Odio Profundo |BL| ©

By Mila_Darkness

5.8M 568K 737K

Dominik Evans es un joven introvertido, preso entre las paredes de su propio hogar. Maltratado por la persona... More

• Introducción
• Epígrafe
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Laguna Inestable

Capítulo 46

94.3K 7.9K 14.9K
By Mila_Darkness

Cada hogar transmite su propia esencia, algunos más que otros.

La mansión Evans carece de ella.

Aquella construcción ostentosa, reluciente y pulcra, se siente vacía. Los grandes pasillos son laberintos que te llevan hacia lugares preciosos: habitaciones espaciosas, luz entrando por lujosos ventanales, muebles diseñados meticulosamente. Pero allí, entre tanta belleza, hay una sensación de angustiosa soledad. Las paredes no poseen recuerdos, los objetos no contienen el afecto que les brinda la antigüedad, nada en ese sitio representa un hogar. Sin embargo, cuando visito la mansión Jones, el calor me rodea incluso antes de pasar. Su ambiente familiar es desconcertante, cada rincón está adornado con fotos enmarcadas, y Kara aparece en todas.

A veces suelo envidiarla.

El deseo egoísta de tener su vida permanece allí, es destructivo, asfixiante: duele saber que otras personas son tratadas como siempre anhelaste ser tratado. Esas sonrisas traviesas que Bastian le regala a su hija cuando está por abrazar a Adrienne, quien llega cansada del trabajo. Sus tontas discusiones que siempre acaban en besos, el olor delicioso que escapa de su cocina cuando él prepara la cena, las bromas entre ellos... ¿Por qué no puedo tener una familia así? Takara jamás debe saberlo, es una parte oscura de mí que prefiero ocultar, aunque no puedo evitar alegrarme por ella.

Mi mejor amiga merece padres amorosos, amigos sinceros y una novia que la cuide. Solo que, en ocasiones, me encuentro anhelando su vida.

Pero aquí mismo, rodeado por maleza y paredes sombrías, no hay nada que envidiar. El aura vacía de la mansión Evans no se puede comparar con esta esencia melancólica, deprimente. Aaron nos trajo hacia una casa descuidada, sumida en oscuridad devastadora. La densa humedad es casi palpable, puede percibirse en el aire.

—¿Por qué huele a quemado? —pregunto siguiéndolo, va algunos pasos delante de mí. Arrugo la nariz ante el fuerte hedor, abrumado.

No sé qué estamos haciendo aquí, me pone un poco nervioso. El sitio se encuentra en una zona apenas habitada, sin casas o personas cerca, y yo soy desconfiado por naturaleza. Intento controlarlo, pero la situación tampoco está ayudándome.

—Hubo un incendio. —Patea trozos chamuscados de madera que obstruyen nuestro camino, los cuales recién veo—. Consumió todo el primer piso, pero no llegó al segundo —habla deteniendo su caminar para enseguida tomar mi mano, guiándome—. Ten cuidado, el suelo es inestable.

Aquel delicado toque crea una sensación inefable que se desliza por mi cuerpo y me llena de hormigueos extraños, aliviando la tensión que ni siquiera había notado hasta ahora. Estar cerca de Aaron es conflictivo, como ser atrapado entre garras filosas pero sin poder huir porque han conseguido hipnotizarte. Permaneces inmóvil aun sabiendo que van a dañarte, te entregas a lo desconocido y caes sobre redes aterradoras que tú mismo tejiste.

El miedo desaparece, escapar se vuelve impensable, anhelas quedarte allí para siempre.

Ahora lo entiendo: amar es el arma más peligrosa de todas.

—Debemos subir —dice mi rubio, trayéndome a la realidad. Nos encontramos en el inicio de una tétrica escalera: varios tablones fueron consumidos por las llamas, dejando cenizas a su paso.

Aaron avanza con cautela, todavía sosteniéndome, mientras nuestros pulmones están siendo llenados por el aire contaminado. Toso varias veces, mis ojos comienzan a nublarse y la respiración me falla, necesito salir.

—¿Eres alérgico al polvo? —pregunta sacando un pañuelo de su bolsillo—. Ponlo en tu nariz, lo aprendí de las historias policíacas que te gustan.

