La Clase del 89' (Mycroft y t...

By MSCordoba

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Mycroft Holmes es el mejor promedio del instituto Dallington. Los valores de amistad y afecto no resultan rel... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 61,5
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Cartas
Epílogo
Nota de autora
Anuncio importante

Capítulo 34

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By MSCordoba

Una explosión, tres jóvenes agazapados detrás de unos barriles. Sherlock hizo las últimas anotaciones y cerró su cuaderno, dando por concluido el experimento.

El niño recogió sus cosas y se puso de pie, cargando la caja consigo. Anabeth se ofreció a llevarla, pero Sherlock negó rotundamente con la cabeza. No permitiría que nadie, salvo él, manipulara su juego de química. Era muy terco en ese aspecto.

Mientras los tres se sacudían el polvo de sus atuendos, a lo lejos se oyeron sirenas de policía. Probablemente un vecino había dado el aviso por del ruido.

— Hora de irnos. —anunció la castaña, comenzando a caminar tranquilamente por la acera.

— Cómo lleguen a arrestarnos, Anabeth... —murmuró el pelirrojo caminando a la par.

— Relájate. Deben estar a un kilómetro de aquí. —escuchó con atención—. Y no parece que se estén acercando.

Al decir eso, Anabeth le echó una mirada al niño. Este asintió con la cabeza, confirmando sus sospechas. 

Mycroft frunció los labios en una fina línea. Sus ojos viajaban desde su hermano a su amiga en un continuo vaivén. Comenzó a caminar detrás de ellos, pisándoles los talones. 

Los tres llevaban un ritmo ligero, aunque si fuera por el pelirrojo, ya se hubiera echado a correr. No veía la hora de llegar a su casa y esconderse en la seguridad de su habitación.

— Por todos los cielos, ¿pueden apresurarse? Parecen dos tortugas. —gruñó, sintiendo como su ansiedad crecía con cada paso que daba. No entendía como esos dos, encontrándose al filo de la ley, pudieran estar tan calmados.

— Gallina. —se burló el menor, elevando el mentón unos centímetros.

— No tienes de qué preocuparte. —Anabeth volteó a ver a su amigo—. En el remoto caso de que una patrulla pasara por las cercanías, estarán buscando pandilleros. Jóvenes con pelo teñido, muchos tatuajes y chaquetas de cuero. No a dos adolescentes (uno de ellos con chaleco y corbata) acompañados de un niño. Solo procura tranquilizarte y actuar natural.

Mycroft parpadeó varias veces, en una mezcla de asombro e indignación. Las palabras elocuentes de la castaña contrastaban enormemente con su significado.

— No soy fan de los estereotipos. —se encogió de hombros y dirigió la vista al frente—. Pero admito que resultan muy útiles en ciertas ocasiones.

— Lo dices como si tuvieras experiencia en este tipo de altercados. 

Anabeth no dijo nada. Solo sonrió de lado y mantuvo esa mirada misteriosa imposible de leer.

 — Y... llegamos. —anunció la ojimiel, señalando el frente de la propiedad.

La tensión acumulada en los hombros de Mycroft se alivió con esa frase.

Sherlock subió las escaleras, recluyéndose en la seguridad de sus aposentos. Mycroft dedujo que no volverían a verlo por el resto de la tarde.

El pelirrojo aflojó un poco su corbata, sintiendo que esta lo asfixiaba. Esa había sido una tarde intensa. Aun podía sentir el olor a explosivo en el aire y ver el polvo asentado en sus atuendos. Sin embargo, contrario a todo pronóstico, no había sido tan terrible como suponía. Sí, le dolía la espalda y no, no volvería a ser partícipe de uno de los alocados experimentos de su hermanito.

Pero, aun así, se sintió feliz cuando Sherlock le tendió ese tubo de ensayo o cuando Anabeth le colocó la olla en la cabeza. Era una acción ridícula y fuera de lugar, pero a su vez fue sumamente correcta y apropiada. Le agradó que Sherlock lo incluyera, así como le agradó ver la expresión curiosa de Anabeth, deseosa de saber que sucedería a continuación.

"Se sintió gratificante pasar el tiempo con ellos." Una sonrisa asomó por la comisura de su labio ante este pensamiento.

Fue en ese momento que sus ojos azules vagaron por la sala hasta posarse sobre la castaña. Ella tomó asiento en el sofá, ocupando el mismo lugar de hace una hora. Si no fuera por los residuos de polvo en su ropa y cabello, nadie supondría que ella había salido de esa sala. Mucho menos que hubiera sido partícipe de un experimento que involucrara explosivos.

El joven se sintió intrigado por ese comportamiento. Él aún se sentía un tanto conmocionado por todo lo sucedido. Pero ella, en cambio, no transmitía nada. Se la veía relajada, segura y apacible.

