Maldición Willburn © ✔️ (M #1)

Oleh ZelaBrambille

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En las calles se cuenta una leyenda: Rowdy Willburn no sabe querer porque ya no tiene corazón, es una maldici... Lebih Banyak

Maldición Willburn
Prefacio
🎲 TOMO I | La caída 🎲
Capítulo 01
Capítulo 02
Capítulo 03
Capítulo 04
Capítulo 06 (pt 1)
Capítulo 06 (pt2)
Capítulo 07
Capítulo 08 (pt1)
Capítulo 08 (pt2)
Capítulo 09
Capítulo 10 (pt1)
Capítulo 10 (pt2)
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14 (pt1)
Capítulo 14 (pt2)
Capítulo 15
Capítulo 16
Extra | Regina y Tyler
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Extra | Rowdy y Giselle
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
🎲 TOMO II | El ascenso 🎲
Capítulo 29
Capítulo 30
Extra | Kealsey y Omar
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48 (pt1)
Capítulo 48 (pt2)
Capítulo 49 (pt1)
Capítulo 49 (pt2)
Capítulo 50 final
Epílogo I
Epílogo II
| P L A Y L I S T |

Capítulo 05

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Oleh ZelaBrambille


Me revuelvo en la cama y doy largas bocanadas de aire. Me llevo las manos al cuello y rasguño mi piel con las uñas, como si esas manos siguieran ahí, apretándome. Siento que me ahogo, que no puedo respirar. Tengo que concentrarme para recuperar el aliento, me repito que no es real, pero ¿y si lo es? ¿Y si sigo ahí? No, no puedo dejar que gane otra vez.

Mis ojos arden, también mi pecho. ¿Qué es cierto y qué no lo es? Es tan confuso, y doloroso. Las imágenes del pasado vienen y se van, se pasean y hacen un tango por toda la habitación, se ríen de mí, me señalan. Quiero que se vayan, quiero que me dejen, quiero que esto termine.

Me sumerjo en otro recuerdo, a pesar de que me resisto, ese me hace gritar, ese es el peor, es un monstruo de dientes afilados y pelos sucios en el cuerpo. Mis dedos se endurecen, mi corazón está a punto de explotar.

No, no, no. Eso duele, eso duele mucho.

Lo grito con fuerza, pero nadie me escucha, solo hay oscuridad. Me levanto de golpe, brinco en la cama. Todavía no he despertado del todo, la pesadilla lucha para que vuelva y pueda torturarme. Quiero espantar las sombras, abrir las cortinas para que se vayan. Me pongo de pie y enciendo la luz. Y no hay nada, miro hacia todas partes para comprobar que estoy sola.

La puerta se abre, mi madre entra con cara de espanto, y detrás de ella viene papá.

—Cariño, ¿estás bien? —pregunta Romina con tono dulce y aterciopelado.

Su brazo rodea mis hombros, me conduce a la cama. Ella se sienta en el borde y me anima a colocarme junto a ella, me dejo caer a su lado, a pesar de mi reticencia. Siempre me pasa eso, después de una pesadilla me da miedo acercarme a la cama.

Papá se sienta del otro lado y me ofrece un vaso de agua. Doy tragos largos, me refrescan y me relajan. Mi pulso vuelve a la normalidad, al igual que mi respiración. Mamá hace círculos en mi espalda con su palma, mientras mi padre se queda en silencio, sumergido en sus pensamientos. Sé lo que está pensando, hace semanas, tal vez meses, que no sufro terrores nocturnos.

—Estoy bien —murmuro. No quiero que se preocupen por mí—. Solo fue una pesadilla tonta.

—¿Segura? —insiste.

—Segura.

Me pongo de pie para dar por terminada la conversación. Romina y Robert se levantan y salen del cuarto, no sin antes depositar un beso en mi coronilla. Mi padre permanece en el umbral, analizando mis movimientos, me sonríe cuando ya estoy acostada.

—Buenas noches, cariño —dice antes de apagar la luz.

