Penumbra

By RubalyCortes

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LIBRO I «Uno no se enamoró nunca, y ése fue su infierno. Otro, sí, y ésa fue su condena». ... More

Prefacio
Antes de leer...
1. Las pesadillas
2. Alucinación
3. Invocación
4. Esencia del alma
5. El pacto
6. Límites
7. Primer contacto
8. El Ars Goetia
9. Eminente
10. Muestra de poder
11. Algo maligno
12. Alma
13. La evasión
14. Frente a frente
15. El guardaespaldas
16. Sin retorno
17. El misterio
18. Renacidos
19. Impulsos incontrolables
20. Euforia
21. Cambio de planes
22. Calma arruinada
23. Punto de quiebre
24. La elección
25. Explicaciones
26. El colapso
27. Azazziel
28. El siniestro
29. Réquiem
30. Dolor liberado
31. Confesiones
32. Teorías inquietantes
34. Las consecuencias
35. Temor
36. Fuego
37. La promesa
38. Espera tortuosa
39. Arrepentimiento
40. Ajuste de cuentas
41. Crueldad desatada
42. La expiación
43. Ilusión
44. Real
Epílogo
Agradecimientos | Nota de la autora
¡SEGUNDA PARTE!

33. El error

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By RubalyCortes

Un sonido chirriante y molesto me sacó de golpe de mi inconsciencia.

Apreté los párpados con fuerza, tratando de desperezarme. El ruido insistente era fastidioso, y no podía entender de dónde provenía, sino hasta que por fin el letargo consiguió alejarse —con dificultad— de mi sistema. Y finalmente pude reconocer que se trataba de la alarma de mi celular.

Estiré el brazo para apagarlo, todavía con los ojos cerrados. Un gruñido de pereza repercutió en mi pecho, medio molesta cuando la voz de mi conciencia me ordenó que debía levantarme para ir al trabajo.

Estaba demasiado acalorada. Tenía el cabello pegado a la nuca y, en primera instancia, no comprendí por qué me sentía tan sofocada. Luego de varios minutos luchando contra mis ganas de seguir durmiendo —algo tardía—, por fin pude sentir y ser consciente del peso ajeno que me rodeaba la cintura.

Una chispa de confusión encendió la alarma en mi interior, y terminó por desaparecer lo que quedaba de adormecimiento en mí. Entonces, me di cuenta de que el intenso calor era emanado por alguien que estaba detrás de mí. Sólo ahí pude percatarme de que el peso encima de mi torso se trataba de un brazo.

A pesar de que me sentía como atrapada, me esforcé por girar sobre mí misma con cautela, y entonces me quedé estática cuando lo vi.

Tenía la cabeza apoyada sobre la misma almohada que yo, los ojos cerrados, sus labios juntos y un semblante sereno que, estaba segura, no había visto antes en él. Por un segundo, pensé que me estaba jugando una broma y que trataría de asustarme o algo parecido, pero luego de un minuto caí en la cuenta de que no era así.

«Está durmiendo... ¡Azazziel está durmiendo!», chilló una vocecilla en mi mente, tan enloquecida como mis emociones.

Nunca me había despertado con él. Todas las veces que me quedé dormida a su lado, al día siguiente él estaba fuera de la cama. Era la primera vez que lo veía así, descansando, con una expresión increíblemente tranquila.

No podía ser capaz de distinguir el menor atisbo de ira en su rostro, o ese ligero cariz malhumorado que siempre traía grabado, con una permanente arruga tenue en su entrecejo. Nada de eso estaba en ese momento. Sus facciones duras y angulosas se veían más hermosas que nunca, y una fuerza invisible me atenazó el estómago.

¿Cómo podía un ser que venía del Infierno lucir como el más hermoso de los ángeles?

«Bueno, es que es medio ángel, tarada», señaló la voz de mi mente.

Fruncí el ceño. Nunca lo había oído considerarse a sí mismo como un ángel, ni siquiera medio. Me pregunté si es que eso se debía a que los aborrecía, por el hecho de haber exiliado a su madre del Cielo. Pero expresar una pregunta como esa en voz alta delante de él, era indagar en un tema delicado, y lo sabía muy bien.

Giré todo el torso para poder mirarlo de forma más cómoda, con mucho cuidado, temiendo de despertarlo. Aunque, ahora que lo pensaba, la alarma de mi celular no pareció afectar su sueño en absoluto.

Mi movimiento sí consiguió perturbarlo; le vi arrugar el ceño levemente y emitir un ligero gruñido muy bajo. El pánico me paralizó, cara a cara de él, pero Azazziel no abrió los ojos. Únicamente se removió un poco, pero continuó igual de tranquilo que hacía un momento atrás.

Sentí que mi corazón se derretía mientras lo observaba dormir, con ese semblante que me parecía tan ajeno, tan nuevo en él.

De pronto, una punzada de miedo me atravesó el pecho. Miedo, por mí..., por todo eso que estaba sintiendo por él, que parecía crecer con cada día que pasaba. Miedo, porque era plenamente consciente de que trataba de estar con alguien que no podía sentir lo mismo que yo. E incluso si pudiera hacerlo —suponiendo, claro, que de alguna rara forma mística lograra ser real—, él no debería. Solo bastaba con mirarlo a él, y echarme un vistazo a mí, en lo inarmónicos que debíamos de vernos juntos. El que todo esto resultara tan extraño. Tan irreal. El hecho de que yo estaba convencida de que no era normal que él realmente se pudiera fijar en alguien como yo, me hacía dudar todavía más de sus intenciones.

La voz de mi conciencia me dijo —gritó— que debía prepararme para ir a trabajar, y una oleada de decepción me envolvió. Otra voz, una que era más reciente, una que había emergido hacía poco tiempo y que parecía ser su contraparte, me sugirió que podía llegar tarde, o que incluso podía faltar.

Por un segundo, la imagen que se formó en mi mente fue muy tentadora.

En otros tiempos me habría horrorizado de mí misma, de la persona que en esos momentos estaba considerando la idea de faltar al trabajo por quedarse a admirar el rostro del demonio que dormía a mi lado. Y, de hecho, una punzada de un sentimiento que no comprendí me atravesó el pecho. Desilusión, tal vez, porque en el fondo sabía que no era una buena decisión. No podía quedarme en casa sólo porque quería seguir viendo cómo Azazziel descansaba.

«No es sólo el hecho de que esté durmiendo. Es que está durmiendo CONTIGO». Las palabras resonaron en mi mente y dieron vueltas, asentándose para que pudiera comprender el trasfondo de lo que eso significaba.