Quedo asombrado ante tal confesión, sin poder creerlo: él detesta cualquier cosa relacionada con detectives.

—¿Te refieres a cuando hay un cuerpo pudriéndose, repleto de larvas, y los agentes se cubren la nariz para evitar el hedor? —cuestiono entretenido, Aaron parece asqueado.

—No necesitaba escuchar eso. —Me tira el pañuelo al rostro, apenas consigo sostenerlo—. Qué horror.

—Es un proceso natural; cuando se detiene cualquier tipo de actividad cerebral, cuando los órganos dejan de funcionar y nuestros corazones detienen sus latidos, los millones de microorganismos que viven en nosotros continúan reproduciéndose. —Sonrío notando cómo las facciones de mi pareja se vuelven rígidas—. Dichos microorganismos producen gases que, estando vivos, podíamos expulsarlos al respirar, pero al morir se acumulan haciendo que nuestros cadáveres comiencen a hincharse...

—Dominik Evans, una palabra más y vomito. —Camina rápido, intentando huir de la conversación—. Quiero hacer algo romántico para ti pero decides hablar sobre cadáveres en descomposición.

—Es tu culpa, no debiste mencionar historias policíacas —me defiendo—. ¿Por qué las lees si te disgustan tanto?

Subimos el último escalón que nos falta, llegando al solitario y vacío segundo piso. Realmente no comprendo qué tiene esto de romántico, parece más bien el lugar ideal para cometer un homicidio. Apenas veo algún estante polvoriento en todo este pasillo, los pocos cuadros que hay se encuentran manchados por la humedad.

—Las leo porque a ti te gustan —comenta acercándose a una puerta deteriorada—. Quería conocerte mejor, entender tus gustos... —Suelta mi mano, nervioso—. Lo sé, es algo tonto.

Las lee porque me gustan.

—Eres jodidamente tierno —susurro conmovido.

—Cállate —contesta, está avergonzado y eso lo hace todavía más tierno—. Entra a la habitación, por favor.

Él se hace a un lado, permitiéndome pasar primero. Resisto el impulso de hacerle algún comentario provocativo solo porque hay demasiada emoción en sus ojos, como un niño recibiendo el regalo que esperó durante meses.

—¿Dónde estamos? —pregunto adentrándome, observando cada rincón del lugar. Como era de esperarse, aquí también se percibe el deterioro: las paredes celestes contienen manchas, los pocos muebles están polvorientos y descuidados.

Hay una pequeña cama en el centro, sus sábanas son blancas. Sobre ella se encuentra la única ventana, aunque de tamaño considerable, cuyas cortinas también son blancas.

—Esta es mi habitación —responde con cierta timidez.

Me quedo inmóvil, analizando la situación. Todo empieza a tener sentido, él quiso que viniéramos a su antigua casa, donde vivía con Rebeca. La preocupación no tarda en invadir mi mente.

El incendio.

—¿Qué ocurrió? —cuestiono inquieto, temiendo su respuesta. Él aparta la mirada, aquel brillo de emoción que poseía antes se ha marchitado.

—Le dije a los bomberos que olvidé apagar la cocina. —Camina hasta la cama, percibo cómo sus manos tiemblan levemente.

—¿Era mentira? —lo interrumpo sintiendo un nudo sobre mi pecho.

—Sí —murmura.

Enseguida me acerco al rubio, notando aún más su evidente angustia. Si bien tengo curiosidad de saber qué provocó tal desastre, sé lo difícil que es enfrentarse a sucesos traumáticos. No deberíamos continuar aquí, este lugar puede ser un desencadenante para Aaron.

—Tal vez sea mejor irnos. —Acaricio su brazo con cautela, intentando animarlo. Él se estremece pero no retrocede, solo respira hondo, mirando hacia la nada.

—Aquí antes había un hogar —comienza a decir—, era mi pequeño refugio, el escondite que me mantenía a salvo. Cuando llegaba a casa hambriento, con retorcijones en el estómago, mamá estaba esperándome allí con otro plato de comida. —Sonríe amargamente, suspirando—. Era el suyo, no había para más. Todas esas veces que se te antojaba aplastar mi almuerzo, o simplemente tirarlo a la basura, ella lo notaba. —Los ojos se le nublan y hay dolor allí, uno que no puede sanar fácilmente, que lo ahoga.