Pero no duermo, pues temo que un día me pierda en esos sueños malditos, que no pueda regresar. Me quedo mirando el techo hasta que amanece y vuelvo a sentirme a salvo.



Todos los días entro a la UEH a las siete de la mañana y salgo a eso de las cuatro, muchos de mis compañeros se quedan en las instalaciones para hacer servicio social dentro de la universidad, uno de los beneficios que me brinda Bridgeton es que tengo mucho tiempo libre, a pesar de que ya casi voy a graduarme. Adoro mis clases, prestar atención, hacer notas de colores en mis anotaciones y subrayar las partes importantes de los libros de texto. Suelo ser organizada y meticulosa, son hábitos que adopté este último año, sin embargo, no sé qué está pasándome el día de hoy.

Hacía mucho que no me sentía así, la sensación no es agradable. Siento remordimientos, culpa, ansiedad y también curiosidad, lo cual indica que no estoy cuerda. Miro mis apuntes del día de hoy y me entran ganas de vomitar, me tallo la frente con frustración. Tacho con tinta negra lo que acabo de escribir, porque no se entiende un carajo. Luego me doy cuenta de que en unos días habré olvidado lo que vimos en esta sesión y de que todo lo que escribí no me ayudará para estudiar.

Termino arrancando la hoja y la hago bolita, mientras resoplo. El chico que está sentado a mi lado hace una mueca, tal vez está molesto porque no he dejado de hacer sonidos extraños. Incluso el catedrático voltea esta vez y me mira con desaprobación. Hace una semana mi día habría sido igual a lo de siempre, pero no hoy, claro que no, pues seguramente dos matones ya se percataron de que les falta un reloj. Debo repetir una y otra vez en mi mente que no están detrás de mí. ¿Se puede estar más demente? No lo creo.

¿Dónde está la chica valiente? Pues bueno, justo ahora no debe aparecer, necesito concentrarme y dejar de tentar al destino, ya sé que nada bueno sale cuando regreso al puto lodo del que salí.

Vuelvo a barrer las ventanas, los grandes ventanales siempre me han parecido bonitos por la gran cantidad de luz que entra, hoy los odio. Estoy paranoica, cualquier ruido me pone más alerta que de costumbre, la idea de que les debo me va a volver loca. Tampoco puedo quejarme, es mi culpa por tomar cosas ajenas.

El profesor no deja de hablar, es de esos que habla de cualquier cosa menos de la materia. Creo que en todo el semestre nos ha platicado la misma historia. Me fijo en el reloj y salgo de la clase antes de que termine, me aseguro de que no haya nadie en los pasillos... Nadie peligroso, quiero decir. El camino al exterior es un martirio, cruzo el patio con la espalda recta, temiendo que pase lo peor en cualquier instante. Lo mismo en el estacionamiento, mi automóvil está en perfecto estado justo donde lo dejé esta mañana, por un momento temí encontrar a Mercedes sin llantas o que simplemente no estuviera ahí.

Busco la monstruosa camioneta negra de los dos integrantes de los Blacked, repaso los cajones, pero no hay rastro de ella, lo que me pone más ansiosa. ¿Y si ellos están escondidos en algún coche que desconozco? ¿Me están vigilando? ¿Cómo puedo regresarle su mierda si no está por ningún lado? Suelto un suspiro profundo. ¿Ahora qué hago?

Toda la noche me la pasé repasando lo que haría: saldría antes de las clases para no mezclarme con las multitudes, entre más gente, más peligroso, ya que hay menos control; no iría ni a la biblioteca ni a la cafetería ni a ningún lugar concurrido; no me estacionaría en mi lugar favorito; buscaría su camioneta y les dejaría el reloj en el parabrisas; y me olvidaría de todo el asunto.

