Mi semana con Poe ©

Alexdigomas द्वारा

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El único cielo al que seré enviado será cuando esté a solas contigo. Nací enfermo, pero me encanta. Exígeme... अधिक

S I N O P S I S
A C L A R A C I O N E S
C E R O
U N O
D O S
T R E S
C I N C O
S E I S
S I E T E

C U A T R O

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Alexdigomas द्वारा

*Acompaña las escenas más intensas de este capítulo con la canción que me pasó una lectora por mensaje y que dejé en multimedia. La letra y el ritmo quedan perfectas jajssaj. Para quienes no les cargue, se llama:  High de Sivik. Estoy nerviosa con este capítulo. Espero les guste tanto como a mí. Díganme todo lo que piensan.


C U A T R O


Nunca fui una mala chica.

Nunca desobedecí a Adam.

Nunca consideré bueno hacer algo que lo enojara.

Siempre busqué mantenerlo en equilibrio.

Siempre reprimí mi propia voz.

Entonces llegó Poe Verne y todo eso se fue a la mierda.

Lo estaba considerando. Desde que me encerré en mi habitación, todavía nerviosa, enojada y confundida por lo que había pasado, no rechacé del todo la propuesta.

Al mismo tiempo no podía creerlo. Es decir... ¡¿era en serio?! Me miré al espejo de mi peinador. Tenía el cabello alborotado por la brisa nocturna. Eso era normal. El resto, no lo sé. No era una belleza épica. Posiblemente tenía un ojo más pequeño que otro y nunca usaba nada de maquillaje.

Ni siquiera tenía maquillaje. Si lo tuviera, lo habría usado.

El punto es que era tan simple, tan común, que me costaba creer que un tipo como él me propusiera esas cosas. Sin embargo, lo pensaba y se encendía algo dentro de mí. Algún tipo de... entusiasmo. Algo desconocido, nuevo, que asustaba pero también gustaba.

Tampoco era una mojigata. Pensé en chicos muchas veces. Quise poder ir a la escuela, al instituto, a alguna universidad. Quise conocer gente. Quise ser una de esas chicas normales que ligaban, salían y tenían problemas estúpidos. Pero acepté olvidarme eso porque Adam siempre me advirtió que solo por saber de su naturaleza podían matarme.

Ser la melliza de un noveno no era malo. Lo malo era ser la melliza no novena.

Pero aquello no era salir y conocer a alguien en cualquier lado. Era aceptar a Poe debajo de mi propio techo. No me escandalizaba considerar lo que podía hacer con él. Lo que me daba un poco de miedo eran las consecuencias de eso. El peligro era alto, pero ¿y si quería correr el riesgo?

¿Y si quería, por una vez en mi vida, arriesgarme?

Hasta la idea me hacía sentir viva, diferente...

Además, Adam había intentado lastimarme. Estaba furiosa con él. Si Poe no hubiera aparecido, me habría hecho daño. Recordarlo me estrujó el pecho. Me causó miedo. ¿Qué demonios pasaba con él? ¿Por qué se ponía tan violento?

Era cierto. No merecía vivir así. No merecía seguir bajo la sombra de Adam. Si él no conseguía ni siquiera reconocerme, ¿por qué yo tenía que hacerle la vida más fácil?

No quería. Ya no quería.

Lo que quería ahora tenía nombre, apellido y la sonrisa más perfecta y endemoniada del mundo. Tenía los ojos como los de un cazador dispuesto a atacar en cualquier momento. Tenía la elegancia, la astucia, la capacidad de sacarme de mi cascarón.

Y joder, si todos los demonios eran así, quería una residencia permanente en el infierno.

A la mañana siguiente me desperté temprano para ocuparme de concretar unos pedidos por correo electrónico. Primero pensé en pasar por la cocina para preparar algo de café, pero mientras iba bajando las escaleras, el olor me llegó.

Adam debía de haber despertado antes. Dudé de si entrar o no, pero luego decidí que sí. Quería encararlo, reclamarle por lo su ataque.

Pero no pude hacerlo porque apenas pisé la cocina, quedé inmóvil.

—¡Buen día, Alena! —me saludó Poe con mucho ánimo.

Estaba de espaldas a mí, sosteniendo la sartén sobre la que freía tocino. Había tres platos sobre la isla. Cada uno tenía un huevo frito. En el centro había una pila de pan tostado y jugo de naranja.