—Lo siento tanto —susurro apretando mis dientes con fuerza, él continúa sin verme. Merezco escuchar cualquier reproche, Aaron necesita soltar lo que su mente quiere ocultar.

—Un día decidimos que no llevaría nada para poder comerlo al regresar, así no tendrías la oportunidad de quitármelo, pero te diste cuenta... —Una lágrima se desliza por su mejilla—. Me clavaste grapas en el brazo y exigiste que siempre trajera comida, así que te obedecí.

—Y Rebeca perdió su comida —susurro mordiéndome el labio inferior, cabizbajo.

—Solo algunas veces, terminó cuando papá se enteró —agrega.

—¿Y qué hizo? —pregunto con la vista borrosa, mi corazón late muy rápido.

—Empezó a trabajar horas extras —habla limpiándose aquellas escurridizas gotas que manchan su rostro—. Lo veíamos muy poco, cada vez menos. Mamá quería conseguir trabajo pero él se negaba, decía que ella merecía vivir como una reina, que ya hacía suficiente cuidando del hogar. —Niega con la cabeza—. Es tan estúpido porque papá también limpiaba y cocinaba, no es que ella se encargara de todo el quehacer.

—Tal vez solo deseaba verla cómoda, feliz —pienso en voz alta.

—¿Entonces por qué nos abandonó? —Cierra ambos puños bruscamente, acto que me desconcierta. Varias ideas retorcidas aparecen, algunas bastante realistas.

¿Y si es una trampa?

Aaron decide traernos a su antiguo hogar, el cual parece agobiarlo, y se ve más emocional de lo normal, inestable como la casa misma. ¿Cuál es el motivo? ¿Por qué se expondría así? Está actuando igual que alguien a punto de cometer una locura.

Pero él dijo que me amaba...

—¿Todavía quieres vengarte? —suelto repentinamente, él por fin dirige su mirada hacia la mía. Tiene los ojos un poco hinchados y las mejillas sonrojadas.

—Estoy cansado de sufrir. —Acerca una mano hasta mi rostro, acariciándolo con suavidad—. La venganza es para quienes solo piensan en ella, pero mis pensamientos están llenos de ti.

—¿Qué hacemos aquí? —me atrevo a preguntar, conmocionado.

—Antes déjame terminar la historia —habla inclinándose sobre mí para darme un pequeño beso—. ¿O hablé tanto que no sabes lo que intento decir? —Entrecierro los ojos, confundido. Él suelta una risita y me da otro beso, esta vez en la nariz.

—Estoy confundido —admito.

—Preguntaste qué ocasionó el incendio —responde divertido, abro la boca sin saber qué contestar—. Me desvié del tema, pero era necesario, ¿ahora puedo seguir? —Asiento, Aaron continúa—: Tanto como este lugar fue mi refugio, poco a poco se convirtió en el infierno de mamá. Entonces ella, hace algunos meses, quiso verlo arder.

—¿Qué? —Lo observo impresionado, intentando procesar la información—. ¿Rebeca prendió fuego su casa?

—Fue peor que eso. —La tristeza le opaca aquellos hermosos ojos—. Ella quería ser consumida por las llamas.

Intentó suicidarse.

—¿Cómo?... —me detengo, no tengo palabras.

—Salí temprano del instituto porque un profesor había faltado, sino hubiese llegado tarde —habla rodeándome con sus brazos—. Solo treinta escasos minutos impidieron que mamá estuviera muerta.

—Mierda, lo siento mucho. —Me recuesto contra él, abrazándolo.

—Por eso no puedo perdonar a mi padre, porque al dejarnos destruyó la bonita familia que ambos crearon. —Esconde su rostro en mi cuello.

—Cuando mamá se fue nos pasó algo similar, excepto que nunca fuimos una bonita familia, pero las cosas definitivamente empeoraron —le confieso—. Sé que son casos diferentes: la muerte no te da una opción, el abandono es una elección.

—Mamá tenía opciones —susurra sosteniéndome con fuerza—, pero jamás me abandonaría así voluntariamente; fue su depresión, esa maldita enfermedad, que la llevó a eso.