La vocecita de mi conciencia me reclama porque no debí de haber tomado el reloj en primer lugar, también me dice que vaya ahora mismo a buscarlo, no obstante, ¿a dónde podría ir si no tengo idea de dónde está? Quizá debería esperar a que haga su aparición, él es bueno haciendo eso, sin embargo, no deseo topármelo porque me hace pensar en cosas malas, lo único que quiero es olvidarme de que esto sucedió y seguir al pie de la letra las recomendaciones de mi psicóloga. Siento que mis manos están atadas, y lo que más me asusta es que quizá quiero que lo estén.

Si me quedo más tiempo del necesario, los alumnos saldrán y yo estaré en medio de un montón de personas, así que decido largarme. Mi locura es tal que, en más de una ocasión, me descubro mirando por el espejo retrovisor.

Voy a la biblioteca de la ciudad a hacer la tarea, me tomo muy a pecho eso de esconderme, y quedarme en la universidad es atenerme a que me encuentren. Me refugio en un cubículo y, por primera vez en el día, me relajo, me pierdo en la lectura hasta que un ruido me hace saltar. Mi celular vibra, lo cojo con rapidez después de ver quién llama.

—¿Ya te fuiste? —pregunta Ushio desde el otro lado.

Yep.

—¿Y no puedes volver?

Su tono enciende una alarma dentro de mi cabeza, frunzo el entrecejo.

—¿Sucede algo? —pregunto. Ushio lanza risitas nerviosas, pero se queda en silencio. Mierda—. ¿Ushio?

—Tus amigas están bien, muñeca —dice una voz ronca y baja que me pone los pelos de punta. Lo reconozco casi de inmediato, ¿cómo podría olvidar si lo poco que dijo se me quedó grabado? Lo he repetido una y otra vez—. O quizá estén en problemas.

—¡Más te vale que no les pase nada!

Él suelta una risotada.

—Creo que deberías prestar más atención a lo que me dices, pelirroja del infierno.

Tomo un respiro profundo para calmarme, por lo que escuché ellos siguen en la universidad, puedo imaginar la histeria de Avril y a Ushio mirando hacia todas partes, desesperada. Suelto el aire.

—¿Qué quieres?

—Así me gusta —dice con satisfacción y a mí me dan ganas de morderme la lengua para no mandarlo a la mierda—. Es muy fácil, regrésame lo que me robaste.

—De acuerdo —suelto con rapidez—. Lo haré, regresaré a la universidad, pero déjalas en paz, esto es entre tú y yo, y las deudas se pagan sin lastimar a inocentes.

Se queda en silencio durante lo que creo es una eternidad.

—Entonces date prisa.

Me cuelga sin decir más. Maldito. Me le quedo mirando al celular como si fuera él y pudiera encajarle cuchillos. Meterse con los seres queridos es muy bajo.

Meto mis cosas al bolso con premura y me apresuro a abandonar la biblioteca, todo lo hago de manera automática. Las llantas de mi auto chirrían cuando arranco, gracias al cielo la universidad no es muy lejos.

El estacionamiento está casi vacío cuando entro, no es difícil encontrarlos, pues esa camioneta es demasiado grande como para confundirla. Su amigo, el apuesto afroamericano está con Avril y con Ushio, creí que las encontraría estresadas y a punto de llorar, pero se ven bastante relajadas, hablando con el tipo, lo cual me da cierto alivio, no quiero ser la culpable de meterlas en problemas.

Willburn no está con ellos, mantiene su distancia apoyado contra la cajuela, mirando fijamente la entrada. Deja de recargarse y da un paso hacia adelante sin despegar sus ojos de mi auto. Me detengo junto a ellos y obtengo el reloj de mi bolso. Antes de que pueda abrir la puerta, él toca la ventana.

Deslizo el vidrio hacia abajo. Mi corazón martillea fuerte dentro de mi pecho y me roba el aliento cuando el baja y apoya los brazos en el borde. Me da una mirada mortal que me hace temblar y juro que no sé si es por la evidente amenaza o que me parece que Willburn es una obra de arte. En serio, es muy apuesto, como esos tipos a los que les sacan fotografías en calzoncillos.

