Lo que más me atraía de ella era su compromiso, hacia su cuerpo, hacia el sexo, hacia mí. Fácilmente, podíamos pasarnos desnudos todo el día, ella pasaba cerca y yo la nalgueaba; yo cruzaba por su camino y me jalaba la hombría. Todo era risas y erotismos sin compromiso. Ah, pero en la noche todo era distinto. Ella era fría y distante, se le daba por usar pijamas a rayas, que me exaltaban aún más la cabeza, por lo insólito de la cosa. Me arrimaba por detrás, pero ella sabía cómo bajarme el ímpetu con una sola bofetada. Sí que la detestaba, aunque conocía lo placentero del sexo lleno de enojo. Era toda una experta. Por la mañana, me despertaba, toda sudada y agitada. Se quitaba su ropa de ejercicio y me llevaba a la sala. Allí, frente a la ventana, gemía y me pedía por más.