No supe qué se veía más apetitoso, si esa comida o quién la hacía. Poe llevaba una camisa blanca que se abotonaba al frente, de tres cuartos de manga; un jean y los pies descalzos. Aquellos colores hacían resaltar su cabello rubio y sus ojos plomizos. Me recordó a esos hombres europeos que pertenecían a la realeza.

Ah, y también estaba Adam. Lo noté un momento después cuando salí de mi embelesamiento. Estaba sentado frente a la isla, muy concentrado en su laptop. Comía y trabajaba al mismo tiempo.

—Esta cocina nunca había olido así —comenté, avanzando hacia uno de los taburetes.

Le eché un vistazo rápido a Adam. Tenía unas ojeras profundas. No me miró. No me saludó. Ni siquiera emitió un susurro de disculpa y eso me disgustó un poco.

—Es lo menos que puedo hacer por dejarme quedar aquí —dijo Poe sin darle mucha importancia. Lucía contentísimo. Se acercó a mí sosteniendo la sartén y me sirvió tocino en el plato. Su cercanía me puso algo nerviosa—. Además, soy un excelente cocinero. Me encanta hacerlo. —Buscó mis ojos y no pude evitar encontrarme con los suyos. Entonces me regaló un guiño—. Cocinar, claro.

Miré rapidito el plato de nuevo. Dios, ¿por qué decía cosas así?

—Está increíble esto —admitió Adam, masticando, todavía con la vista fija en la laptop.

Poe se infló, orgulloso. Por mi parte, empecé a comer. Estaba riquísimo. O sea que además de ser atractivo, sabía cocinar. A ese noveno sí que lo que habían hecho con esfuerzo. Lo disfruté todo con calma hasta que él tomó asiento a mi lado y también se dedicó a engullir la comida.

De repente el teléfono de Adam sonó y él se levantó para ir a hablar a la sala de estar que quedaba al otro lado de la cocina.

Yo estaba como: no mires a los lados, no mires a los lados...

—¿Qué tal está? —me preguntó Poe, interesado.

Sentí el peso de sus ojos sobre mí.

—Rico —asentí en un gesto exagerado que me apresuré a moderar.

—Claro, como todo lo que hago —rio él, satisfecho.

Casi me atraganté. Tuve que coger el vaso y beber jugo hasta el fondo.

—¿Estás bien? —inquirió Poe, algo preocupado.

Bebí, asentí y lo observé al mismo tiempo. De seguro me vi super patética. Al final dejé el vaso de nuevo sobre la isla y me di unos golpecitos en el pecho.

—Estoy bien —informé entre toses—. Estoy bien.

—Qué bueno —exhaló él con alivio—. Pensé que tendría que hacerte la maniobra. Ya sabes, ponerme detrás de ti y luego...

—Ya sé —lo corté de golpe, con los ojos abiertos al límite—. Conozco la maniobra.

Sus ojos se entornaron cuando la sonrisa maliciosa apareció en su rostro. Se relamió los labios y terminó mordiéndose el inferior. Al mismo tiempo negó con la cabeza como si no hubiera más remedio que burlarse de mí.

Me sentí estúpida y un tanto disgustada.

—Cállate —solté, ceñuda—. No te rías.

—Es que me divierte lo nerviosa que te pones —confesó, encogiendose de hombros.

Corté una tostada con mis dedos y fingí indiferencia.

—No me pongo nerviosa.

Fue como si lo retara. Se movió unos centímetros con todo y taburete, luego apoyó los antebrazos en la isla y se inclinó hacia mí. Quedó tan cerca... Maldición, cada detalle de su rostro era impecable, desde la mandíbula hasta cómo se le enrojecía la puntita de la nariz.

Recorrió mi cara y amplió la sonrisa felina.

—Ahora dilo de nuevo —me pidió en un tono bajo, pausado.

Entreabrí los labios para decirlo, pero la voz de Adam al otro lado de la cocina me hizo recordar que lo que nos separaba de él y su furia titánica era una simple pared. Así que me levanté del taburete, alejándome.

Me detuve frente al lavaplatos y solo por hacer algo, lo que fuera, comencé a fregar lo que estaba sucio.

—Ten cuidado —le advertí, aunque la voz no me salió muy firme—. Ten mucho cuidado, Poe, porque si mi...

Ni siquiera pude completar la frase. De improviso, Poe me agarró por el brazo, me giró y me acorraló contra una de las paredes. Entendí la situación solo cuando colocó una mano sobre mi espalda baja y me acercó a su cuerpo, presionándome, permitiéndome sentir la calidez que emanaba. Aunque la tela de mi camisa separaba el contacto, lo percibí en la piel y eso me produjo una punzada en el vientre.