Le ofrezco el reloj, su vista desciende, mira el artefacto, pero no lo toma. Luego sus ojos vuelven a bajar, se asoma dentro del auto y barre mis muslos desnudos. La falda está más arriba de lo que debería. 

Trago saliva con nerviosismo, siento mi lengua seca y que en cualquier momento mi pecho será dividido por los latidos desenfrenados. Mi mano se queda suspendida, con el reloj entre mis dedos.

—¡Correcto! —exclama inclinando la cabeza hacia afuera, pero sin dejar de barrer mi cuerpo. 

Mi vista se desvía, el chico permite que Ushio y Avs se vayan, miro sus espaldas hasta que me resulta imposible ver hacia dónde van. Cuando vuelvo a mirar a Willburn, él está analizando mi rostro.

—¿No vas a tomar el reloj? —pregunto. Mi voz suena más fuerte de lo que pretendo.

Él se inclina hacia mí, su cara se sumerge en mi cabello hasta llegar a mi oído, donde respira y exhala aire caliente. Su respiración, combinada con su aroma y su calor, me hacen temblar. Willburn me arrebata el reloj, mis manos caen.

—Creo que me debes una disculpa y un agradecimiento por ser tan paciente, ¿no lo crees? —ronronea.

Puede quedarse esperando las disculpas y los agradecimientos, no creo que lleguen. Me quedo en silencio, aprieto los labios hasta que me duelen. Deseo alejarme para que deje de soplar, pero al mismo tiempo quiero quedarme quieta y cerrar los párpados o acercarme de una buena vez para morderle los labios.

Él no se ve molesto, no ha dicho demasiado, pero supongo que es una buena señal que todavía no me esté apuntando con algún arma. O quizá tiene un plan secreto.

—Te lo iba a regresar de todas formas, no encontré tu camioneta cuando salí de clases.

—¿Ibas a abrirla y a dejar un beso en el vidrio?

Se echa hacia atrás solo lo suficiente para mirarme, creo que es muchísimo peor que al principio. Pues no hay ni una gota de enojo, sus pupilas claras bailan con diversión, se está burlando de mí. No me gusta. No me agrada que me mire así, no me agrada que piense que está bien estar tan cerca, no me agrada la adrenalina que siento cuando se me acerca. No está bien.

—No, lo iba a dejar en el parabrisas.

Se relame los labios y muerde el inferior. Sin poder evitarlo, mis ojos se centran en su boca húmeda. No se aleja, está a escasos centímetros de distancia, su cercanía comienza a causar estragos en mí. Me ruego calma, pues no quiero que se percate de que me afecta de alguna manera, aunque probablemente se dio cuenta de eso desde hace tiempo.

Huele bien, demasiado bien diría yo, a alguna mezcla de especias y madera. Y yo no debería de pensar en su aroma si se trata de un ladrón, el cual, además, pertenece a una pandilla, tampoco debería estudiar sus labios. Reacciona, Gi, maldita sea.

—Quiero vengarme porque has sido muy mala —dice en voz baja, tan quedito que solo puedo escucharlo porque estamos cerca.

—¿Cómo? —respondo.

La sonrisa que esboza está llena de promesas malvadas, la diversión es sustituida por malicia, su rostro se vuelve oscuro y perverso.

—Se me ocurren muchas cosas interesantes, muñeca.

Sus ojos celestes bajan a mi cuello, después a mi escote, luego regresa a mi mirada y su sonrisa se ladea. Siento como si una corriente quisiera arrastrarme hacia él. Sé lo que está haciendo, lo que intenta hacer.

—No lo creo.

Agarro mi bolso y lo coloco sobre mis muslos para ocultar mi piel, por supuesto que él se da cuenta de eso y suelta una risita.

—¿Crees que esa cosa va a detenerme? —pregunta con picardía.

—Ya tienes tu reloj robado, ahora debo irme —susurro.

Rompo el contacto visual e intento alejarme, pero Willburn tiene otros planes, por supuesto. Sus dedos capturan mi barbilla, me obliga a mirarlo. El agarre no es brusco, pero es lo bastante fuerte como para mantenerme en donde quiere.

