Al Loco Del Que Me Enamoré...

By anastark_

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Dicen que todo depende de la perspectiva en la que se mire. Y en cierto modo, es cierto. A nosotros nos mirar... More

00. Prólogo
01. El Padrino
03. Norris El Idiota
04. Chicos Como Él
05. Un Desastre De Discoteca
06. Cállate, Cameron
07. ¿Perezosos?
08. No Puedo Hacerlo
09. Migrañas Y Halloween
10. Estoy Enfermo, O Enamorado
11. Un Trago Y Un Baile
12. Ilusión Fallida
13. Compañero De Cumpleaños
14. Respóndeme, Lali
15. Nothing, Just An Inchident
16. Es Un Sueño
17. Chicas, Tengo Novio (Y Existe)
18. La Bella Y La Bestia
19. Mi Novio, El Gay
20. Demasiado Yo
21. El Momento Perfecto
22. Si Él Supiera...
23. La Beca
24. Marcas Y Maquillaje
25. Promesas Y Amenazas
26. El Más Inseguro Gana
27. Buen Chico

02. La Estrella De La Muerte

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By anastark_

Las tres brujas con las que vivo, me van a volver loca. En realidad, no son mala gente, y si estoy a solas con alguna, resultan incluso simpáticas. ¡A veces hasta parece que tienen sentimientos! Pero luego, se juntan, y empiezan a murmullar y a criticar a todo el mundo, con esos aires de superioridad tan absurdos, y entonces lo joden todo.

En el fondo, sé que me critican a mí también. No he salido de fiesta ni una vez desde que me instalé en la residencia, ni me han visto con chicos (cosa que probablemente nunca hagan), así que para ellas soy un bichillo raro, supongo. No es como que me importe, la verdad. Una de mis cualidades, es esa: me importa tres carajos lo que piensen de mí.

Y que nadie se confunda. Tengo mis problemillas de autoestima, mis traumas con la necesidad de que la gente apruebe lo que hago, la necesidad de que se sientan orgullosos de mí. Pero eso es cosa mía. Las críticas de mi cuerpo o mi personalidad, me resbalan.

¿Por qué estaba contando yo todo esto...? Ah, sí, las bichas a las que llamo compañeras de residencia; esas tres idiotas inmaduras han tenido la frialdad de despertarme de mi merecida siesta post estudio. Son Satanás, de verdad.

Me froto los ojos y me asomo desde arriba de la litera, viéndolas conversar hablando más alto de lo estrictamente necesario. Lo peor de todo es que las malditas son guapas y están buenas. Supongo que las más lindas, son las peores. Igual que eso que dicen de que los callados son los peores.

Miro mi teléfono para comprobar la hora y suspiro. Si quiero que me dé tiempo de hacer lo que quiero, tengo que salir ya, pero no me apetece. Aun así, hago un esfuerzo inhumano en levantarme y coger mis cosas para irme. Me peino con los dedos rápidamente y me acomodo la ropa, saliendo aprisa de la habitación. Al cerrar la puerta, alcanzo a oír un susurro de una de las víboras. "Sin pecho y con ropa ancha". Y risas que acompañan al comentario. Me sorprende el humor que tienen esas tres.

Bajo las escaleras y, al pasar por recepción muestro mi tarjeta identificativa, y así me dejan salir. Al ser menor de edad todavía, la residencia debe tener constancia de mis entradas y salidas, para que si no aparezco, llamen a mis padres. Aunque pueden estar tranquilos, no tengo planeado fugarme ni nada de eso.

Estoy caminando por la acera cuando recibo una llamada de mi madre, la cual respondo porque, bueno, es mi madre.

- Hola – saludo distraídamente. Mi mente está en otras cosas ahora mismo. – ¿Qué pasa?

- Hola, Alaia. No pasa nada. Sólo quería saber qué tal hoy.

- Ah... Pues bien – asiento mientras voy cruzando un paso de cebra. – Voy a hacer un recado.

