Nunca digas nunca

By MichelleDuran__

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COMPLETA Ivory Spencer tiene claras dos cosas en la vida. La primera, que estudiará Derecho en Columbia. La s... More

NOTA Y AGRADECIMIENTOS
UNO
DOS
TRES
CUATRO
CINCO
SEIS
SIETE
OCHO
NUEVE
DIEZ
ONCE
DOCE
TRECE
CATORCE
DIECISÉIS
DIECISIETE
DIECIOCHO
DIECINUEVE
VEINTE
VEINTIUNO
VEINTIDÓS
VEINTITRÉS
VEINTICUATRO
VEINTICINCO
VEINTISÉIS
VEINTISIETE
VEINTIOCHO
VEINTINUEVE
TREINTA
TREINTA Y UNO

QUINCE

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By MichelleDuran__


La bronca de mis padres es monumental, pero como sé que tienen razón, no me queda más remedio que aguantar el chaparrón. Por suerte, no hay castigo y me dejan tranquila hasta la hora de la cena. La tarde se me ha pasado volando y necesito ponerme con los deberes cuanto antes si no quiero trasnochar.

Sí, ya. Estoy admitida en la universidad, solo queda un mes para los exámenes finales y, en fin, ya me han quitado la posibilidad de ser valedictorian, así que en teoría no tendría por qué esforzarme tanto, pero no puedo evitarlo. Soy incapaz de no tener la tarea hecha.

Enciendo la luz de mi cuarto y dejo la mochila sobre la cama. Estiro el cuello hasta que cruje y, Dios, qué placer quitarse las zapatillas. Mientras camino hacia el escritorio saco el móvil del bolsillo trasero de los pantalones y reviso las notificaciones. En el bus de vuelta a casa he ido contestando a mis amigos, pero no a Hunter. Sé que sabe lo que ha pasado. Y no porque se lo hayan contado Nil y los demás, sino porque, para variar, @coticreek ha hecho de las suyas.


@coticreek: ¡nuevas y salseantes noticias, querides cotillas! ¿Habéis sido testigos de la MONUMENTAL pelea que han tenido Brody e Ivory en el pasillo? Nosotres no, pero nos la han contado y es muy fuerte. Al parecer, Brody le ha hecho algo a Ivory que le ha sentado mal. ¿Qué creéis que será? La relación entre estos dos no puede estar más tensa. ¡Nos mordemos las uñas, ávidos de información!


Por lo menos esta vez no soy la mala de la historia.

Cambio de planes. Me siento en el banquito que hay bajo la ventana y llamo a Hunter.

No tarda ni dos timbres en contestar.

—¿Iv? ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?

—Esas son muchas preguntas, Brooks —trato de bromear. Sé que no le engaño porque permanece en silencio. Suspiro—. ¿Estás en casa?

No hace falta que le explique nada más. Hunter me cuelga y, segundos después, se ilumina su habitación. Cuando descorre las cortinas de su cuarto, me siento igual que cuando éramos pequeños y nos pasábamos la noche hablando mediante vasitos de cartón conectados con un hilo.

—Ey —saluda, la voz ronca y preocupada—. Un día chungo, ¿verdad?

—Y que lo digas.

Lo que me gusta de Hunter es que jamás presiona. Nunca me pregunta si necesito hablar, porque conoce mis tiempos a la perfección y sabe cuándo estoy lista para contarle algo y cuándo necesito que me apoye en silencio.

—Brody le ha pedido a su padre que me nombre valedictorian.

Mi mejor amigo chasca la lengua. Sé que su frustración es tan grande y sincera como la que siento yo. También sé que no necesito añadir nada, como que mañana iré al despacho del director Pearson y lo rechazaré.

Es un alivio. Que nuestra relación no haya cambiado en estos últimos meses, especialmente después de lo que ocurrió el otro día. Quizás por eso he tardado tanto en llamarle, a pesar de haber visto antes su llamada.

—Joder.

—Ya.

—Mierda, Iv. Lo siento. Es... ¿quieres que pegue a Brody? Puedo volver a partirle una ceja, si quieres.

Apoyo el codo en el alfeizar de la ventana y la barbilla sobre la mano mientras sonrío de manera inevitable.