—Esto no ha terminado.

Frunzo el entrecejo, él me responde sonriendo. Se echa hacia atrás y se larga, me deja confundida, justo como la otra vez. De reojo miro que se sube a la camioneta, segundos después se marchan. Me permito relajarme, apoyo la nuca en el respaldo y suelto un suspiro. Este sujeto es una bomba.

La calma me dura poco, unos puños tocan con frenetismo las ventanas. Quito el seguro para que Avril y Ushio entren. Avs ocupa el lado del copiloto y Ushio se deja caer en los asientos traseros.

—¡¿Qué carajos fue todo eso?! —grita Avril al tiempo que se abrocha el cinturón de seguridad.

—¡Creí que me daría un infarto! —exclama Ushio, quien se inclina hacia adelante y me observa.

—Pensé que se habían ido.

—¡¡No íbamos a dejarte con esos delincuentes!! ¡¡Esos tipos llegaron y nos obligaron a llamarte!! ¡Creí que nos secuestrarían! ¡O peor! ¡Pensé que querían matarte! —Avs está fuera de control. Ushio resopla con fastidio.

—Oh, ¡vamos! No son tan malos —digo, intentando quitarle importancia al asunto.

—¿Te estás escuchando? ¡¡Pertenecen a los putos Blacked!! Todo el mundo les tiene miedo, ¿ahora me vas a decir que son buenos?

—No, no son buenos, pero...

—¡Pero nada! —vuelve a exclamar Avs, esta vez tengo que morderme los labios para no carcajearme.

Ushio se mantiene en silencio, escuchando.

—Ellos solo intentaban recuperar lo que les quité. —Chasqueo la lengua y enciendo el auto—. ¿Quieren ir a comer? Me muero de hambre.

—Unos matones acaban de amenazarnos, ¿y tú piensas en comer?

—¿Las amenazaron? —pregunto con seriedad.

—Bueno... no, pero pudieron haberlo hecho.

—Cálmate, Avs —digo, medio divertida.

Salgo del cajón y doy vuelta para dirigirme a la salida, ya no hay nadie en el estacionamiento.

—Te lo tiraste —suelta Ushio. Avs suelta una exclamación de sorpresa al escucharla. Yo piso el freno de golpe, hago que se estrelle en el respaldo de Avril, Ushio deja escapar un quejido—. Hija de perra.

—No me lo tiré.

—Entonces te lo quieres tirar —dice Ushio encogiéndose de hombros.

—No es cierto. —Gruño.

—¡Oh, por Dios! —grita Avril—. ¡Sí se lo quiere tirar!

—No te culpo, es ardiente.

—¿Solo ardiente? No, él es caliente, sexy, sensual, seductor.   

Acelero y salgo del estacionamiento, me muevo en las calles de Hartford para buscar un restaurante donde pueda tomar una malteada con mucha azúcar, necesito algo para recuperarme. Avril sigue con la lista de los adjetivos de Willburn.

—Basta, él está prohibido, es todo lo contrario a lo que busco en un chico. Si voy a salir con alguien necesito que sea estable, que me de seguridad, y definitivamente Willburn no es seguro.

—Quieres algo aburrido e insípido —suelta Ushio.

—Pues yo creo que él quiere comerte. —Avs suelta una risita

—No, él dijo que no soy su tipo.

—No me digas, ¿y tú se lo creíste? —Las dos se ríen cuando guardo silencio—. Él te miraba como si fueras un delicioso caramelo al que quisiera lamer.

—Oh, cállense ya —ruego.

Ellas vuelven a reír y yo me pregunto si esos dos grandulones les dieron porros o sustancias ilegales.

Minutos después llegamos al restaurante, las tres bajamos y ocupamos una de las mesas del fondo. Nos gusta venir aquí porque el lugar está inspirado en las cafeterías de los años sesenta, los meseros andan en patines, y hay una rockola muy antigua que toca rock clásico.