—Tranquilo, Rebeca ahora se ve mucho mejor, no intentará dañarse otra vez —hablo acariciando su espalda.

Ella es un gran misterio, me cuesta creer que siquiera pensara en suicidarse, mucho menos intentarlo. Pero algo es seguro: si atentó contra su vida una vez, puede hacerlo dos. Le mentí a Aaron porque no quiero que siga preocupándose.

—Lo sé —responde apartándose un poco—. Perdona, no esperaba terminar derramando mis traumas sobre ti, se suponía que debía ser un momento lindo.

Se ve demasiado adorable cabizbajo, como un perrito siendo regañado. Y está haciendo pucheros... Pide que lo coma a besos.

—Luego podrás derramar otras cosas sobre mí. —Le sonrío tomando su rostro con las manos, obligándolo a verme—. Aaron, me has traído a tu hogar, tu refugio, confías en mí hasta el punto de contarme tus problemas e inquietudes, eso hace de este un momento hermoso.

—¿Por qué siempre sabes qué decir? —pregunta con la mirada más pura que haya visto, la tristeza parece haberse disipado.

—Porque pienso antes de hablar, no como otros —bromeo ganándome pequeños empujoncitos que me dan cosquillas.

—Tengo que darte tu regalo —habla más emocionado, mostrando esa chispa de alegría que ansiaba ver.

—Con lo que tienes entre tus piernas es suficiente. —Le guiño un ojo.

—No me provoques, zorro astuto. —Apunta hacia mi rostro con su dedo índice—. Estamos en el medio de la nada, podría follarte tan duro que nadie vendría a salvarte.

—¿Y quién dice que quiero ser salvado? —pregunto arqueando las cejas.

—Basta... —Una mano me aprieta el trasero bruscamente, lo miro indignado—. Tú empezaste, ahora quédate quieto.

No espera ninguna respuesta, solo se da vuelta y camina hasta la mesita de luz que está contra aquella polvorienta cama. Un desordenado escritorio llama mi atención, en él hay varios papeles arrugados, rotos.

—¿Qué escribías allí? —suelto mientras Aaron revuelve algunos cajones.

—¿Escribir? —Levanta la vista—. Ah, te refieres a los bocetos.

Comienzo a sentir hormigueos por todo el cuerpo, atravesando cada centímetro de mi piel. ¿Él continuó pintando? ¿Será posible?

—Quiero verlos —le digo ansioso.

—No vale la pena —contesta volviendo a revisar entre los cajones desgastados—. Son apenas pobres intentos sin forma, me había rendido hace años pero quería probar otra vez y fue desastroso. —Al fin logra tomar algo, enseguida lo saca—. Desearía poder dibujar como antes, supongo que seguiré tratando.

—¿Es por mí, cierto? —suspiro sentándome en la cama, queriendo eliminar esa sensación amarga que me sofoca repentinamente.

—Es infantil —contesta regresando con una especie de papel en sus manos.

—Sabes que no. —Cruzo los brazos, intranquilo.

—Son cosas que debí superar pero aún cuesta. —Se sienta a mi lado—. No es importante.

—Recuerdo aquella vez que estabas pintando rosas, eran hermosas —hablo inseguro, esperando no estar presionándolo—. Y yo, como buen idiota, te dije que eran cosas de niñas.

—Hiciste que tragara bolas de papel. —Me empuja lentamente con su hombro, jugando—. Ese día no fue tan malo, pero semanas después enloqueciste cuando me encontraste dibujando en mi escondite.

—¿Escondite? —pregunto.

—Sí, el armario del conserje. —Pasa su brazo por mis hombros, tirándome sobre él—. Solía ir allí cada receso, era perfecto para esconderse.

—¿Cómo te encontré? —Temo la respuesta, mas la necesito. Odio saber que fui ese monstruo, pero creo que hablarlo con Aaron es liberador para ambos.

—Normalmente te gustaba perseguirme por los pasillos, entendí que debía aprender todas las salidas y caminos posibles. —Acaricia mi cintura, relajándome—. Justo aquel día fui descuidado, no presté tanta atención como siempre, y me hallaste.

—¿Qué pasó? —Recuesto la cabeza contra su cuello.

