Scarlett: Carnival Ride (Tril...

By Victor_the_Warrior

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La sinfonía de la muerte nos guía de nuevo hasta la Tierra de los Sueños Rotos. Dreamland, la gloria y el org... More

Presentación Especial 12/10/2016
Prólogo
Capítulo 1: La Tierra Prometida
Capítulo 2: Música para mis Oídos
Capítulo 3: Todo Marcha Sobre Ruedas
Capítulo 4: ¡Buen Viaje!
Capítulo 5: Luz al Final del Túnel
Capítulo 6: Ecos de Muerte
Capítulo 7: Visto y No Visto
Capítulo 8: ¿Quién es el Enemigo?
Capítulo 9: Mi Imperio en Llamas
Capítulo 10: Mentiras Blancas
Nota I: Sobre mis seguidores y mi novela
Capítulo 12: Sin Cadenas
Capítulo 13: ¿Negociamos?
Capítulo 14: Oleadas de Dolor
Capítulo 15: Historia de Dos Mitades
Capítulo 16: A Través del Reflejo
Capítulo 17: Alguien (o Algo) Más
Capítulo 18: Tras tus Pasos...
Capítulo 19: Acecha Desde el Interior
Capítulo 20: Te Reservo mi Última Sorpresa
Nota II: Sobre mis seguidores y mi novela
Capítulo 21: La Incertidumbre Tiene Rostro
Capítulo 22: PainShow
Capítulo 23: Echoes & Chaos
Capítulo 24 (Final): My Infernity
Epílogo (Parte 1/2)
Epílogo (Parte 2/2)
Nota III: Sobre mis seguidores y mi novela
• Curiosidades Escarlatas •
NOTA (Importante)

Capítulo 11: Vuelta a Empezar

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By Victor_the_Warrior

«¿Y si todo esto es un mal sueño?» se preguntó Josh oculto entre la efímera niebla. Dreamland jugaba con sus mentes, manipulándolas a su antojo. Hacía que la realidad se viera distorsionada e incluía fantasías en ella. Figuras extrañas que sembraban el pánico hasta que rayos de luz matutina las hacían desaparecer tan rápido como vinieron. Extraño, no. Bizarro.

A su alrededor se lucían los negocios, las tiendas y las atracciones infantiles, mostrando al público sus mejores galas, su cara más alegre. Oculta tras ella yacía el temor, la desesperanza, el juego sucio y las mentiras. El parque temático gozaba de una vida propia y no duraría en divertirse. Llevaba años sin recibir visitantes, hasta que de pronto se convirtió en el lugar que cambiaría el transcurso de la historia.

Sinónimo de locura, completaba su macabro espectáculo con olores amargos y colores extraños. Se difuminaba en el horizonte un camino irrisorio que no llevaba a ninguna parte. Seguían esa vía para perderse en las sombras de la misma. Jugaban con fuego que no quemaba, con gases que no mataban, y armas que no lastimaban.

Scarlett contemplaba todo aquello que la rodeaba. Embriagada por un sentimiento de pánico y dominada por un estado de alerta, vislumbraba entre el mal los detalles de la muerte. Poco a poco, comenzó a percatarse de que nada había que temer, pues eso era lo que Dreamland quería: sumirles en la desconfianza y el miedo. Que no diesen un paso más. No al menos hasta que estuvieran al frente del abismo.

—Josh... —susurró su voz ceniza—. Lo sientes, ¿verdad? Te percatas de cómo este lugar te hace ver lo que no es e influye en tu ánimo. Es perturbador.

Quedaron callados por instantes eternos. Dolía admitir que les acechaba algo invisible contra lo que no podían combatir. Mermaba el ánimo que cada paso pudiera ser el último. Uno en falso, y todo habría acabado. Hallarían su tumba en las calles marchitas del parque de la locura. Curioso. En Dreamland encontrarían el sueño profundo.

—No pensemos en eso. Sólo nos comeremos la cabeza de hacerlo. Dime, ¿a qué viene este repentino cambio de humor? Ya sabes. Todas esas bromas y chistes que has hecho desde que estamos aquí.

Intentó responder sin mirarle a los ojos. Bajo ellos yacían dos bolsas que incluso a ella le traían el sueño. Lo último que quería era a Josh durmiéndose en lo más alto de Citrón.

–Creo que en el fondo no tengo tanto miedo como debería —replicó. Le sorprendieron sus propias palabras—. Es decir, ya conozco al enemigo. Le tiré al suelo y todo. Incluso fue mi jefe. Simplemente supongo que me molesta veros tan tensos a todos. Me ponéis nerviosa a mí.