"No la alteran." Dedujo al observarla. "Las situaciones de peligro no la alteran."

<< No tienes de qué preocuparte. >>

Mycroft recordó esa frase y la serenidad con la que fue dicha. Anabeth se mostró confiada cuando explicó que no había que temer a la policía. Era como si ya hubiera hecho eso millones de veces.

"¿Has hecho esto antes? ¿Has estado en peligro? O mejor dicho, ¿te has metido en problemas por diversión?"

Mycroft no podía asegurar que la chica fuera una santa, pero tampoco podía asegurar lo contrario. Simplemente no podía estar seguro de nada con ella. Contempló esos ojos color miel, completamente indescifrables. Una parte de él se sintió frustrado. Aun hoy en día había ciertos aspectos de Anabeth que seguían siendo un completo misterio ante sus ojos.

Otra parte más pequeña, oculta en el inconsciente, admitió que le gustaba de ese modo.

***

Era el último lunes de las vacaciones. Mycroft, como de costumbre, llegó puntual a la residencia de los Smith. Sus dedos tamborileaban a los costados de su cuerpo, reproduciendo el ritmo de la semana pasada. 

Con cada lección de batería, su interés en el instrumento fue aumentando considerablemente. Lo que en un inicio había comenzado por una necesidad de desahogo, se fue convirtiendo en un genuino deseo por aprender. 

Cuando blandía las baquetas en el aire y comenzaba a tocar, una parte de él lograba desconectarse. Por esas dos horas ya no era el genio sabelotodo. Por esas dos horas era solo un alumno ordinario. Tenía dudas que podía manifestar y podía cometer errores sin sentirse culpable por ello. No había expectativas. Tan solo aprendía por el simple gusto de aprender.

Incluso sentía cierto regocijo al saber que la batería no entraba dentro de lo que era considerado como un instrumento clásico. No era nada refinado el piano u ostentoso como el violín. Solo era percusión. Simple y tosca percusión. 

Nadie de su familia ni mucho menos sus profesores, podrían remotamente imaginar que él disfrutara de tocar un instrumento primitivo como lo era la batería. De alguna forma u otra, era su manera de quebrar la imagen de hijo ejemplar que todos tenían sobre él. Rompía con el status quo. Eso, tuvo que admitir, tenía su encanto.

"Como una fruta prohibida."

Jamás lo dijo en voz alta. Ni siquiera reconoció que Anabeth tuvo razón el día que lo obligó a sentarse frente al instrumento. Pero allí estaba la evidencia. Ahora, luego de un mes de práctica, se hallaba ansioso por volver a sentarse en ese banquillo desgastado y blandir las baquetas en el aire.

Tocó el timbre y dio un paso atrás. La joven se asomó por la puerta y lo dejó entrar, despidiéndose de Larry en el proceso. Ambos sabían que esa sería su última clase hasta nuevo aviso. Cuando volvieran al instituto, tendrían que averiguar sus nuevos horarios de cursada antes de retomar sus lecciones.

— Hoy tendremos una clase un poco diferente. —anunció la castaña, prendiendo las luces del garaje.

— ¿A qué te refieres con diferente?

— Ya conoces la técnica, ahora solo falta aplicarla en una melodía. En otras palabras, tocaremos una canción.

Anabeth no se sorprendió al ver la expresión de asombro en el rostro del pelirrojo. Hasta ese momento, ella solo le había enseñado los ritmos y la teoría. Marcó sus errores y le mostró cómo corregirlos. Pero ahora era momento de subir el nivel de dificultad. Ya no podían hacer solo percusión. Ahora esos golpes tenían que pasar a formar parte de algo más complejo.

— Dudo que encuentres alguna canción que sea de nuestro mutuo agrado, Anabeth.

— Claro que sí. Algo debe haber.

— Pero no tengo ningún género musical de preferencia. —objetó, manteniendo su postura reticente.

— Mycroft, me vas a matar por lo que voy a decirte. —sonrió con diversión—. Pero juro que solo será la verdad.

El joven elevó una ceja inquisitiva.

— Habla ya. —espetó, odiando que ella lo mantuviera en suspenso.

— Te he enseñado ritmos de distintos géneros: Jazz, Blues, Metal... Pero por lo que pude observar, los que más disfrutaste tocar fueron los del Pop y el Rock. —sonrió de oreja a oreja al ver su mueca de desconcierto.

— Es una broma, ¿verdad?

Anabeth negó con la cabeza.

— Durante nuestras lecciones fui observando tu lenguaje corporal. Recuerdo con exactitud qué ritmos te resultaron fáciles o difíciles, cuáles te gustaron y cuáles no. Quizá no sea tan observadora como tú, pero puedo detectar este tipo de detalles. Sobre todo, si hablamos de música.

— Eso no puede... Es completamente...

"Erróneo. Inconcebible. Descabellado. Simplemente no encaja conmigo." Las palabras vinieron a su mente de manera atropellada. La deducción de la castaña no podía ser correcta. Debía haber algún fallo.

— Irónico. —completó la frase por él—. Lo sé. También me resultó curioso.

Mycroft quería negarse, argumentar, decir algo que la convenciera de que se trataba de una equivocación. Pero se vio incapaz de hablar. Esa era la misma actitud que tuvo la primera vez que pisó ese garaje. 

Un pensamiento, más fuerte que las negativas, se hizo presente.

"Eso mismo pensaba sobre la batería... y heme aquí."

— Dale una oportunidad. —añadió, como si fuera capaz de leerle la mente.

— ¿Y si no me agrada?

— Intentamos otra cosa. —contestó con simpleza.

La joven arrastró una silla de madera y se sentó a su lado. Agarró su guitarra y la colocó sobre su regazo. Hizo un ademán con la cabeza, invitando al joven a que tomara asiento en el banquillo.

El chico suspiró, resignado. Sin decir nada, tomó asiento frente al instrumento.

— ¿Tienes alguna canción en mente?

Mycroft se encogió de hombros con indiferencia. Dejaría que ella escogiera. Después de todo, era la experta en esa área.

Anabeth ladeó la cabeza, pensativa. Conocía cientos, miles de canciones de diferentes bandas y solistas.

"Pero, ¿cuál sería la indicada para ti? Una canción movida, pero que no caiga en lo estridente. Quizá una canción con la que puedas sentirte identificado."

De pronto, el título vino a su mente como una epifanía.

"Una vez me dijiste que estudiarías política y relaciones internacionales... ¿Qué tal una canción relacionada con el poder?"

Sin decir nada, posó las yemas de los dedos sobre las cuerdas y comenzó a tocar una melodía suave, marcando el ritmo con la suela de su zapato.

Mycroft la observó con atención. Era la primera vez que la veía tocar la guitarra. Al igual que con la batería, Anabeth tenía un completo manejo del instrumento. Sus dedos aplicaban la presión necesaria, las cuerdas eran rasgadas con suavidad, produciendo un sonido limpio y constante. Los acordes eran tocados con precisión en el momento exacto, creando una melodía reconfortante, muy agradable al oído.

Pasaron unos minutos en los que Mycroft permaneció en silencio, contemplando a su compañera. Podía ver sus dedos cambiando de posición creando acordes en armonía; su postura inclinada hacia delante; algunos mechones de cabello cayendo por uno de los costados de su rostro. Era una vista casi hipnótica. 

Cuando Anabeth terminó de tocar, se volvió hacia el joven.

— ¿Y? ¿Qué te parece?

Mycroft parpadeó una vez, saliendo de su ensimismamiento. Su regreso a la realidad fue tan veloz como su respuesta. 

— ¿Cómo se llama?

La joven sonrió un poco con la pregunta. Eso significaba que la canción resultó de su agrado.

— "Everybody wants to rule the world"

Mycroft entrecerró los ojos con suspicacia.

— Si esa fue alguna clase de indirecta... —señalándola con baqueta en mano.

Anabeth soltó una carcajada.

— No, tan solo recordé la letra y me pareció apropiada. —volvió a colocar los dedos sobre las cuerdas—. ¿Quieres intentarlo?

— De acuerdo. —murmuró de mala gana, negándose a hacer contacto visual. Sabía que Anabeth tendría una sonrisa triunfal en su rostro y no deseaba verla en esos momentos.

La joven dejó la guitarra a un lado y se puso de pie. Mycroft anticipó que ella le haría una pequeña demostración. Siempre lo hacía. Era su forma de enseñar. El joven se apartó y le cedió el lugar. 

Una vez en posición, ella le indicó paso a paso cómo debía hacer el redoble de tambor. Primero lento y luego de manera fluida, para que escuchara cómo sonaba todo en conjunto. Una vez terminada la demostración, le dio unos momentos para practicar.

Una vez que Mycroft se aseguró de haber asimilado el ritmo correctamente, le hizo una señal para empezar.

— En esta canción, se supone que guitarra y batería comienzan al mismo tiempo. Pero haré una excepción. Necesito ver que puedas mantener la sincronía en los golpes. Si logras el control, serás capaz de guiarme a mí. —explicó—. Así que comienza a tocar y cuando logres estabilizarte, te seguiré.

El joven asintió en acuerdo y así lo hizo.

Anabeth cerró los ojos y escuchó con atención. Lo que comenzó como una simple sucesión de golpes de platillo se le sumaron golpes de redoblante y bombo. El ritmo, como esperaba, era enérgico, pero sin llegar a ser ruidoso o exagerado. Era el tipo de ritmo que Mycroft disfrutaba tocar. 

