CICLOS ARCANOS - En los Templ...

Od davidlovewrite

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Ari quiere ser inventor en un mundo en donde la tecnología está prohibida. Su padre quiere que sea un guerrer... Více

Banda sonora
Mapa del mundo
El Animaquion
I - Introducción
I - El señor del los templos
II - La ciudad de los vientos - Parte I
II - La ciudad de los Vientos - Parte II
III - A medio camino hacia el mar - Parte I
III - A medio camino hacia al mar - Parte 2
IV - Informe de investigación - Aribell Deodriellis
V - Lexadur - La Ciudad del Templo
VI - La Taberna de Lluvia
VII - Las cuevas de Lexadur
VII - Las Cuevas de Lexadur, Parte II
VIII - El páramo de Roinn Pobail - parte II
VIII - El Páramo de Roinn Pobail - Parte III

VIII - El Páramo de Roinn Pobail - Parte I

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Od davidlovewrite


2 años antes


                El ruido de los cascos a través del pedregal resonaba en el viento. Una caravana de al menos trescientas personas se dibujaba sobre las colinas de aquellas tierras. Kol y Ronko iban a la cabeza en una carreta de extraña apariencia, con las imponentes montañas de Roinn Pobail, alzándose por encima del horizonte, coronadas con nubes de oro en una visión que, ante sus ojos, se transformaba en un espectáculo lleno de misticismo. Era la primera vez que los fieles abandonaban la ciudad para atravesar el páramo.

                 —Anímate, que todo pasa por alguna razón y tarde o temprano, todo lo malo también pasa. —dijo Kol, mientras guardaba un trozo de pan duro en su antiguo morral de cuero.

                —No se debe cruzar por estas tierras. —respondió Ronko con voz firme pero calmada.

                —Es cierto que el páramo no es lugar para caravanas ni para alguna otra cosa, sin embargo, después de tantos contratiempos, por fin tenemos un lugar donde podemos profesar nuestra fe sin preocupaciones. Las familias de todo el mundo nos necesitan. ¿No crees que pequeño es el riesgo, si tomamos en cuenta la gran bendición?

                —Cruzar el páramo no es un "pequeño riesgo".

                —Lo es si tú estás con nosotros, gran Ronko Roinnasy —dijo Kol mientras señalaba la cabeza de un cóndor colosal amarrada al lomo de uno de los dos caballos que empujaban la carreta.

                —No lo hice yo solo.

                —Cierto, ¡más a mi favor!

                —Debimos quedarnos, Hazel no estaba en la ciudad, debimos luchar.

                 —Esa habría sido una campaña peligrosa y estéril. Tu eres fuerte. Y es cierto que el joven Egger tiene un talento poco común para el combate. Lo cual es una sorpresa, si consideramos el cargo que ocupa. Pero cuando la señorita Hazel regresara de la capital y viera lo que habíamos hecho, ni siquiera entre los dos habrían podido tocarle un solo cabello. ¿Recuerdas el gran lago que vimos desde el camino alto? Se dice que se formó gracias a la caída de una gran roca que vino del cielo hace algunos años, pero la verdad, y lo sé porque fui testigo, es que fue Hazel. Aún no sabes qué tan grande es su poder.

               —¡Y ella, no sabe qué tan grande es el poder de Gera! —respondió Ronko, con voz áspera.

               —¡Llegará el día en que lo sabrá amigo mio! y no solo ella, sino todas las naciones. Mientras tanto, continuemos el camino hacia el altar. ¿No te gustaría visitar más seguido a la gente de tu aldea?

                Ronko no respondió. Kol lo acompañó en su silencio. Poco después, sacó unos guantes de lana de cordero que se colocó con parsimonia. Los vientos del norte comenzaron a sentirse hasta en los huesos. Algunos frotaban sus manos, otros cruzaban los brazos a la altura del pecho para meterlas debajo de su ropa y los más avispados sacaban de sus morrales pequeñas botellas de akarden, licor de Kamut, traído para cuando comenzara a sentirse el hormigueo en la punta de los dedos y para cuando hubiese terminado la ceremonia.

                 —Paciencia mi buen amigo, —continuó Kol—. verás cómo las cosas vuelven al lugar que les corresponde.

                —No tengo paciencia. —replicó Ronko de inmediato.

                Kol sonrió y comenzó a entonar un cántico. Miró hacia atrás, dentro de la carroza, primero a Egger, un chico de tez blanca y de brazos fuertes que dormía en el regazo de una jovencita de piel clara y de cabello oscuro a la que luego dirigió la mirada, Teru.

               —¡Vamos, acompáñame!. —dijo Kol con voz risueña—. Veamos si nuestro amigo se anima a seguirnos. Fue la primera canción que le enseñé cuando lo acogimos, ¿Lo sabías? algún día te contaré esa historia, pero ahora, ¡es tiempo de cantar! —La niña que a sus nueve años ya había logrado obtener el brazalete que la reconocía como aprendiz de Alterda y de la que todos en la carabana hablaban, miró a Egger y respondió:

               —El joven señor tiene el sueño muy liviano. ¡Vamos a despertarlo!