—No puedes arreglarlo todo con violencia.

—No, todo no. Pero igual te sientes mejor después de verle el ojo morado.

—Gracias, pero preferiría que no. ¿Qué clase de futura abogada sería si te pido que pegues a todos los que me hacen daño?

—Una promedio.

La sonrisa se convierte en una carcajada.

—Tendrías mucho trabajo, lo sabes, ¿no? Seguro que a lo largo de mi vida habrá decenas de personas que me hagan llorar.

Hunter ni siquiera parpadea cuando contesta:

—Nunca será demasiado, porque mi trabajo favorito es estar cerca de ti.

Me quedo sin saliva. Mi corazón se salta un latido. Un escalofrío recorre mi columna vertebral de arriba abajo.

No soy capaz de apartar mis ojos de Hunter. Tampoco de moverme. De hecho, permanezco quieta hasta que empiezo a sentir un cosquilleo en la yema de los dedos. Es muy parecido al que me acaricia el estómago. No son mariposas. Es más bien... como las alas de su tatuaje, tan oscuras, pero, al mismo tiempo, delicadas.

Seis letras: pájaro de plumaje negro brillante, alas grandes, cola con el extremo en forma de cuña, y pico negro, grueso y fuerte, más largo que la cabeza. Cuervo.

Nunca había pensado en esas aves como algo delicado hasta que Hunter decidió tatuarse.

Cuando me dijo lo que pensaba hacer, busqué toda la información posible sobre cuervos. Quería saber por qué había escogido precisamente ese animal, con la mala fama que tienen. Siempre se han considerado una señal de mal augurio y han formado parte de numerosas leyendas. Pensé que Hunter se lo tatuaba precisamente por eso, por las implicaciones tan poderosas que tienen y por ser mascota de dioses y brujas. Lo que descubrí gracias a mi investigación es que, a pesar de su reputación, también son listos; son capaces de razonar, de resolver problemas complicados y tienen memoria visual: memorizan las caras de la gente.

Fui yo quien le acompañé a tatuarse. Recuerdo que le pregunté por qué. Por qué las alas de un cuervo cuando se suponía que traían mala suerte.

Lo único que me contestó fue «metamorfosis.»

Nunca olvidaré su sonrisa cuando el tatuador terminó el trabajo y se vio al espejo por primera vez.

Resulta que, según algunas creencias, los cuervos también son el símbolo del destino, la transformación y, por supuesto, la metamorfosis.

Todo cobró sentido para mí; el porqué Hunter se tatuaba precisamente eso tras el divorcio de su madre y al filo de cumplir los dieciséis años.

No hay nada más delicado que un cambio. Es aleatorio, impredecible, tan susceptible de romperse y salir mal... Supongo que yo también necesitaría un recordatorio constante de que, aunque terroríficos, también pueden ser emocionantes.

Carraspeo y decido que lo mejor es cambiar de tema. Para ser alguien que conoce la definición de tantas palabras, Hunter es capaz de dejarme sin ninguna.

—Mis padres me han echado una buena bronca por llegar tarde a casa sin avisar.

La sonrisa que me dedica mi mejor amigo es socarrona.

—No me digas, Iv. ¿Te estás volviendo una rebelde?

—Qué más quisieras. ¿Sabes? Estaba con Miguel.

La oscuridad me hace ver cosas que no son reales porque, durante unos segundos, tengo la sensación de que la mueca de Hunter se tambalea.

—¿En serio? ¿Y cómo es eso? ¿No es avanzar muy rápido? No me engañes: sé que tienes una lista. ¿En qué paso estáis? ¿Uno, tres, diez?

—Cero —contesto, y me sorprende darme cuenta de que es verdad—. He decidido que, con él, me dejaré llevar.

Esta vez no me imagino la sorpresa que se refleja en su mirada.

—¿Quién eres tú y qué has hecho con Ivory Spencer?

Me levanto del banquito y me encojo de hombros.

—No sé. Igual sí que me estoy volviendo una rebelde. Me voy a hacer los deberes.

—Rebelde, pero no mucho.

—Ja, qué gracioso. Tú deberías hacer lo mismo, si quieres graduarte.

Hunter bufa.

—¿Para qué molestarme si Carlos me deja copiar los suyos?

