AMBER ©

Bởi TRomaldo

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Aaron Foster nunca supo en qué momento las cosas cambiaron con ella. Empezó siendo solo un juego para él, bes... Xem Thêm

AMBER
Prólogo
CAPÍTULO 1: Primera vez
CAPÍTULO 2: Promesas
CAPÍTULO 3: Odiosa diversión
Capítulo 4: ¿Interesado, Aaron?
CAPÍTULO 5: La primera fiesta
CAPÍTULO 6: Discusiones
CAPÍTULO 7: Expectativas equivocadas
CAPÍTULO 8: Tensión
CAPÍTULO 9: Los amigos de Megan
CAPÍTULO 11: Una fiesta cualquiera
CAPÍTULO 12: Hermanos Bradford
CAPÍTULO 13: Chantaje
CAPÍTULO 14: Auto sabotaje
CAPÍTULO 15: ¿Celoso?
CAPÍTULO 16: ¿Amigos o enemigos?
CAPÍTULO 17: Corazones rotos
CAPÍTULO 18: Volver a verla
CAPÍTULO 19: Amber y Trent
CAPÍTULO 20: Jane
CAPÍTULO 21: Fuera de lugar
CAPÍTULO 22: Cogorza
CAPÍTULO 23: De verdad y dolores
CAPÍTULO 24: Secretos
CAPÍTULO 25: Descubierto
CAPÍTULO 26: De encuentros y juegos
CAPÍTULO 27: ¿Juegas?
CAPÍTULO 28: La última noche
CAPÍTULO 29: Es Marcel
CAPÍTULO 30: Problemas
CAPÍTULO 31: Tú, nada más
CAPÍTULO 32: Emily Prescott
CAPÍTULO 33: La familia de Aaron Foster
CAPÍTULO 34: Revelaciones
CAPÍTULO 35: ¿Estás dispuesto?
CAPÍTULO 36: ¿Aaron o Marcel?
CAPÍTULO 37: Adiós
CAPÍTULO 38: La decisión correcta
CAPÍTULO 39: Verte de nuevo
CAPÍTULO 40: El amor
CAPÍTULO 41: No podría odiarte
CAPÍTULO 42: Cómo intentar olvidarla, por Aaron Foster
CAPÍTULO 43: Confesión
CAPÍTULO 44: ¿Eras?
CAPÍTULO 45: Final
EPILOGO
Último anuncio.

CAPÍTULO 10: ¿Verdades?

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Bởi TRomaldo



Descubriendo

—Buenas noches, señora Rachel —saludó Aaron sonriente.

Amber miró con temor a su tía mientras se ponía de pie lo más rápido que podía.

¿Qué haría ahora?

Lo más probable era que le gritaría por tener a Aaron en su habitación. Al parecer no. El rostro de Rachel cambió de enfadado a una sonrisa cariñosa y amable que, obviamente, no era para ella.

— Oh, mi querido Aaron —dijo su tía con emoción antes de acercarse al castaño y envolverlo entre sus brazos—. Hace tanto no nos vemos, ¿por qué no has venido a visitarme?

A centímetros de distancia, pudo ver la amplia sonrisa socarrona de Aaron. La estaba mirando fijamente con un brillo peligroso en sus azules y oscuros ojos, como si estuviese haciendo alguna travesura. Y sus mejillas se sonrojaron de golpe, la vergüenza y el temor entrelazándose en un solo sentimiento cuando recibió un guiño coqueto por parte de él.

— Lamento no haber venido antes, señora Rachel, pero no he podido —respondió Foster como toda respuesta y Amber no entendía nada.

¿Venir antes? ¿Por qué tenía la impresión de que Rachel lo conocía y, peor aún, que lo trataba como a su propio hijo?

Una presión se acunó en su pecho al ver la manera en la que se abrazaban. Porque en cualquier parte, incluso allí, Aaron tenía alguien que lo quería. En cámara lenta, pudo ver a su tía separarse de él y tomarlo de las manos con una enorme sonrisa.

— Espero que vengas más seguido. ¿Qué tal hoy? Quédate para almorzar —sugirió Rachel.

Una corriente fría, helada, recorrió cada parte de su ser al escucharla. Amber odiaba que su tía invitara a sus amigos a almorzar porque, precisamente, era ella quien debía encargarse de absolutamente todo.

Así que internamente deseó que Aaron rechazara la invitación. Y lo miró suplicante detrás de su tía, negando con la cabeza con los ojos chispeando de desesperación.

Las cosas nunca salían como ella quería.

