Warrior ⟶ b. weasley ¹ (EDITA...

بواسطة SPACELATINOS

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Eleanor tiene que aprender muchas cosas pero sobre todo a como no morir por las tendencias suicidas de su sob... المزيد

introduction
graphics
prologue
━━━ act i
1. Eleanor Rigby
ii. Pésimas bienvenidas
iii. El niño que sobrevivió
iv. Momentos incómodos
v. Despedidas
vi. El corazón del dragón
vii. Cediendo
viii. Inesperado
ix. El perro negro
x. Investigación
xi. Mentiras
xii. La verdad siempre sale a la luz
xiii. Peter Pettigrew
xiv. El aullido del lobo
━━━ act ii
xv. Libertad
xvi. Juntos de nuevo
xvii. Pesadillas
xviii. El caos Weasley
xix. El campeonato de quidditch
xx. La marca tenebrosa
xxi. Alastor Moody
xxii. Bella durmiente
xxiii. Bertha Jorkins
xxiv. Ansiedad
xxv. Sospechas
xxvi. Cuando las mariposas aparecieron
xxvii. Cenas incómodas
xxviii. El apoyo
xxix. Enfermedad
xxx. Traidor
xxxi. Preguntas
xxxii. La maldición Potter
xxxiii. Impostor
xxxv. Priori incantatem
xxxvi. La crueldad de un Crouch
xxxvii. Número 12 de Grimmauld Place
xxxviii. Primera reunión y la misión de Eleanor
xxxix. El buen gancho de Eleanor
xl. Los celos están en el aire
xli. Rojo y azul
xlii. Fragilidad
xliii. Feminidad
xliv. La cita
xlv. Shell Cottage
xlvi. Confrontaciones
xlvii. Agridulce

xxxiv. Ha vuelto

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بواسطة SPACELATINOS



CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO;
HA VUELTO






Oscuridad.

No se veía nada a través de la penumbra que la rodeaba, Eleanor no podía sentir su cuerpo, ni mover ninguna de sus extremidades. La sensación era comparable con un petrificus totallus, pero no creía haber sido hechizada. Se oían unas voces y quejidos lejanos, no lograba reconocer de quiénes se trataban con exactitud, hasta que escuchó con más claridad, sin ver nada aún, lo oyó:

—¡Hueso del padre, otorgado sin saberlo, renovarás a tu hijo! ... —un fuerte ardor se expandió dentro de su pecho, era casi insoportable, como si algo la estuviera quemando en carne viva pero Eleanor seguía sin poder hablar o moverse. Unos momentos después volvió a hablar la misma voz—. ¡Carne... del vasallo... voluntariamente ofrecida... revivirás a tu señor! —no sabía a lo que se refería la voz, pero tampoco pudo taparse los oídos para evitar oír el grito que perforó la penumbra y que atravesó a Eleanor como si ella también hubiera sentido el mismo dolor de la persona. Después oyó un golpe contra el suelo, oyó los jadeos de angustia, y luego el ruido de una salpicadura que le dio asco, como de algo que caía dentro del agua.—. Sa... sangre del enemigo... tomada por la fuerza... resucitarás al que odias.

Eleanor sintió la punta de una navaja filosa penetrar en el pliegue del codo del brazo derecho, y la sangre escurriendo por la manga de la rasgada túnica. Quería emitir un sollozo dolorido pero no pudo, de sus labios no salía nada. Luego, la penumbra comenzó a ser más clara, poco a poco distinguía ante sus ojos una horrible escena. El corazón comenzó a latir tan desesperadamente que en un instante creyó que saldría de su pecho, su respiración se volvió jadeante.

El cuerpo de un traidor que reconocería en cualquier parte, cayó de rodillas al lado de un caldero gigante, del cuál desprendía humo blanco. Colagusano se desplomó de lado y quedó tendido en la hierba, agarrándose la brazo ensangrentado... No, no, era un muñón... Él se lo había mutilado. Estaba sollozando y dando gritos ahogados...

El caldero hervía a borbotones, salpicando en todas direcciones chispas de un brillo tan cegador que todo lo demás parecía de una negrura aterciopelada.

Nada sucedió...

Y entonces, de repente, se extinguieron las chispas que saltaban del caldero. Una enorme cantidad de vapor blanco surgió formando nubes espesas y lo envolvió todo, de forma que no pudo ver ni a Colagusano ni ninguna otra cosa aparte del vapor suspendido en el aire.

Eleanor no sabía que estaba sucediendo, pero comenzaba a sospechar lo que provenía dentro de aquel caldero no era nada bueno.