—Eres incorregible.

—Gracias. Yo también te quiero.

Pongo los ojos en blanco y corro las cortinas.

♥︎ ♥︎ ♥︎

Al día siguiente, madrugo para reunirme con el director Pearson. Es una de las conversaciones más incómodas de mi vida, sobre todo porque no puedo explicarle que realmente rechazo ser la valedictorian por culpa de su hijo. El director intenta convencerme, pero no doy mi brazo a torcer. La reunión termina con un «no puedo evitar sentirme algo decepcionado, Ivory», que se me clava bien hondo en el pecho.

Decepcionar a la gente es una de mis peores pesadillas. Durante gran parte de la mañana, no me puedo quitar de encima la sensación de que he cometido un gran error. Si tan solo no fuera tan orgullosa o Brody no fuera mi ex... ¿Hubiera aceptado el valedictorian, aunque hubiese sido una decisión a dedo?

Brody me está esperando a la salida de mi clase de Biología.

—¿Ivy? ¿Podemos hablar?

Lo ignoro. Aferro con fuerza los libros contra el pecho y acelero el paso. Pero como mi ex es un desastre a la hora de captar indirectas me sigue.

—Lo siento. He hablado con mi padre y me ha dicho que, aunque yo no se lo hubiese pedido, te lo hubieran concedido a ti. ¿No te sirve con eso?

Tengo que hacer un gran esfuerzo para no gritar. Me acerco a mi taquilla y juego con el candado. No lo miro.

—Ivy, por favor. Solo quería hacer algo por ti, para demostrarte que te quiero y que estoy dispuesto a...

Doy con la combinación y me entretengo colocando los libros, aunque es ordenar sobre lo ordenado porque soy esa clase de friki que cada semana limpia su taquilla.

No contestar está siendo toda una odisea.

—Ivory —dice una voz. Cuando me giro y veo a Nil estoy a punto de echarme a llorar—. ¿Vamos juntos a Economía?

Cierro la taquilla y asiento.

—Claro.

Brody abre la boca para añadir algo, pero lo ignoro y cruzo mi brazo con el de mi amigo. En estos momentos, me siento como si Nil fuese una divina aparición caída del cielo.

—Gracias por salvarme —susurro.

Mi amigo me guiña un ojo.

—Obviamente.

Si conozco a Brody como creo que lo conozco, sé que esto no se quedará así. Intentará hablar conmigo de nuevo, pero tengo que mantenerme fuerte. Con él me siento como si caminara sobre la cuerda floja. Precisamente porque sé que lo del valedictorian no lo ha hecho con mala intención tengo miedo de flaquear y volver a caer.

♥︎ ♥︎ ♥︎

El entrenamiento de hoy en el club de baloncesto se me hace un poco cuesta arriba. El próximo viernes tendremos uno de los últimos partidos de la temporada y la entrenadora nos está metiendo tanta caña que el sudor me empapa por completo y tengo el flequillo apelmazado y pegado a la frente. Incluso la siempre impoluta y perfecta Hazel parece al borde del ataque al corazón.

Para cuando caminamos de regreso a los vestuarios, me arden tanto los músculos que me muevo como un robot y no paro de quejarme hasta que me meto debajo del chorro de la ducha.

—Nos va a matar —sentencia Hazel. Se ha enjabonado la melena rubia y el aroma a sandía de su champú inunda mis fosas nasales—. ¿Y si me salgo del club?

—Un poco tarde, teniendo en cuenta que nos quedan dos partidos —digo. Cierro el grifo y me ato la toalla alrededor del cuerpo. No sé cómo voy a volver a casa en autobús si ni siquiera me siento los pies. Cuando me dejo caer encima del banco, temo no poder levantarme nunca más—. ¿De verdad tienes pensado seguir jugando en la universidad?

—Claro. —Hazel me sigue, pero ella es inteligente y no se sienta—. Y también intentaré sacarme el título de entrenadora. Lo que me sorprende es que tú quieras dejarlo.

—No lo dejaré —aclaro. Me seco la piel y me abrocho el sujetador—. Pero jugaré con más calma. No creo que me dé tiempo a formar parte de ningún equipo si quiero sacarme la carrera con buenas notas. Además, ¿quién estaría dispuesto a darme una oportunidad, siendo tan bajita? En el Creek no he tenido problemas porque me apunté al club cuando todavía los demás no habíais pegado el estirón y ya era tarde para echarme una vez que me quedé atrás, pero no creo tener la misma suerte en Nueva York.

Hazel niega con la cabeza. Hay un buen ajetreo a nuestro alrededor, así que tiene que alzar la voz para decir:

—No seas tonta; sabes que eres una buena jugadora.

—Sí, pero eso lo sé yo, y puede que vosotras también. ¿Los demás? No estoy dispuesta a chupar banquillo solamente por mi altura.

Mi amiga tuerce el gesto. Sabe que este tema es algo delicado para mí, así que agradezco cuando cambia el rumbo de la conversación.

—Paris vendrá a verme este viernes.

—¿En serio? Guau. A ver, no tendríamos que felicitarle por ser un buen tío, pero es que el listón está algo bajo con los hombres.

—Eso mismo he pensado yo. —Hazel suelta una ligera carcajada que me contagia y se sube la cremallera de sus botas—. ¿Y Miguel?

—¿Qué pasa con él?

—¿Por qué no le invitas al partido?

Dudo un poco mientras me pongo una camiseta de color rosa pastel y estampado de margaritas.

—¿Tú crees? —pregunto. Me peino el pelo con los dedos y me levanto. Tengo que resistir el fuerte impulso de soltar un «¡ay!» cuando el peso de mi cuerpo vuelve a estar sobre los pies—. No sé yo si... ¿No sería raro? Que me presente con otro chico al partido cuando se supone que estoy saliendo con Hunter.

—Ah, ¿pero piensas seguir con eso ahora que Brody y tú parece que habéis llegado a un punto de no retorno? No creo que después de lo del valedictorian a él le queden esperanzas de volver contigo. Y estoy segura de que tú tampoco quieres volver con él, y menos ahora que estás conociendo a Miguel. En teoría, ya no tendrías por qué salir con Hunter, ¿verdad?

Se me escurren los pantalones de las manos y caen al suelo, pero ni siquiera me molesto en agacharme para recuperarlos.

Hazel tiene razón. Ahora que he encontrado a alguien que me interesa de verdad, fingir una relación con Hunter es absurdo. Podemos volver a lo de antes y librarnos de momentos tan incómodos como los de este fin de semana.

Es una buena noticia, ¿no es cierto?

Entonces, ¿por qué me siento tan... vacía?

Las prisas de la entrenadora me libran de responder. Esta señora es todo un militar y no le gusta que remoloneemos en el vestuario más tiempo del necesario, así que entra y nos jalea con unas palmadas. Hazel y yo apenas tenemos tiempo de terminar de vestirnos y guardar la ropa sucia en las bolsas de deporte antes de salir a toda prisa. Como es habitual, la hermana de Hazel la recoge en coche. Grace es solo un año menor que nosotras, pero es tan madura que, en ocasiones, se comporta un poco como la madre de Hazel. Bueno, en ocasiones no.

Grace hace sonar la bocita a modo de despedida y yo me quedo sola en la parada del autobús. Como es el último que pasa por el Creek para todos aquellos que tenemos alguna actividad extraescolar, está hasta arriba y tengo que apretujarme en uno de los asientos del fondo y hacer malabares para colocar sobre mi regazo la mochila de deporte y la que guarda mis libros de texto.

Intento impedirlo, pero no es fácil evitar que tu cabeza eche a volar cuando sentada junto a ti tienes a un par de críos de secundaria con las hormonas revolucionadas que parece que solo saben hablar a gritos.

No puedo quitarme de la mente las palabras de Hazel.

Lo mío con Hunter, eso que ni siquiera tendría que haber empezado, tiene que llegar a su fin. Es algo que ya sabía. Al fin y al cabo, acordamos dejarlo antes del baile de graduación. Y, aunque todavía queden unas semanas, creo que ha llegado el momento de adelantarlo. Es lo lógico. Si quiero seguir viendo a Miguel como un futuro algo tengo que cortar con Hunter. Y no es como si fuese a dejar de verle para siempre. Es mi mejor amigo. Solo dejaríamos de besarnos.

Puedo sobrevivir sin sus besos, por muy buenos que sean y por mucho que me pong... El autobús da un frenazo y casi que lo agradezco, porque estaba empezando a calentarme al pensar en la forma que tiene Hunter de morderme el labio inferior.

Sí, es lo mejor. Cortar con él. Definitivamente.

Creo que puede ser una buena idea eso de invitar a Miguel al partido. Él me habló de su grupo de música, así que me gustaría compartir con él el baloncesto porque también es una parte muy importante de mi vida. Me imagino que @coticreek hará de las suyas, pero no me importa. Si me obsesiono con el qué dirán no haré nada. Y realmente me apetece que venga. Me apetece verle.

Más tranquila ahora que tengo planes en el horizonte, me bajo del autobús y entro en casa. Tengo una ruptura que organizar.

♥︎ ♥︎ ♥︎

No puedo hacerlo.

Tengo las palabras en la punta de la lengua, lista para decirlas. Hunter está sentado junto a mí mientras comemos un plato de guisantes precalentados para cenar y vemos un capítulo de Friends en la televisión. Es fácil.

Tenemos. Que. Romper.

Dilo, Ivory.

DILO.

—Están sosos.

Hunter se incorpora y me lanza una larga mirada.

—No me toques las narices. No he tenido tiempo para hacer la cena, con todo eso de vigilar a Mia y a su novio.

Me muerdo el labio inferior para ocultar una sonrisa.

—Cuando tenías la edad de Mia tú...

—Bueno, es que yo siempre he sido un puto desviado —me interrumpe—, pero sabes perfectamente que no perdí la virginidad hasta los dieciséis. Me encantaría que Mia tardara un poco más.

—Pero es que no depende de ti. A ver, yo también creo que es muy pequeña, pero... No me digas que estás actuando de esa forma tan sobreprotectora porque Mia es una chica y tú eres hombre y te ves en la obligación de mantener su «pureza» cuando sabes que todo eso no es más que una tontería y un constructo social y...

—Me comporto así porque es mi hermana pequeña. Y los tíos somos unos capullos y no quiero que le hagan daño. Además, le prometí a mi madre que tendría cuidado con ella.

Esta vez no reprimo la sonrisa. Hoy la madre de Hunter tiene turno doble, así que tiene que cuidar de su hermana. Como siempre ocurre cuando todo se le hace bola, me ha llamado a mí para que le ayude. Ese es el motivo por el cual estoy cenando en su casa unos malditos guisantes de lata en lugar del pavo con manzana que ha preparado mi madre.

—Das por sentado que su novio le hará daño.

—Obviamente. Tú misma lo viste: se toma muchas libertades con mi hermana.

—¿Por qué será? —pregunto, con ironía—. ¿Tal vez porque es su novio?

—No me gusta para Mia. Tiene flequillo. En la cara. Como un delincuente.

Me echo a reír de manera tan escandalosa que estoy a punto de tirar el cuenco con los guisantes.

—A mí siempre me ha parecido un buen chico. ¿Has visto cómo mira a tu hermana? ¿Viste cómo la tomó de la mano, con esa inocencia y con esa timidez propia de los preadolescentes? ¿Y ese besito de despedida que se han dado ahora?

Hunter casi pega un brinco.

—¿¡Se han besado!?

—¡Ha sido un pico!

Lo único que impide que Hunter deje el bol sobre la mesita auxiliar y corra escaleras arriba es que le agarro del brazo y le obligo a tomar asiento otra vez.

—Joder —masculla. Aprieta la mandíbula y juega con desgana con los guisantes—. ¿En qué momento se ha hecho tan mayor?

Le doy un par de palmaditas en el brazo y me acurruco junto a él.

No puedo dejarle ahora. Está en plena crisis fraternal. Sería tan cruel como dejar a alguien después de la muerte de su hámster. No, puedo esperar. De todas formas, aún queda para el partido del viernes. Y tampoco he invitado a Miguel.

Sí, tampoco hay que apresurar las cosas. ¿Qué problema hay si Hunter y yo salimos juntos un poco más? «Ninguno», me digo, y trato de concentrarme en la televisión e ignorar el cosquilleo que siento en la piel de mi pierna ahora que Hunter ha apoyado la mano sobre ella.

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