—Abriste la puerta de golpe, tus ojos brillaron con furia cuando notaste que estaba dibujando —suspira deteniéndose, enseguida continúa—: Fue mala idea esconderme en un lugar lleno de productos químicos.

No...

—D-Dime que no es nada grave —tartamudeo sin poder verlo a los ojos, aterrado.

—Estoy vivo, ¿no? —contesta en un pésimo intento de tranquilizarme.

—Aaron, dime qué pasó —demando sintiéndome mareado.

—Prefiero dejar el tema, por favor —susurra.

Quisiera insistir pero no es correcto, debo darle tiempo. Hoy me ha contado más cosas personales que nunca, sería injusto hacerlo.

—¿Qué tienes ahí? —pregunto apuntando al papel enrollado, él parece aliviado.

—Ten, siempre ha sido tuyo. —Extiende su brazo, entregándolo.

Agarro cuidadosamente el objeto, sintiendo una extraña punzada en la cabeza. Tiene cintas negras alrededor, por su textura diría que son viejas: lucen algo raídas, gastadas. Comienzo a quitarlas con delicadeza, los latidos de mi corazón aumentan. Aquellos ojos verdes e inexpresivos me reciben...

Es el niño que una vez fui.

Hay vacío en su mirada, desesperanza. El cabello cual ébano cae sobre la pálida y marchita piel, cada rasgo está pintado con precisión. Noto un pequeño moretón cerca del cuello, sobre sus clavículas, hecho tan sutilmente que apenas es visible. La camiseta azul impide ver más allá, cubriéndolo. Es impactante por sí mismo, tal obra parece ser el resultado de un profesional, pero lo más asombroso es leer la fecha que aparece al final.

Fue hecho hace once años. 

—¿Qué significa esto? —Levanto la vista, atónito. Intento encontrarle alguna explicación lógica, mas no la hallo—. Te traté horrible, tenías miedo... ¿Por qué me dibujarías?

—Al principio, cuando solo éramos dos niños desconocidos, no había ningún pasado con el que debiéramos cargar. —Acaricia mi pierna con sus dedos, descargas eléctricas rodean la zona, haciéndome estremecer—. Tú no sabías de mi existencia, pero yo siempre fui consciente de la tuya.

—¿Te gustaba? —pregunto impulsivamente, Aaron queda callado por largos segundos hasta que suelta una carcajada.

—Teníamos cinco años y nunca habíamos hablado, no me gustabas —responde entretenido—. En realidad sentía curiosidad, eras diferente a nuestros compañeros, todos podíamos verlo.

—¿Qué tan diferente? —Arrugo la nariz, confundido.

—Alpha admitía únicamente a niños con capacidades elevadas, cada alumno allí debía ser brillante —habla concentrado—. Nos enseñaban temas demasiado avanzados, a esa edad ya sabíamos multiplicar y dividir en dos cifras.

—¿Estás seguro? —pregunto desconcertado—. Las funciones lógicas comienzan a desarrollarse recién cuando un niño tiene siete u ocho años, con suerte memorizan las tablas.

—Nuestro desarrollo cognitivo era superior al del promedio. —Se encoge de hombros—. Y tú, aún teniendo ejercicios bastante complejos, los terminabas al instante.

—¿Por eso era diferente? —pregunto curioso.

—No. —Sonríe afectuosamente—. Cuando ya no tenías nada qué hacer, solías observar a cada niño con repulsión, como si desearas herirlos. Ellos comenzaron a temerte... —Ahogo un jadeo.

—Parecía un psicópata. —Una sensación nauseabunda se instala en mi estómago.

—Tal vez para ellos, fueron criados con ciertos privilegios, les dificultaba entender qué estaba mal en ti y prefirieron apartarse —murmura—. No miraban tus brazos magullados, ni las prominentes ojeras que poseías, ignoraban todas esas señales que eran tan evidentes para mí. Incluso los maestros guardaban silencio, seguramente sabían quién era tu padre. —Aprieta los dientes, frustrado—. La única que se atrevió a decir algo fue Lucy Woods, pero solo logró ser despedida.

La señorita Lucy...

Apoyo ambas manos sobre la cama, tratando de mantener el equilibrio. Mi vista se vuelve confusa y agobiante, haciéndome sentir mareado. Aaron continúa hablando, apenas logro distinguir una o dos palabras. La cabeza me duele mucho, varios puntos negros aparecen. Soy absorbido por la oscuridad, hundiéndome en ella. 