Pero entonces, a través de la niebla, vio, aterrorizada, que del interior del caldero se levantaba lentamente la oscura silueta de un hombre, alto y delgado como un esqueleto.

—Vísteme —dijo por entre el vapor la voz fría y aguda, y Colagusano, sollozando y gimiendo, sin dejar de agarrarse el brazo mutilado, alcanzó con dificultad la túnica negra del suelo, se puso en pie, se acercó a su señor y se la colocó por encima con una sola mano.

El hombre delgado salió del caldero, mirando a un punto fijamente... y Eleanor lo pudo ver con terror, era su sobrino, Harry, estaba alzado encima de una tumba, con un trapo entre sus labios impidiéndole gritar. La azabache trató de correr hasta él pero su cuerpo no reaccionaba, era como si estuviera atrapada dentro de su propio cuerpo. Con gritos internos llenos de terror, Eleanor contempló el rostro que le había arrebatado todo lo que apreciaba y amaba, haciéndola sentir culpable desde los ocho años. Más blanco que una calavera, con ojos de un rojo amoratado, y la nariz tan aplastada como la de una serpiente, con pequeñas rajas en ella en vez de orificios...

La joven despertó, jadeante, temblorosa y con lágrimas calientes rodando por sus mejillas.

—Ha vuelto... —gimió Eleanor—... Lord Voldemort ha vuelto.



El pulso del mellizo Black era muy débil, tenía los ojos entrecerrados, sus labios estaban entreabiertos y trataba de hablar. Eleanor, llena de miedo, le pedía que no lo hiciera, trataba de cubrir su herida haciendo presión con ambas manos para impedir que se desangrara, su camisa blanca estaba cubierta de su sangre como una enorme mancha que solo se extendía. Las varitas mágicas no estaban en el despacho, habían sido tomadas por Barty Crouch Junior cuando el mismo los tenía encerrados sin posibilidades de salir sin quitar antes la protección mágica que la rodeaba.

—Estás sangrando... —dijo Alphard, mirando la sien de la azabache en donde salía un hilillo de sangre y otro que no notaron, de su brazo derecho donde había sido cortada—. Lo siento.

—Pero, ¿qué dices? —Eleanor sacudió la cabeza como restándole importancia y rió sin ganas—. Te lanzaste encima de Barty Crouch y has sido herido. Yo estoy bien, sólo importa que alguien nos encuentre y llevarte a la enfermería. Madame Pomfrey te va a curar más rápido de lo que yo puedo hacer en este momento.

—Es... mi culpa. —jadeó Alphard, como si el hablar le estuviera costando—. N-Nunca debí... d-desconfiar de...

No terminó su frase.

—¿Alphard? —lo llamó preocupada, sin dejar de presionar su herida. El chico estaba más pálido de lo normal y sus ojos acababan de cerrarse casi del todo. La respiración se le aceleró y la adrenalina de perderlo la drenó—. ¡¿Alphard?! ¡No cierres los ojos! —tomó su pulso y era apenas inexistente. Los escalofríos rozaron en su nuca y se estremeció cuando trataba de reanimarlo—. ¡Alphard, vamos! —El mellizo aún respiraba pero no sabría cuanto tiempo duraría así. No, Sirius no podía perder a su hijo... se volvería loco de dolor—. ¡Alphard respóndeme, por favor!

Estaba esperando lo peor cuando como si se tratara de un milagro, hubo un rayo cegador de luz roja y, con gran estruendo, echaron la puerta abajo.

Un cuerpo cayó al suelo de espaldas a unos cuantos metros suyo. Eleanor se giró con los ojos fijos en el lugar en que se había encontrado la puerta antes de caer, vio a Albus Dumbledore, a Sirius Black, a Ares Crouch, al profesor Snape, la profesora McGonagall y finalmente a su sobrino Harry mirándola. Apartó la mirada de los cinco y en el suelo vio al impostor de Alastor Moody. Delante, con la varita extendida, estaba Dumbledore.

En aquel momento, Eleanor comprendió por vez primera por qué la gente decía que Dumbledore era el único mago al que Voldemort temía.

La expresión de su rostro al observar el cuerpo inerte de Ojoloco Moody era más temible de lo que Eleanor hubiera podido imaginar. No había ni rastro de su benévola sonrisa, ni del guiño amable de sus ojos tras los cristales de las gafas. Sólo había fría cólera en cada arruga de la cara. Irradiaba una fuerza similar a la de una hoguera.

