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By HildaRojasCorrea

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[A LA VENTA EN AMAZON - SOLO 3 CAPÍTULOS DISPONIBLES] En el corazón de la nereida Caicai habita un profundo... More

Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III

Prólogo

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By HildaRojasCorrea

Esta novela solo tiene disponible 3 capítulos. Adquiere la versión final en Amazon. 

Muchas gracias por la oportunidad

Al sur del Nuevo Mundo. Cuando este era joven.

La nereida cayó al suelo dando un golpe seco. El dolor inclemente se propagó en todo su cuerpo como una oleada furiosa y demoledora. Un desgarrado alarido rompió su garganta en medio de la tormentosa noche. El viento frío silbaba trayéndole el olor salitre del mar.

Intentó ponerse de pie, mas sus fuerzas flaquearon. Debía levantarse por Nawel, el humano al que amaba, y por Leftraru el hijo que habían engendrado, el cual era apenas un bebé. La nereida rogó a los dioses que los protegiera, que estuvieran a salvo. Sus dedos se aferraron a la tierra húmeda, era poco el poder que podía extraer de su elemento, el agua.

Un pie aplastó su mano sin misericordia y la nereida sintió cómo sus huesos crujían. No quiso gritar otra vez, apretó las mandíbulas acallando su tormento y comenzó a resollar de ira, tristeza, dolor, desesperación y frustración.

¡Maldito Zeus! ¡Maldito fuera!

―¡Has osado mezclar tu sangre ancestral y divina con la de un sucio humano! ―tronó la voz profunda del dios del rayo. La miraba desde arriba con desdén. Retiró su pie, no sin antes dar un último y humillante pisotón―. Has mancillado el linaje de tu venerable padre. Nereo estará hondamente avergonzado de su hija.

―No sea un hipócrita, «oh, gran señor» ―ironizó la nereida. Ni siquiera en el peor momento desaprovechaba la oportunidad para escupir su rebeldía ante el rey de los dioses―. Usted ha tomado a cuanta humana ha deseado, sin importar su voluntad. Ha mancillado a seres puros con su irrefrenable y deshonroso deseo.

―Tú no eres la reina del Olimpo, el yacer con humanos es un privilegio del que solo goza tu regente ―respondió. Para él, ese era el orden natural de su mundo, en donde las reglas que él imponía para los demás, no aplicaban para su persona―. Como deidad menor podrás regir en el Nuevo Mundo, mas eso no te otorga ningún privilegio. ―Resopló burlón―. Ni siquiera tu pueblo nos rinde tributo cómo se debe. Su adoración es una pobre imitación del pueblo griego.

―Esta es mi tierra ―respondió la nereida―. Yo veré cómo me tributan los *lafkenche. Para mí es suficiente con su respeto.

―Eres una nereida, no una diosa. Tu poder no es suficiente para doblegarme ―rebatió con sorna―. ¿No te das cuenta de que eres un ser inferior?, ¿o quieres que vuelva a darte una demostración de lo poca cosa que eres?

La nereida no contestó. Había sido derrotada. Fue iluso de su parte pensar que el poder del dios del rayo iba a menguar en las costas del Nuevo Mundo. El error lo estaba pagando demasiado caro. Zeus era poderoso, implacable.

Ella llevaba siglos en esas costas, donde los habitantes de ese lugar la llamaban Caicai-Vilú, la gran serpiente marina. Esa era la forma que usaba para presentarse ante ellos y demostrar su poder. Propiciaba que las pescas fueran abundantes, protegía a los náufragos, y calmaba las aguas de ese vasto y frío océano, para que los lafkenche pescaran sin peligro.

Eran un pueblo hermoso, que vivía en armonía con la naturaleza. A la nereida le gustaba estar con ellos, incluso mezclarse y tener una vida ordinaria, haciéndose pasar por una joven huérfana. Así conoció a Nawel. Él era el Werkén de la comunidad, hombre de confianza y mensajero personal del Lonco, el cabeza de la comunidad, de quien también era su hijo menor. A medida que su amor echaba raíces en sus corazones, la nereida tuvo que confesarle su secreto. Él la amaba, tanto que no le importó el origen divino de la nereida, aun sabiendo que su tiempo juntos era finito. Sus almas y sus cuerpos se habían enlazado en una sagrada unión, proclamando un juramento inquebrantable. Al poco tiempo nació Leftraru, el fruto de su vínculo sagrado.

La nereida era una divinidad benevolente, pero también demostraba su ira cuando no le tributaban como correspondía. Cuando eso sucedía hacía escasear peces y desataba tormentas. No obstante, ella no pedía demasiado, solo fiestas en su honor y respeto a la naturaleza. La furia de Caicai no era terrible, su enojo no llegaba a los extremos que podía alcanzar Zeus, quien se entrometió en su territorio para ganar el favor y adoración de los habitantes del pueblo y, de este modo, obtener poder. Tomó el nombre de Tentén-Vilú, la serpiente de tierra.

Todo había salido mal. Zeus, para quedar como héroe, la acusó en frente de su pueblo de estar disconforme con sus tributos y que por ello, los iba a eliminar. Esto desató la cólera y el temor de los lafkenche, quienes ahora pensaban que Caicai-Vilú era terrible, arrogante y veleidosa, y Tentén-Vilú el buen y generoso señor.

La pelea había sido violenta y descarnada. En su forma de colosal serpiente marina, la nereida desencadenó una catástrofe que jamás quiso provocar; las aguas subieron demasiado inundando toda la costa, y un fragmento enorme de la tierra se separó del continente, formando una isla.

Ante la emergencia, y ejerciendo su rol de «protector», Zeus llevó a los sobrevivientes a tierras altas, mientras que a los ahogados ella los convirtió en peces que olvidaron su pasado humano. Hacer aquello supuso una merma importante de su poder. La brega estaba siendo pareja hasta que tuvo que decidir en qué empleaba su poder.

Y lo había perdido todo.

En ese momento se encontraban en la isla recién formada y que flotaba a la deriva, al tiempo que sus bordes costeros se desmoronaban formando acantilados. Zeus la había vencido propinándole un horrendo castigo y humillación.

―Nawel... Leftraru ―susurró la nereida, rogando a los dioses.

―Están muertos ―reveló Zeus con voz monótona e indolente.

La nereida miró al dios del rayo con los ojos desorbitados. Tardó eternos segundos en procesar las dos palabras que destruyeron su corazón.

―Murieron aplastados por las rocas cuando separaste este fragmento de tierra ―agregó el dios del rayo, con un leve tono de cruel burla. La humillación y el dolor de su enemiga debía ser absoluto y contundente.

―¡¡¡Noooooooooooooo!!!! ¡¡¡Es mentira!!! ¡¡¡Eres un sucio mentiroso!!! ―acusó la nereida sin poder sentir la presencia de Nawel o Leftraru, lo que confirmaba las palabras del rey de los dioses. Se miró los brazos, sus tatuajes divinos no estaban, la prueba de amor verdadero había desaparecido de su piel. Cuando se consumaba el amor con un humano dejaba marcas, pero estas eran negras, no doradas como en los vínculos entre dioses.

Si no estaban sus tatuajes, era porque Nawel ya no estaba vivo... y Leftraru, tampoco. En su pecho sintió un vacío infinito, como si le hubieran arrancado el corazón y dejando en su lugar, una masa de músculos que solo bombeaban icor.

El dolor de la pérdida le dio una súbita fuerza. Ciega de desdicha, la nereida se abalanzó hacia Zeus, dispuesta a enterrar sus pulgares en los ojos del dios del rayo, mas él frenó su acometida con una sola mano, encerrando su garganta y la alzó en vilo.

―Te odio y te maldigo. Tarde o temprano perecerás ―masculló la nereida con el poco aire que entraba en sus pulmones.

Zeus la ignoró. Ya se había aburrido de ese juego.

―Tu castigo será ser odiada por todo tu pueblo. No habrá semilla capaz de preñarte y jamás podrás engendrar ni ser divino ni mortal ―sentenció Zeus sin mayor preámbulo. En sus labios se dibujó una sonrisa siniestra, mientras apuntaba hacia el vientre de la nereida con el dedo índice de su mano libre.

La nereida sintió que la carne de sus entrañas se estiraba hasta no dar más.

―Te arrepentiráááááás ―gimió la nereida para soportar la agonía de sentir cómo su interior se desgarraba―. ¡¡¡Te maldigooooooo!!!

Un inenarrable dolor atravesó su vientre que le arrancó un estrangulado alarido. Intentó mitigar su tormento aferrándose a la fuerte muñeca del dios del rayo, mas fue inútil. Entre sus piernas, el icor dorado comenzó a manar, profusamente. No pasó demasiado tiempo y un hilo de su sangre divina tocaba la tierra agreste, dotándola de fecundidad, la misma que perdía la nereida poco a poco.

―No quiero verte más ―advirtió Zeus―. Mientras yo esté residiendo en el continente, no deseo ni siquiera sentir tu repugnante hedor a humano. Considera esta isla como tu compensación. No soy tan malo, después de todo.

Zeus la lanzó a la tierra como si fuera una muñeca rota y desmadejada.

Un haz de luz divina engulló al dios del rayo y, en pocos segundos, desapareció.

La nereida lloró desconsolada, ovillada en la tierra húmeda, lamentando su inefable pérdida y queriendo morir para alcanzar a Nawel. Pero no podía, su muerte solo regocijaría a Zeus y no le daría ese gusto. La sed de venganza la conminó a recuperar fuerzas, aunque no fuera capaz de dejar de llorar. El oscuro cielo también comenzó a derramar lágrimas que mojaban la tierra y embravecían el gélido océano, pero que también le brindaban un aliciente a su dolor físico; el del alma iba a ser eterno.

―Es mi culpa... perdóname, Nawel... mi pequeño Leftraru ―sollozó con el pecho adolorido―... Mi Leftraru....

Se arrastró por el fango hacia la orilla del acantilado, necesitaba llegar al mar. No importaban las rocas que esperaban abajo su caída, pues también rompían las olas de las aguas que le daban vida.

Le quedaba solo una alternativa que le daba una luz de esperanza. Había desafiado a Zeus, hablar con Hades suponía un peligro mucho menor. Y, a pesar de que no sabía qué ofrecerle al dios del Inframundo para que le devolviera a Nawel y a Leftraru, no perdía nada con preguntar. Después de todo, sentía que ya no tenía alma.

Hades era impredecible, pero su crueldad no se comparaba con la de Zeus. Era un dios mucho más razonable.

Al alcanzar el borde del acantilado, la nereida inspiró profundo anticipando el dolor del impacto, rodó su cuerpo y se dejó caer.

*Lafquenche o lafkenche (del mapudungún afkeche, «costeño» de afke, «mar» y che «persona»)​ son uno de los grupos que conforman el pueblo nativo mapuche, habitantes de la zona denominada Lafken Mapu (Cordillera de la Costa y litoral de la región de La Araucanía, la provincia de Valdivia y parte de la región del Bio Bio, ​ en la zona sur de Chile).

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