Quise apartarme. Puse las manos sobre su pecho para empujarlo, pero no logré hacerlo. Todo lo contrario, fui víctima de una explosión mental apenas lo toqué. Así se sentía un cuerpo junto a otro. Así de bien. Así de... ¿excitante?

—¿Con qué debo tener cuidado? —inquirió él a centímetros de mi boca.

Su delicioso y cálido aliento me rozó los labios. Quedé pasmada. Demonios, no tenía un plan para eso. Mi estúpida inexperiencia me dominó y comenzó a obstruir mis pensamientos.

—Poe suélta... —pronuncié en un jadeo débil.

Pero él me apretó más contra sí y me interrumpió:

—¿Lo oyes? —susurró, pero ahora lo único que tenía toda mi atención era esa condenada sonrisa que lucía más perversa que nunca—. Él está justo al otro lado y ni se imagina que aquí tiemblas por mí.

—Poe... —volví a pronunciar en un patético intento por... ¿un intento de qué? ¿de alejarme? No tenía ni la fuerza para eso.

—Poe, Poe, Poe —canturreó él, tan pero tan cerca de mi boca que los labios comenzaron a arderme—: Suena increíble cuando lo dices, Alena, ¿lo sabías? Como si me exigieras lo que yo quiero darte.

Tragué saliva. Mis sentidos fallaron. Nada más sentir la enormidad de su cuerpo acorralando el mío, me envió nuevas y efusivas sensaciones a lugares que ni sabía que podían reaccionar. Pero eran sus labios los que me afectaban más. Estaban a centímetros. A tan solo centímetros de un beso...

Quería un beso. Dios santo, lo quería con tantas ganas. ¿Por qué no me lo daba? ¿O por qué no se lo daba yo? No, no era tan valiente. Además, nunca había dado un beso y las piernas me temblaban. El hecho de que su mano presionara mi espalda baja me tenía débil, desarmada.

Todavía oía a Adam hablar al otro lado de la cocina y eso me hizo recuperar algo de sensatez.

—Esto es muy peligroso —logré susurrar.

—No, esto es delicioso —me corrigió Poe en un ronroneo—. ¿Quieres saber cuánto?

Me tomó por sorpresa cuando una de sus manos cogió mi rostro. Su pulgar quedó justo sobre mi labio inferior. Lo presionó y luego lo rozó en una especie de jugueteo. Escuché cómo tomo aire con necesidad. Hasta yo inhalé hondo en un gesto de anhelo, como si requiriera más de lo usual.

Poe hizo la distancia más y más pequeña con una lentitud asfixiante. Sentí que me costaba respirar. No sé cuánto pasó hasta que lo que separaba nuestras bocas se convirtió en un simple pero tortuoso milímetro. Entonces él movió la cabeza apenas y eso causó que nuestros labios hicieran fricción. Fue un roce tentador, cálido, ansioso. Tan descontrolados estaban mis sentidos que en un gesto inconsciente me incliné hacia él, buscando el contacto completo.

Pero no lo alcancé. Él me lo impidió junto a una sonrisa juguetona y cruel.

—Solo tienes que aceptar, Alena —pronunció en un jadeo ronco. Se relamió los labios y me embelesé con ellos—. Déjame enseñarte que en mi infierno sí vale la pena quemarse.

D-i-o-s.

Me habría caído de no ser porque él me sostenía. De repente deseé saber qué hacer, cómo empujarlo y decirle que no a todo. Pero tampoco quería. Era inútil negármelo. Mi cuerpo lo pedía. Mi mente lo exigía. Hasta estuve a punto de soltar un "acepto", pero de algún lado saqué un poco de fuerza:

—Adam te puso una condición para quedarte aquí, ¿por qué no la cumples?

Los depredadores ojos de Poe adquirieron una chispa desafiante, atrevida.

—¿En serio quieres que la cumpla? ¿En serio quieres que te suelte? —Cada pregunta me golpeó los sentidos. Fui incapaz de decir algo y él lo aprovechó—. Porque a mí me parece que quieres muchas cosas y no precisamente esas.

—Poe —traté de nuevo.

La mano que me sostenía el rostro, bajó hasta mi cuello. El contacto me obligó a inclinar la cabeza hacia atrás. Mi cuello quedó expuesto, sensible.

—Creo que quieres cosas como estas...

Entonces sus labios me rozaron la piel del cuello. Dejó un beso suave sobre él y sentí que ciertos lugares dentro de mí comenzaban a encenderse, como si siempre hubieran estado dormidos y apenas decidieran despertar de su sueño.

Se me escapó un pequeño jadeo que me ocupé de cortar al instante. En cuanto Poe lo escuchó, me apretó más contra su duro cuerpo. Su mano en ese lugar específico produjo una presión dolorosa e insistente entre mis piernas.

—O como estas...

Atrapó la delicada piel en un mordisco tan sutil que la sensación fue casi explosiva. Y dios mío, seguía escuchando a Adam hablar por teléfono. Su voz se oía tan cerca que me recordó el peligro que había en todo aquello, pero no tenía la voluntad de apartar a Poe.

Estaba vulnerable. No era más que un montón de sensaciones nuevas que me tenían el cuerpo temblando en el mejor de los sentidos. Quise decirle que me soltara, que era riesgoso, pero tampoco me salieron las palabras. De hecho, si me salía alguna habría sido como un: bésame, por favor...

Creí que nada podía ser más tortuoso que eso hasta que Poe ronroneó:

—¿Y de estas?

Su lengua creó un corto y húmedo camino que me desarmó completa. El jadeo se me escapó casi suplicante. Al instante me cubrí la boca, asombrada.

La risita de Poe resonó en mis oídos, maliciosa, cruel, satisfecha.

—¿Ahora entiendes que mientras más reprimas esas ganas, más van a enloquecerte? —me dijo, volviendo a mi rostro. Apartó mi mano de mi boca y contempló mis labios con ansias.

—¿Las ganas de que me dejes en paz? —defendí para no dejarlo triunfar.

Emitió una risa ronca y endemoniada.

—Repítetelo hasta que te lo creas.

Y se apartó. A los segundos, casi como si Poe hubiera oído sus pasos, entró Adam. Una corriente nerviosa me obligó a fingir normalidad. Mi hermano no notó nada raro.

—Tengo que hacer una entrega esta tarde, ocuparé el camión de transporte —anunció. Supuse que me lo decía a mí, pero ni siquiera me miró a la cara.

—Suerte entonces. Yo dormiré todo el día porque debo recuperar fuerzas —comentó Poe mientras se abandonaba la cocina.

Adam permaneció ahí por un momento. Esperé que dijera algo. Me pareció que quiso, pero solo cogió su laptop y desapareció también.

Apenas quedé sola, solté una enorme exhalación. Todavía me temblaban las manos. Estaba rígida pero encendida por dentro. Algo me palpitaba con insistencia entre las piernas y también se percibía húmedo. El corazón me latía con fuerza. Me sentía ansiosa, insatisfecha, con ganas de más. Y entre todo eso también me sentía viva, como si tuviera el pequeño valor de hacer lo que fuera.

¿Qué demonios le hacía Verne a mi equilibrio mental?

***

Pensé en el asunto durante toda la mañana y el mediodía. Me sorprendía al recordar la explosión de sensaciones que me había causado el roce de los dedos de Poe, el contacto con su cuerpo, esa cercanía... Y el pequeño contacto con sus labios. Esa fricción fue lo peor. Me dejó con ganas de más. Me dejó con la insistente necesidad de saber cómo sería un beso suyo.

Un sinfín de cosas acababan de despertarse en mí. La curiosidad era una de ellas. Un instinto rebelde también. La posibilidad de desafiarlo de todo, de hacer lo que yo quisiera, de darle chispa a mi aburrida vida.

Pero ¿esto estaba bien?

No me decidía. Aunque no era como decidir una tontería. Quería saber ciertas cosas... Me atacaron un montón de dudas que solo Poe podía responder.

Y fui por las respuestas.

Así que ahí me encontraba, tocando a su puerta. Sí, no conocía más de él que lo que Adam había dicho y lo que yo misma había visto. Las consecuencias de aquello podían ser terribles. Sin embargo... era eso mismo lo que me incitaba. Era esa sensación de peligro, de algo nuevo, de incumplir las reglas la que me llenaba de adrenalina.

—Pasa —escuché que dijo desde adentro.

Abrí la puerta y entré. La cerré detrás de mí en un movimiento lento, cauteloso. Busqué a Poe con la mirada. Lo encontré sentado en la cama. Tenía las piernas estiradas sobre ella y sostenía un libro. Estaba leyendo y me resultó demasiado atractivo.

Me miró con los ojos entornados, divertidos y al mismo tiempo perversos. Su sonrisa retorcida se alzaba más de un lado. ¿Podía ese tipo ser más atrayente?