               —¡Bien dicho! —dijo Kol y seguido de una carcajada, comenzaron a cantar cada vez más alto. Entonces, la melodía se hizo eco en la boca de los fieles que caminaban a sus espaldas y de pronto, en todo el páramo se escucharon solo tambores, caramillos, panderetas y la multitud que cantaba a una sola voz:

Alegre es el camino de los que sirven a Gera.

Pronto llegará el día de la proclamación.

Derrama sobre el mundo tu gracia plena

oh! tu nombre, tu nombre!

Desde la península de Kalifer

hasta el gran molino blanco de Eodriel

será proclamado con cánticos de adoración.

Cantemos con alegría

desde el fondo del corazón.

Para una cosecha eterna

para no perder a más de nuestros hijos

en el bosque maldito.

Pronto llegará el día

En el que Azaru Mizrash

cantará en tu nombre y pedirá perdón.


                  Después de un tiempo las montañas no parecían tan lejanas. Ronko se rindió ante las peticiones de Teru y estaba dispuesto a seguir a los fieles en su canción, pero justo cuando comenzaba a entonar la melodía, hizo una pausa y volteó la mirada hacia las planicies. Sus orejas se levantaron de golpe, como puntas de lanza que buscaban captar el peligro en el aire. El pelaje que cubría su cuerpo empezó a erizarse. Sus pupilas rasgadas en vertical tornaron casi negros sus ojos y su corazón empezó a latir cada vez más rápido. Se aferró al cuero desgastado de la empuñadura de su espada con fuerza y... No había nada, solo frailejones y rocas afiladas que se extendían hasta donde llegaba la vista, algunas pocas lagunas serenas e inmaculadas que decoraban las planicies, como si fueran espejos clavados en el suelo y, a lo lejos, las densas neblinas de las colinas que escondían casi por completo, media docena de lucecitas temblorosas que marcaban el final de su camino.

                 Ronko suspiro como en un gruñido y de pronto, sus ojos se encontraron con los de Teru en una exploción de escombros de madera, piedra y sangre que los arrastraba por los aires. Al instante, sintió la piel abrirse al rodar sobre el afilado pedregal. Se detuvo a unas diez zancadas de distancia del epicentro, sacudió su cabeza, se incorporó con dificultad y enseguida estalló su furia en un rugido que lo envolvió todo. Una extraña criatura, larga y abultada cual oruga, salió de las profundidades de la tierra irguiéndose a unos cuatro metros sobre el suelo, mientras encrespaba los cientos de vellos urticantes que cubrían su torax y oscilaba despacio de un lado a otro, como si saboreara el miedo que flotaba en el aire.

━━━━━━ ◦ ❖ ◦ ━━━━━━

                Teru despertó con el relinchar de los caballos, con el retumbar de cientos de pisadas contra el suelo pedregoso, lleno de blanca escarcha y con gritos que solo eran superados por el estruendo de los truenos que se amontonaban. Figuras borrosas se movían delante de ella al entreabrir los ojos. Estaba recostada de espaldas al vientre de un caballo que yacía tendido en el suelo con la respiración fatigosa y poco profunda. Intentó levantarse pero sus piernas no respondían, fue entonces cuando tomó conciencia del dolor que se ceñía a su cuerpo y del sabor a sangre en la boca. Se llevó las manos a la cabeza, cerró los ojos con fuerza y apretó los labios cuando de repente, escuchó la voz de Bikendi que gritaba con desesperación:

                  —¡La señorita Teru se ha despertado! —y de inmediato una voz tras otra repetían lo mismo hasta casi desaparecer en la distancia.

                Decenas de hombres, mujeres y niños habían muerto esa tarde y medio centenar estaba moribundo o malherido. Quienes aún podían caminar se hallaban dispersos por los alrededores, con familiares y amigos a cuestas o recostados a los pies de frailejones en un intento por permanecer lo más lejos posible de la larga y profunda grieta que dejó la criatura a su paso y que partió la caravana a la mitad.

                —Cero heridas —Murmuró Teru con la mirada fija en el suelo teñido de rojo intenso—.¡Cero heridas! —Repitió más fuerte con la voz entrecortada y, en un esfuerzo por entender lo que ocurría, alzó la cabeza para encontrar a los lejos, a Ronko espada en mano junto a Egger, que arrojaba con saña una lanza contra la criatura más extraña que había visto—. ¡Esto es malo! —dijo, y volvió a bajar la cabeza, con los dedos engarfiados que se perdían en la abundante cabellera negra que caía delante de sus ojos—. ¡No puedo hacer ningún hechizo! —gritó, como en un intento desesperado de disipar su frustración.

                 —¿qué dijiste? —preguntó Bikendi, instructor de historia del único colegio que tenía Lexadur, mientras se dirigia en línea recta hacia Teru, cargando en brazos a un joven inconciente. 

                —¡Instructor! Su hijo... dijo Teru. Las palabras se le atoraban en su garganta.

               —¿Qué dijiste, Teru? —preguntó Bikendi, con voz trémula.

               —Usted mejor que nadie conoce las reglas de la alterquia, instructor. —Teru levantó su túnica por encima de las rodillas para descubrir una multitud de ronchas rojas y ampollas a punto de estallar.

                Bikendi abría y cerraba los ojos con desesperación, como si al enfocar su mirada de ojos vítreos, en las piernas purulentas de la jovencita, fuera a cambiar la realidad.

                  —¡Solo soy una aprendiz! ¿Qué podría hacer yo en este estado... ¡No puedo ayudarles! —gritó Teru, y los ojos, por fin, se rindieron ante las lágrimas. 

                  Los que lograron escucharla quedaron petrificados y los que no, siguieron acercándose a toda prisa, con la esperanza de sanar sus heridas y la de los suyos antes de que fuera demasiado tarde.

                   —!No es cierto! —dijo Bikendi—. Nos atrevimos a venir porque el sr Kol prometió que Ronko y usted nos protegerían. Ahora mi hijo está... —hizo una pausa dilatada que se tornó incómoda, estaba pálido como la luna y aún agitado por el recorrido. Continuó enseguida, con pasos cortos y pesados mientras intentaba sostener al jovencito que se le escapaba de las manos rumbo al suelo. Un gentío aparecía a unos pocos metros de su espalda, cojeando, rascándose las llagas del cuerpo, empujándose y tropezando contra las rocas y frailejones.

                 —¿Mi hijo se muere y dices que no puedes ayudarlo? ¡Siempre creí que podríamos contar contigo!, maldita, maldita, maldita... —gritó Bikendi, en medio de lágrimas y de repente, un idea llegó a su mente. —Hay algo, aún hay una cosa que puedes hacer. ¿verdad? Annik te lo debe haber enseñado —Su voz y semblante cambiaron por completo cuando cayó, ya sin fuerzas, de rodillas al suelo. —¿verdad? —sus brazos cedieron al peso y su hijo rodó hasta quedar de cara al cielo lleno de nubes nevadas. La fina escarcha se deshacía en la sangre que empapaba su ropa.

                —¡Te lo ruego! ¡Pronuncia el conjuro! —dijo Bikendi, en medio de lágrimas que miraban al cielo, y en un tono de voz nacido de la miseria de su ser—. Tu vida, por la de el. Después de todo, ¿no es ese tu trabajo? ¿Alterda?.

                  Teru lo miró a los ojos. Intentó ponerse de pie por segunda vez pero fue imposible, en cada sitio donde una llaga le había malogrado la piel, sentía la carne aún más rígida y adormecida que antes. Al verla, Bikendi se levantó en un movimiento tosco y apresurado para prestarle ayuda y haciendo uso de las pocas fuerzas que le quedaban, la llevó hasta el cuerpo de su hijo. De repente, decenas los rodearon en medio de una algarabía colmada de súplicas, quejidos y alaridos de quienes llegaron demasiado tarde.

                    —¡Atrás!. —vociferó, con el brazo derecho extendido delante de Teru y con un par de piedras afiladas en la mano izquierda. —primero mi hijo, después vendrá quien quiera.

                     El círculo de gente se hacía cada vez más pequeño, más frenético y más peligroso. Era un huracán de rostros de terror, sumisión, dolor e ira que danzaban de un lado para otro con la mirada firme en la joven aprendiz. Las manos alcanzaron a sujetar las botas de cuero de cabra que llevaba, se escurrían por los tobillos supurantes, se arrastraban hasta su vientre, hasta sus hombros, hasta su pelo, para luego dejar a sus pies a infantes, jóvenes y ancianos. Al fondo, en lo profundo de todo el alboroto irracional, se empezó a oír una voz que repetía incesante «Pronuncia el conjuro, pronuncia el conjuro, pronuncia el conjuro» hasta que la turba entera empezó a repetir en coro, las mismas palabras, como en un trance del que no querían escapar. Así permanecieron incluso luego de que Teru colocara su mano izquierda en el pecho del hijo de Bikendi. En ese momento, examinó sus rostros con detenimiento y, tirada al centro de todo ese horror, sintió el corazón compungido y una gran compasión. Entonces, en un movimiento brusco, alzó su mano derecha abierta al cielo y cuando el brazalete terminó de dar vueltas y de caer al fondo de su brazo, pronunció con voz solemne, las que serían sus últimas palabras, las palabras que tanto deseaban escuchar: "Alterquia: Well So..." De pronto, una mujer se abrió paso entre la multitud y con el rápido golpe de una vara bajó el brazo de Teru y cerró su boca. Su nombre era Lluvia, la tabernera, una mujer de contextura gruesa y de mediana edad, de piel tostada, de cabellos grises como su nombre y un genio conocido incluso más allá de las grandes puertas de la ciudad.

               —¿Tú estás loca muchachita? Como si no supieras que pasaría si usas alterquia en ese estado. ¡Que la diosa me de la paciencia que necesito! y ustedes —continuó mientras señalaba con la vara a Bikendi, que se encontraba de rodillas junto a su hijo. Esperen un poco, Kol viene en camino con ayuda. 

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