Los seis entraron en el despacho. Sirius y Ares fueron los primeros en reaccionar hincándose frente a Eleanor con la vista llena de miedo en el mellizo inconsciente, las manos de Sirius se extendieron al rostro de su hijo y le dió leves golpecitos tratando de que reaccionara. La profesora McGonagall caminó hasta él y no logró dar las indicaciones cuando Sirius tomó en brazos a su hijo y salió del despacho ignorando a todos, seguramente dirigiéndose hasta la enfermería. Eleanor se puso de pie para ir detrás suyo pero Dumbledore la detuvo con su mano extendida y una mirada clara de «Quédate aquí», estaba muy preocupada por Alphard Black pero no discutió con el director, ella hizo caso a sabiendas de que el muchacho estaría en buenas manos.

Había un destello de muerte en el atractivo rostro de Ares Crouch, el que su ahijado estuviera en tan mal estado lo tenía violento y tembloroso de rabia, todo indicaba que en cualquier momento se echaría encima del falso Moody pero al igual que con Eleanor Potter, el director no dejó que lo hiciera y mucho menos que se fuera del despacho.

Dumbledore puso un pie debajo del cuerpo caído de Moody, y le dio la vuelta para verle la cara. Snape lo seguía, mirando el reflector de enemigos, en el que todavía resultaba visible su propia cara. Dirigió una mirada feroz al despacho.

La profesora McGonagall fue directamente hasta Harry pero él miraba a su tía, la cuál estaba tan asustada que no parecía reaccionar.

—Vamos, Potter —susurró. Tenía crispada la fina línea de los labios como si estuviera a punto de llorar—. Ven conmigo, a la enfermería...

—No —dijo Dumbledore bruscamente.

—Tendría que ir, Dumbledore. Míralo. Ya ha pasado bastante por esta noche...

—Quiero que se quede, Minerva, porque tiene que comprender. La comprensión es el primer paso para la aceptación, y sólo aceptando puede recuperarse. Tiene que saber quién lo ha lanzado a la terrible experiencia que ha padecido esta noche, y por qué lo ha hecho.

—Moody... —dijo Harry. Seguía sin poder creerlo—. ¿Cómo puede haber sido Moody?

—Porque ése no es Alastor Moody —susurró Eleanor con el viento chocando contra las lágrimas secas.

—No, no lo es —siguió Dumbledore en voz baja—. Tú no has visto nunca a Alastor Moody. El verdadero Moody no te habría apartado de mi vista después de lo ocurrido esta noche. En cuanto te cogió, lo comprendí... y los seguí.

Dumbledore se inclinó sobre el cuerpo desmayado de Moody y metió una mano en la túnica. Sacó la petaca y un llavero. Entonces se volvió hacia Snape y la profesora McGonagall.

—Severus, por favor, ve a buscar la poción de la verdad más fuerte que tengas, y luego baja a las cocinas y trae a una elfina doméstica que se llama Winky. Minerva, sé tan amable de ir asegurarte que Alphard Black ya esté siendo revisado, y avísale a su hermana, debe saberlo cuanto antes.

Si Snape encontró extraña aquella instrucción, lo disimuló, porque tanto McGonagall como Snape se volvieron de inmediato, y salieron del despacho. Dumbledore fue hasta el baúl de las siete cerraduras, metió la primera llave en la cerradura correspondiente, y lo abrió. Contenía una gran cantidad de libros de encantamientos. Dumbledore cerró el baúl, introdujo la segunda llave en la segunda cerradura, y volvió a abrirlo: los libros habían desaparecido, y lo que contenía el baúl era un gran surtido de chivatoscopios rotos, algunos pergaminos y plumas, y lo que parecía una capa invisible que en aquel momento era de color plateado. Eleanor y Harry lo observaron, pasmados, cómo Dumbledore metía la tercera, la cuarta, la quinta y la sexta llaves en sus respectivas cerraduras, y volvía a abrir el baúl para revelar en cada ocasión diferentes contenidos. Luego introdujo la séptima llave, levantó la tapa, y Harry soltó un grito de sorpresa.

Había una especie de pozo, una cámara subterránea en cuyo suelo, a unos tres metros de profundidad, se hallaba el verdadero Ojoloco Moody, según parecía profundamente dormido, flaco y desnutrido. Le faltaba la pata de palo, la cuenca que albergaba su ojo mágico estaba vacía bajo el párpado, y en su pelo entrecano había muchas zonas ralas. Atónito, Harry pasó la vista del Moody que dormía en el baúl al Moody inconsciente que yacía en el suelo del despacho.