—No estoy aceptando —me apresuré a decir—. Antes, tengo algunas dudas.

—A ver, ¿cuáles son? —preguntó con curiosidad.

Empecé a pasearme por la habitación de un lado a otro, inquieta.

—Es obvio que nunca estuve con nadie, así que a riesgo de sonar estúpida o de que este tipo de cosas no se manejen así, lo voy a preguntar directo. —Tomé aire y luego lo exhalé en un arranque de valor—: ¿Esto será todo sexual? ¿Lo que quieres es acostarte conmigo y ya? ¿Y qué debería hacer antes? Sé cosas, pero otras no. ¿Y en realidad por qué quieres hacerlo? ¿Es solo para fastidiar a Adam? ¿Cuánto tiempo te vas a quedar? ¿Cuánto tiempo tengo para pensarlo?

Poe quedó perplejo. Me detuve, sintiéndome algo nerviosa, preguntándome si había soltado las interrogantes correctas. Hasta creí que me mandaría a la mierda...

Hasta que soltó una risa. No fue burlona, sino divertida y sorpresiva.

—Ven aquí, Alena —me pidió.

Lo hice. Su voz tenía una sutil nota de demanda que se me hizo imposible de no obedecer. Me senté frente a él. Sentí su presencia de una forma poderosa. Me puse más nerviosa. Bueno, en realidad llevaba nerviosa todo el rato, pero lo disimulé.

—¿Puedes leerme? —me pidió, ofreciéndome el libro.

Alterné la mirada entre su rostro y el libro. Me sentí sorprendida de la mejor y más estúpida manera.

—Claro —acepté.

Lo tomé y miré la página en la que se había quedado. Él se reacomodó y descansó el torso en el espaldar de la cama. Sentí que me examinaba a detalle y por un instante me cohibí, pero intenté no pensar en ello.

Quería que le leyera, algo de lo más normal, ¿para qué arruinarlo?

Empecé a leer. Solo por un instante le presté atención, pero luego comencé a pronunciar las palabras sin pensar en su significado. Salían de mi boca sin conectar con mi cerebro. Mi mente se fue a otro lado, por ejemplo, al hecho de que tenía toda su atención, en que éramos los únicos en esa habitación y en que cada parte de mí temblaba.

Ciertas ideas llegaron a mí. El momento se me antojó distinto. Experimenté una sensación extraña. Era como... erótico. ¿Y cómo podía serlo si teníamos ropa y no estaba sucediendo nada subido de tono? Pero lo era. Había un aire intimo en el ambiente. Algo invisible pero presente que susurraba: "sé lo que puede suceder entre ustedes. Sé lo que va a suceder". Aunque era por él también. Todo en él inspiraba cosas prohibidas, perversas, desconocidas...

Poe se movió sobre la cama. Dejé de leer para mirarlo.

—No, sigue —me dijo. La sonrisa seguía en su rostro. Me pareció que era más pícara ahora—. No te detengas. Me relaja mucho escucharte.

De nuevo esa ligera y sofisticada voz de demanda. Era suave y provocaba obedecerla.

Continué leyendo sin verle sentido a los párrafos. Lo intenté, pero fallé cuando Poe extendió una mano hacia mí. Apartó el cabello que me caía sobre los hombros y lo colocó detrás de mi oreja.

—Rojo —susurró, deleitado—. Pelirrojo...

Alterné la vista entre el libro y él. Era difícil leer así, pero no me detuve. La mano bajó y me acarició el cuello con los nudillos pálidos. El roce fue tan suave y tan cálido que me entorpeció la voz. Me recordó a lo sucedido en la cocina, a su boca sobre esa parte de mí, y envió una corriente tan nueva y tan extraña a mi piel que me exigió más.

Pero sigue leyendo, Alena, pensé.

Los nudillos de Poe formaron un camino hacia mi clavícula. Como llevaba una camisa de tirantes, mis hombros estaban desnudos. Y ahora esa piel me ardía. Era un ardor que apenas estaba descubriendo y que me hizo estremecer.

Poe se detuvo en mi hombro y deslizó las yemas de los dedos por mi brazo. La fricción resultó tan deliciosa que pronuncié mal una palabra y se me enredó la lengua.

Una risita burlona se le escapó.

—Sigue —me pidió.

Retomé la lectura con la misma dificultad. Él siguió con lo de las caricias. Pasó un rato en mi brazo, escuchándome leer, hasta que en cierto momento su mano se detuvo sobre el libro y me lo quitó.

