Su amor es algo que jamás me habría podido imaginar. Cada susurro dicho contra mis labios entre la lluvia de besitos que demuestra cuánto nos hemos echado de menos en el día resulta el más placentero de los postres, con una suavidad incomparable y tan etéreo como lo es ella... aunque también es capaz de hacerme sentir deseado de la forma más intensa posible, en la misma medida en que me seduce con su anatomía delicada. Y es que hasta eso está hecho  exclusivamente para mí; nuestros cuerpos pueden amoldarse con tanta exactitud que me encanta la sensación de ternura que invade mi cuerpo al abrazarle con todas mis fuerzas, al dormir con ella tan pegaditos que termine casi sobre mí, o al hacerle el amor hasta que su pequeño cuerpo termine extasiado y con cada característica que me encantaría decir, pero que sé que debe quedar entre ella y yo. También sé que soy posesivo, y lo confirmo cada vez que pienso en lo afortunado que soy de verle todos los días de mi vida en una situación u otra. Puedo verla hecha una princesa de pies a cabeza cuando usa vestidos para salir, verle con el cabello un poco revuelto cuando apenas empieza a despertar, y también contemplar cuando su rostro redondito se tiñe de un color carmín cuando el placer llega hasta cada rincón de su ser. Sea como sea, mis ojos siempre quedarán encantados al observarle, puesto que es la mujer de mis sueños y la única que puede causar mil y un sensaciones en mí solamente con una muestra pequeña de amor.