—¿Y no te has parado a pensar que esto es un asunto de vida o muerte?

—La muerte no está entre mis planes. ¿Está en los tuyos?

Cruzaron su mirada. Podría ser anciana, pero denotaba mucha más fuerza, inteligencia y astucia que el padre de una desestructurada familia. Puede que en el fondo envidiara la confianza que tenía en ella misma. Su vida fue increíblemente trágica, y aun así consiguió llegar a ser el ejemplo a seguir de todas aquellas personas que conoció en la ciudad maldita.

Recordaba Silver Creek. Odiaba Silver Creek. Desde sus colinas cubiertas de rocío hasta sus entrañas arropadas por centenares de cadáveres. Escenario de sus más atroces pesadillas, aquellas de las que no lograba despertar. Se levantaba en la mañana y veía los destrozos de ese viaje maldito. Culpa de Sharon. Sharon. Su adorada y entrañable hija.

—¿Cómo crees que lo llevarán Lara y Sharon? —cuestionó al mismo tiempo que sacaba el plano de su bolsillo. Lo observaba con atención, disimulando en su arañado papel que echaba de menos a su pequeña.

—Sólo llevamos diez minutos caminando. Por cierto, ¿cuánto queda hasta Citrón? —contempló el plano.

—Otros diez, más o menos.

—¡¿Sólo?! ¡Genial, nos sobran cuarenta para rescatar a Jessica! —aplaudió sonriente—. Seguro que en cuanto esté libre será la primera que quiera destrozar la cara a ese cabrón.

—¿En serio crees que nos lo pondrá tan fácil? ¡Hablamos de Abraham!

Parecía indignado. Y lo estaba. No comprendía el motivo por el cual ella no lograba comprender la gravedad del problema. La excusa que le dio para él no era válida, aunque fuera correcta desde un punto de vista objetivo. No cabía en su mente que se tomase a broma un asunto por el cual podría perder hasta la vida de su hija. Si tan sólo supiera...

Permaneció callado un buen trecho del camino. No fue Scarlett quien rompió el silencio, temerosa de la reacción de su compañero. Comprendía su dolor. Su vida tampoco fue fácil, y justo cuando creía que tenía una estabilidad, llegó ella para arrebatársela. Ahora se encontraba cansado, derrotado, junto al inicio del desmoronamiento de su utopía. Ella.

No quería verse como un problema que resolver. No era una ecuación. Luchaban por la misma causa, pero aun así percibía cierto odio cada vez que Josh le dirigía la palabra. Él no lo comprendía. Sólo hizo lo justo y necesario para salir de su propio infierno. No deseó jamás un mal mayor a su familia. Nunca quiso ser el detonante. Fue la bomba.

Y Abraham la activó sin que ella pudiera hacer nada por evitarlo.

Olvidando tan tensas palabras, siguió encaminándose a la entrada de la portentosa atracción. Ya podían contemplar desde lejos sus alturas, sus raíles desgastados y esa sombra que cubría parte del gran parque. Jessica no se veía por ningún lado, aunque era pronto para localizarla. Diez minutos. Un breve periodo de tiempo que les sirvió para llegar a su entrada.

Josh tragó saliva. Impresionado al ver que el único camino a las desgastadas vías de hierro de Citrón estaba escondido bajo decenas de escombros no tuvo más remedio que romper su voto de silencio y dirigirle la palabra a Scarlett. Ella la aceptó con gusto. No solía dar a conocer esa faceta suya que amaba ser la solución de tantos rompecabezas como pudiera.

—No podemos acceder a Citrón por culpa de toda esta porquería.

—Eso ya lo veo —golpeó con su pie el extremo de una vara de alambre—. Tampoco podemos recogerlo todo o se acabaría el tiempo. Ni atravesar los muros que la rodean.

—Sabía que no iba a ser tan fácil.

Josh llevó las manos a su cabeza gacha, sumiéndose en la resignación. Notaba en su cuerpo el cansancio de un duro viaje en coche y no le permitía pensar con claridad. Odiaba admitir que Scarlett debía ser el líder de la pareja, pues su cerebro, aunque anciano, todavía funcionaba con total perfección.

Descartaron la idea de hacer una escalera improvisada o un montículo pequeño para poder llegar hasta lo alto del muro, impulsarse y saltar al interior; pues no eran lo suficientemente pesados o grandes como para soportar su peso y apilarse unos encima de otros. La segunda opción tampoco dio un resultado esperanzador.

No consiguieron localizar ninguna entrada secundaria, para empleados o una salida de emergencia. El tiempo se agotaba, y con él, la prisa aumentaba. Lo que parecía tarea imposible sólo requirió de una vista más aguda. Fue Scarlett quien, en un momento dado, señaló precisa con su índice una atracción adyacente.

La noria.

—Esa cesta en lo alto está casi al lado del raíl de Citrón. Si llegamos hasta ella podremos acceder a la montaña rusa relativamente sin muchos problemas —explicó. El joven se quedó cruzado de brazos, observándola. No tardó mucho en saber que lo dijo en serio.

—¿Pretendes trepar hasta el punto más alto de la noria de Dreamland y saltar hasta el raíl con la posibilidad de caer desde unos cuarenta y cinco metros de altura? —Scarlett asintió.

—Casi. Pretendo poner en marcha la noria y saltar hasta el raíl, no trepar por ella. Apenas hay metro y medio de distancia.

—¡Es una locura de todos modos!

—¡Y lo dices tú con treinta y dos años! ¡Aquí la anciana soy yo! ¡Soy quién tiene la dificultad añadida y la posibilidad de partirse una pierna al caer en la vía!

—Si es que caes en la vía...

Scarlett le fulminó con su mirada. Cambiaron sus roles. Ahora era ella quién, molesta por las trabas que Josh ponía en su escueto camino, decidió tomar la delantera.

—Yo voy a poner en marcha la noria. Si se te ocurre una idea mejor estaré encantada de oírla, pero por ahora deja de ser tan negativo y muestra colaboración. Sólo así conseguiremos nuestro objetivo.

Josh observó la noria. Otro titán de acero y hierro con el que lidiar, ahora desde las alturas. Su compañera ya había comenzado a caminar, acercándose a la cabina de control. Él, muerto de miedo, lo enfrentó por primera vez en todo el día y la siguió a una distancia prudente. Nunca pensó que podría marearse al subir a una noria. No hasta que vio aquella.

No le calmaban sus vivos colores. Más bien atraían a él la imagen de un circo. La mantuvo presa en su cabeza hasta que llegó a él el recuerdo del payaso muerto. Ese fue el aviso que el parque les envió antes de invadir sus dominios. ¿Sería una pista? ¿Una premonición? Se helaba la sangre en sus venas con cada segundo que pasaba.

—Scarlett... No estoy muy seguro de esto —susurró.

—Tranquilo, ya casi está abierta. La cerradura está débil y oxidada.

Pum. Una última patada echó la puerta hacia atrás, dejando vía libre al interior de aquella reducida cabina de control. Su interior yacía plagado de sombras creadas por la minuciosa luz que conseguía colarse por unos cristales manchados de moho... y sangre. Con esos rayos consiguieron vislumbrar un panel rebosante de botones, palancas y bombillitas rotas.

Scarlett fue la primera en pasar al interior. Como si tuviera idea alguna del control de una noria de tales dimensiones, observó pacientemente cada uno de los botones. No, en ninguno estaba escrita la palabra "activar" o similares. Le dolía reconocer que no sabía ni por dónde empezar. De hecho, ni siquiera estaba segura de que aquel rudimentario panel siguiera funcionando.

—¿Se te ocurre algo? —se rindió a su compañero. Josh se encogió de hombros tras ella, expectante.

—Tira de esa palanca, a ver qué pasa.

Al igual que un autómata, Scarlett obedeció la orden con cierta dificultad. Su fuerza tuvo un resultado inesperado. Como si el cielo se tornara gris por densas nubes y dejaran caer a la tierra un intenso relámpago, un fogonazo de luz violácea cubrió las pupilas de ambos presentes. Tan intenso que logró atravesar los sucios cristales de la cabina para darles a conocer que su plan había dado resultado.

No cerraron la puerta al salir. Frente a ellos tenían unas vistas majestuosas, en las que un titán de acero volvía a la vida con ayuda de la electricidad. Sus rayos recorrieron su estructura cual sangre en las venas, mostrando al mundo entero su gloria y esplendor. Todo el idílico paisaje se tornó una cruenta pesadilla en un instante. Atónitos, contemplaron como una de sus cestas se soltaba para caer estrepitosamente al suelo.

Su color granate se difuminó en el tiempo hasta impactar con fuerza sobre el granito. Miles de pequeños pedazos de metal saltaron por los aires, llenando la escena con un humo negruzco y cientos de cristales reflejando la luz del día. Cubierto por un nauseabundo olor a quemado, frente a ellos quedó desnudo un destino. ¿Era la muerte que les llamaba? No podían evitar sentir su gélido aliento clamando por su llegada.

Ahora pues, las cartas estaban echadas.

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