Lo demás sucedió demasiado rápido. Eliminó la distancia entre nosotros, enredó la mano en mi cabello y me atrajo hacia sí. En el instante en que sus labios atraparon los míos, el mundo se detuvo. El curso natural de las cosas, mi respiración, mi capacidad de coordinar. Todo quedó en pausa.

Y luego se reanudó con una rapidez y una fuerza imperiosa.

Atacó mi boca con fiereza, con ansias, con exigencia. Ese no era un beso. Ese era EL beso. Seguí su ritmo con fluidez, pero temiendo equivocarme. Sin embargo, era la cosa más deliciosa del mundo. La manera en la que jugueteaba, en la que sus labios suaves y ágiles consumían los míos, resultaba maravillosa. ¿Era eso lo que me había estado perdiendo? ¿O era así solo con Poe? Ni siquiera tenía un punto de comparación, pero sospeché que aunque lo tuviera no podría superarlo.

Sentí un mordisco en mi labio inferior que envió una fuerte corriente a todas las partes de mi cuerpo; y cuando la punta de su lengua rozó la mía, creí que iba desplomarme de deseo. El contacto fue húmedo y en extremo suave, pero con la potencia suficiente para encenderme a profundidad, para despertar de nuevo esa insistencia dolorosa en mi parte baja.

Es excitación.

Estoy caliente con un simple beso.

De repente Poe lo rompió, pero no se apartó. Quise más, pero tampoco fui capaz de ir por ello. Me quedé quieta, con los labios entreabiertos, hinchados de anhelo. Sus ojos, brillando de deseo, buscaron los míos. Contemplé algo nuevo en ellos: una lujuria hipnótica, fiera, peligrosa pero excitante.

—Sí será sexual —dijo con ese tono ronco, bajo. De golpe volvió a atrapar mi labio inferior, succionándolo con exigencia. Apenas lo liberó, agregó—: No solo me acostaré contigo y ya, sino que jugaremos de todas las formas posibles. —Volvió a besarme esa vez con un mordisco delicioso y húmedo, dejando su exquisito rastro sobre mi boca—. Lo único que debes hacer es todo lo que yo te diga. —Añadió otro beso que me atrajo y sonó a tortura en cuanto lo soltó—. Y quiero hacerlo porque desde que abrí los ojos y te vi sentada frente a mí, solo he pensado en destrozar esa inocencia que te brilla en el rostro. ¿Eso aclara tus dudas?

¿Cuáles dudas? ¿Tenía dudas? ¿De qué? ¿Quién habría dudado de aquello? Lo único que tenía ahora era la mente hecha caos y las piernas temblando de dolor. Tanto tiempo reprimiéndome a mí misma. Tanto tiempo ocultando la necesidad de estar con alguien... todo eso me afectó con exigencia, me nubló la vista, la razón.

—Sí —pronuncié.

No supe con qué fuerzas si lo que menos tenía era estabilidad en ese momento.

—Así que, ¿aceptas mi propuesta? —me preguntó Poe.

Y yo aun sabiendo lo riesgoso, desconocido, pero emocionante que era, respondí:

—La acepto. 

----

¡A LA V... IBORA DE LA MAR! (?)  Chamas/os quedé loca con mi propio capítulo cuando lo leí para subirlo. Jajajakk. ¿Qué tal? ¡¿QUÉ TAL?! Quién viera a la Alena, toda calentona. Pero no es su culpa. Poe es un noveno y su característica dominante es la lujuria. Eso le da habilidades que otros no tienen, como emanar deseo. Yo sé que están esperando más y ahora es que viene, solo que no puedo lanzarselos de golpe. Perdería el encanto, ¿verdad? Soy como Poe, jugaré con ustedes antes. Así que no se me desesperen, verán al Verne en todas sus facetas, eso se los juro juradito.

Sobre lo del live, ya lo hablaremos. Estoy esperando que más personas se sumen. Por eso publicaré la idea también en Damián. No se preocupen que me asegurare de darles la fecha y hora.

Por cierto, ¿les gustaría un apartado con imágenes de los personajes? Un sí y no se diga más que lo hago y lo subo y pongo más de Poe que de los otros. Jakaksk.

Ya saben: en lo que alcancemos 1k de votos, reciben su rikolina actualización. Y como yo soy maliciosa como mi Poe, les doy un adelanto:

—Tócate, Alena, quiero ver que lo hagas.

¡SE PRENDIÓ ESTA VAINA!

LOS AMO. ❤️

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