Odio el día de las madres.

Es molesto ver cómo esos niños estúpidos se ponen felices y les hacen regalos, sus manos son tan torpes e inútiles que apenas pueden pegar papeles de colores, manchando todo lo que tocan. Pero obviamente tenía que haber uno diferente a los otros tontos, uno que siempre es aplaudido por nuestra maestra. Él nunca se equivoca, cada cosa que hace es perfecta. Nunca lo vi llorar, o enojarse, es como si solo supiera sonreír.

Necesito borrar esa sonrisa.

Hoy pasó toda la mañana decorando cajas pequeñas, haciéndole flores violetas como si fuese una niña. ¿No le da miedo que su papá se enoje? El mío no me permite dibujar, solo puedo leer cosas que no entiendo mucho, pero es divertido aprender palabras nuevas como "masacre". Es un libro muy grande, dice lo que significa cada palabra. Tengo más juguetes, pero papá se enoja cuando los utilizo, quiere que no me mueva. Por eso prefiero mi libro con palabras difíciles, aunque extraño los cuentos que leía mamá cuando debíamos ir a dormir.

—Este pasillo da miedo —la voz chillona y molesta de un niño hace que abra los ojos, enojado—. ¿Por qué estás sentado en el suelo? ¿Estabas llorando? Tu carita está rojita.

Golpeo mi cabeza contra la pared, pensando en cómo deshacerme del insoportable Miller. Es la primera vez que habla conmigo, y espero que sea la última.

—¿Qué demonios quieres? —pregunto mirándolo. Es tan pequeño, su cuerpo nunca tiene moretones. No entiendo por qué, ¿se porta tan bien que su papá no le pega?

Yo también me porto bien pero igual me pegan.

—La señorita Lucy quiere que regreses a clase, se puso triste porque rompiste tu regalo. —Juega con sus manos, el tonto parece nervioso—. Te estaba quedando bonito.

—Dile que no volveré —contesto cruzando los brazos.

—Ella nos contó lo que te pasó —susurra como si hablara de algo secreto—. No sé qué es perder a una mamá, pero sé que sin la mía estaría muy triste.

Cierro ambos puños con mucha fuerza, algo en mi pecho duele. Veo borroso pero sé que no debo llorar, así que intento evitarlo. ¿Por qué Miller puede tener a su mamá y yo no? ¿Qué tiene él que me falte a mí? ¿Es porque sonríe siempre? ¿Es porque dibuja bonito? ¿O porque nadie lo lastima?

Lo odio.

—Papá dice que llorar es bueno. —Se sienta en frente de mí, quiero empujarlo—. Mamá no cree eso, dice que las lágrimas no arreglan nada, pero siempre me abraza cuando lloro. ¿Quieres un abrazo?

—No, solo vete —contesto mordiéndome la lengua, duele—. Y para que sepas yo jamás lloro, es de niñas.

—¿Quién te dijo eso? —Arruga su nariz pecosa.

«No seas marica, los hombres jamás lloran».

«Apenas te golpeé, deja de quejarte».

—Qué te importa, idiota —susurro.

—Eres grosero —dice inflando las mejillas—. Yo te hablé bien.

—Quiero que te vayas —suelto comenzando a enfadarme aún más.

—Pero la maestra... —Me levanto de golpe, logrando que se calle.

Mi espalda duele tanto que apenas puedo sostenerme, pero apoyo el cuerpo contra la pared para evitar caer. No debí salir al jardín sin permiso, sabía que papá me castigaría con su cinturón otra vez.

—¿Estás bien? —pregunta Miller, poniéndose de pie.

—Déjame en paz. —Empiezo a caminar por el pasillo, escuchando los pasos ruidosos del rubio tonto.

—Tu nombre es Dominik Evans, ¿cierto? —Asiento con la cabeza, molesto—. ¿Puedo llamarte Dominik?

—No.

—Bueno, Dominik. —Le escucho reír, aprieto los dientes—. Deberías regresar a nuestra clase, todavía puedes arreglar el regalo.

—Es inútil, ya no tengo mamá —murmuro.

