La sangre de los Farkas (capitulos 1 y 2)

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Aquí tenéis los capítulos 1 y 2 de La sangre de los Farkas. Estoy seguro de que si os gusta el misterio os van a encantar. Si es así, podéis conseguir la novela completa por tan solo 0,89€ aquí:

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¿Hasta dónde estarías dispuesto a llegar para proteger a una hija?

Decididos a cambiar el rumbo de sus vidas, el crítico gastronómico Ron Olson y su hija Kate abandonan la ciudad donde residen para trasladarse a Shilton, pequeño pueblo pesquero de la región de New Landas. Allí, entre frondosos bosques y cercana al mar, se levanta la vetusta mansión de su abuela Mariela, lugar donde Ron pasó gran parte de su infancia. Pero ahora, todo parece distinto. A través de sus largos pasillos, en la cúspide de sus buhardillas o en las entrañas del subsuelo, una malsana presencia permanece al acecho…esperando. Esperando el momento. Un pequeño librito azul, abandonado bajo el polvo en un húmedo sótano, guarda un terrible secreto ¿Qué se esconde en el oscuro caserón de los Farkas?

La sangre de los Farkas, la primera novela de José María Lluch, constituye un claro acercamiento al gótico contemporáneo. Dura y áspera en ocasiones, bucólica y contemplativa en otras, aunque siempre terrorífica y llena de misterios, la novela te conducirá sin tapujos a los más recónditos abismos del alma humana.

Aquí tenéis el blog de la novela, donde encontraréis multitud de referencias sobre la misma. Espero que os guste. Espero actualizarlo con buen ritmo.

http://www.lasangredelosfarkas.wordpress.com

                 CAPITULO I. SIN LUZ

Se constriñe el alma. Se hiela. Resulta difícil definir el terror atávico que sufre el ser humano ante una oscuridad no esperada. El pulso se acelera y el sudor frío se perla por todos los poros. Aquel pozo húmedo y putrefacto, en el que apenas se vislumbraba el soplo de luz agónica de un foco que se consume, trajo de repente a mi mente el ancestral horror a la nada. La nada consciente, la ausencia de los sentidos. Sólo tú y tu templanza. Es en ese momento cuando se la juega tu cordura, cuando se tensa con más intensidad ese fino hilo que te separa de pasar el resto de tus días en un psiquiátrico.

Tras unos segundos de desconcierto, traté de recuperar mi estabilidad perdida. Junto a mí agonizaba la linterna, chasqueando pequeños chispazos de luz que acabaron por extinguirse. La agarré palpando el suelo y traté de reanimarla agitándola varias veces. Enseguida tuve que darme por vencido, ya que probablemente la caída había roto los filamentos de la bombilla y la linterna no iba a volver a encenderse. Tendría que intentar seguir a oscuras, justo aquello que más me había preocupado antes de bajar, si es que se le puede llamar bajar a la caída libre que acababa de sufrir. Advertí cierta humedad en el mentón, bajo las muelas de la parte derecha de mi rostro. Al tocar con mis dedos, noté una fuerte laceración de dolor. No cabía duda de que aquel líquido espeso que corría cuello abajo era sangre. El salado sabor a hierro oxidado que experimenté al chuparlo lo corroboró. No sé en qué momento de aquella larga caída me había golpeado. El hoyo era tan estrecho que podía haber sido en cualquier pared. Sólo deseaba que aquello no pasara de ser una magulladura, aunque el malestar era profundo. Al intentar levantarme del suelo sufrí de inmediato otro suplicio infernal, esta vez en el tobillo izquierdo. Volví a sentarme de inmediato y ahogué, no sin gran esfuerzo, un desgarrado grito de dolor que podría haber llamado la atención de aquellos a los que buscaba. Mordí mis labios hasta el punto que parecía que iba a acabar comiéndomelos. No podía permitirme el lujo de perder el factor sorpresa si quería tener alguna esperanza de salvar el pellejo. Pensé que era muy probable que el pie se hubiera torcido al caer. Quizás, en el peor de los casos, podría haberse incluso roto, ya que el simple hecho de apoyarlo e intentar incorporarme me provocaba nauseas de dolor. Era como si un afilado bisturí estuviera raspando el hueso con saña. No intenté de momento volver a levantarme, y comencé a rebuscar en la mochila que llevaba conmigo. Saqué un rollo de cinta aislante, que es lo único que podría servirme. Rodeé el tobillo maltrecho con aquella cinta pegajosa una decena de veces, esperando al menos que le diera cierta estabilidad y con ello se redujera el dolor. Corté la cinta con los dientes y terminé de pegarla al pie dando un par de vuelta más. Me sobrepuse al dolor como pude y me levanté de nuevo. Cojeando como un tullido borracho, traté de continuar hacia delante. Mientras lo hacía, me pareció escuchar una suave música que descendía por el agujero que yo había caído. Aún me encontraba aturdido por el golpe, pero juraría que aquello que sonaba era un violín. Las notas eran realmente melódicas y si hubieran sido manos estarían ahora mismo acariciándome con dulzura.

La sangre de los Farkas (capitulos 1 y 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora