After Moon |MIKAYUU|

By _mimoxxn

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One-Shots y algunas continuaciones. More

Miedo
Latido[1]
Fangirl
Mensaje
Descubrir [2]
Medicina
Deseo [3]
Error
Agradecimientos
Especial San Valentin
Borra esa foto o...
Bienvenido [4]
Temor [5]
Dulce Tesoro (1)
Santa, dime

Cliente

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By _mimoxxn

—Psst.

Un sonido que ni el pelimorado pudo percibir debido a la cantidad de tickets de pago que había en su mesa.

—Psssst.

De nuevo, ninguna respuesta. Tuvo que rendirse optando por su opción de golpearle levemente el hombro robándole su atención en pocos segundos a comparación de lo que logró con sus labios.

—¿Qué pasa?

—¿Ya viste quien llegó? —preguntó divertido mirando al trío de clientes recién llegados y colocados en la misma mesa de siempre. De ellas solo una figura resaltaba puesto que además de verlo su nombre no podía olvidarse.

El de cabello negro rió maliciosamente.

—Quiero decirle.

—Noooo — rogó Lacus haciendo un puchero—, la vez anterior ya le habías avisado, me toca a mi ver su expresión de cerca.

— Eres malísimo en dar avisos disimulados, la ultima vez casi tiraba un pedido de cafés por gritar su nombre en plena cocina — espetó René empujándolo levemente para que dejara de golpear su hombro, volviendo a mirar al pelinegro que se sentaba con algo de nerviosismo en su mesa.

Sí, ese mismo que se repetía en cierto rubio destacado del local.

— Bueno, como sea. Lo haré.

—¡Hey! Quiero ver eso, espera.

Ambos corrieron de puntitas hacia el destino que creían encontrar al rubio con una leve risa imaginando la típica cara que se dibujaba en su rostro.
Atrás de la cocina se encontraba la bodega de utensilios, esa vez su gerente no paraba de acosarle -como siempre suele hacerlo cuando se trataba de Mikaela- con que tendría menos trabajo si le ayudaba a arreglar sus papeles en la oficina privada detrás del café. Una petición demasiado obvia de negar y lo cambió por arreglar los cubiertos, servilleteros, platos, vasos y entre otros objetos de mesa dejándolo con su sueño echado al río.

Todo el personal conocía muy bien a su gerente Ferid, tanto que los reportes eran comer galletas diarias para la jefa principal del negocio: Krul Tepes; a comparación del pelo plateado ella consentía mucho al ojos celestes, y eso se demostraba mucho en sus pagos mensuales.
Para ser un nuevo recluta en dos meses le iba mejor que a los demás, además de ser una cara llamativa para la clientela por las altas propinas que dejaban en nombre del servicio de Shindo era un punto a su favor en el local menos visitado de Nagoya.

Lacus y René llegaron frente a la puerta entreabierta que mostraba un pedazo de la camisa blanca cubriendo el brazo del rubio moviendose constantemente por pasar una y otra vez un trapo en las cucharas.

— Aquí vamos — susurró emocionado el pelimorado ocultando su gesto y aparecer con una cara más seria, al igual que René.

Éste empujó la puerta poco a poco alertando la fijación de Mikaela hacia ambos, teniendo unos ojos curiosos por saber a qué habían llegado. —¿René? ¿Lacus?

—Hey, Mikaela. Parece que estás muy ocupado — exclamó René mirando de reojo de complicidad a Lacus quien estaba a punto de sacar su móvil para grabar tal escena.

—¿Necesitan ayuda? — cuestionó dejando la cuchara y el trapo en su mandil prestando toda atención a sus compañeros de trabajo.

—Oh, no, no. Nada de eso, venimos a decirte que...

— Necesitamos que vayas a echarle un vistazo a la mesa seis, uno de los clientes quiere que tú los atiendas — lanzó a trampa directamente el pelimorado con un ademán señalando el punto exacto donde se ubicaba la mesa.

—Ya veo, voy enseguida.

No quiso preguntar más y acató lo que Lacus señaló anteriormente; al salir de la bodega no perdieron de vista la figura del joven por emoción a saber qué pasaría después de ver a ese cliente tan especial, tales expresiones no pasaron desapercibidos para una mesera que había oído la conversación desde la cocina.

— Uhh... No me digan que...

René y Lacus asintieron al mismo tiempo.

—¡Horn, tienes que ver esto!

Ya no solo se trataba de dos sino de todo el personal esperando por la reacción del rubio, era como un episodio nuevo de su programa favorito que no perderían ni un segundo.
Todos veían como los clientes quedaban con asombro y felicidad la salida del rubio y eso no era de esperarse, puesto que Mikaela tenía unos rasgos tan llamativos que cualquiera también querría verlo todos los días -llamado así su llave asegurado de los buenos negocios-.

Pero algunos días eran diferentes, Mikaela siempre reaccionaba distinto a un solo cliente.

Antes de llegar las manos del rubio se prepararon ajustando su cabello en una pequeña coleta, el bolígrafo en una y la libreta en otra hasta topar con la mesa. Algo que no notó rápido fue que dos de ellos se aseguraban una y otra vez por las veces que giraban su cabeza a su dirección cada vez que se acercaba. Y al igual que ciertos chicos husmeando detrás del mostrador, también sonreían con malicia.

—Bienvenidos sean al café ”Serafín”, ¿puedo to-

Justamente en el momento que debía comunicarse cara a cara sus ojos captaron al blanco: un pelinegro de ojos esmeralda le miraba con sorpresa y un leve sonrojo, al igual que él no esperaba verlo por el cambio de gesto que tuvo en tan solo unos segundos.

Y empezó de nuevo.

—Aquí vamos... —susurró en plena emoción René.

Mikaela trató de mantener su postura tosiendo por culpa de su saliva que se quedó atrapada en su garganta, aunque su mirada ya estaba apartada del chico el corazón no pensaba igual. Sus manos se movían nerviosamente mientras sostenía ambos objetos y tomó una gran bocanada de aire.

—...Su orden...

— Claro, yo quiero un especial de la casa — habló la chica pelimorada que también conocía por las veces que siempre acompañaba al pelinegro.

— Yo un smoothie de mango con un pie de la casa — contestó el otro acompañante de cabello castaño, que parecía ser más amable por su rostro.

Mikaela debía ir de nuevo a clases de caligrafía porque la letra iba de mal en peor cuando trataba de enfocarse.

Faltaba el pedido del susodicho, quien miraba insistentemente el menú en sus manos como si fuera a abrir una puerta que le transportara a otro lugar que no fuera frente al chico.
Y sí que le urgía porque sus ojos no parpadeaban para nada.

El rubio no quiso presionarlo pero al igual que él necesitaba un respiro que le entregara todas las fuerzas faltantes.

Carraspeó levemente intentando despertar de su ruta de escape del joven, obtenido por el corto contacto visual que el rubio rompió por nervios. — ¿...Y...?

—U-Uhm... Lo de siempre...— atinó a decir cerrando el papel doblado y dejándolo a un lado encogiéndose de hombros por una respuesta tan corta y penosa.

Mikaela solo asintió, a pesar de haber dicho las palabras correctas como mesero no fue lo suficientemente alto para oídos del grupo y retornó su camino.
La cara le ardía más que al estar frente al sol por horas.

Rápidamente los chicos volvieron a sus lugares con una buena escena de la cual criticar y disfrutar como todas las pasadas que guardaban desde que Mikaela se ponía así por un muchacho de la ciudad  apenas conoció.
Era un cliente no muy conocido que acostumbraba a llegar solo, un joven universitario de primer año siendo exactos, y solamente era para pasar el rato con sus amigos de costumbre o solo estudiar por un par de horas hasta antes del atardecer.
Pero, cuando Mikaela llegó, su encuentro fue igual a una escena de amor a primera vista puesto que desde ahí sus visitas fueron más recurrentes siendo en mayoría con sus compañeros y eran esos días donde la transparencia del rubio como libro abierto era más fácil de decifrar.

Arrancó suavemente el papel de la libreta y fue puesta en la ventanilla de la cocina mientras caminaba firmemente a su escondite de siempre: el cuarto de limpieza.
Todos sabían que era su guarida después de su salto de emociones por ese chico.
Lacus sonreía ampliamente mientras René volvía a sus deberes con un buen sabor de boca por lo que vendría después.

El ojos celestes cerró la puerta y por fin su respiración fue recompensada luego de una larga exhalación.

—¿S-Se habrá dado cuenta? Agh... A éste paso seré muy predecible...—murmuraba con ambas manos sosteniendo su cabello una y otra vez. Quería culpar a su cuerpo por actuar diferente pero el único que le daba toda la contraria era su corazón.

Tomó ventaja de lo que tardaría los pedidos y quiso distraerse en otra parte que no fuera el de los clientes mirándose en el pequeño espejo pegado detrás de la puerta. Ordenó sus cabellos lo más presentables posibles y algunas arrugas de su ropa que creía ser principales para llamar una mala imagen de él cuando volviera a la mesa.

De nuevo miraba su cara incrédulo de cómo estaba actuando, a punto de estrellarse contra el marco de la puerta y cerrar por un momento sus ojos tratando de olvidar un poco de su situación.

—¿Por qué...?— quiso preguntarse a si mismo cuando de pronto la mirada verde de esos ojos volvió a sus mente poniéndolo peor a como estaba antes; dió un sobresalto chocando con la escoba de a lado por perder equilibrio sintiendo ser casi imposible de manejarse.
No, no debía solo dejarlo así. Tenía que ser natural.

La campanilla sonó y fue su pase a la lucha contra sus emociones frente a los demás, así que retomó el pasillo de dónde vino justamente a la ventanilla que conectaba el vestíbulo con la cocina. Para él nadie se percataba de sus emociones obvias que sucedían en ese instante, pero la cosa era otra ya que no podía ser más claro que el agua con sus mejillas aún rojas; mientras Chess y Horn hablaban dentro de la cocina Mikaela iba acomodando cuidadosamente el pedido de la mesa donde se encontraba dicho moreno, de no ser que debido a sus inquebrantables pensamientos notó algo en el platillo que pidió.

Inmediatamente dejó la bandeja con lo demás y fijó importancia en el pequeño panqué de vainilla con trozos de durazno encima de la crema batida llevándola dentro de la cocina; Lacus notó ese cambio y no evitó seguirle el camino junto con René que dejó los tickets nuevamente.

—Horn — llamó firmemente al cruzar la puerta.

—¿Uh? ¿Qué pasa, Mikaela?

— ¿El panqué especial ha cambiado de decoración? — interpeló extendiendo el pequeño plato con la porción mencionada.
El rostro de la rubia no cambió, al contrario, fue inesperado que el chico preguntará algo obvio.

—¿No sabías? Cada mes el sabor y adorno de los panques cambia, ésta vez es de vainilla con durazno y son órdenes directas de la empresa.

Al oír la respuesta Mikaela no parecía del todo convencido volviendo a mirar el plato, y luego hacia la lejanía de la mesa seis.
No debió haber hecho eso porque la curiosidad de cuatro gatos seguía creciendo, y Horn no quiso quedarse con esa mirada preocupada —. ¿Pasa algo?

Por su parte no se permitía quedar callado, pero si sonaba tan obvio podrían sospechar los pensamientos detrás de sus acciones y eso no quería que sucediera por nada.

— Yu-...— se interrumpió él mismo antes de cometer un estúpido error que solucionaría con su propio regaño, carraspeando —...  El  cliente que pidió ésto es alérgico al durazno. ¿Podrías cambiarlo?

Oh, eso no se había visto en su tiempo trabajando, un comentario que fue oro e inolvidable para el personal. Querían dar comentarios abusivos para pasar un buen rato pero debían contenerse, no era mucho tiempo para empatizar al cien con el chico y preferían solo ser espectadores de sus singulares reacciones con cada visita del moreno sentado justamente en la mesa que atendía. Eso explicaba mucho.
Y por ello Horn quiso darle una linda ventaja de eso, o mejor dicho un empujoncito.

—Ya veo, lo cambiaré enseguida. Espera un momento.

Una pequeña sonrisa de victoria se asomó en los labios rosados del joven y salió confiado de tener el panqué como deseaba. No era por algo en particular, solo quería que cualquier cliente pudiera disfrutar de su comida cómodamente sin necesidad de llegar a reclamos o acciones que perjudicaran su trabajo; aunque por esa vez no era por no tener ganas de recibir un regaño, había olvidado cómo supo que él pelinegro era alérgico al durazno sin siquiera preguntárselo.
Pero una cosa sí era cierta: no quería perjudicar su salud con esa valiosa información.

La joven rubia anunció el plato listo y no esperó más para recompensar el tiempo esperado, así caminó directamente sintiendo que él entorno era espuma fácil de cruzar y con una firme cara relajada ante el grupo logró servir sus pedidos en la firme tabla de madera adornada; la pelimorada como siempre se asombraba en voz alta del gran cuidado y presentación de su menú, a comparación del castaño o el pelinegro que solo lo aceptaban sin más y hacían una leve reverencia por su servicio.

—Disfruten — logró decir con una leve sonrisa y se retiró de ahí.

Antes de comenzar con sus postres, la chica notó algo peculiar en el plato de su amigo.

—¿Es el pedido especial? — arqueó una ceja confundida puesto que le había hallado algo distinto.

— Parece que sí, pero en el menú decía que venía con durazno.

La chica soltó un sonido de asombro.

—¿Qué pasa con eso? No había leído bien el menú — se justificó el pelinegro mirando su  pastelillo con rareza ya que no sabía a qué se refería sus amigos.

—Yū-san, ¿no eres alérgico al durazno?

El nombrado abrió los ojos aún más deasalineado del tema.

— Sí, pero... Espera.

Al fin se había percatado del detalle: nadie más que ellos y su familia conocían esa desventaja de su salud, ¿o había pasado desapercibido que el café llegó a darse cuenta?
No podía ser, sus pedidos siempre eran sin durazno a excepción  de esa vez, le resultaba muy sospechoso a pesar de tener un punto en su contra de no haber leído bien el contenido del postre.

— Cambiaron el durazno por fresas, ¿podía hacerse eso? — preguntó ingenuo el castaño.

— Mi querido Yoichi, te falta crecer para darte cuenta que cierto mesero hizo una excepción por nuestro Yū-san — soltó a propósito solo por esperar el cambio de gesto de su amigo quien continuaba mirando el postre.

No entendía a la primera pero luego de algunos ademanes y diálogos escritos en la mesa con el dedo índice de la pelimorada entendió a qué se refería; ambos miraban con cierta alegría al chico puesto que sus mejillas no tardaron en mostrar un leve sonrojo por lo que rondaba en su cabeza.
Él también notó de qué se trataba.

—Buen trabajo, Mikaela.

—¿Cómo supiste que ese chico es alérgico al durazno? — quiso saber Lacus recargando su brazo en el vestíbulo usándolo de apoyo para su mejilla dedicándole una mirada coqueta al rubio.

Éste no dejaba de mirar al pelinegro, porque estaba preocupado de haber elegido la fruta correcta sin mencionarle opciones a Horn y si realmente no le molestó el haber cambiado el ingrediente sin su permiso.
No tuvo tiempo para ir y venir con su aprobación, no quería arriesgar su salud de algo tan notable.
Mikaela soltó un leve suspiro.

— Solo lo intuí, es un cliente frecuente, ¿no? —vagó su respuesta retirándose de ahí, evitando ser una imagen fácil de inspeccionar para sus compañeros y los demás clientes.

Pero eso no bastaba, ni para Lacus y René que festejaban en sonrisas de un día más viendo ese lado oculto de su mesero estrella.

El tiempo pasó y casi estaba a punto de anochecer, el grupo de la mesa seis se dirigían a pagar mientras el chico llamado Yoichi se adelantaba por un mandado cerca del café.
Yū miraba el proceso de pago de su amiga con una fuerte necesidad de hacer algo que no podía creer haciéndolo: sus ojos buscaban la figura del rubio por el área visible y detrás suyo, a pesar de ser pocos meseros no podía encontrarlo o tenía que se habría ido antes que él sin poder acercarse. Quería preguntarle cómo supo de su alergia y si fue un descuido de él mismo, pero era opción no se vería cumplida por él.

Cuando quiso dar vuelta hacia la puerta percibió el mismo tono de voz que escuchó cuando fueron recibidos, a unas mesas de distancia el rubio servía a un grupo de chicas de preparatoria con amabilidad y una atención más cómoda a comparación de la que tuvo con él. No podía parar de verlo, sus gestos eran limpios y brillantes cada vez que cambiaban, sin errores, era casi como ver un ángel. Por algo debía ser el más popular del café.

—Listo, vamos Yū-san.

La pelimorada pensó que se había adelantado porque no lo encontró dónde debía de estar, sino que éste daba zancadas en dirección a ese mesero y no se movió por nada del mundo. Tanto ella como Lacus y René deseaban tener una cámara para ese instante.
Un paso más y Yū ya estaba a centímetros del cuerpo más alto quien tardó en percibir su presencia cerca de él cuando estaba a punto de marcharse. Sus miradas se encontraron por unos segundos más duraderos, a comparación de él su cara no mostraba fácilmente su nerviosismo y agradeció por su resistencia practicada; lo más temible es que se quedara como piedra porque el cuerpo del menor no se movía y solo atinaba a cambiar sus ojos por puntos invisibles del suelo, como si su rostro fuera realmente debajo de sus pies.

—¿Puedo ayudarle?

Su voz suave provocó un escalofrío en la espalda de Yū despertandolo de su torpeza, no sabía cómo ir directo o simplemente decirle al menos algo, estaba todo en blanco y estaba a punto de desmayarse de la vergüenza si no reaccionaba. Los ojos celestes de Mikaela reflejaban preocupación, no quitaba para nada su atención y temía que de verdad se incomodara por lo del panqué buscando las palabras correctas de disculpa.

No fue así.
La mano de Yū, escondida en su bolsillo del abrigo, sacó un caramelo y lo extendió a él sin regresarle el contacto visual. Mikaela no sabía qué responder y atinó a tomarlo suavemente chocando sus dedos con los suyos y una nueva energía le fue transmitida a su cuerpo, una especie de calidez que en ningún lado sentía hasta ese momento.

Yū solo tomó una bocanada de aire y solo atinó a decir:

—Gracias, estuvo delicioso.

Dió media vuelta y se fue más rápido de lo que llegó hasta el otro lado de la puerta dejando a su amiga parpadeando por procesar bien lo que acababa de pasar, al igual de los muchachos detrás del mostrador.
Ella celebró en su lugar y lo siguió hasta donde estaba, pareció irse muy lejos puesto que su figura ya no le fue visible para Mikaela.
El pobre tampoco supo qué fue exactamente eso. ¿Fue un sueño?

Volvió a donde estaba dejando la nota en el lugar correspondiente y sin soltar el envoltorio de su mano, lo acariciaba y miraba una y otra vez como si fuera un objeto de alucinación de su realidad. Estaba fuera de sí, su alma pareció irse lejos.

—Vaya, al menos avanzaron — murmuró René sin dejar de observar al rubio.

— A partir se ahora se abren las apuestas, ¿le regresará el gesto? — dijo sonoro el pelimorado por lo anteriormente visto, justo como una novela de amores tímidos.

— Si antes no podía ocultarlo imagina con eso que hizo.

Dejaron de cuchichear entre ellos dando por terminado su día favorito volviendo a sus actividades. Mientras tanto Mikaela se apartó de nuevo al pasillo oculto, seguía creyendo que de verdad era una mentira y en pocos segundos volverá como estaba antes; quería creerlo pero las preguntas como ¿se dió cuenta? ¿lo tenía planeando? Pocas veces rondaban en su cabeza, lo único que podía repetir una y otra vez era su rostro carmesí al extenderle el caramelo.

Una de sus manos cubrió su rostro, teniendo que alguien le viera lo difícil que fue ocultar su sangre hirviendo de sus pómulos hasta ese segundo de paz. No podía creerlo, y si seguía así no sabría hasta cuándo duraría con esa imagen; optó por distraerse un poco guardando muy bien el pequeño envoltorio y volver a la bodega.

— Creo que tengo ganas de limpiar los utensilios de nuevo.





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