—Sí la tienes, solo que no puedes verla, pero está cuidándote como mis abuelitos me cuidan desde el cielo. —Su mano cae sobre mi hombro, asustándome.

«Cuenta hasta diez».

«Regresa conmigo, por favor».

El suelo desaparece repentinamente y caigo hacia la nada, viendo cómo mi cuerpo infantil se desvanece, volviéndome parte del vacío que consume el lugar. Pequeñas lágrimas caen por mi rostro, alguien me sostiene mientras susurra cosas que no logro comprender, solo hay estática. Intento abrir los ojos pero enseguida la luz invade mis pupilas, impidiéndome ver con claridad.

—Estás bien, amor —reconozco la voz tranquilizadora de Aaron—. Enfócate en un objeto, dime cuál es su color y para qué sirve.

—L-Lámpara verde —consigo responder, apenas puedo respirar. Me concentro en hacer lo que pide, poco a poco regresando a la realidad—. Sirve p-para alumbrar.

—Correcto, bien hecho. —Percibo cómo unos labios besan mi frente, el rostro del rubio se hace cada vez más visible.

¿Tuve otro recuerdo?

No puede ser... Estuve en los pensamientos de Dominik malvado, en su cuerpo. Sé que somos la misma persona, pero antes solía verme externamente, como si aquel monstruo fuese una sombra corrosiva y aterradora. Lo hacía más liviano, podía trazar líneas entre nosotros, distinguir quién era el malo. No entendía sus acciones, solo las aborrecía. Pero el motivo siempre estuvo allí, en la superficie, brillando intensamente:

Sentía envidia, quería ser Aaron.

Tardé tanto tiempo en descubrir una verdad demasiado obvia, el origen de nuestra historia. Todo el odio siempre fue debido a mi estúpido anhelo, ese infantil deseo de tener padres que me amen. Entonces él apareció con su felicidad que no podía entender, con la alegría que no lograba sentir, y solo quise destruirlo.

—¡Soy un idiota! —grito furioso, apretando los puños. Necesito golpear mi cabeza contra alguna pared hasta morir de forma patética, porque es lo que merezco.

—¿Dominik? —Enseguida me detengo al oírlo—. No eres tonto por tener ataques de pánico, también los tengo.

—¿Qué? —pregunto confundido, levantando la mirada. Él está junto a mí, recostado en la cama, con un brazo cubriéndome el cuerpo—. No fue eso lo que pasó.

—Sé reconocerlo, estabas actuando como si tu mundo se derrumbara —contesta nervioso, incorporándose. Lo imito para quedar a su altura, ambos nos sentamos sobre el borde.

—Desbloqueé otro recuerdo —confieso.

—¿Cuál? —Agarra mi mano repentinamente, preocupado.

—Nuestra primera conversación —admito con cierto temor.

—Entonces no es tan grave. —Hay alivio en su mirada, como si esperase algo mucho peor.

—Pero hubo una cosa diferente —suspiro—. Mis recuerdos bloqueados son en tercera persona, y esta vez fueron en primera.

—¿Te ves a ti mismo como si fueras alguien más? —pregunta asombrado, sus ojitos iluminados consiguen hacerme sonreír.

—Sí, básicamente es ser un espectador —respondo—. Al no serlo pude saber lo que ese niño pensaba, el porqué de cada acción, y fue espantoso.

—Ese niño eres tú —dice arqueando las cejas, perspicaz.

—Lo sé pero...

—Déjame terminar —me interrumpe—. Creo que sé cuál es el problema: te cuesta asumir que ambos son la misma persona, por eso tus recuerdos eran así. —Asiento dándole la razón, impresionado por su rápida deducción—. Pero tal vez ahora sea diferente porque quieres, de manera inconsciente, aceptar el pasado.

—Y al hacerlo debo reconocer que aquel niño siempre he sido yo —agrego mirándolo, estoy aterrado—. ¿Seguiré recordando así? No sé si podré soportarlo.

—Es normal tener miedo. —Entrelaza sus dedos con los míos, dándome la sensación reconfortante que necesito—. Y te entiendo, he tenido problemas con aceptar la frágil versión de mí, pero todo lo que estamos haciendo es un avance.

—¿En serio? —pregunto esperanzado.