Dumbledore se metió en el baúl, se descolgó y cayó suavemente junto al Moody dormido. Se inclinó sobre él.

—Está desmayado... controlado por la maldición imperius... y se encuentra muy débil —dijo—. Naturalmente, necesitaba conservarlo vivo. Ares, échame la capa del impostor: Alastor está helado. Tendrá que verlo Madame Pomfrey, una vez que termine con Alphard Black, pero creo que no se halla en peligro inminente.

Sorprendentemente, Ares Crouch hizo lo que le pedía sin rechistar. Dumbledore cubrió a Moody con la capa, asegurándose de que lo tapaba bien, y volvió a salir del baúl. Luego cogió la petaca que estaba sobre el escritorio, desenroscó el tapón y la puso boca abajo. Un líquido espeso y pegajoso salpicó al caer al suelo.

—Poción multijugos —explicó Dumbledore—. Ya ven qué simple y brillante. Porque Moody jamás bebe si no es de la petaca, todo el mundo lo sabe. Por supuesto, el impostor necesitaba tener a mano al verdadero Moody para poder seguir elaborando la poción. Mira el pelo... —Dumbledore observó al Moody del baúl—. El impostor se lo ha estado cortando todo el año. ¿Ves dónde le falta? Pero me imagino que con la emoción de la noche nuestro falso Moody podría haberse olvidado de tomarla con la frecuencia necesaria: a la hora, cada hora... ya veremos.

Dumbledore apartó la silla del escritorio y se sentó en ella, con los ojos fijos en el Moody inconsciente tendido en el suelo. Harry también lo miraba. Pasaron en silencio unos minutos...

Luego, ante los propios ojos de Harry, la cara del hombre del suelo comenzó a cambiar: se borraron las cicatrices, la piel se le alisó, la nariz quedó completa y se achicó; la larga mata de pelo entrecano pareció hundirse en el cuero cabelludo y volverse de color paja; de pronto, con un golpe sordo, se desprendió la pata de palo por el crecimiento de una pierna de carne; al segundo siguiente, el ojo mágico saltó de la cara reemplazado por un ojo natural, y rodó por el suelo, girando en todas direcciones.

Los cuatro vieron tendido ante ellos a un hombre de piel clara, algo pecoso, con una mata de pelo negro.

Barty Crouch Junior.

El gruñido que soltó Ares era más de rabia que trataba de cubrir todo el dolor que ocultaba por haberle llorado tantos años a alguien que jamás había muerto. Eleanor estaba conmocionada, su mente trabajando a una velocidad impresionante cerrando todas sus sospechas. Y Harry, bueno, él solo estaba presenciando todo tratando de entender cómo había llegado Barty Crouch Junior a suplantar a Alastor Moody.

Dumbledore y Eleanor reaccionaron a tiempo tomando a Ares de los hombros evitando lo que se volvería un asesinato.

—Debemos escuchar toda la historia, Ares —dijo Dumbledore.

—Él no merece nada, Dumbledore. —escupió Ares, iracundo.

Se oyeron pasos apresurados en el corredor. Snape volvía llevando a Winky. La profesora McGonagall iba justo detrás.

—¡Crouch! —exclamó Snape, deteniéndose en seco en el hueco de la puerta—. ¡Barty Crouch!

—¡Cielo santo! —dijo la profesora McGonagall, parándose y observando al hombre que yacía en el suelo.

A los pies de Snape, sucia, desaliñada, Winky también lo miraba. Abrió completamente la boca para dejar escapar un grito que les horadó los oídos:

—Amo Barty, amo Barty, ¿qué está haciendo aquí? —Se lanzó al pecho del joven y luego miró a Ares con lágrimas—. ¡Él lo ha matado, amo Ares! ¡Él lo ha matado, amo Ares! ¡Ha matado al hijo del amo!

—Sólo está desmayado, Winky —explicó Dumbledore—. Hazte a un lado, por favor. ¿Has traído la poción, Severus?

Snape le entregó a Dumbledore un frasquito de cristal que contenía un líquido totalmente incoloro: el suero de la verdad. Dumbledore se levantó, se inclinó sobre Barty Crouch y lo colocó sentado contra la pared, justo debajo del reflector de enemigos en el que seguían viéndose con claridad las imágenes de Dumbledore, Crouch, Snape y McGonagall. Winky seguía de rodillas, temblando, con las manos en la cara. Dumbledore le abrió al hombre la boca y echó dentro tres gotas. Luego le apuntó al pecho con la varita y ordenó:

¡Enervate!

