"Cuando las historias trascienden el tiempo, el mito y la realidad convergen..."
Odiseo, héroe de la guerra de Troya y viajero de las aguas más traicioneras, nunca imaginó que su historia sería contada de formas que él mismo no reconocería. En un inexplicable giro del destino, él, su familia, sus aliados y hasta los dioses del Olimpo son transportados a un lugar fuera del tiempo y el espacio. Sin poderes, sin armas, solo con sus recuerdos y rencores, se ven forzados a enfrentar algo más extraño que cualquier monstruo o guerra: ellos mismos.
Guiados por un misterioso Narrador, todos deberán presenciar cómo un grupo de mortales ha transformado sus epopeyas en canciones, letras y melodías. Mientras las luces iluminan la verdad de su viaje, cada escena del musical Epic desentierra emociones enterradas, secretos no confesados y perspectivas que jamás imaginaron.
¿Puede un héroe enfrentarse a su propia leyenda? ¿Qué sucede cuando incluso los dioses descubren que no son tan invencibles como creían?
En esta inesperada odisea, las voces del pasado cantan en un escenario eterno, y los protagonistas de la épica descubrirán que, a veces, las historias que contamos son tan poderosas como las vidas que vivimos.
Un espectáculo comienza. Una verdad se revela. La leyenda jamás será la misma.
No la buscaba a ella, ni siquiera me parecía importante su jodida existencia. Pero la vi. Y eso lo jodió todo.
La primera vez que vi a Anastasia, no fue una elección. Fue una coincidencia. Una de esas que se clavan en la piel y te carcomen la cabeza. No era especial. No era alguien que mereciera mi atención. Y, sin embargo, en cuanto la miré, no pude dejar de hacerlo.
Me obsesioné.
Como un puto animal en busca de presa, la seguí con los ojos, con el pensamiento, con cada maldito resquicio de mi conciencia. No había razón lógica. No había un propósito más allá del deseo irracional de verla temblar.
Anastasia no lo sabía, pero ya era mía.
Y cuando finalmente la tuve frente a mí, cuando supe que no podría escapar, entendí algo: no era solo deseo. No era solo obsesión. Era el placer retorcido de poseer algo que nunca debí tocar.