—Sí, avanzamos a nuestro ritmo. —Me sonríe, algo resplandece en aquellos preciosos ojos—. Te traje aquí justamente para que pudieras verlo.

—Por eso el dibujo. —Mierda, ¿dónde está? Observo rápidamente la cama, sintiéndome aliviado cuando noto que se encuentra a un costado de nosotros, seguro.

—Necesitaba que supieras cómo nos conocimos —contesta, después sigue—: Si mi yo del pasado veía algo bueno en ti cuando los demás te temían, y tu yo del presente ve algo bueno en mí cuando los demás no lo ven... —Un rubor aparece sobre sus mejillas—. ¿Qué tan incorrecto sería que estuviésemos juntos?

—¿Te refieres a estar juntos de esa forma? —Hay calor invadiendo mi rostro, la respiración comienza a fallarme nuevamente.

—Tú eras la enfermedad que estuvo envenenándome durante años, pero ahora te has vuelto mi cura. —El corazón se me acelera, conmovido—. En ti encontré emociones que creía enterradas, lo que me hacía falta siempre se halló en tu mirada. —Acerca su mano hasta mi barbilla, tomándola dulcemente—. Te quiero conmigo.

—¿Cómo puedes hacerlo? —pregunto con los ojos cristalizados, incrédulo—. Podrías encontrar a alguien mejor, alguien que nunca te haya lastimado.

—¿Y perderme de tus comentarios sarcásticos o tus ronquidos que despiertan muertos por las noches? No lo creo —contesta juguetonamente, haciéndome reír—. Admiro tu fuerza y valor: cómo te enfrentas a los problemas, no huyes. Defiendes tus ideales sin importar lo que otros piensen, no guardas silencio ante las injusticias. —Limpia una de mis lágrimas con su dedo—. Eres increíble, Dominik Evans.

—Te amo. —Lo beso sin poder contenerme.

—Espera... —Se aparta—. Todavía no me has dicho que sí.

—¿Mmm? —suelto atontado.

—¿Quieres ser mi novio? —Pestañeo varias veces, intentando procesar su pregunta. Sonrío cuando la comprensión llega, una sensación agradable me rodea.

—Sí, Aaron Miller. —Mis brazos van directamente hacia la cintura del rubio, envolviéndolo. Acaricio su espalda, recostándome cómodamente en ese pecho cálido y tranquilizador. Entonces lo comprendo: aquí es donde pertenezco. 

—Todavía tengo que darte un segundo regalo —susurra contra mi oído.

------------------------------------------------------------------------------------

«Nota de la autora»

✿ ¡Hola! ¿Cómo están?

✿ ¿Qué les pareció el capítulo? ¿Les gustó?

Tengo varias cositas para decirles, lo primero es mi ausencia:

♚ Como ven estuve editando capítulos, esta vez le tocó al que acaban de leer. Demoré una vida porque cambié muchísimas cosas vitales para la trama y el desarrollo de los personajes, tuve que escribirlo desde cero. 

♚ La canción: decidí ponerla aquí porque siento que encaja muchísimo con este capítulo en cuestión y la novela misma, espero que la disfruten.

♚ Por último, si quieren ver contenido adicional de la novela, les recomendaría seguirme en instagram que tengo instagram y en tik tok que tengo tik tok. Mi cuenta se llama igual en ambas redes: mila_darkness_ 

Y bueno, eso sería todo.

¡Muchísimas gracias por leerme!

Continue Reading

You'll Also Like

49.2K 3.6K 32
Nicolás Arnez se encuentra muy seguro de algo: debe ocultarle a su familia que le gustan los chicos. Es amante de los canes y ha decidido disfrutar d...
18.3K 4.9K 21
¿Qué tal si mezclamos a un adolescente con ansiedad social que es un desastre, con un chico que es, en esencia, la personificación de la perfección? ...
1.4K 153 22
Los amigos de Aziz no dejan de bromear con él y su "don mágico para el amor" haciéndole burla a la ironía al significado de su nombre en árabe; da la...
20.9K 1.1K 11
Cuando tenias 8 años tenias una vecina de tu misma edad en tu vecindario pero ella no paraba de hacerte bullying y cuando te mudaste a otra ciudad, E...