El tercer hijo del señor Crouch abrió los ojos. Tenía la cara laxa y la mirada perdida, pero un brillo de horror se reflejó cuando vio a Ares, quién ya lo observaba con odio. Dumbledore se arrodilló ante él, de forma que sus rostros quedaron a la misma altura y lo hizo dejar de mirar a su hermano mayor, obligándolo a verlo a sus propios ojos cristalinos.

—¿Me oye? —le preguntó Dumbledore en voz baja.

El hombre parpadeó.

—Sí —respondió.

—Me gustaría que nos explicara —dijo Dumbledore con suavidad—, cómo ha llegado usted aquí. ¿Cómo se escapó de Azkaban?

Barty Crouch tomó aliento y comenzó a hablar con una voz apagada y carente de expresión:

—Mi madre me salvó. Sabía que se estaba muriendo, y persuadió a mi padre para que me liberara como último favor hacia ella. Él la quería como nunca me quiso a mí o a mis hermanos, así que accedió. Fueron a visitarme. Me dieron un bebedizo de poción multijugos que contenía un cabello de mi madre, y ella tomó la misma poción con un cabello mío. Cada uno adquirió la apariencia del otro.

Winky movía hacia los lados la cabeza, temblorosa.

—No diga más, amo Barty, no diga más, ¡o meten a su padre en un lío!

Pero Crouch volvió a tomar aliento y prosiguió en el mismo tono de voz:

—Los dementores son ciegos: sólo percibieron que habían entrado en Azkaban una persona sana y otra moribunda, y luego que una moribunda y otra sana salían. Mi padre me sacó con la apariencia de mi madre por si había prisioneros mirando por las rejas. —Ares apretó los puños y Eleanor lo miró conmocionada—. Mi madre murió en Azkaban poco después. Hasta el final tuvo cuidado de seguir bebiendo poción multijugos. Fue enterrada con mi nombre y mi apariencia. Todos creyeron que era yo.

Parpadeó.

—¿Y qué hizo su padre con usted cuando lo tuvo en casa? —preguntó Dumbledore sin detenerse en la presencia de Ares.

—Representó la muerte de mi madre. Fue un funeral sencillo, privado, evitó que mi hermano Ares asistiera para que no viera que la tumba estaba vacía. Nuestra elfina doméstica me cuidó hasta que sané. Luego mi padre tuvo que ocultarme y controlarme. Usó una buena cantidad de encantamientos para mantenerme sometido. Cuando recobré las fuerzas, sólo pensé en encontrar a mi hermana y otra vez a mi señor... y volver a su servicio.

—¿Qué hizo su padre para someterlo? —quiso saber Dumbledore.

—Utilizó la maldición imperius. —confesó. Ares retrocedió como si no diera crédito a lo escuchado—. Estuve bajo su control. Me obligó a llevar día y noche una capa invisible. Nuestra elfina doméstica siempre estaba conmigo. Era mi guardiana y protectora. Me compadecía. Persuadió a mi padre para que me hiciera de vez en cuando algún regalo: premios por mi buen comportamiento.

—Amo Barty, amo Barty —dijo Winky por entre las manos, sollozando—. No debería decir más, o tendremos problemas...

—Cállate, Winky —rugió Ares con mirada amenazante.

—¿No descubrió nadie que usted seguía vivo? —preguntó Dumbledore—. ¿No lo supo nadie aparte de su padre y la elfina?

—Sí. Una bruja del departamento de mi padre, Bertha Jorkins, llegó a casa con unos papeles para que mi padre los firmara. Mi padre no estaba en aquel momento, así que Winky la hizo pasar y volvió a la cocina, donde me encontraba yo. Pero Bertha Jorkins nos oyó hablar, y escuchó a escondidas. Entendió lo suficiente para comprender quién se escondía bajo la capa invisible. Cuando mi padre volvió a casa, ella se le enfrentó. Para que olvidara lo que había averiguado, le tuvo que echar un encantamiento desmemorizante muy fuerte. Demasiado fuerte: según mi padre, le dañó la memoria para siempre.

Eleanor se llevó ambas manos a sus labios mientras soltaba un jadeo horrorizado. El que Bertha Jorkins acabara tan mal había sido la culpa del señor Crouch.

—¿Quién le mandó meter las narices en los asuntos de mi amo? —sollozó Winky—. ¿Por qué no nos dejó en paz?

—Winky... —gruñó Ares y la elfina tembló agachando la cabeza en orden.

—Hábleme de los Mundiales de quidditch —pidió Dumbledore.