Y de pronto, una sensación cálida y desconcertante se adueñó de mi pecho. Hacía apenas un par de días él me había dicho que no se atrevía a dormir con nadie, porque no confiaba en ninguna como para poder descuidar su seguridad de ese modo. Pero ahora estaba ahí, conmigo, en una posición tan vulnerable que, de haber querido y podido, habría podido hacer cualquier cosa para dañarlo, por mínimo que fuera.

Una sonrisa idiota se dibujó en mi rostro. No pude evitar que la emoción recorriera mi sistema como si fuera una niña que descubre algo maravilloso por primera vez.

Un murmullo ininteligible escapó de sus labios, pero me fue imposible saber qué trató de decir. El brazo que rodeaba mi cintura me apretó más contra él, y entonces un escalofrío de pánico me surcó cuando sentí todo su cuerpo excesivamente cerca del mío. Traté de alejarme un poco, con sumo cuidado, pero su brazo se puso más rígido que antes. En ese momento, frunció el ceño y profirió un ligero gruñido que reverberó en su pecho.

Una clavada de pavor me atenazó el estómago, tanto por la sospecha de haberlo despertado como por el remordimiento de mi conciencia, que no paraba de recordarme que tenía que ir al trabajo. Que no podía quedarme en casa sólo por él.

Reprimí un suspiro de desencanto. Era cierto, no estaba bien llegar tarde al trabajo ni mucho menos faltar sólo porque quería quedarme en cama a seguir admirándolo.

«Las responsabilidades primero», repetí para mí misma con amargura.

Me removí con todo el cuidado del que fui capaz, y, con mucha más cautela, me esforcé por quitarme su brazo de encima. Cuando por fin lo conseguí, me deslicé con la lentitud de una tortuga fuera de la cama. Mi corazón se había desbocado, y no sabía si había sido por el esfuerzo o por el temor a despertarlo. No obstante, cuando por fin estuve de pie, vi que mi huida no había conseguido alterar su descanso. Al parecer Azazziel tenía el sueño pesado.

«O tal vez no ha dormido en mucho tiempo», sugirió la voz de mi cabeza. Esa insinuación me provocó una punzada de lástima hacia él.

El ápice de sentido común que todavía conservaba me indicó que lo más sensato sería vestirme en el baño, por lo que tomé mi uniforme y caminé de puntillas hasta salir de la habitación.

El silencio de la casa era tal, que cuando salí del cuarto de baño —con uniforme puesto y el pelo húmedo—, fui capaz de escuchar cómo el motor del jeep de Anthony se encendía. El alivio de que no me haya visto despertar con Azazziel recorrió mi sistema y me reconfortó más la misma agua caliente de la ducha.

Regresé a la habitación y abrí la puerta con extrema lentitud, pero entonces sentí una punzada de pavor cuando vi a Azazziel, despierto y sentado tranquilamente en mi cama.

Tragué aire de forma precipitada, y él levantó ligeramente la cabeza. Una tenue arruga cruzó su entrecejo —no supe si fue de enojo o confusión—, pero luego una media sonrisa se dibujó en su rostro.

—Hola... —musité temerosa, por alguna razón que desconocía.

Él hizo un movimiento seco de cabeza.

—¿Ya te vas? —murmuró, arrastrando las palabras de forma pausada. Tenía los párpados un poco hinchados, el cabello castaño rojizo más desordenado que de costumbre y los labios torcidos en una mueca de pereza. Lucía como cualquier otra persona que acababa de despertar, pero mucho más hermoso, a tal punto que provocaba envidia.

Avancé hasta la mesita de noche y tomé mi celular para ver la hora.

—Aún no. —Sonreí, porque no era tan tarde como había pensado—. Comeré algo primero.

Asintió en un movimiento lánguido, y luego se restregó los párpados. Una descarga de enternecimiento acrecentó en mi sistema al verlo así, tan diferente a como estaba acostumbrada. Menos amedrentador e imponente. Tan... vulnerable, de alguna forma, casi como un humano... Casi.

Azazziel estiró una mano hacia mí para que me le acercara. Sus brazos envolvieron mi torso cuando estuve frente a él, y yo le rodeé el cuello con los míos, mientras que quedaba asentada en medio de sus piernas. Su rostro y el mío terminaron casi al mismo nivel, a una escasa distancia, puesto que mi altura no era suficiente para sobrepasar demasiado la suya.

—¿Dormiste bien? —inquirí con inseguridad, solo porque necesitaba romper el silencio en el que nos habíamos sumido.

Movió la cabeza en un asentimiento, y luego dejó escapar una ligera risa.

—No recuerdo cuándo fue la última vez que dormí así de bien —dijo con una sonrisa.

Se inclinó hacia delante y escondió la cabeza en el hueco de mi cuello. Mi corazón, traicionero como siempre, aceleró su ritmo sin que pudiera hacer nada para evitarlo.

—Puedes seguir durmiendo —sugerí, con leve dejo de inseguridad en mi voz—. No me molesta.

Él negó. Se apartó para mirarme a los ojos y sonrió de forma lasciva.

—No podrías creer lo tentado que me sentí de acompañarte en la ducha.

Rápidamente, sentí cómo mi rostro enrojecía.

—Lamento que no pudieras descansar más tiempo —musité en un esfuerzo por desviar el tema.

—Descuida, dormí mucho más de lo que acostumbro a hacerlo. —Su sonrisa se acentuó—. Como si tu presencia me hubiera ayudado a descansar.

Un calor extraño pero agradable creció en mi pecho.

—También duermo mejor contigo. —Rehuí de su vista por la ligera vergüenza que me surcó—. No tengo pesadillas cuando estás aquí.

—¿De verdad? —Más que ver, pude sentir cómo una nueva sonrisa, cargada de suficiencia, se dibujaba en su rostro.

Asentí.

—Eres mejor que las runas para alejar las pesadillas.

Sentí cómo la sangre se acumulaba en mis mejillas, pero no me importó. Él se acercó a mi oído.

—Y sería mucho más eficiente si te agotara hasta que cayeras dormida —susurró.

Sacudí la cabeza, sintiendo cómo mi rostro ardía.

—D-debo irme —titubeé.

Él se rio.

—Está bien. —Ladeó el rostro, y entonces sus labios se encontraron con los míos.

Sus dedos se clavaron en la parte más baja de mi espalda y me aplastaron contra él, más de lo que ya estaba. Una llama ardiente, que se encendió con asombrosa rapidez en el centro de mi ser, me provocó una oleada de valentía y mis manos se cerraron en puños con fuerza en su pelo, pero Azazziel no demostró la menor señal de dolor. Sus labios se movieron sobre los míos con una cadencia apacible y lenta, una que rara vez solía percibir en él, pero muy dulce.

Mis latidos adoptaron un ritmo furioso. El pensamiento que pasó por mi mente tal vez era tonto, pero agradecí para mis adentros el haberme lavado los dientes cuando sentí el contacto suave y húmedo de lengua. Su boca se separó de la mía para seguir con ellos la línea de mi mandíbula, y continuó hasta encontrar el camino a mi cuello. Yo aproveché su apartamiento para poder recuperar el aliento.

De forma distraída, mis ojos se fijaron en lo que tenía en frente, en la rosa negra de la mesa de noche, y una punzada de curiosidad me invadió al tiempo que se mezclaba con el escalofrío que me provocó el contacto de sus besos en mi piel.

—Azazziel...

—¿Mmm? —murmuró, mientras sus labios iban dejando roces suaves y cortos por toda la extensión de mi cuello. Los párpados se me cerraron de forma involuntaria.

—La rosa... —Me aclaré la voz, tratando de concentrarme en mis palabras—. La que me diste. N-no se marchita...

Fui capaz de percibir la sonrisa que esbozó.

—Y no lo hará.

—¿Es... mágica o algo así?

No podía creer que, aún a estas alturas, pudiera continuar mostrándome escéptica con respecto a algunas cosas.

—No exactamente. —Se encogió de hombros y se apartó de mí.

Entonces, una de sus manos abandonó mi cintura y se la llevó a la boca. Abrí los ojos con pasmo al ver cómo se mordía el pulgar sin ningún cuidado, mucho menos hizo una mueca de dolor. Giró el torso y extendió el brazo con la mano herida; la longitud de su cuerpo le permitió llegar hasta la flor sin problemas.

Atónita, observé cómo un par de gotas de sangre oscura caían desde su dedo y llegaban a los pétalos negros de la rosa, que las absorbió como si se tratara del agua más pura. Una punzada de pavor y asombro me atravesaron el pecho.

—Así que no sobrevive por mis cuidados —intenté bromear, pero el temblor inestable de mi voz arruinó el efecto.

Él dejó escapar una ligera risa, negando con la cabeza y volviendo a la posición de recién, abrazándome.

—Puedes sacarla del agua, si quieres. No se marchitará —me aseguró.

Una pequeña sonrisa se deslizó por mis labios, pero no era de alegría en sí. Fue más un reflejo irracional a la aseveración que se radicó en mi cabeza.

—Entonces... sólo morirá si llegas a irte.

Su ceño se arrugó ligeramente. Estudió mi expresión por varios segundos, y luego negó en silencio.

—No me iré a ningún lado, Amy.

—¿Lo prometes? —Me sentí como una niña, débil y desarmada, pero la pregunta salió de mí sin que la pudiera detener.

De pronto, una chispa de pánico atravesó mi sistema. No comprendí la razón, pero no pude evitar sentirme temerosa.

La confusión se apoderó de sus facciones por un momento, pero no tardó en volver negar con la cabeza en un gesto obstinado.

—Estaré aquí siempre que tú lo quieras.

Por imposible que haya creído, logró mitigar la ansiedad que se había ceñido a mí. Sus manos ahuecaron mi rostro y presionó sus labios con los míos en un movimiento vehemente, que me tomó desprevenida.

—¿Puedo verte hoy? —preguntó cundo la caricia terminó, con una inflexión rayana en el entusiasmo.

Me tomó un par de segundos responder. No estaba acostumbrada a que me preguntara primero; generalmente él imponía sus intereses y egoísmo antes que mis deseos.

—Si Akhliss y Khaius no me encuentran antes que tú, no veo por qué no.

Una sonrisa desafiante se dibujó en su rostro.

—Me aseguraré de que no sea así —afirmó, entornando los ojos en una expresión que pretendía ser amedrentadora, pero que a mí me enterneció.

Sin poder evitarlo, la emoción hizo que mis labios se curvaran en una expresión de alegría, antes de que él volviera a besarme.

No conseguía recordar cuando había sido la última vez que llegué al trabajo con una sonrisa idiota. Hacía un tiempo atrás —lo que ahora se sentía como un lapso muy lejano— yo solía burlarme para mis adentros de las chicas que se animaban tanto por la idea de salir con un hombre.

Ahora las entendía.

Diana notó el cambio en mi estado de ánimo y quiso saber detalles. A esas alturas, hasta ella tenía conocimiento de que el motivo era Azazziel —a quien solamente conocía por Aiden, y que nada más había visto aquella única vez en la fiesta de Anthony—, pero no estaba enterada de ninguna otra cosa, y lo preferí así.

Nuestra amistad había llegado a un punto en que, a veces, nos quedábamos en silencio por largo rato y no sabíamos cómo llenarlo. De alguna manera, parecía como si ya no nos conociéramos. Eso causaba una punzada lacerante en mi pecho, pero también fue como un dolor sordo. Porque, en cierto sentido que no entendía, mi mente ya lo había asimilado, en algún momento en el que no me di cuenta. Y eso no significaba que mi cariño por ella dejó de existir, solo que debía aceptar que ya no éramos las mismas de antes.

—Dave y yo hablamos ayer —dijo ella, mientras caminábamos por la acera en dirección hacia su auto—, ya sabes, sobre salir juntos un día de estos. Los tres.

No me iba a ir con ella, sólo la acompañaba porque estaba haciendo tiempo en lo que esperaba a Azazziel. Le regalé asentimiento en aprobación, pero aun así una sonrisa triste se dibujó en su rostro.

—Entiendo que ya has conocido a otras personas, pero también nos gustaría poder estar contigo —agregó bajando la cabeza, y entonces entendí que no percibió mucho ánimo de mi parte.

Una punzada de ansiedad me atravesó, dado que Claire también me había mandado un mensaje de texto diciendo que quería que saliéramos y ya había planeado una salida al día siguiente. Pero, por más que intenté alejar ese sentimiento, como de que le estaba fallando a Diana, no me pude.

Y se me ocurrió algo raro.

—Salgamos mañana —propuse, esforzándome por sonar alegre—. Íbamos a vernos con una amiga, pero podemos salir los cuatros, ¿te parece?

Los ojos verdes de Diana se abrieron un poco por la impresión, pero luego una sonrisa tensa, casi graciosa, estiró las comisuras de sus labios.

—¿Con la gótica? —trató de adivinar, con un tono forzadamente amable.

—No, con Claire. La viste la otra vez —le recordé.

El reconocimiento le surcó las facciones.

—Ah, la de pelo cortito y rizado. —Asentí. Ella volvió a sonreír como si le costara trabajo hacerlo—. Seguro, no hay problema.

En ese momento, sentí la electricidad, helada como el mismo hielo, que se apoderaba del ambiente. No me bastó nada más para entender quién había llegado, aunque cuando miré hacia los lados, buscándolo, no lo hallé.

Pero Diana sí, y lo supe apenas un segundo después, en el instante en que ella desvió la vista de mí hacia la calle de enfrente.

Vi cómo el asombro puro se adueñó de su expresión. La alarma me invadió; sin embargo, esa emoción desapareció en cuanto volteé hacia el punto en que ella miraba, y entonces lo reemplazó un calor abrumante que recorrió mi sistema, cuando mis ojos se fijaron en él.

Azazziel había apoyado la espalda en la pared de un edificio, con los brazos cruzados sobre el pecho. La impresión de verlo así, luciendo serio pero despreocupado, usando una camiseta gris oscura, unos jeans y esas botas negras, me hizo morderme el labio inferior. Tenía la vista clavada a los lejos con el rostro ladeado, como si fuera completamente ajeno a nosotras.

—Ay, Dios mío... —Diana dio un suspiro largo, anhelante, y yo la miré con cara rara—. Bueno, veo que vinieron por ti. Diviértete... —Sonrió de una forma algo curiosa y me dio una palmadita en el hombro. Unos segundos después, apretó los labios y ya no pudo contenerse—: Aunque, ¡cómo rayos no te divertirías con semejante bombón!

Reprimí una risa. Diana había llamado bombón a nada menos que un verdadero demonio, y eso se me hizo tan irónico. Por otro lado, esperaba que Azazziel no le hubiera prestado atención, puesto que su ego ya era bastante grande como para alimentarlo todavía más.

Algo en mi expresión le hizo abrir bien los ojos, que centellearon con un brillo que no supe interpretar, y luego su sonrisa se anchó.

—¿Estás enamorada? —inquirió con demasiada exaltación.

La pregunta me sacó de balance. No pude evitar sentirme nerviosa, alterada, peor que si me estuvieran apuntando con un arma.

El asombro y el pánico me invadieron, mi mente se quedó en blanco y no supe cómo responderle. La miré, consciente de que Azazziel se encontraba cerca y que era perfectamente capaz de oírnos...

Así que comencé a retroceder.

—Adiós, Dee —dije, mientras caminaba en reversa.

Un cariz de exagerada indignación se apoderó de su semblante.

—¡¿No me vas a responder?!

—Nos vemos mañana. —Forcé una sonrisa.

Le di la espalda para cruzar la calle. Creí haberla escuchado pronunciar algo más, pero ahora no era el mejor momento para charlar con ella. Estuve segura de que no iba a poder relajarme con él, sino hasta cuando viera su vehículo irse.

Caminé de frente, directo hacia el demonio que aguardaba mirándome muy fijo, con los ojos entornados y una pequeña sonrisa sospechosa dibujada en el rostro.

—Hola —murmuré cuando llegué a él.

Sus ojos grises se movieron de arriba abajo por toda la longitud de mi cuerpo, y sonrió aún más. Sin embargo, una esquina de sus labios flaqueó, y de pronto me pareció notar que su semblante emanaba incomodidad. No comprendí el motivo, hasta que una voz en mi mente sugirió que pudo haber sido por lo que Diana preguntó.

Por alguna razón, las palabras que Akhliss me había dicho hacía unos días atrás hicieron eco en mi cabeza.

«Dile que lo amas. Díselo, y verás cómo se espanta».

Percibí el filo denso del ambiente, la incomodidad que, de la nada, se había instalado entre los dos. Todo mi cuerpo se tensó en respuesta.

No estaba lista para eso. No lo estaba. Era incapaz de indagar en mis propios sentimientos y averiguar la respuesta a la pregunta de Diana, porque ni siquiera yo misma lo sabía con certeza. De algún modo, esa palabra, ese sentimiento, parecía muy aterrador.

Me sobresalté cuando su mano envolvió la mía, y supe que me había equivocado: si Diana seguía o no ahí mirándonos, eso ya no me importaba, por lo que ni siquiera me molesté en confirmarlo.

—Vamos —dijo, terminando con ese terrible silencio.

De inmediato, una sonrisa que no pude controlar se apoderó de mi rostro.

—¿Adónde iremos? —inquirí mientras comenzábamos a caminar al mismo ritmo por la acera.

—Es una sorpresa.

Apenas a pocos metros más adelante, pude reconocer el vehículo de Anthony estacionado en el borde de la calle. Miré a Azazziel con reprensión.

—¿Es en serio? ¿Te volviste a robar el auto de mi hermano?

Él resopló.

—No es robar, es tomar prestado porque siempre se lo devuelvo.

Suspiré, pero en el fondo tuve deseos de reír.

—No puedo entender cómo es que le caes bien —admití.

—Amy, puedo ser encantador si me lo propongo. —Me dedicó una mirada lasciva—. Y lo sabes muy bien.

Rodeé los ojos, mas no pude reprimir la nueva sonrisa traicionera que se deslizó en mis labios.

—Fantoche.

Detecté el atisbo de sorpresa en sus facciones, pero luego vi cómo desviaba la mirada de mí y se mordía el labio inferior mientras negaba con la cabeza. Deseé con ansias poder saber lo que se le pasó por la cabeza en ese instante.

Azazziel se me adelantó cuando alcanzamos el jeep, y en un movimiento tan rápido que apenas me dio tiempo para reaccionar, me abrió la puerta del copiloto. Levanté las cejas, sin esconder mi asombro.

Pude distinguir un viso de vacilación en su rostro.

—Estuve estudiando un poco sus actitudes —dijo, y sonó como si estuviera tratando explicar su acto—. Vi que algunos de ustedes hacían esto y... —Se encogió de hombros, desviando la vista.

Un sentimiento intenso y abrumante, cautivante por sobre todo, me invadió sólo porque verlo dudar era algo inaudito. Algo que casi nunca tenía la posibilidad de presenciar.

—¿Sabes? —Negué con la cabeza, con una irrevocable sonrisa en mi cara—. Esa noche que te apareciste en mi casa por primera vez, y me asfixiaste...

—No te asfixié —me interrumpió de forma atropellada—. Te sostuve. Ibas a escaparte y quería hablar contigo.

—Cuando me asfixiaste —repetí, haciendo énfasis en la palabra a propósito—, jamás, de verdad, jamás hubiera creído que podías hacer este tipo de cosas.

Azazziel soltó una ligera risa.

—¿Crees que no puedo hacer estas cosas? Por favor, Amy —dijo cuando la arrogancia regresó a su expresión. Entonces, tomó mi mano y se la llevó a los labios para depositar un beso sobre el dorso—. El diablo siempre será un caballero.


~*~*~*~


Me apoyé sobre el muro de piedra cuya altura llegaba solo hasta la mitad de mi cuerpo, al tiempo que tragaba aire de pura impresión.

—Esto es hermoso —musité, con el asombro destilando en mi voz.

Mis ojos se movieron de un lado a otro por el desmesurado panorama que se extendía debajo de nosotros.

Estábamos en una pequeña área verde del noroeste de la ciudad, situada sobre en un punto tan alto que parecía un acantilado, rodeada por un larguísimo muro puesto ahí por seguridad, desde donde podíamos ver gran parte de la extensión urbana: los enormes edificios, las luces que irradiaban de las casas y los departamentos, incontables faroles iluminando de las calles, los numerosos parques que tenía Portland, los inmensos árboles a nuestro alrededor... Todo lucía en perfecta armonía mientras que, en el cielo, había una bella amalgama de distintos tonos de azul, violeta, y unas cuantas motas de anaranjado que pronto desaparecerían.

Los brazos de Azazziel rodearon mi torso desde detrás.

—Rara vez concuerdo contigo —dijo por lo bajo, y presionó sus labios contra mi sien—. Pero sí, tienes mucha razón.

Estuve a punto de preguntar algo, una cosa en la que había estado pensado durante el trabajo, cuando sentí cómo sus besos comenzaron a descender por mi pómulo, y después por mi mejilla. Elevó una mano para quitar un mechón suelto de mi cabello que cubría una parte de mi cuello, y entonces se inclinó para besar esa zona. Un escalofrío me recorrió la espalda.

—Azazziel... —murmuré, pero mis palabras murieron en mi garganta, justo en el instante en sus labios encontraron el camino hasta los míos. Mi espalda estaba pegada a su torso, por lo que tuve que girar un poco la cabeza, hasta encontrar una posición cómoda, para poder devolverle el beso con avidez.

Pero la duda, que se había filtrado en mi mente, continuaba dando vueltas como un espiral inquieto, y no podía borrarlo. No podía alejarlo de mis pensamientos.

—Azazziel —repetí, apartándome un par de centímetros de su rostro—, si me quitas la marca de mi alma...

Cuando te la quite —aclaró a modo de reprensión, con un ligero dejo mandón.

—Cuando me la quietes... ¿mi alma no tendrá ningún daño? Es decir, ¿no quedará algún vestigio de la marca?

Negó con la cabeza, alejándose otro poco.

—Déjame entender eso —dije con indecisión—. Es como cuando en mi casa yo guardaba un dulce, le ponía una nota con mi nombre y mis padres lo respetaban, pero a Anthony le importaba una mierda y se lo comía de todos modos, ¿es algo así?

Se rio, pero hubo algo de incomodidad en ese sonido.

—Está muy alejado de eso.

—Es que, si era para disminuir el posible número de demonios que podrían atacarme, y habría algunos que lo respetarían, pero otros no, entonces es algo parecido, ¿no?

—Te estás comparando con un alimento —expresó, con un repentino tono severo.

—¿Y no es lo que soy para ustedes? ¿No es eso lo que quieren con mi alma?

Su mandíbula se apretó con fuerza. Vi cómo el enfado pasaba por su rostro, haciendo que su ceño se frunciera. Sin embargo, cerró los ojos durante unos segundos, dio un suspiro y, cuando los abrió, su semblante se había relajado visiblemente.

—No para nosotros —dijo—. No para Akhliss, ni para Khaius, mucho menos para mí... No eres eso ni de cerca.

Entorné la vista hacia él con una ligera suspicacia, buscando en su rostro algún atisbo, aunque fuera diminuto, de mentira. Pero la sonrisa torcida que me dedicó y que, desde luego, consiguió agitar mi corazón, hizo que mi recelo cediera.

Aunque, si mi alma ya no le interesaba de esa forma, ¿eso quería decir...?

—Entonces... —susurré, llena de incertidumbre— ¿yo en verdad te gusto?

Por un segundo, lució desconcertado.

—¿Me estás jodiendo? —inquirió, pero no con humor, sino con una leve molestia.

—No hablo de sentimientos —expliqué—. No te estoy preguntando si me quieres, ni nada de eso. Sólo quiero saber si es que yo... —La inseguridad que colmó mi sistema me impidió continuar.

Sabía que no me podía responder a eso, que no era posible. Sabía, mejor que nadie, que nunca iba a poder llegar a sentir lo mismo que yo.

Una leve arruga cruzó su entrecejo.

—¿Por qué lo preguntas?

—Porque me cuesta creerlo. —Regresé la mirada hacia el espectáculo urbano de luces y edificios de distintos tamaños. De pronto, la inestabilidad me atacó—. Entiendo que te pueda gustar una humana, pero es que... —Meneé la cabeza—. Debería ser alguien más...

—Alguien más ¿qué? —insistió con impaciencia, cuando se dio cuenta de que no iba a continuar.

Vacilé por un minuto, sintiéndome torpe.

—No lo sé, alguien más bonita. —Me encogí de hombros, pretendiendo sonar despreocupada, aunque en mi fuero interno la vergüenza y la inseguridad me carcomían—. Existen muchísimas chicas más agraciadas que yo, con ojos claros, con rostros más bonitos.

—Amy...

—O rubias, pelirrojas...

La ligera risa que profirió me distrajo y volteé para mirarlo.

—¿Y quién te dijo a ti que poseer esas características te hace más bonita? Yo soy pelirrojo, y no es la gran cosa —dijo y negó con la cabeza. Pude distinguir cómo su semblante se tornaba más serio—. Sí me gustas. Creí que era algo obvio.

El corazón me dio un vuelco extraño.

—Por nadie había hecho este tipo de cosas antes —continuó, haciendo un ademán con la mano hacia el paisaje en que veíamos—. Nunca. Jamás me ha importado si hería a alguien más, ni tampoco me he esforzado por proteger a nadie como intento hacerlo contigo. Y créeme que, hasta ahora, no había rebajado mi orgullo al punto de volver a buscar a alguien cuando me insulta. ¡Sólo a ti te aguanto esos malditos berrinches! —Negó en un ademán exasperado, soltando un suspiro—. No puedes ni siquiera imaginar cuán diferente soy contigo de cuando estoy con el resto. Es como... —dudó— Es como si me convirtiera en alguien completamente distinto del idiota desalmado que siempre he sido.

Envolvió mi mentón con sus dedos y me obligó a elevar bien el rostro. Sus manos volvieron a rodear mi cintura.

—Y por alguna razón, me gusta eso. Me gusta estar a tu lado, hablarte, escucharte, pasar tiempo contigo... —Su vista se alternó entre mis ojos y mis labios—. Me gustas, Amy. Mucho.

De pronto el hermoso paisaje a nuestro alrededor perdió su encanto, porque no podía dejar de verlo a él. No logré impedir que me afectara la sinceridad que emanaba su tono, así como tampoco pude frenar el ritmo frenético que se adueñó de mi corazón.

—Tú también me gustas —musité, incapaz de controlar lo que salía de mi boca. Extrañada de mí misma, extrañada y deslumbrada de que él tuviera el poder de hacer emerger tantos sentimientos desconocidos dentro de mí.

Una sonrisa de suficiencia se esbozó en sus labios.

—Sí, lo sé.

—Fantoche —repetí lo de antes, devolviéndole el gesto.

Sentí cómo sus manos se escurrían por debajo de mi camisa, hasta tocar directamente la piel de mi estómago. Un escalofrío por el ardor de su piel me recorrió completa, al tiempo que apreciaba cómo la sangre subía a mi rostro, tanto por su acto como por la vergüenza de que me tocara así.

Entendía que no tenía el mejor cuerpo del mundo, porque ser flaca no significaba estar en forma. No practicaba ningún deporte, no tenía los músculos desarrollados ni un vientre plano y duro, a diferencia de él. Pero, de algún modo, eso no pareció importarle. Sus manos acariciaron mi piel con tal lentitud y suavidad, que un temple agradable emergió en mi pecho y creció cuando sentí en mis labios el roce de los suyos.

Cerré los ojos. Me dejé llevar por la caricia que me brindaba, por el tacto que consiguió aminorar las dudas y el recelo. Dejé la mente en blanco y le devolví el beso con el mismo fervor e ímpetu que él demostró.

Aprecié el contacto ardiente de su lengua, lo acepté y le devolví la misma cadencia parsimoniosa pero enardecida, sintiéndome tan valiente que me atreví a enredar los dedos en su cabello. Me faltó el aliento. Su mano salió de debajo de mi camisa, empezó a subir en línea recta por el centro de mi torso, rozando con la yema de sus dedos el punto entre mis pechos, las clavículas, el cuello, para finalmente terminar acariciando mi rostro. Una nueva corriente de electricidad corrió por mi espalda y me sentí tan aturdida, que tuve que apartarme ligeramente para dejar escapar un suspiro.

Percibí cómo una sonrisa se apoderaba de su semblante, pero cuando lo miré, me di cuenta de que el gesto fue fugaz.

—Hoy no podré quedarme contigo —dijo de pronto, con una clara inflexión de disculpa—. Es posible que no pueda verte unos días. Hay unos asuntos que debo arreglar allá, y, por más que quiera, no puedo descuidar mi puesto.

Vacilé. Una punzada de inseguridad me surcó de lleno, aunque traté de ignorarla, pero no pude evitar preguntarme de qué iban esos asuntos. La idea de que, quizá, pudiera tratarse de la causa de su «trabajo», de que tuviera que ver con el verdadero apocalipsis, hizo que una oleada de horror me invadiera.

Tuve que reprimir un escalofrío.

—Entiendo —musité.

—Necesito que ellos piensen que todo sigue igual. Que yo sigo siendo igual. —Dejó escapar un suspiro cargado de tedio—. Que nada ha cambiado. Es más sencillo para mí así... Pero también es difícil, de cierta forma. —Frunció el ceño en un ademán pensativo—. Me pregunto cómo habrá hecho Zeross para ocultar lo que tenía con Aeriele por tanto tiempo.

—¿Esto es lo mismo? —pregunté, sin ser capaz de esconder el miedo que esas palabras que me provocaron—. ¿Estamos repitiendo lo mismo que hicieron ellos?

Azazziel se lo pensó por un minuto.

—Él tenía un camino que había elegido, tenía un destino, y mandó todo a la mierda cuando la conoció a ella. —Sacudió un poco la cabeza, con una sonrisa cuya alegría no tocó sus ojos—. Sí, creo que es algo parecido.

Fui vagamente consciente de cómo mi respiración iba en aumento, una respuesta inminente a la tenue desesperación y temor que se habían instalado en mi pecho.

Volví a mirar el horizonte. Para entonces, el cielo ya se había oscurecido tanto que no quedaba una sola brizna color naranja; sólo el negro, el azul y el gris de las espesas nubes predominaban en el firmamento.

Por un largo momento, ninguno de los dos dijo nada.

Bajé las manos hasta que encontré las de él sobre mi estómago, y en su abrazo pude percibir cómo sus músculos se tensaban por alguna razón. Por algún motivo que yo desconocía. Entrelacé mis dedos entre los suyos, y me apretó contra sí en un gesto que logré percibir como protector. Fuera cual fuera el motivo de su tensión, únicamente pude estar segura de una cosa: el pensamiento que surcó su mente le había provocado el mismo temor que a mí. Quizás —solo quizás— incluso más.

Esa noche, sin su presencia a mi lado, las pesadillas fueron más reales y horribles que nunca.


~*~*~*~


No podíamos prestar atención a lo que la inmensa pantalla del cine transmitía. No podía dejar de reírme. Llevaba más de una hora sin poder deshacer la estúpida sonrisa que se había dibujado en mi rostro.

En esos momentos Dave era el único hombre entre tres chicas, y de algún modo, eso lo motivaba a salir de su zona de confort y esforzarse por animarnos a todas. Fue como volver al instituto, donde no pasaba mi tiempo con nadie más que con él y Diana, solo que ahora nos acompañaba Claire.

No estaba segura de si es que mis amigos en verdad le habían caído bien, o si era porque esta era la primera vez que salía a divertirse después de estar mucho tiempo encerrada en casa, pero Claire tampoco parecía ser capaz de mantenerse seria por más de dos minutos. Eso me alegraba en formas que no entendía. Ella parecía agradarle mucho más a Diana que Nat, por alguna extraña razón. Tal vez se debía al hecho de que, al igual que yo, Claire no tenía una personalidad fuerte. Eso hacía que, de las que nos encontrábamos en el grupo, Dee continuara siendo la que mandaba. Dave, que tampoco era alguien de carácter sólido, parecía contentarse con eso.

Había algo extraño en ellos dos, en Diana y Dave, pero no conseguía entender qué era. Me parecía que ella se estaba mostrando demasiado cariñosa con él, aunque también podía ser que yo estuviera exagerando y ella sólo estuviera feliz.

Una persona desde atrás nos siseó para que dejáramos de hacer ruido, pero Diana se dio la vuelta y le respondió —algo grosera— que no se metiera en nuestros asuntos. No obstante, a Claire y a mí sí nos dio algo de vergüenza, por lo que tratamos de mantenernos tan calladas como nos fue posible durante el resto de la función. Algo que, en realidad, nos costó bastante trabajo.

Cuando salimos del cine, David se quejó de que tenía hambre.

—¡Tú siempre tienes hambre! —le reprendió Diana mientras lo tomaba del brazo—. Deberías aprender de Amy que apenas come.

—Escuché eso —murmuré de mala gana—. Y para tu información me alimento bien.

—El aire no cuenta, Amy —replicó ella. Claire se rio, aferrándose a mi brazo para caminar a mi lado—. Oye, Clary...

Claire —le corrigió.

—Ay, sí, lo siento. —Diana la miró para dedicarle una sonrisa de disculpa—. Oye, ¿qué tal si vamos a beber algo?

—Seguro. —Claire sonrió, y luego me miró con un dejo curioso en los ojos, como si se preguntara si eso estaría bien.

Le devolví el gesto para animarla.

—Pero primero comamos algo, por favor —suplicó David—. ¿Escuchan esos truenos? Son mis tripas.

—Quizá tienes la lombriz solitaria, Dave —sugerí.

—También pienso lo mismo —coincidió él riendo—. Creo que comeré un hotdog. —Hizo un movimiento de cabeza hacia la calle contraria de donde estábamos, apuntando hacia un foodtruck estacionado en el borde de la vereda—. ¿Qué hay de ustedes, chicas?

—Esperaré —decidí.

—Igual yo —dijo Claire.

—¡Yo te acompaño! —Diana volvió a agarrar su brazo y luego se sobó la garganta, haciendo una mueca—. Tengo sed, maldición. Espero que vendan jugos naturales.

—Es que no cerraste la boca en toda la película —murmuró Dave con fingido pesar, y ella le dio un codazo. Ambos compartieron una risa corta, antes de avanzar para cruzar la calle.

Me di la vuelta hacia Claire cuando nos quedamos solas. Ella todavía sonreía.

—Tus amigos son muy simpáticos —me dijo, encogiéndose de hombros.

—Sí, lo son —asentí. Percibí algo similar a un calambre en las mejillas. Llevaba más tiempo sonriendo de lo que estaba acostumbrada.

—¿Alguno sabe algo? —inquirió, con repentina cautela—. ¿Algo de... eso?

—Nada. —Un dejo severo se coló en mi tono—. Ninguno de los dos. Y quiero mantenerlo así, por favor.

Ella afirmó con la cabeza de forma pausada, bajando la vista al suelo.

—¿Ya no usas anteojos? —Hice la pregunta únicamente porque deseaba hablar de algo más banal, como el resto de ese día.

Toda la jornada fue tranquila. Corriente, como no lo había sido nada en mucho tiempo. No ocurrió nada fuera de lo normal, y al salir del trabajo Diana y yo nos encontramos con Dave y Claire esperándonos afuera de la cafetería para ir al cine. Deseaba que el día terminara del mismo modo.

—Lentes de contacto, Amy —respondió ella, riendo.

Oh... —Una risita boba de pura vergüenza se me escapó—. Y yo que creía que se te había mejorado la vista.

—¿Qué? ¿Pensaste que me pasó lo mismo que a Spider-Man? ¡Ojalá hubiera sido así! —La risa también la asaltó—. Ay, Amy, ¿por qué pasamos tantos años sin hablarnos? —inquirió cuando dejó de reír, con cierta nota de nostalgia—. Éramos muy amigas de niñas. ¿Qué nos pasó?

Me encogí de hombros. En realidad, no tenía una respuesta para eso. Había muchas personas que habían pasado por mi vida y a las cuales ya ni siquiera saludaba. La vida es así: las personas van y vienen. Las que se quedan, a esas hay que aferrarse.

—¿Cómo sigues? —quise saber, con todo el tacto del que fui capaz—. ¿Cómo sigue tu mamá?

—Yo... —Claire frunció el ceño con incertidumbre—. La mayoría del tiempo lo olvido. Si me mantengo ocupada, quiero decir, así es más fácil que cuando no tengo nada qué hacer. A ratos me acuerdo de lo que pasó... Me acuerdo de él, de todo lo que me hizo. —Bajó la vista, y una punzada de lástima me surcó—. No sabes cuánto te agradezco que lo hayas terminado. Por mi mamá, más que nada. —Sonrió con tristeza—. Ella no se merecía lo que me estaba pasando, y a veces siento que le afectó más que a mí.

Torcí el gesto, sintiendo una punzada de ansiedad.

—En realidad, no ha terminado del todo. Aún hay... hay cosas que resolver.

¿Él...? —Se aclaró la garganta con incomodidad, y supe a quién se intentaba referir—. ¿Ese tipo que te acompañó la otra vez lo está resolviendo? —Asentí. Ella negó con la cabeza en un ademán reprobatorio y añadió con preocupación—: Estás metida en algo muy jodido, ¿lo sabías?

Suspiré, no por irritación, sino por el sentimiento de incertidumbre que me atacaba cada vez que hablaba de él con alguien más.

—Lo sé...

Nos quedamos en silencio por un minuto. De repente, Claire dio un respingo y levantó la mirada por encima de mi hombro.

—¿En dónde están tus amigos? —preguntó.

Fijé la mirada en su rostro, y pude notar cómo rápidamente el pánico se apoderaba de sus facciones. Asimismo, una oleada colosal de terror se arraigó dentro de mí.

Giré sobre mi eje para mirar hacia un punto a mis espaldas, hacia el foodtruck donde se suponía que Diana y David habían ido. Mis ojos se movieron inquietos a lo largo de la calle, y después en derredor.

Ninguno de los dos estaba a la vista.

—¿A dónde habrán ido? —inquirió Claire.

Sin poder decirle nada, crucé la calle en la dirección donde ellos se habían marchado.

Me detuve en dos ocasiones para que pasaran unos vehículos —que me tocaron la bocina de forma frenética—, evitando que me atropellaran, y corrí con frenesí, sin estar segura hacia dónde ir. Impulsada únicamente por la desesperación que emergió en el centro de mi pecho.

—¡Amy! —La voz de Claire llegó a mis oídos, y supe que estaba detrás de mí—. ¿A dónde vas? ¡No sabes por dónde se fueron!

No supe qué responderle. En mi mente, lo único que persistía era el pensamiento de verlos, de confirmar que estaban bien. No importaba si habían querido irse por su cuenta hacia otro lado, aunque estaba más que segura de que ellos no harían algo como eso.

Y por eso mismo me sentía tan aterrada.

Un callejón dividía la calle justo en medio de una larga corrida de edificios, y, sin siquiera detenerme a pensarlo, me adentré en él.

—Amy, e-espera... —La mano de Claire tocó mi hombro, pero no fue suficiente para frenarme.

Me apresuré a avanzar a zancadas, sin prestar atención al ardor de mis músculos, atenta a cada rincón oscuro del camino estrecho.

—Vete a casa, Claire —ordené, pero seguí oyendo sus pasos detrás de mí.

—¡No! —exclamó, desesperada—. ¡No voy a dejarte!

Un edificio daba un giro brusco hacia la izquierda, justamente en donde terminaba el callejón y empezaba otra calle. Una calle en la que casi no había gente, en la que estaba estacionado un miniván de color negro el cual, desde lejos, se podía ver que tenía todas las ventanas polarizadas.

Toda la sangre del cuerpo se me fue a los pies, en el momento en que la vi a ella, apoyada sobre el vehículo con los brazos cruzados sobre el pecho.

Incluso con la poca iluminación a nuestro alrededor, fui capaz de reconocer su piel pálida y el cabello largo y ondulado, de un tono rubio ceniza. Cuando mis ojos se encontraron con los suyos... Esos ojos azul profundo, del color del zafiro, fue en ese instante que recién pude ser consciente de su gélida presencia.

Mi corazón latió frenético, furioso y asustado, un reflejo de mis propios sentimientos. Por un segundo eterno, no pude hacer otra cosa más que mirar fijamente a Naamáh.

Hasta que ella habló:

—Tus amigos están tomando una siesta en el coche —anunció, y sentí cómo mi cólera se aunaba al miedo—. Será mejor que te subas, bastarda. Daremos un paseo.

Se apartó del vehículo, y comenzó a avanzar hacia nosotras.

—A-Amy... —El susurro inestable de Claire me trajo de vuelta a la realidad.

—Vete, Claire. Ahora. —Mi tono se oyó áspero, pero no me importó.

Solo quería que se fuera de ahí, que se alejara lo más rápido posible de ella.

—Claire no va a ningún lado.

Esa voz no provino de Naamáh. Era ronca, hosca y desagradable. Una voz que me trajo un millar de recuerdos, y que reconocí con miedo.

Me di la vuelta, y otra presencia helada, que también conocía pero que no pude percibir sino hasta cuando fue demasiado tarde, me golpeó la piel. La percibí justo en el segundo en que lo vi, demasiado cerca de nosotras.

Mabrax esbozó una sonrisa de emoción al ver mi expresión horrorizada.

Ay, Amy, tanto tiempo —suspiró en un ademán anhelante. Su sonrisa se ensanchó y mostró sus dientes, blancos y de colmillos casi puntiagudos—. No tienes idea de cuánto te extrañé.

—Deja que se vaya —musité con un hilo de voz, mirando de reojo a la chica asustada a mi lado—. Por favor, no la involucres.

—Claro que no, también eché de menos a Claire. —Él alzó una mano para acariciar los pequeños rizos de ella—. ¿Te atreviste a cortarte el cabello sin mi permiso? Te queda fatal.

Claire se quedó inmóvil, con las manos hechas puños en sus costados, temblando, al tiempo que cerraba los ojos con fuerza.

No me toques. No me toques. No me toques... —suplicó en susurros. Cuando Mabrax pasó de su pelo a manosear sus mejillas, luego su cuello, y pude ver con el corazón estrujado cómo un líquido parecía derramarse y manchar la entrepierna del pantalón deportivo gris de Claire.

—Qué asco... Es suficiente. Tenemos que irnos —ordenó Naamáh, y entonces clavó sus ojos azules en Claire por un par de segundos. Los párpados de ella se cerraron y todo su cuerpo se balanceó hacia delante. Naamáh la asió de su chaqueta con una mano, antes de que cayera al suelo. Luego, haciendo una mueca de repulsión, comenzó a arrastrarla de sus ropas como si fuera cualquier cosa, en dirección al miniván.

El pánico me había congelado. La impotencia, la confusión, el desconcierto, todo estaba arremolinado dentro de mí y no pude reaccionar. No logré hacer nada más que observar cómo metían a Claire al aborrecible auto, donde se suponía que también estaban Diana y David.

—No sabes cómo adoro tu expresión en este momento —dijo Mabrax en un susurro bajo, con un temblor de puro entusiasmo en la voz.

No encontré palabras para replicar, porque ni siquiera podía hallar un ápice de ira dentro de mí. Solamente había temor y dudas.

Hasta donde sabía, Khaius iba a ser el encargado de vigilarme esta noche. ¿En dónde estaba él? ¿Le habían hecho algo malo? ¿O a Akhliss? ¿Cómo fue que esto se nos salió de las manos al punto que Mabrax se rebajó a raptar a mis amigos?

En ese momento, que por desgracia fue demasiado tarde, mi insuficiente sentido común reaccionó y abrí la boca. Separé los labios con una sola intención, no para responderle a él, sino para pronunciar un nombre.

Pero él fue más veloz que mi voz, y su nombre, ese que estuve a punto de articular y que nos habría salvado de este calvario, murió en mi garganta. No pude llamarlo, porque Mabrax de abalanzó sobre mí y me cubrió firmemente la boca con una mano.

—Ah, no, hija de puta —masculló. Sentí cómo mi espalda chocaba con una pared, mientras que con su otra mano aferraba mis muñecas por encima de mi cabeza—. No vas a llamar al fenómeno bastardo con el que te revuelcas.

De pronto, todo su rostro irradiaba furia. Sus labios se retrajeron en una mueca iracunda, sus ojos amarillos refulgieron con un odio profundo, un odio que casi se sentía palpable.

—¿Sabes cuál es tu error, Amy? —Se inclinó hacia mi rostro, a una cercanía tan excesiva que hizo que mi estómago se revolviera de puro asco—. Que crees con todo tu corazón que podemos llegar a ser como ustedes, cuando en realidad somos muy, muy diferentes. —Una sonrisa casi demencial se dibujó en su rostro—. Tu demonio no va a poder salvarte de esta. Ninguno de los tres. Oh, y créeme que no me gustará hacer esto, pero no debes ver qué camino tomaremos —murmuró, haciendo una mueca de fingido pesar—. Y como no puedo obligar a tu mente a dormirse, tendré que usar la violencia.

De reojo, vi cómo Naamáh se acercaba con una enorme sonrisa y la satisfacción plasmada en su semblante.

Entonces, todo perdió enfoque. Una a una las cosas que me rodeaban se tornaron una masa difusa y poco clara, hasta perder forma y color. Todo atisbo de esperanza se perdió, y solo dejó en mí un terror desmedido.

Todo se fue a la mierda.

Una espesa bruma negra me envolvió y opacó cada uno de mis sentidos, en el instante en que el puño de Mabrax se estrelló contra mi rostro.

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