- ¿Qué recado? – Pregunta, cotilla como siempre.

- Mañana es el cumple de Harry – en realidad fue ayer, pero lo celebra mañana, – y voy a comprarle un regalo.

No insiste mucho más en el tema, y me sigue preguntando cosas. Podría quejarme, pero hablar con ella me ha hecho más corto mi trayecto desde la residencia hasta la zona de tiendas más próxima. Me despido y cuelgo para entrar en la primera tienda, que es de ropa. Odio salir de compras cuando no es para mí, lo admito. Pero Harry es demasiado bueno conmigo, se merece el mejor de los regalos. Pero creo que en esta tienda no encontraré nada digno de él.

Voy de tienda en tienda, sin encontrar nada que pueda gustarle más de lo normal. No quiero que sea algo simple, ni algo que pueda regalarle cualquier otra persona. Mi regalo tiene que ser único y especial. Como yo.

Al final, no me preguntes cómo, termino en una tienda de Lego. Harry es medio friki, y está obsesionado con Star Wars y los Legos, así que creo que esta tienda puede ser la definitiva. Los precios son altos, pero con lo que me paga tengo dinero suficiente para casi cualquier cosa de Star Wars que hay en el local. Voy paseando por uno de los pasillos, cuando veo una cara conocida. Me da vergüenza ir a saludar, así que esperaré a que me vea a mí y me salude.

- ¿Alaia? – Inquiere cuando paso por su lado, fingiendo mirar las estanterías con interés. Me giro, haciéndome la sorprendida, y le sonrío.

- ¡Anda! Si sabes decir mi nombre – me burlo, cosa que le roba una sonrisa.

- Laia, Alaia... Lo mismo es – replica encogiéndose de hombros, y yo lo fulmino con la mirada. – ¿Qué haces tú aquí?

- Buscarle un regalo a tu compadre – respondo agarrando una caja que es casi tan grande como Tyler. – ¿Y tú?

- Lo mismo – me quita la caja y me sonríe de forma pedante. – Mucha caja para tan poca chica – se mofa, dejándola en su sitio. – Ese Lego ya lo tiene.

- ¿Te crees muy listo, Norris?

- No, pero tú te sabes mi apellido sin que te lo haya dicho. ¿Una fan? Te firmaría un autógrafo, pero no traigo boli...

No dejo que termine la frase y me dirijo hacia otra estantería. Un poco prepotente el chico. Me gusta, su humor sarcástico tiene su encanto. Pero no sé exactamente qué pretende. ¿Molestarme? ¿Hacerse mi amigo? No podría estar segura.

- ¿Por qué huyes de mí, conejita? – Su voz retumba en mis oídos como una dulce melodía. Maldito sea, no me va a dejar en paz.

- Vuelve a llamarme conejita y te dejo sin descendencia, campeón – digo con ironía.

Me giro para encararlo, cruzándome de brazos y mirándolo con fiereza. Él no hace más que reírse y negar con la cabeza. Y yo maldigo lo malditamente sexy que es el condenado.

- Empiezo a entender por qué Harry te contrató – comenta distraídamente, dándome un repaso de arriba a abajo.

¿Pero será cerdo el tío este?

- Eres gilipollas.

Vuelvo a girarme, muy indignada, y agarro la primera caja que encuentro. Camino hacia el mostrador, dispuesta a pagar e irme. Al parecer, Lando no tiene nada que ver con su mejor amigo, porque Harry jamás me faltaría al respeto así.

- Ese también lo tiene – dice a mi espalda mientras estoy en la cola. – Hay uno que lleva queriendo mucho tiempo, pero es muy caro.

- Te pagan millones al año, regálaselo tú – le sugiero sin mirarlo siquiera.

- O podemos ir a medias, seguro que te lo agradecerá más que cualquier otro Lego...

Resoplo y me giro por millonésima vez, mirándolo. Esta persona viste demasiado bien. Y es demasiado guapo, cabe destacar. Me mira con su sonrisilla petulante de siempre y le doy la caja que tengo en brazos.