—Winky convenció a mi padre de que me llevara. Necesitó meses para persuadirlo. Hacía años que yo no salía de casa. Había sido un forofo del quidditch. «Déjelo ir!», le rogaba ella. «Puede ir con su capa invisible. Podrá ver el partido y le dará el aire por una vez.» Le dijo que era lo que hubiera querido mi madre. Le dijo que ella había muerto para darme la libertad, que no me había salvado para darme una vida de preso. Al final accedió.

»Fue cuidadosamente planeado: mi padre nos condujo a Winky y a mí a la tribuna principal bastante temprano. Winky diría que le estaba guardando un asiento a mi padre. Yo me sentaría en él, invisible. Tendríamos que salir cuando todo el mundo hubiera abandonado la tribuna principal. Todo el mundo creería que Winky se encontraba sola... pero mi padre no se esperó a que mi hermano Ares estuviera allí con los hijos de mi hermana Artemis.

»Casi lo echaban a perder todo ya que Winky ni mi padre sabrían que yo recuperaba fuerzas. Empezaba a luchar contra la maldición imperius de mi padre. Había momentos en que me liberaba de ella casi por completo. Aquél fue uno de esos momentos. Era como si despertara de un profundo sueño. Me encontré rodeado de gente, en medio del partido, y vi delante de mí una varita mágica que sobresalía del bolsillo de un muchacho. No me habían dejado tocar una varita desde antes de Azkaban. La robé. Winky no se enteró: tiene terror a las alturas, y se había tapado la cara.

—¡Amo Barty, es usted muy malo! —le reprochó Winky. Las lágrimas se le escurrían entre los dedos.

—Es mucho peor que eso... —musitó Eleanor.

—O sea que usted cogió la varita —dijo Dumbledore—. ¿Qué hizo con ella?

—Volvimos a la tienda. Luego los oímos, oímos a los mortífagos, los que no habían estado nunca en Azkaban, los que nunca habían sufrido por mi señor, los que le dieron la espalda, los que no fueron esclavizados como yo, los que estaban libres para buscarlo pero no lo hacían, los que se conformaban con divertirse a costa de los muggles. Me despertaron sus voces. Hacía años que no tenía la mente tan despejada como en aquel momento, y me sentía furioso. Con la varita en mi poder, quise castigarlos por su deslealtad. Mi padre había salido de la tienda para ir a defender a los muggles, y a Winky le daba miedo verme tan furioso, así que ella usó sus propias dotes mágicas para atarme a ella. Me sacó de la tienda y me llevó al bosque, lejos de los mortífagos. Traté de hacerla volver, porque quería regresar al campamento. Quería enseñarles a los mortífagos lo que significaba la lealtad al Señor Tenebroso, y castigarlos por no haberla observado. Y fue cuando la ví... —se detuvo un instante a mirar a Eleanor y siguió—: supe que era ella, las fotos que tenía en mi cuarto eran de más pequeña pero cuando escuché a mi hermano Ares llamándola: «Potter», lo supe...

Dumbledore frunció el ceño y miró a Eleanor, que sentía todas las miradas curiosas sobre ella.

»Fue cuando con la varita que había robado proyecté en el aire la Marca Tenebrosa. Llegaron los magos del Ministerio, lanzando por todas partes sus encantamientos aturdidores. Uno de esos encantamientos se coló por entre los árboles hasta donde nos encontrábamos Winky y yo. Quedamos los dos desmayados y con las ataduras rotas por el rayo del encantamiento.

»Cuando descubrieron a Winky, mi padre comprendió que yo tenía que estar cerca. Me buscó entre los arbustos donde la habían encontrado a ella y me halló echado en el suelo. Esperó a que se fueran los demás funcionarios, me volvió a lanzar la maldición imperius, y me llevó de vuelta a casa. A Winky la despidió porque no había impedido que yo robara la varita y casi me deja también escapar.

Winky exhaló un lamento de desesperación.

—Quedamos solos en la casa mi padre y yo. Y entonces... entonces... —la cabeza de Crouch dio un giro, y una mueca demente apareció en su rostro — mi señor vino a buscarme.

»Llegó a casa una noche, bastante tarde, en brazos de su vasallo Colagusano. Él acababa de escapar de Azkaban y mantuvo contra la maldición imperius a un auror protegiendo su celda para que nadie se diera cuenta de su huída. Había averiguado que yo seguía vivo. Había apresado en Albania a Bertha Jorkins, la había torturado y le había extraído mucha información: ella le habló del Torneo de los tres magos y de que Moody, el viejo auror, iba a impartir clase en Hogwarts; luego la torturó hasta romper el encantamiento desmemorizante que mi padre le había echado, y ella le contó que yo me había escapado de Azkaban y que mi padre me tenía preso para impedir que fuera a buscar a mi señor. Y de esa forma supo que yo seguía siéndole fiel... quizá más fiel que ningún otro. Mi señor trazó un plan basado en la información que Bertha le había pasado. Me necesitaba. Llegó a casa cerca de medianoche. Mi padre abrió la puerta.