Aaron Foster sonrió aún más y, observándola con creciente diversión, asintió lentamente solo para hacerla enfadar.

— Por supuesto —aceptó él, incapaz de alejar la mirada de la castaña—. Por supuesto que vendré.

Un delicioso almuerzo de la señora Rachel era una buena idea. Pero un delicioso almuerzo junto a la molesta de Amber, se le hacía una idea estupenda. De pronto Aaron estaba ansioso por llegar, sentarse junto a ella y...

— Espero que Amber no te haya molestado.

Frunció el ceño, extrañado, al notar el tono de voz agrio y molesto con el que la señora Rachel se dirigió a Larousse. Había pensado acusarla mientras volvía a mirarla. Le era imposible no sonreír al verla desesperada, pidiéndole algo con la mirada que, en realidad, no podía comprender.

— Pues ha sido una chica mala —bromeó con una fingida mueca de tristeza que, al parecer, la señora Rachel creyó—. Y muy desagradecida. Bueno, será mejor que me vaya, fue un gusto volver a verla, señora Rachel.

Retrocedió un par de pasos, sintiéndose repentinamente invisible cuando toda la atención de la madre de Megan estuvo puesta sobre Amber. Salió en silencio y se detuvo un pequeño instante bajo el marco de la puerta solo para volver a mirarla una última vez en la noche. Entonces volvió a sonreír al verla encogida, su cuerpo temblando por el frío y mirándolo con suplicio.

— Buenas noches, princesita —murmuró en bajo con la voz ronca.

.

No la había visto en ninguna parte desde aquella noche en la que la dejó a solas con la señora Rachel. Había intentado convencerse que no podía ser nada malo y, aún más, que ni siquiera debía importarle ni un poco lo que a la torpe Amber le sucediera.

Pero sí que lo hacía.

Tenía una molestia en el estómago al pensar que quizá la había metido en problemas. Aunque era imposible. Ella no tenía ningún tipo de problemas y todo lo tenía demasiado fácil. La chica vivía en una hermosa y enorme casa, con todo servido. ¿Qué podría salir mal? O quizá estaba enferma y, de ser así o como fuera, tenía unas fastidiosas e inmensas ganas de ir a la mansión solo para saber por qué Larousse no estaba allí, molestándolo como siempre lo hacía. Incluso había intentado preguntarle a Megan qué demonios había sucedido, pero todo lo que obtuvo fue una sonrisa rota y débil, los ojos verdes fríos y apagados.

Algo andaba mal...
...o quizá solo estaba exagerando y volviéndose paranoico.

Sólo unos cuantos días sin verla y ya estaba frustrado, pensó con furia mientras aparcaba el auto, repitiéndose una y otra vez que no debía importarle una mierda lo que le sucediera a la estúpida de Amber Larousse. Ni siquiera con Camille le sucedía eso. Así que allí estaba, asistiendo a la tonta invitación que la señora Rachel le había hecho por segunda vez. La única esperanza que tenía, pensó inconsciente, era que podría saber qué estaba sucediendo con Amber y Megan.

¿Habrían peleado una vez más? ¿Estaría herida?

O lo más importante, ¿por qué demonios le importaba, al menos? Muchas preguntas sin respuesta. Salió del auto furioso y dio un sonoro portazo sin siquiera importarle ni un poco. Enfurruñado y maldiciéndose por lo bajo al sentir su estómago revolverse de nervios, tocó la puerta un par de veces. Se pasó las manos por el cabello corto y sedoso al sentirlas nerviosas, porque todo él lo estaba y no tenía la menor idea de por qué. Inspiró profundo y finalmente logró convencerse que estaba siendo un poco estúpido. Así que solo recién pudo sonreír con la altanería que lo caracterizaba. Se apoyó bajo el marco con una sonrisa coqueta cuando la puerta de abrió.

Entonces todo sucedió muy rápido para él. Su sonrisa se borró como si acabaran de propinarle una dolorosa bofetada y la molestia volvió a acunársele en la boca del estómago.

— Buenas tardes, señor Foster —murmuró Amber con la voz débil, la mano temblando sobre la perilla de la puerta— La señora Rachel está esperándolo dentro.

Debía ser una broma. Recorrió la mirada con enfado sobre el cuerpo de la castaña, su cabeza doliéndole de pronto.

— ¿Por qué mierda estás usando eso? —Se burló mientras señalaba el uniforme de limpieza que usaba—. No sabía que trabajabas aquí como la sirvienta.

Amber desvió la mirada con enfado y se hizo a un lado para hacerlo pasar. Indiferencia, y eso le dolió. Aaron Foster se adentró en la casa, sintiéndose estúpido al saber que, en realidad, no entendía qué estaba sucediendo.

Al parecer, Megan no le había contado un par de cosas.

Miró por detrás de su hombro, sin poder evitarlo, solo para cerciorarse de que Amber también estaría allí con ellos. Pero apenas pudo verla de pie bajo el marco de puerta con la cabeza gacha y la mirada perdida. Había algo en ella que hacía que su pecho se estrujada de manera casi insoportable. Era, quizá, la primera vez que la veía tan frágil y devastada.

Aquellos ojos que siempre parecían dispuestos a regalarle una silenciosa sonrisa, lucían perdidos, vacíos.

—Oh, Aaron, querido, creí que no llegarías —saludó Rachel.

— Buenas tardes, señora Rachel —saludó con picardía a la mujer sentada con elegancia en una de las sillas de la mesa central.

Se inclinó ligeramente hacia ella y le dio un largo beso en la mejilla, pulcra y rejuvenecida, mientras mantenía la mirada fija sobre una sensual silueta que bajaba por las escaleras.

— Siéntate, cariño, ya es hora de almorzar.

Sentándose a su lado, le fue imposible no dirigirle una fugaz mirada a Amber antes de que una estupenda idea cruzada por su cabeza. Allí, de pie delante de ellos con las manos cruzadas por detrás de la espalda y alisándose el uniforme, lo miró con aflicción.

No tenía idea de por qué, pero de pronto tenía unas increíbles ganas de hacerla rabiar. Así que fue más que conveniente cuando Megan, sexy en aquel pequeño vestido, se sentó a su lado.

Sin importarle si quiera un poco la presencia de Rachel, se inclinó sobre la rubia con descaro. Deslizó un par de dedos bajo el mentón de Megan y alzó su rostro con delicadeza, como si estuviese sujetando algo muy frágil entre sus manos. Se inclinó apenas un poco más y sonrió como si ella fuera lo más hermoso que hubiese visto jamás.

— Estás preciosa, princesa —murmuró sin siquiera pensarlo, contemplando los rojizos labios de la rubia.

Esperó una sonrisa cómplice o una risa tonta, pero no que prácticamente lo alejara de un brusco empujón.

—¡Servicio! —gritó la señora Rachel mientras daba un par de palmadas al aire—. ¡El almuerzo!

Y unos rápidos pasos se oyeron en toda la casa, Amber acababa de irse directo a la cocina como si el mismo demonio la persiguiera. Megan lo miró entre furiosa y preocupada. Frunció el ceño al ver que miraba apenada por donde la castaña acababa de irse.

No entendió nada.

Mierda, quería ir donde la princesita y preguntarle qué estaba sucediendo. Deseaba poder entender qué hacía Amber como la sirvienta de aquella mansión. Se moría internamente por saber qué sucedía en aquella casa. Aaron sólo quería ir hacia ella y poder...

Suspiró sin ser apenas consciente al verla aparecer con los platos humeantes entre las manos.

— Espero que te guste, Aaron, querido.

Asintió sin prestar mucha atención a lo que la señora decía, nunca lo hacía. Porque, después de todo, estaba demasiado ocupado mirando a una joven castaña como para poder concentrarse en lo que estaba comiendo.

Amber estaba de pie frente a él, observándolo de una manera tan intensa que de pronto tenía la garganta seca. Se quedó con la boca entreabierta, el cubierto a medio camino y su corazón latiéndole desbocado al verla esbozar una sonrisa débil.

Demonios, ni siquiera se entendía a sí mismo.

Tragó en grueso y, sin dejar de observarla, sonrió como solo él sabía hacerlo.

—¿Por qué no vienes con nosotros? ¿Ya almorzaste?

Un latido tras otro pareció darse de manera lenta e interminable. Su pecho incluso le dolía de la intriga y su estómago se retorcía de la expectación. Pero cuando ella abrió los ojos con desmesura y su rostro desprendió desesperación, se arrepintió internamente. Un detestable y tenso silencio acunó el salón, entonces. Aunque la señora Rachel, con una sonrisa muy tensa y fingida, se limpió la comisura de los labios con la elegancia que la caracterizaba, antes de hablar.

— Amber... —murmuró la madre de Megan con firmeza, el fastidio tiñendo su voz—. Ve a tu terminar tus deberes y no pierdas el tiempo.

Dirigió una mirada interrogante y confundida a Megan cuando Amber salió del salón, esperando que al menos ella hiciera algo.
No recibió nada más que un largo suspiro agotado, los ojos verdes de la rubia puestos en la nada. A nadie le importaba Amber, pensó de pronto.

¿Entonces por qué a él le importaba?

Probablemente era un problema de familia y Amber estuviera castigada.
Después de todo, Larousse vivía como una princesa, ¿no?

"Debo regresar a Gregory's, hoy también trabajo", había dicho ella alguna vez.

La voz de Amber llegó muy tarde a él. Así que, bocado a bocado, se pasó el resto de la comida pensando en lo idiota que era como para preocuparse por insignificancias. Como fuera, fuese o no Amber una princesa, aunque no entendiera nada de lo que sucedía, había un verdadero hecho que Aaron lo tenía tan claro que le fastidiaba de sobremanera. Se levantó bruscamente del asiento y tomó su plato antes de murmurar un "Voy por un vaso de agua".

Caminó con despreocupación hasta llegar a la cocina. Sonrió al verla de espaldas, acomodando algunos cubiertos cuando se acercó a ella.

.

Amber Larousse se limpió las húmedas mejillas con brusquedad. Intentaba ser fuerte pero cada vez era más difícil. Era en esos momentos cuando deseaba poder completar el dinero necesario como para irse de esa casa de una vez por todas.

Odiaba no tener un verdadero hogar y, sobre todo, que la única persona que quería, la hubiese dejado abandonada. Detestaba que Rachel abusara de las pocas oportunidades que tenía para hacerla trabajar día y noche en aquella mansión. Le dolía todo su cuerpo e incluso su alma, Amber ya estaba demasiado cansada para continuar allí. Si encontrara algún lugar donde irse, lo haría.

Y lo que menos había querido ese día fue cruzarse con él.

Las cosas jamás salían como ella quería.

Así que sentir que le clavaban un cuchillo directo al pecho al verlo coqueteando con Megan, definitivamente, no estuvo en sus planes. Lo odiaba mucho. Aborrecía que hubiese interrumpido en su vida tan repentinamente. Detestaba que Aaron Foster, en definitiva, le quitara la poca tranquilidad que le quedaba. Odiaba a Aaron y a Marcel por haberla abandonado en aquel lugar.

Dejó los cubiertos en el depositorio cuando lo sintió. Profirió un gemido ahogado al sentir unos brazos rodearle la cintura. Su corazón empezó a latir veloz cuando una cabeza se apoyó sobre su hombro, dejando un conocido aroma varonil a su paso.

— ¿Amber? No entiendo absolutamente nada... —murmuró Aaron en su oído, deslizando los labios sobre su cuello en suaves caricias—. ¿Qué sucede? —gruñó tan bajo que Amber creyó haberlo imaginado.

Aaron Foster la abrazó aún más al no recibir respuesta.

— La comida estaba deliciosa, no sabía que cocinaras tan bien, pricesa —insistió él, jugando con el lóbulo de su oreja entre los dientes.

Se puso aún más tensa al sentir sus respiraciones entrelazarse. Toda ella estaba tensa mientras su estómago no dejaba de retorcerse de los nervios. Odiaba eso porque, precisamente, no podía controlarlo. En silencio, se giró bruscamente para encararlo y obligarlo a salir de la cocina antes de que su tía los viera. En otro momento probablemente le gritaría por haberla tocado de esa manera, pero ahora, con los sentimientos encontrados, apenas era capaz de reaccionar.

— ¿Qué haces aquí? Vete —siseó nerviosa, mirando detrás de él cada segundo.

Aaron le sonrió ampliamente, como si acabara de hacer una travesura, y apoyó las manos a cada lado de ella hasta tenerla acorralada entre sus brazos.

— Vine por un vaso de agua —susurró de igual forma, mordiéndose el labio inferior y viéndose repentinamente feliz.

Amber creyó que se desmayaría al oírle decir aquello.

— En la mesa están servidas las bebidas de...

Aunque apenas pudo farfullar la mitad de la frase porque, para entonces, Aaron había vuelto a interrumpirla. La miraba con el ceño fruncido y una mueca de frustración en el rostro.

— Me importa una mierda —dijo él como si fuera lo más obvio del mundo—. Solo quería conversar contigo. ¿Hay algún problema con eso?

La respiración de la muchacha se hizo superficial cuando sus pechos chocaron bruscamente. Abrió los ojos desmesurados en una silenciosa súplica. Porque estaban demasiado cerca y lo que menos quería era más problemas con su tía Rachel.

— Aaron, vete de aquí, por favor —murmuró desesperada, haciendo vanos intentos por alejarlo.

Cerró los ojos bruscamente al sentir que le rozaba el cuello suavemente con los labios, dejando débiles e interminables besos a su paso. Su pulso se hizo irregular cuando una mano se acomodó bajo su rostro ligeramente, sus rostros tan cerca que podía saborear sus alientos entremezclándose.

Eso estaba muy mal, teniendo en cuenta lo poco o nada que ella le importaba a Aaron. La cabeza de Aaron se levantó hacia ella con pereza y la observó fijamente en los escasos centímetros que los separaban. Le encantaba ponerla nerviosa. Le fascinaba ver aquellas mejillas sonrojadas que la hacían ver tan adorable.
Demonios, le gustó sentir cómo temblaba bajo sus caricias. Amber lo atraía tanto como la miel a las abejas.

Y, eso, lo odiaba. Saber muy internamente lo mucho que le gustaba, lo enfurecía.

— ¿Aaron? —murmuró ella de pronto con la voz demasiado aguda—. Vete de aquí. No sé qué es lo que quieres... —Tragó en grueso— pero este no es el momento...

Se mantuvo en silencio al oír pasos acercándose a ellos. Pero antes de poder reaccionar, Amber acababa de escabullirse hasta detenerse a metros de distancia suyo.

— ¿Todo bien, Aaron? —sonrió Rachel con cariño.

Asintió apenas un poco.

— Bien... —murmuró, mirándolo con cierta desconfianza—. Amber, puedes retirarte.

Miró por detrás de su hombro, siguiendo cada movimiento que ella hacía. Esperó a que se fuera pero, al contrario, se mantuvo quieta y observando extrañada a la madre de Megan, el temor brillando en sus ojos marrones.

— Claro, pero...

— Que te vayas, Amber, no quiero que sigas molestando a Aaron.

Aaron Foster normalmente se reiría e incluso diría alguna broma solo para hacerla enfadar. Pero, de pie frente a él y mirándolo como si acabara de abofetearla, decidió morderse la lengua y no decir ninguna estupidez.

— No es ninguna molestia —rió Aaron, mordiéndose el labio ligeramente y conteniéndose por soltar una risa al recordarla temblando por sus besos tan castos—. En realidad, es muy... entretenida... —saboreó lentamente, paladeando la palabra.

Sonrió él aún más al verla negar repetidamente y murmurar un débil "Adiós" antes de que corriera despedida hacia las escaleras.

— Mucho mejor —comentó Rachel antes de regresar al comedor.

Pasaron largas y aburridas horas, sentado frente a la señora Rachel y hablándole con toda la cordialidad que pudo. Sonrió más de lo debido y se forzó a darle un par de cumplidos solo para mantener la reunión en paz.

Hasta que finalmente Aaron pudo librarse de Rachel.

— Lo lamento mucho, querido, pero es urgente que me vaya. Deberás disculparme, debo irme ahora mismo —dijo la madre de Megan mientras se ponía de pie y, tomando su bolso, se despedía de él rápidamente—. Cosas de trabajo... ¿No tendrás problema, verdad?

Aaron, como si acabaran de despertarlo de un sueño, asintió atontado y sin comprender bien qué estaba sucediendo.

¿Cuánto había pasado? ¿Tres o cuatro horas?

— Estupendo, espero que me visites pronto, Aaron.

Se talló los ojos con la manos, dando un largo bostezo cuando la puerta principal se cerró de pronto. Demonios, quería echarse una deliciosa siesta. Miró a sus lados y sonrió al verse solo. La señora Rachel le tenía tanto aprecio que no le molestaría en absoluto si se quedaba allí unas horas más.

Así que, sin pensarlo dos veces y recordando que Amber estaría sola en su habitación, se apresuró a subir las escaleras. Recorrió el interminable y tan conocido pasillo, mirando las puertas y decidiendo internamente qué habitación sería más cómoda para dormir.

Hasta que llegó a la última.

De pie frente a una puerta cerrada, se sacudió el cabello y abrió sin siquiera preguntar.

— ¿Cómo pudiste abandonarme allí abajo con tu tía? Eres muy mala, Amber, no voy a darte mi beso de...

Entonces se quedó estático bajo el marco de la puerta al verla tendida sobre su cama, abrazada a una almohada y durmiendo. Estaba quieta y su rostro denotaba una inmensa tranquilidad que le calentó el pecho. Y cuando se acercó a ella, inspirando con profundidad, no lo pensó dos veces antes de retirarse los zapatos y echarse a su lado. Su pecho retumbó una y otra vez, sintiendo por primera vez su corazón estrujándose dolorosamente al ver las mejillas de Amber humedecidas.

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