She's a Fighter ©

Bởi LizThorton

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Ganarme la vida nunca fue algo fácil, siempre me ha costado sudor y cansancio. Muchas veces hasta sangre. Des... Xem Thêm

She's a Fighter
Capítulo 1: ¡¿Un compañero?!
Capítulo 2: Pequeños huérfanos.
Capítulo 3: Llantos de medianoche.
Capítulo 4: En la cornisa.
Capítulo 5: Confesiones.
Capítulo 6: ¡Fiesta! Parte 1
Capítulo 7: ¡Fiesta! Parte 2.
Capítulo 8: Leo mentes.
Capítulo 9: ¿Yo? ¿Princesa?
Capítulo 10: Hambre, no moscas.
¡AVISO!
Capítulo 11: Caída libre.
Capítulo 12: Te necesito.
¡Último avisooooo! (Buenas noticias)

Prólogo

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Bởi LizThorton

Suspiré y sentí caer una gota de sudor por mi sien. Apoyé la cabeza contra el muro y cerré los ojos intentando regular mi respiración. Estaba tan acalorada que parecía que el sol mismo estaba a mi lado, dándome un abrazo. Me arqueé sobre mí misma cuando una punzada caliente pinchó mis pulmones y me impidió llenarlos. Contuve las lágrimas y toqué mi herida abierta. Necesitaba saber cuan profunda era.

Gemí de dolor cuando sentí que mi estómago no podía estar más dañado.

La sangre bañaba mi, destrozada recientemente, blusa de diseñador robada. Los pantalones amenazaban con resbalar de mis piernas y caer al suelo. Eran dos tallas más grandes; pero cuando se necesitaban recursos nada venía mal.

Abrí los ojos cuando escuché pasos acercándose. No solo era una persona, sino varias.

Busqué desesperadamente con la mirada un escondite que cubriera todo mi cuerpo, pero solo había una manta blanca. Seamos realistas, no era normal una manta temblando entre sollozos con una gran mancha de sangre.

Los pasos estaban mucho más cerca. Sequé una lágrima rebelde que logró escaparse porque era fuerte, no podía permitirme llorar. Me pegué más al muro y puse todos mis sentidos alertas. Las sombras de varios hombres fornidos eran visibles.

Suspiré, intentando hacerlo audible.

Cuando solo estaban las opciones de la vida o la muerte y la primera era una remota posibilidad; solo quedaba acelerar el doloroso proceso.

Mi plan funcionó, un hombre me escuchó y me encontró con la mirada.

Llevaba una navaja en la mano, repleta de sangre. Lo identifiqué rápidamente como el hombre que me abrió por la mitad el abdomen. Una ira incontrolable me invadió y la adrenalina segó mi dolor momentáneamente.

Preparé mis piernas y logré encajarle una patada en la mandíbula.

Gracias Dios, si no me hubieses dado piernas largas, nunca lo hubiese conseguido.

-¡Atrápenla!- gritó otro tipo al ver a su compañero adolorido y con el labio sangrante.

No lo dudé, corrí lo más rapido que pude; lanzando chispas por los pies. Encontré una ventana abierta en una casa de tres plantas. Para mi suerte, solo estaba en la segunda así que no me costó nada treparme por el muro. Si la gente hubiera arreglado las rocas que sobresalían, yo ya estaría muerta.

Llegué a la ventana en el momento justo y me lanzé dentro sin pensarlo. Rogué en silencio no haber dejado un gran rastro de sangre por mi camino.

Me tiendí en el suelo para recuperar el aliento. La sencación de peligro se alejó poco a poco y el dolor regresó. Solté un grito ahogado cuando mi mano rozó el gran tajo. Malidita sea, podía contraer una infección si no lo desinfectaba.

Me puse en pie aunque me costó horrores.

Gemí de nuevo al dar un paso e intenté sostenerme de un muro blanco. Ahora había una gran mancha roja en el lugar donde estuvo mi mano. Maldije en voz baja cuando una escalera apareció delante de mí y era evidente que me sería imposible bajarla en ese estado. Tomé aire, cerré los ojos y dí un paso al frente.