Una sonrisa se extendió por el rostro de Crouch, como si recordara el momento más agradable de su vida. A través de los dedos de Winky podían verse sus ojos desorbitados. Estaba demasiado asustada para hablar.

—Fue muy rápido: mi señor le echó a mi padre la maldición imperius. A partir de ese momento fue mi padre el preso, el controlado. Mi señor lo obligó a ir al trabajo como de costumbre y a seguir actuando como si nada hubiera ocurrido. Y yo quedé liberado. Desperté. Volvía a ser yo mismo, vivo como no lo había estado desde hacía años.

—¿Qué fue lo que lord Voldemort te ordenó que hicieras? —preguntó Ares, esta vez.

—Me preguntó si estaba listo para arriesgarlo todo por él. Lo estaba. Ése era mi sueño, mi suprema ambición: servirle, probarme ante él. Demostrar que por primera vez yo era mucho mejor que Ares y Artemis... Me dijo que necesitaba situar en Hogwarts a un vasallo leal, un vasallo que hiciera pasar a Harry Potter todas las pruebas del Torneo de los tres magos sin que se notara, un vasallo que no lo perdiera de vista, que se asegurara de que conseguía la Copa, que convirtiera aquella copa en un traslador y capaz de llevar ante él a la primera persona que lo tocara. Pero antes...

—Necesitaba a Alastor Moody —dijo Albus Dumbledore. Le resplandecían los ojos azules, aunque la voz seguía impasible.

—Lo hicimos entre Colagusano y yo. De antemano habíamos preparado la poción multijugos. Fuimos a la casa, Moody se resistió, provocó un verdadero tumulto. Justo a tiempo conseguimos reducirlo, así que lo metimos en un compartimiento de su propio baúl mágico, le arrancamos unos pelos y los echamos a la poción. Al beberla me convertí en su doble, le cogí la pata de palo y el ojo, y ya estaba listo para vérmelas con Ares y Eleanor pero Arthur Weasley, que llegó para arreglarlo todo con los muggles que habían oído el altercado. Cambié de sitio los contenedores de la basura y le dije a Weasley que había oído intrusos en el patio, andando entre los contenedores. Luego guardé la ropa y los detectores de tenebrismo de Moody, los metí con él en el baúl y me vine a Hogwarts. Lo mantuve vivo y bajo la maldición imperius porque quería poder hacerle preguntas para averiguar cosas de su pasado y aprender sus costumbres, con la intención de engañar incluso a Dumbledore. Además, necesitaba su pelo para la poción multijugos. Los demás ingredientes eran fáciles. La piel de serpiente arbórea africana la robé de las mazmorras. Cuando el profesor de Pociones me encontró en su despacho, dije que tenía órdenes de registrarlo.

—¿Y qué hizo Colagusano después de que atacaron ustedes a Moody? — preguntó Dumbledore.

—Se volvió para seguir cuidando a mi señor en mi casa y vigilando a mi padre.

—Pero su padre escapó —observó Dumbledore.

—Sí. Después de algún tiempo empezó a resistirse a la maldición imperius tal como había hecho yo. Había momentos en los que se daba cuenta de lo que ocurría. Mi señor pensó que ya no era seguro dejar que mi padre saliera de casa, así que lo obligó a enviar cartas diciendo que estaba enfermo. Sin embargo, Colagusano fue un poco negligente, y no lo vigiló bien. De forma que mi padre pudo escapar. Mi señor adivinó que se dirigiría a Hogwarts. Efectivamente, el propósito de mi padre era contárselo todo a Dumbledore, confesar. Venía dispuesto a admitir que me había sacado de Azkaban.

»Mi señor me envió noticia de la fuga de mi padre. Me dijo que lo detuviera costara lo que costara. Yo esperé, atento: utilicé el mapa que le había pedido a Harry Potter. El mapa que había estado a punto de echarlo todo a perder.

—¿Mapa? —preguntó rápidamente Dumbledore—, ¿qué mapa es ése?

—El mapa de Hogwarts de Potter. Potter me vio en él, una noche, robando ingredientes para la poción multijugos del despacho de Snape. Como tengo el mismo nombre que mi padre, pensó que se trataba de él. Le dije que mi padre odiaba a los magos tenebrosos, y Potter creyó que iba tras Snape. Esa noche le pedí a Potter su mapa.

»Durante una semana esperé a que mi padre llegara a Hogwarts. Al fin, una noche, el mapa me lo mostró entrando en los terrenos del castillo. Me puse la capa invisible y bajé a su encuentro. Iba por el borde del bosque. Entonces llegaron Potter y Krum. Aguardé. No podía hacerle daño a Potter porque mi señor lo necesitaba, pero cuando fue a buscar a Dumbledore aproveché para aturdir a Krum. Y maté a mi padre.

—¡Nooooo! —gimió Winky—. ¡Amo Barty, amo Barty!, ¿qué está diciendo?

Parecía que Ares iba a vomitar y se mostraba tan afligido que Eleanor sintió su propio dolor. Fuera como fuera, con problemas y todo, no dejaba de ser su padre, y enterarse que su propio hermano menor lo había asesinado a sangre fría lo acabo de romper. El auror se tuvo que recargar en el marco del hueco donde debía estar la puerta, todos lo miraron entre pena y lástima.

—Usted mató a su padre —dijo Dumbledore, en el mismo tono suave—. ¿Qué hizo con el cuerpo?

—Lo llevé al bosque y lo cubrí con la capa invisible. Llevaba conmigo el mapa: vi en él a Potter entrar corriendo en el castillo y tropezarse con Snape, y luego a Dumbledore con ellos. Entonces Potter sacó del castillo a Dumbledore. Yo volví a salir del bosque, di un rodeo y fui a su encuentro como si llegara del castillo. Le dije a Dumbledore que Snape me había indicado adónde iban.

»Dumbledore me pidió que fuera en busca de mi padre, así que volví junto a su cadáver, miré el mapa y, cuando todo el mundo se hubo ido, lo transformé en un hueso... y lo enterré cubierto con la capa invisible en el trozo de tierra recién cavada delante de la cabaña de Hagrid.

Entonces se hizo un silencio total salvo por los continuados sollozos de Winky y las lágrimas silenciosas que Ares Crouch estaba derramando.

Luego dijo Dumbledore:

—Y esta noche...

—Me ofrecí a llevar la Copa del torneo al laberinto antes de la cena — musitó Barty Crouch—. La transformé en un traslador. El plan de mi señor ha funcionado: ha recobrado sus antiguos poderes y me cubrirá de más honores de los que pueda soñar un mago.

La sonrisa demente volvió a transformar sus rasgos, y la cabeza cayó inerte sobre un hombro mientras Winky sollozaba y se lamentaba a su lado.

Dumbledore se levantó y miró un momento a Barty Crouch con desagrado. Luego alzó otra vez la varita e hizo salir de ella unas cuerdas que lo dejaron firmemente atado. Se dirigió entonces a la profesora McGonagall.

—Minerva, ¿te podrías quedar vigilándolo mientras subo con Harry y Eleanor?

—Desde luego —respondió ella. Daba la impresión de que sentía náuseas, como si acabara de ver vomitar a alguien. Sin embargo, cuando sacó la varita y apuntó con ella a Barty Crouch, su mano estaba completamente firme.

—Severus, por favor, dile a Madame Pomfrey que venga —indicó Dumbledore—. Hay que llevar a Alastor Moody a la enfermería. Luego baja a los terrenos, busca a Cornelius Fudge y tráelo acá. Supongo que querrá oír personalmente a Crouch. Si quiere algo de mí, dile que estaré en la enfermería dentro de media hora.

Snape asintió en silencio y salió del despacho.

Dumbledore se acercó a Ares y puso una mano en su hombro y le dijo unas palabras que no lograron escuchar. El niño que sobrevivió aprovechó ese momento para levantarse y cojear despacio hasta su tía que sólo tomó su mano entrelazando sus dedos, ambos estaban llenos de sangre seca. Ninguno dijo nada, no se sentían con la fuerza para hacerlo, pero con ese pequeño gesto, ellos sabían que no estaban solos. Los dos seguían vivos, y lo agradecían.

—Eleanor... Harry... —los llamó Dumbledore con suavidad.

Eleanor ayudó a su sobrino a estabilizarse por el dolor de la pierna, que no había notado mientras escuchaba a Crouch, acababa de regresar con toda su intensidad. También se dio cuenta de que temblaba... o quizá ambos lo hacían. Dumbledore lo cogió del otro brazo y entre los dos, ayudaron a Harry a salir al oscuro corredor.

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