Los golpes fueron dados con precisión, sin aplicar fuerza innecesaria. Anabeth supo que estaban en sincronía.

Contó los segundos.

"Ahora."

Ella comenzó a tocar. Los acordes de guitarra se combinaban con cada golpe de tambor y platillo en una mezcla única. La canción tocada previamente solo en guitarra se había acentuado con los redobles de tambor, logrando un nuevo énfasis en el estribillo. Lo que antes era una melodía tranquila y agradable, se convirtió en una tonada pegadiza que lograba hacerte ladear la cabeza de un lado al otro de forma amena.

Quizá no sonaran igual a la banda original, pero era eso lo que volvía a la canción su canción. Era una melodía que solo ellos podían crear, única e inigualable.

Siguieron tocando, acorde tras acorde, golpe tras golpe. No querían romper esa agradable atmósfera musical que los fue envolviendo con el correr de los minutos. Por supuesto, hubo algunas imperfecciones en la percusión, pero eso no los detuvo. Ya habría tiempo para corregir errores.

En esos momentos, solo dejaron que la canción siguiera su curso, sin importa si era perfecta o no.

I can't stand this indecision... Married with a lack of vision... Everybody wants to rule the world.

Mycroft elevó ambas cejas y, sin dejar de tocar, volteó a ver a Anabeth. Se sorprendió al oírla cantar. Tenía los ojos cerrados, luciendo concentrada en lo que hacía. Él no dijo nada. Solo sonrió y regresó su vista al instrumento.

Anabeth no supo en qué momento pasó de cantar la canción en su mente a la realidad. No fue algo consciente. Tan solo lo hizo de manera natural, tan natural como el movimiento de sus dedos desplazándose sobre las cuerdas.

All for freedom and for pleasure... Nothing ever lasts forever... Everybody wants to rule the world.

Ambos dejaron de tocar al unísono, dando por terminada la canción.

— Eso fue...  —Mycroft se humedeció los labios. Fue repentinamente incapaz de hablar. Se sentía abrumado por la cantidad de emociones que lo embargaron en ese momento.  

— Se siente bien, ¿eh? —sonrió, conociendo perfectamente esa sensación.

El joven asintió en acuerdo.

— Debo admitir que me impresionaste. Jamás te había oído antes. 

Anabeth lo observó con una expresión interrogante. Entonces lo comprendió.

— Agh, mierda. Canté, ¿no es así?

— Sí. Y bastante alto, a decir verdad.

La chica ocultó su rostro detrás de sus manos, avergonzada.

— Lo siento. No fue intencional. A veces solo... lo hago y ya.

— No entiendo por qué te disculpas. En lo que a mí respecta, cantas bien.

Al oír esto, la joven se detuvo en seco. Retiró sus manos y lo miró con incredulidad.

— ¿Qué?

— Lograste mantenerte en tono sin que se sintiera forzado. —explicó, como si fuera una obviedad. 

Anabeth rodó los ojos. No necesitaba una explicación técnica del tema.

— Solo... cállate. —murmuró, desviando la mirada—. Y... gracias. 

— No agradezcas. Solo estoy siendo objetivo. —se encogió de hombros con expresión indiferente.

Anabeth asintió, sintiendo las mejillas calientes. Nunca le gustó tocar ni cantar en público. No tenía problemas en tocar frente a Mycroft. Era una persona de confianza y estaba bien. Pero era incapaz de imaginarse parada en un escenario. Sabía que se congelaría de los nervios. Esa era la razón por la cual nunca se unió a la banda del instituto, ni a ninguna otra banda.

Carraspeó algo incómoda, decidiendo pasar al siguiente tema.

— Hay algunas cosas que debemos corregir. —volvió a adoptar su voz de profesora—. Solo si quieres volver a tocar la canción, claro está.

Mycroft guardó silencio, meditando la propuesta.

"Sí, quiero volver a tocar. Pero lo más importante... Quiero volver a escucharte."

— Tocaré. —habló tranquilamente, haciendo girar la baqueta entre sus dedos—. Pero con una condición.

Anabeth se cruzó de brazos y lo miró con cautela. Ese tono insinuante nunca era un buen presagio. Al menos, no para ella.

— ¿Y cuál es esa condición?

— Cantarás la letra, de principio a fin.

— ¿Por qué? —inquirió, sin borrar la expresión de desagrado de su rostro.

— La canción suena mejor con letra. —contestó con simpleza, encogiéndose de hombros.

— Eres un pésimo mentiroso, Holmes. —una sonrisa ladeada tiró de sus labios.

Mycroft guardó silencio, sin confirmar ni negar nada. Observó cómo Anabeth volvía a colocar los dedos en posición, suspendidos a solo milímetros sobre las cuerdas. 

No hicieron falta palabras para entenderse. Ella había aceptado el trato.

— Okey... Otra vez, desde el inicio.

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