado a otro y siempre fluían pensamientos e ideas que le impedían dejar la mente en blanco... por eso había decidido regresar al principio, intentar simplemente relajarse tumbado, sentir los músculos pesar y distenderse... pero hasta eso era difícil en los últimos tiempos. Respiró hondo, intentó relajar los músculos de los párpados, pero una idea acudió a su cabeza y le hizo incorporarse. Sentado en el colchón, atrajo la mesita plegable, sobre la que  reposaba el ordenador portátil y tecleó.

DrTaylor>> Toc... toc... —Se removió nervioso y miró la hora, 16:45.  «Quedan quince minutos».

DrTaylor>> ¿Isis?, ¿estás ahí? … ¡MANIFIÉSTATE!  :p

Isis>> Aquí estoy, oh mi médium, hablando desde el más allá! LOL

DrTaylor>> Ja ja ja... de eso iba a hablarte

Isis>> Qué novedad “doctor”!!!

Siempre hablas de eso!!!  LOL

DrTaylor>> Ok... owned!

Ahora en serio: voy a conseguir un spiricom, lo necesito para avanzar en mis investigaciones. ¿Qué te parece?

Isis>> Afaik: no hay consenso, hay quien dice que era un fraude, nunca lo he probado.

DrTaylor>> Está claro, esta ciencia es emergente, hay pocos consensos, por eso voy a experimentar.

Isis>> Estupendo, ya me contarás

DrTaylor>> Ok tengo que dejarte, voy a recoger el cacharro

Isis>> Disfruta

Salió de la furgoneta y se encaminó a casa de Saúl, un buen chaval, lo apodaban “el Loco”. Vivía con sus padres, en el barrio colindante al polígono industrial. Llegó en pocos minutos y llamó al portón de la cochera. Saúl abrió una portezuela  de chapa que se recortaba en uno de los lados del portón verde.

—¡Illo!, Ramón... tiempo sin verte. —Aquel muchacho bajito, pero de complexión fuerte, le dio un abrazo y le palmeó la espalda.

—Taylor, por favor, llámame Taylor.

—Vale, como prefieras, ya me contó la Olga. Pasa pa dentro, que te tengo el bicho casi preparado.

La cochera no era tal, sino un taller donde abundaban tripas de ordenadores, monitores polvorientos, televisores antiguos apilados y diferentes componentes electrónicos.

—Veo que sigues en la brecha con la tecnología.

—No me puedo quejar... y siempre ando entretenido, ya sabes “el amigo informático...”, no me faltan encargos. ¡Pero tu encargo es la hostia! Hace más de cuatro años que no nos vemos y te veo igual, ¡o peor! —Ambos rieron.

—¿Te he causado mucho lío?, ¿entendiste bien el diseño que te mandé por e-mail?

—No ha sido nada, había poco que entender, era un esquema muy básico, pero he tenido que contrastarlo en varios sitios porque no me cuadraba de lo simple que es. ¿Seguro que con ese cacharro se puede hablar con los muertos? —Las pobladas y negras cejas de Saúl se elevaron sobre su inteligente rostro.

Los Muertos HablanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora