¡Hola!. Mi nombre es Astrid, y les contaré la historia de una parte de mi vida, espero les agrade. Yo era aún una niña cuando ocurrió. Era el tercer año que le rogaba a mi madre que me llevase a clases en un iglesia ya que todos mis amigos del colegio asistían y solían decirme a menudo que era muy divertido, mi madre se negaba ya que nunca había sido muy religiosa y además cobraban una cuota que no quería pagar.
Siempre fui muy perseverante y cuando me proponía algo nada ni nadie me detenía hasta que lo lograba y éste caso no fue la excepción. Insistí tanto que mi madre ya no pudo negarse más y fue a inscribirme. Esperaba ansiosa por que llegara mi primer día de clases, y cuando por fin estuve ahí no hacia nada más que prestar atención a todos mis compañeros, miraba a uno por uno buscando esas cualidades peculiares que los distinguía del resto, Cuando terminé de analizar a mi clase intenté poner atención a la maestra pero me costaba mucho trabajo comprender de lo que le estaba hablando ya que nunca fui apegada a la religión así que comencé a analizar a mis compañeros de otros grupos y ahí fue donde miré a Edward. Un niño de estatura promedio, complexión delgada, con una piel morena muy diferente al resto, Su cabello era negro opaco que sobresalía por sus muy marcados chinos, tenia una grande y bella sonrisa que brillaba a metros de distancia, Unas pestañas tan pronunciadas que precieran no ser reales, pero lo que más llamó mi atención fueron esos enormes, brillantes y auténticos ojos. Jamás había visto nada igual. Todo en él llamó mi atención por completo. Era una edad en la que ni siquiera podrían gustarme los niños. Yo me consideraba demasiado pequeña para esas cosas. Pero sabia que todo en ese niño era especial.