- ¿Qué Lego quiere?

Me hace un gesto para que lo siga y, casi al fondo de la tienda, donde están los Legos más grandes, se para delante de la Estrella de la Muerte. Vale dos mil libras. Para mí es muchísimo dinero, pero para el señor piloto debe ser un juego de niños.

- Tendría que vender mis dos riñones y el bazo para poder pagar esta cosa – digo mirándolo.

- ¿Y si vamos a medias?

- Sigue siendo mucho dinero...

- ¿15/85? – Insiste, a lo que yo suspiro.

- Trescientas libras serían, ¿no?

- Qué linda, sabe matemáticas – se ríe cogiendo la caja, que es enorme.

Lo ignoro y simplemente niego con la cabeza. Parece que el crío menor de edad es él, no yo. Tiene ya veinticuatro años como para andar de imbécil por la vida.

- Si quieres te llevo a casa – me propone mientras esperamos en la cola. – Y mañana puedo recogerte.

A lo mejor no es tan capullo. Pero ojo, he dicho "a lo mejor". Todavía le da tiempo a estropearlo una vez más.

- Si no es molestia...

- No tengo nada mejor que hacer, la verdad.

Me río y lo miro a los ojos. Esos ojos que hasta ahora no me había fijado en lo preciosos que son. Es un verde intenso, muy claro, y si por mí fuera, me pasaría horas mirando las betas azules y marrones que los hacen tan especiales. Es un verde casi limpio. Creo que es de esas personas cuyos ojos parecen de un color u otro dependiendo de la iluminación. Los míos, por ejemplo, son azules, pero a veces parecen grises.

- ¿Cuántos años tienes, Laia? – Pregunta entonces.

Estoy a punto de montar un escándalo porque ha vuelto a decir mal mi nombre, pero por su sonrisa sé que lo único que quiere es hacerme rabiar, por lo que decido ignorarlo y responder a su pregunta.

- Diecisiete años, pero pronto cumplo los dieciocho.

Él asiente y aparta su mirada, como si el dato que acabo de darle no le hubiera hecho gracia. No hablamos más en un buen rato. Pagamos el Lego, nos lo envuelven para regalo y lo sigo hasta su coche. Es el mismo en el que nos recogió el otro día a mí y a Tyler. Aún me cuesta un poco asimilar que este chaval es el padrino del niño al que cuido. No le pega, viendo lo arrogante y lo egoísta que aparenta ser, vistiendo con buena ropa y conduciendo coches buenos. Y a ver, que ser rico no lo convierte en mala persona, pero no sé, tiene unos aires de fuckboy como en los libros que no conjunta con ser el padrino de un niño pequeño.

- ¿De qué conoces a Harry? – Le pregunto mientras espera en un semáforo.

- Del colegio y el instituto. Nos criamos prácticamente juntos – murmura mirándome de reojo. – ¿Dónde vives?

- En la residencia que hay cerca del colegio de Tyler... No me sé el nombre ni la dirección – digo sintiéndome un pelín inútil.

- Sé dónde es. Mi hermana se hospedó allí cuando estudiaba medicina – me cuenta yendo rumbo a mi residencia. – Tampoco eres de Londres, supongo.

- York, ¿y tú?

- Bristol – responde volviendo a parar en un semáforo.

- Entonces ¿tienes una hermana?

- Sí, más mayor. Se llama Cameron. Probablemente la conozcas mañana – dice sonriéndome. – Es igual de simpática que tú – añade con sarcasmo.

- Yo soy muy simpática, pero tú sacas lo peor de mí – protesto por mi parte, mientras él suelta una carcajada.

- Ya hemos llegado, simpática – avisa, deteniéndose frente a mi destino.

- Muchas gracias, Lando – salgo del coche y, al girarme para decirle adiós, veo que me mira con interés. – ¿Qué pasa?

- Nada – aparta su mirada y suspira. – Te recogeré a las seis de la tarde. Hasta mañana, Laia.

Asiento con mi cabeza, me río y cierro la puerta, y él no tarda en desaparecer con su lujoso McLaren, como si tuviera prisas.

Pues hasta mañana.

« ♪ »

Erika niega con la cabeza, poco convencida, y sigue rebuscando en mi pequeño armario. Somos amigas desde el inicio de curso. Me senté a su lado por casualidad y no pudo quedarse callada, así que empezó a hablarme. Solemos desayunar juntas, pasarnos apuntes y demás, aunque luego no solemos quedar. Las dos somos más de quedarnos en nuestras habitaciones haciendo nuestras cosas tranquilas, así que no sentimos la necesidad de estar quedando en todos los huecos libres. Y ahora, la rubia está ayudándome a buscar algo para ponerme en la fiesta de Harry.

- ¿Quiénes van al cumple?

- Amigos de Harry. Sus padres no pueden venir, y no está muy apegado al resto de su familia – le cuento mientras trato de quitarme los tirones del pelo. Suerte que mis compañeras no están hoy aquí, porque entonces me mato. – Probablemente esté toda la fiesta cuidando de Tyler...

- De eso nada – niega ella enseguida. – Vas como amiga, no como niñera.

Hago una mueca de disconformidad y termino rindiéndome con mi pelo, recogiéndolo en una coleta no muy apretada. Erika me da unos pantalones anchos color verde militar y un top negro, y por último me da mis Adidas blancas. Es un conjunto simple, pero me lo he puesto otras veces y es mi outfit favorito.

- ¿No será un poco informal?

- Es una fiesta en un campo, tampoco creo que debas ir muy arreglada – tercia ella. – Pero creo que tienes razón. Esta es ropa de diario.

Y vuelta a empezar, me siento en la cama de Rachel (¿o es la de Beth? Sigo sin distinguirlas), y voy indicándole a mi amiga qué me gusta y qué no. Al final, se decide por un vestido color beige, que tiene la espalda al descubierto, una raja a la altura de la cintura para estilizar las caderas y otra raja en la pierna. No es tela lisa, es como si estuviese hecho de lana, pero no es lana. Una cosa rara, yo qué sé, no entiendo de ropa.

- Te quiero ver con esto puesto ya – me lo da emocionada y yo me río.

- Vale, vale.

Me quito lo que llevo y me coloco el vestido con un pelín de trabajo. No me lo había puesto desde que me lo probé en la tienda donde lo compré. Como no salgo nunca, no he tenido la ocasión de ponérmelo. Pero me gusta cómo me queda. Es pegado, y aunque no me gusta la ropa pegada porque tengo poco pecho, este vestido sí me convence.

- Divina.

- Yo creo que sí – le doy la razón, sonriendo.

- Ahora deja que te maquille...

- Nop – niego enseguida, agarrando mis cosas. – Me tengo que ir.

- Seré rápida – insiste ella.

- Que no, que no me gusta el maquillaje.

- ¡Sólo para tapar esos granos!

- Erika que no, que no quiero. Nunca me maquillo, y voy a seguir así – digo empezando a molestarme. – Y tengo diecisiete años, tengo las hormonas hechas un desastre, así que el que no quiera verme granos en la cara, que no me mire.

- Bueno, pues ya está – bufa, enfadándose también. Salimos de la habitación y ella va a las escaleras, y yo la sigo porque también tengo que usarlas. Erika para subir, yo para bajar. – Pásalo bien.

- Gracias – murmuro sonriéndole y empezando a bajar los escalones con prisas.

¿Me apetece ir al cumple de Harry? A medias. Quiero ir por él, porque sé que le hará ilusión que vaya. Pero no me suele gustar salir a fiestas, y menos si no voy a conocer a casi nadie. De todos modos, da igual, me estaré cuidando de Tyler casi todo el tiempo, y así nadie me molestará.

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