— ¡Mamá! ¿Estas aquí?— preguntó Max, entrando en el dormitorio sus padres.
— Ven aquí— respondió su madre, Clarissa, desde un nido que había formado con almohadas en la cama.
Max saltó a su lado, y la contempló con sus brillantes ojos esmeralda algunos segundos.
— Mamá, rompí mi estela— confesó con un pequeño puchero, miraba hacía abajo y las pestañas le rozaban los pómulos.
Estaba mintiendo. Pero lo hacía por una noble razón, proteger a su prima.
Aún rememoraba el momento en que Elizabeth, enfrascada como estaba en la pelea/entrenamiento, le había partido la estela, confundiéndola con algún otro objeto punzante que le pudiese hacer daño.
De todas formas Clary ya conocía la historia real como si la hubiese presenciado.
Ya que Lizz, como digna Lightwood, había elegido hacerse cargo de sus responsabilidades, y se lo había confesado a su madre, esperando que esta le avisase a su tía, antes que Max pudiera cometer un error.
Aún así, al momento de hablar, Clary ignoró lo que guardaba en su conocimiento.
— Le diré a papá que te consiga otra, no sucede nada. Son cosas que pasan.
¿Por qué no hacer feliz a su hijo? Si el quería ser un héroe, que en ese momento lo era, ella no se lo impediría.
Max, la abrazó cálidamente, sus pequeños brazos rodeando el vientre hinchado de ocho meses de su madre.
— Gracias Mamá, eres la mejor. Y tu también, Nicole— Agregó, acariciando el lugar del vientre de Clary en el que creía que estaba su futura hermana.