Desgraciadamente, mi pie resbaló y caí rodando, soltando gritos e insultos hacia el mundo.

Cuando terminé de caer, me dolía el brazo de manera extraordinaria y no me podía poner en pie. Logré entreabrir los ojos y solo encontré mi cabello enmarañado tapándome la visión.

Esa fue la gota que colmó el vaso y me permití soltar el llanto que llevaba conteniendo desde hacía once años. ¿Por qué me obligaba a contenerlo?

-¡¿Quién eres?!- gritaron muy cerca mío. Me sobresalté y volví a gemir en respuesta. Logré mover el brazo y apartar los mechones transpirados para encontrarme con la atenta mirada de un chico de piel oscura y ojos preocupados.

-Ayúdame- susurré entre dientes.

Señalé mi vientre y él reaccionó de la manera más rápida que había visto jamás. Me tomó en brazos y me llevó hasta una habitación de la pintoresca casa. Me acostó en una cama y destrozó lo que quedaba de mi blusa. En otro momento hubiese protestado, pero ahora solo me dejé invadir por la vergüenza al estar en sostén frente a un chico desconocido.

-¿Cómo te llamas?- pregunté para distraerme de la fea sensación.

-Michael Weth, ¿tú?- dijo mientras preparaba una aguja y alcohol para coser mi herida.

-Chloe Zurina- susurré -. Dos nombres horribles, lo se.

-Son bonitos. ¿No tienes apellidos?

Me costaba hablar y qué decir de mantener mis ojos abiertos; pero el dolor que me producía la aguja entrando y saliendo de mi carne me mantenían bien despierta. Era obvio que Michael estaba buscando lo mismo que yo: distraerme.

-Es una de las pocas cosas que dejaron mis padres para mí. Me llamo Chloe Zurina Madox, aunque es el apellido de mi madre. Mi padre no quiso darme el suyo, tal vez creyó que no era digna.

Solté otro gemido y permití que las imágenes de mi solitaria infancia llenasen mi mente. Por alguna razón no me sentí incómoda al hablar con Michael y quiería seguir haciéndolo. Cuando estaba a punto de abrir la boca para decir algo más él se levantó y buscó unos trapos mojados con agua fría.

-¿Te duele mucho?- me preguntó mientras apoyaba uno en mi frente, toda sudada por correr más de la mitad de Manhattan.

Asientí y cerré los ojos. Tenía calor, hambre, sueño y sed. La garganta me escocía y si no regularizaba mi respiración de inmediato, mis pulmones se harían daño. Solté una pequeña tos e intenté sentarme pero una puntada me lo impidió y mi brazo aulló de dolor.

-Michael... mi brazo.

Me volvió a mirar y tomó mi extremidad afectada. La evaluó con extremada atención y luego negó con la cabeza.

-No está roto- afirmó -, pero debería llevarte a un hospital. Estas hecha añicos.

Abrí los ojos como platos y todo mi cuerpo se tensó. Debía salir de allí, inmediatamente.

-No, no- casi exclamé e intenté levantarme una vez más -. Me voy a mi casa.

-¿Segura que no quieres ir a un hospital?

Cuando más de cinco mafias completas te perseguían, no era muy difícil evitar las instituciones públicas como los hospitales o los institutos. Aunque a este último ya lo había frecuentado en un curso acelerado de noche. Haber terminado la secundaria y no tener amigos porque todos eran mayores daba asco.

-Más que segura.

Michael asientió y me tomó en brazos, sorprendiéndome. Lo miré con los ojos bien abiertos intentando formular una palabra coherente pero nada salió.

-Yo te llevo- susurró concentrado en no caer.

Ni siquiera me tomé la molestia de asentir o quejarme, él no cambiaría de opinión. Concentré mi atención en un reloj de pared y me di cuenta que llevaba solo media hora en la casa. Eran las once de la noche y llevaba corriendo desde las cinco de la tarde. Escapando, mejor dicho.

La luz de la luna se filtraba por la ventana y me di cuenta de que mis perseguidores podían estar aún afuera.

-Aguarda- le espeté mientras me revolvía en sus brazos para que me dejara bajar.

Él captó el peligro, al igual que yo, y me dejó en el suelo para que caminase hasta la ventana más cercana.

Efectivamente, los hombres grotescamente fornidos daban vueltas por la calle, buscando algún rastro que les dejara hacerse conmigo.

Ahogué un grito de sorpresa cuando comenzaron a llamar a las puertas de las casas. Tenía que esconderme.

-No dejes que esos tipos me encuentren. Por favor- supliqué.

Michael me miró, perdido en sus propios pensamientos. Una lucha interna se desataba en él y se reflejaba en la indecisión de su ojos.

Hice un puchero, sabiendo que tal vez él solo buscaba una chica buena para intentar tener algo con ella. En mis años anteriores de tener que conseguir lo que necesitaba aprendí a usar mis encantos.

-Está bien- murmuró intranquilo - ¿Me explicas por qué?

-Luego.

Corrí como pude hacia una habitación con la puerta abierta y revolví los cajones en busca de algo que me ayudase a esconderme .

Encontré una gruesa manta negra, bastante extensa. La coloqué bajo mi brazo, regresé con el chico que me ayudaría a salvarme y lo miré, dubitativa. Los tipos no tardaban en llegar.

-¿Tienes auto?- le pregunté asustándome de la respuesta.

-Claro.

Me permití soltar un suspiro de alivio y lo apuré a terminar de bajar las escaleras. Le conté mi plan mientras salíamos por la puerta trasera, con mucho sigilo.

Me señaló con la cabeza un Ford destartalado y viejo de color rojo y repleto de óxido.

Hubiera apostado mis ojos a que esas puertas hacían mucho ruido al abrirse.

Nos acercamos juntos y estiré mi brazo para abrir la puerta del conductor. El ruido que soltó ese cacharro fue infernal. No me quedó otra opción más que lanzarme como un gato hacia la parte trasera y me hice un ovillo en el suelo del coche.

Me cubrí con la manta tan rápido como pude mientras Michael se colocaba el cinturón y enciendía el motor. Iniciamos nuestro camino en silencio hasta llegar a la carretera mal asfaltada.

Estaba tan en silencio que mi mente comienzó a divagar y se perdió en las humillaciones de mi pasado. El cacharro sobre ruedas se detuvo de golpe y eso me prodjo una punzada en el estómago.

Escuché como la ventanilla del conductor se bajaba hasta el final y un hombre habló.

-Buenas noches, señor- respondió el chico bondadoso dentro del auto.

-Buenas. Disculpe las molestias, pero estamos realizando una ardua investigación para encontrar a una criminal- dijo la persona que estaba fuera -. Desconocemos su nombre pero ronda el metro setenta, tiene cabello castaño por debajo de los hombros y ojos grises. ¿La ha visto?

Michael tragó con fuerza pero al final logró contener el titubeo de la voz al hablar.

-No, la verdad no- pronunció cuidadosamente -. Ahora estoy muy apresurado, pero suerte para que la encuentren pronto.

El auto se puso en marcha nuevamente y luego de un par de giros, él me dió la señal para que saliera de mi escondite.

Asomé la cabeza y me permití tal bocanada de aire que sentí que la herida se volvería a abrir.

-Eres tú- susurró cuando me senté a su lado.

Lo miré sorprendida pero al darme cuenta de a qué se refería, bajé la mirada y la posé en mis asquerosos tenis deportivos rotos.

Ví de reojo como su cabeza se giró unos centímetros en mi dirección, esperando una respuesta de mi parte. Es claro que no obtendría la historia completa de mi vida en tan solo después de media hora de habernos conocido.

-Verás... yo no soy la criminal. Tal vez robo algunas cosas y me meto en grandes lío, pero no soy criminal.

Él me miró con intensidad, era claro que estaba intentando descifrar si decía la verdad o no.

-Esos tipos me persiguen desde hace mucho tiempo- continué antes de que me interrumpiera -. Hoy hice algo que los enojó mucho. A ellos no, a su jefe- me corregí rápidamente.

Tenía la necesidad de quedarme callada y no continuar. Sé que había dejado en el aire preguntas como ¿por qué robas? ¿Qué robas? ¿Por qué te metes en líos? ¿Qué hiciste exactamente para enojarlos? ¿En qué líos te metes? No podía responder a nada sin tener que derramar aunque sea una lágrima.

Y no iba a llorar.

-¿Solo eso?- preguntó incrédulo. Tal vez pensó que le contaría más.

-Por ahora sí. Solo eso. ¿Pensaste en que no nos volveremos a ver nunca más? No necesitas saber más que eso.

Michael abrió su boca para reponer, pero no dijo nada. Nos quedamos en silencio el resto del trayecto hasta mi casa salvo por mis indicaciones para llegar.

Él aparcó su Ford frente al porche de mi casa y yo hice el amague de bajarme.

-Gracias- murmuré y le planté un beso en la mejilla.

Se quedó sorprendido pero me saludó cuando entré a mi humilde casa y cerré la puerta detrás mío.

Me dejé caer en el suelo hasta que escuché como el motor se alejaba por las intrincadas calles de mi barrio. Una sensación de vacío se volvió a instaurar en mi interior y de pronto me sentí muy sola. Pensar que con tan solo media hora te puedes acostumbrar a algo que desde hace once años no tienes.

Me puse en pie y ahogué un grito de dolor. Las lágrimas escocían en mis ojos y me dije a mí misma que era fuerte y no podía soltarlas.

Pero la verdadera fuerza estaba en los que lloraban.

Me dirigí al baño para ducharme y me encontré con una nota pegada al espejo.

La leí una vez más. Estaba tan acostumbrada a esa hoja amarillenta, arrugada; que contenía una frase con letra amontonada y alargada.

Sonreí interiormente al recordar a mi madre sentada escribiéndomelo. Vaya forma de despedirse.

"La vida es como un espejo, sonríele y te devolverá la sonrisa."

Solté una carcajada al darme cuenta de que ni en su nota de despedida pudo decirme la verdad.

¿Para qué había desperdiciado siete años de mi vida haciéndole caso? Los otros cuatro tampoco habían sido sencillos, pero al menos mis ojos no estaban segados por estupideces.

Era claro que todo lo que esa mujer decía era mentira o malo, pero en aquel entonces intenté darme esperanzas.

Mordí mi labio y encendí la ducha. Me desvestí como un rayo y me metí bajo el agua.

Mi cabello estaba muy enredado, mi espalda aún tenía perlas de sudor y todo el resto de mi cuerpo estaba empapado de sangre seca. Me enjaboné con cuidado de no dañarme la herida.

Tardé veinte minutos en salir y secarme. Abrí mi armario hecho trizas y me encontré con una sola pila de ropa. Suspiré y tomé mi pijama. Pasé la remera verde por mi cabeza y me coloqué el short corto de dormir.

No tenía sueño, aunque debería haberlo tenido. Caminé con parsimonia hasta la cocina y tomé una manzana, lo único y último que había para comer. Me eché en el sillón y cerré los ojos unos minutos.

El timbre sonó repetidas veces. Pegué un salto, sobresaltada y dejé salir un grito de dolor.

Caminé sigilosamente hacia la puerta y me agazapé contra el muro. Otros repetidos golpes en la puerta de manera brusca.

Tomé una sombrilla de punta filosa que estaba cerca y me dispuse a abrir la puerta.

No alcancé a posar mi mano en el picaporte que se escuchó un grito masculino desde afuera.

-¡Chloe! ¡Soy Michael, ábreme!

No pude evitar bajar la guardia ante su voz. No era que me gustara ni nada por el estilo, solo que me sentí muy acogida con él; como si fuese parte de una familia otra vez.

Abrí la puerta cuidadosamente y él entró como alma que lleva el diablo. Tengo que admitir que me sobresaltó cómo pasó par al lado mío y cómo se sentó en el sillón; su respiración agitada hizo que me diera un vuelco el estómago.

Cerré la puerta una vez más y apoyé mi frente sobre esta, dándole la espalda. Estaba claro que buscaba una explicación al por qué había regresado a mi casa. Podrían haberlo seguido y ahora estaríamos de nuevo en peligro.

-¿Tienes agua?- me preguntó jadeando.

Asentí y fuí hasta la cocina. Serví un vaso del agua más fría que tenía en la nevera y se la llevé. Nunca había visto a alguien tan exhausto y en ese estado de shock.

-¿Qué sucedió?- pregunté sentándome a su lado y dejándole unos instantes para que recuperara el aliento.

-Llegué... Llegué a mi casa y entré. Todo parecía muy tranquilo, así que subí hasta mi habitación. Solo quería dormir un rato, tal vez mirar una película y luego nada, pero escuché un ruido en la tercera planta. Subí muy asustado, pero solo encontré una escoba quebrada, sin más. Volví a bajar y me di cuenta de lo que estaba sucediendo. Habían prendido fuego toda la cocina y la sala. No había forma de salida por la puerta- se calló unos segundos, tomó aire y enjuagó sus ojos repletos de lágrimas -. Recordé la ventana que siempre dejo abierta en la segunda planta, por donde tú entraste. Tuve que tirarme desde allí, y lo hice al tiempo justo antes de que una explosión controlada derribara toda mi casa. Ví a los hombres que te buscaban cerca, así que solo corrí y me encontré aquí. Ahora te pido ayuda a ti.

Cerré mis ojos con fuerza. ¿Por qué habían hecho eso? Se suponía que solo querían acabar conmigo. La rabia comenzó a bullir dentro mío y tuve la necesidad de ir y pegarle una patada en los huevos a cada uno de esos matones sin cerebro.

-Deben haber encontrado algún rastro tuyo en mi casa. Deben haber registrado todas las casas de los alrededores- pronunció con voz temblorosa.

La imagen de mi mano dejando un rastro de sangre por la pared recurrió a mi mente y una lágrima caliente se derramó por mi mejilla. ¿Era tan estúpida como para no pensar en que todo lo que hacía perjudicaba a alguien?

-Yo... yo lo siento mucho- murmuré y lo abrasé. Lo abrasé muy fuerte, como si yo lo hubiese soltado él hubiera desaparecido. No quería que desapareciera, no quería sentirme sola otra vez.

-No importa- me tranquilizó -. Al menos los dos estamos con vida.

Asentí mientras me era cada vez más difícil contener las putas lágrimas.

-Quédate en mi casa- le dije al fin -. Por mi culpa no tienes la tuya, así que quédate hasta que encuentres algo mejor.

-Gracias.

-No tienes por qué.

Me puse en pie y le enseñé la ubicación de todo en mi hogar. Le cedí mi cama para que durmiera y yo caminé hasta el sillón. Me recosté y tomé mi manzana nuevamente. Aún tenía hambre así que le di una par o tres mordiscos más y cerré los ojos, vencida por el sueño.

Las imágenes de mi vida y de todo el día de hoy no tardaron en recurrir a mi perturbada mente.

Me dormí, pensando en una familia que abandonó a su niña y la vida que esta llevó. Me duermí, pensando en que un chico con facciones gentiles llegó a la vida de esa chica para ser su luz en la oscuridad.

Siempre hay un atisbo de esperanza.
________________________

¡Holaaa!

Bueno, quería agradecerles por los votos que me han dado en la parte anterior. Pensé que debería esperar semanas para obtener solo tres y subir otra parte. ¡Me he sorprendido al solo tener que esperar dos días! De verdad, yo lo veo como un gesto de apoyo para continuar escribiendo.

Me encanta abrir Wattpad y tener una notificación sobre un voto o comentario a mis historias. De verdad es muy emocionante aunque sea tener dos leídos. Aprecio y quiero a cada un@ de mis lector@s.

Bueno, ¡pronto subiré el primer capítulo! Espero que se sientan conformes con el prólogo. La verdad que me esforcé mucho.

¡Nos leemos pronto!

-Liz.

P.D: ¡SON LOS MEJORES LECTORES QUE UNA ESCRITORA PUEDE PEDIR!

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