Solo pido una malteada y patatas fritas, las cuales comparto con Ushio, Avs compra lo mismo y una hamburguesa sin pepinillos.

El día de hoy, Avril trae puesta una pluma de pavo real en el cabello, esa no es la parte más interesante de su atuendo, podría pasar horas analizando cada prenda, pero estoy muy cansada como para hacerlo. No dormí bien, y la impresión me ha dejado medio muerta. Afortunadamente olvidan a Willburn y empiezan una conversación que me permite bajar la guardia.



Esa noche, cuando llego a casa, me sorprende encontrar que la puerta no está cerrada con llave. Me alarmo, pues mis padres jamás dejan la puerta abierta, somos muy cuidadosos con estas cosas.

No hay coches afuera, así que ellos no están.

Saco el gas pimienta de mi bolso antes de entrar, la casa está en penumbras. Enciendo la luz después de asegurar la puerta, y barro la estancia principal con la mirada. Camino con lentitud, mirando hacia todas partes, reviso el estudio y la cocina, pero no hay nadie. Luego escucho sonidos en la planta alta.

El miedo se me va a la garganta y hace un nudo muy duro. Busco en los cajones de la cocina un cuchillo, regreso a la estancia y me detengo en el primer escalón.

—¿Hay alguien en casa? —pregunto en voz alta—. Papá, ¿estás ahí?

Pero no obtengo ninguna respuesta. La agitación se apropia de mi pecho una vez más, subo las escaleras pegada a la pared, apuntando a la nada con el cuchillo filoso. Una vez en la planta alta, enciendo la luz y me asomo.

—¡¿Qué estás haciendo, Giselle?! —grita mi madre.

Las dos saltamos del susto, yo suelto un gritito y bajo el cuchillo.

—Oh, ¡mierda! ¡Me asustaste! ¡Creí que se habían metido a la casa!

Mamá se lleva una mano al pecho e intenta recuperar el aliento. Se quita los auriculares y me da una mirada divertida.

—Me diste un buen susto. —Respira hondo.

—Tu auto no está afuera.

—No, el otro día le tocó al tuyo, ahora fue su turno de ir al taller —dice—. Cambiando de tema, ¿podrías ayudarme a elegir fotografías para la reunión de Lili? Tú eres la mejor organizando fiestas, cariño, nada me gustaría más que contar contigo.

La tensión se adueña de mi mandíbula, aprieto los dientes, pero me obligo a sonreír.

—Claro, mamá, haré lo que me pidas.

Por supuesto que lo haré,  haré todo con tal de ver que puedo hacer algo bueno por ella, algo que le saque una sonrisa, aunque ese gesto sea para un recuerdo, no para mí. Sus comisuras suben y yo me siento feliz por un momento.

—Te dejaré los álbumes en la sala. —Me da un apretón en el hombro—. Muchas gracias, cariño.

Ella continúa su camino y baja las escaleras, dejándome parada en el pasillo. Lanzo un suspiro y me encamino a mi alcoba. Me lanzo al colchón y cierro los párpados. No quiero pensar en Lilibeth ni en mi madre ni en la pesadilla, así que me voy por el camino fácil, ya que no puedo ir por un cigarrillo ni por un trago.

Vuelvo a revivir lo que sucedió más temprano, la respiración de Willburn en mi oído, su lengua lamiendo su labio inferior, sus ojos traviesos. Esbozo una sonrisa y me pregunto qué se sentirá caer en sus redes, ser apretujada por sus manos. Empiezo a fantasear, a imaginar que sus músculos de nuevo se pegan a los míos, que su pecho choca con mi espalda y sus manos queman mi cadera, que su voz me susurra la palabra «muñeca» en el oído. Me estremezco.

—Estás loca, Giselle —susurro—, has perdido la razón.

Y una vocecita dentro de mi cabeza se burla de mí porque soy una mentirosa, una hipócrita. No importa cuánto lo niegue, no importa que no sea lo correcto, no importa que sea un riesgo... Ushio y Avs tenían razón. 


* * *






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