IGSAUI HOSU 《YoonMin》 [#PGP20...

By ALAdrada

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Min Yoon Gi es un investigador privado al que diagnostican un tumor cerebral. Sin dinero para costear la oper... More

❐ Antes de... |Booktrailer e información|
0 | Lo he descubierto
1 | Encargo
2 | Encuéntrale
3 | Chis, chis
4 | El llanto del muerto
5 | Ayúdame
6 | Ahn Ra
7 | Sueño vívido
8 | El crimen de Igsaui Hosu
9 | Zapatos
10 | El pasado de Yoon Gi
11 | Tu sitio está con nosotros
12 | Yo, el asesino del lago
13 | El espejo
14 | La pulsera del muerto
15 | Los milagros existen
16 | Regreso
17 | Quiero volver a verle
18 | El plan
20 | Lo mejor que me ha pasado
21 | La cueva
22 | Melocotones
23 | Mi mejor amigo
24 | La ruptura del vínculo
25 | Igsaui Hosu te invita a su nuevo comienzo
26 | Epílogo
❐ Extra |Premios pt 1|
❐ Extra |Premios pt 2|

19 | Igsaui Hosu engulle a los que no lo superan

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By ALAdrada


—¿Mi abuelo?

Seok Jin dispuso un enorme bol de fruta y un par de tazas de café sobre la mesita, junto al sofá, mientras su hermana colocaba en el centro una cafetera humeante y a continuación abandonaba la habitación, en silencio. El aroma a tostado impregnó la estancia.

—No hay mucho que contar. —Le observé verter el líquido negro en los recipientes y servir el hielo—. Era un hombre pobre pero honrado y un gran ejemplo para todos. Andaba delicado de salud. Falleció hace tres años.

Me tendió una de las tazas, que me limité a mirar mientras se acomodaba en el suelo, frente a mí, con la suya entre las manos.

—¿Por qué me preguntas por él? —Se interesó, claro—. ¿Estás investigando algo? Tenía entendido que te habían contratado solo para encontrar a Jeon Jung Kook.

Me dediqué a remover el café, en silencio. Por lo poco que había visto, Seok Jin era una persona algo temperamental. Si le confrontaba con la hipótesis que tenía, se ofendería y me diría todo lo que supiera.

—¿Es secreto profesional? —Ladeó la cabeza—. ¿No puedes contarlo? ¿Qué estás buscando?

—¿Has escuchado alguna vez el llanto del muerto?

Mi pregunta le hizo palidecer.

—No. —Le dio un sorbo a la bebida, incómodo—. Nunca.

—Claro que no —remarqué, despacio—. Es del todo imposible que lo hubieras hecho puesto que ese llanto no existe —expuse—. Solo se trata de una historia que tu abuelo se inventó cuando asumió la alcaldía a fin de levantar la maltrecha economía de un pueblo que había caído en desgracia debido las numerosas desapariciones de niños. Unas desapariciones de las que su propio padre era responsable y que, de algún modo, había que tapar.

—¿De qué estás hablando?

—Hablo de que el fallecimiento de Ahn Ra vino de perlas para que el asesinato de Park Jimin no trascendiera y hablo también de que el hecho de que ahora la gente se tire al lago genera turismo y, por lo tanto, ingresos. —Me pareció que la tez se le agriaba—. ¿No le dijiste tu mismo a Jung Kook el otro día que la leyenda os daba de comer?

Los ojos le relampaguearon en rabia. Ya estaba. Lo tenía justo donde quería. Solo me quedaba darle el empujoncito final.

—Fue tu abuelo el que empezó toda esta mierda, ¿verdad?

—Mi abuelo no tiene nada que ver.

Perfecto. Acababa de reconocer que mi teoría era cierta.

—¿De verdad crees que no? —seguí tirando—. ¿En serio?

—¡Sí, en serio! —Soltó la taza, con tanta fuerza, que el plato botó—. ¡Cómo te atreves a venir a mi casa y acusar a mi familia así! —estalló—. ¡Cómo te atreves a suponer siquiera que hacemos algo tan atroz! ¿Crees que nos inventamos la historia? ¿Que me gusta ver muertos flotando en el lago cada dos por tres? —Me mantuve impasible—. ¡Pues no es así! ¡No es así, mierda! ¡Mi abuelo vio al muerto! ¡Aunque no te lo creas, aquí hay un espíritu!

—Eso ya lo sé —respondí con toda la templanza posible—. Yo también lo he visto.

—¿Qué? —La revelación le terminó de descolocar del todo—. ¿Que has visto a quién?

—Al muerto —repetí—. He visto el alma atrapada y no es una mujer de blanco, empapada y descalza, que vaga por las noches llevándose a los pobres desenamorados como te empeñas en hacernos creer —le solté, sin más—. Solo es un chico normal, amable y, por cierto, muchísimo más considerado que la mayoría de los vivos, que murió porque descubrió lo que el padre de Ahn Ra hacía. —Le clavé una mirada arisca—. Pero estoy seguro de que eso tu ya lo sabes, ¿no? Tu abuelo le conoció y te lo debió de haber contado. Además, ¿no presumes de haberte leído todos los documentos del archivo?

Las pupilas se le dilataron. Bajó la cabeza, removió la taza, la cogió y después la volvió a soltar para a continuación volver a removerla.

—Ahora dime otra vez que me gusta suponer que hacéis atrocidades sin fundamento.

Rompió a sollozar.

—No... —musitó—. La idea no fue mía... Yo no lo hago... Mi función es mantener la leyenda activa en Internet y manejar a la prensa... —Levantó la vista, inundado en lágrimas—. Nunca quise que muriera nadie y... Esto es... Es una pesadilla continua...

—¿Y quién orquesta el asunto? ¿El señor Kim?

—Yoon Gi, por favor, déjalo estar. —La súplica sonó ahogada—. Vete del hotel hoy mismo. Vuelve a casa y dile a Jung Kook que haga lo mismo.

Apoyé los codos en la mesa.

—Si lo dices porque temes por mi seguridad llegas un poco tarde. —Esbocé una mueca burlona—. Ya trataron de matarme el otro día.

No pudo contestar. Los pasos en el pasillo, apremiantes, le hicieron limpiarse los ojos a toda prisa y aclararse la voz, antes de erguirse y coger la taza, con aire desenfadado y diría que incluso petulante.

—Es la primera vez que Ahn Ra permite a alguien regresar —dijo, sin venir a cuento—. Creo que lo hizo porque se equivocó. Ella solo colecciona almas que sufren desamor pero Jeon Jung Kook era correspondido.

La cabeza de un mujer de mediana edad se asomó entonces por la puerta. No me costó reconocerla. Era una de las personas que trabajaban en la preparación de las habitaciones del hotel.

—¿Ya estás otra vez con esas historias, hijo?

Entró y, diligente, se dirigió a las estanterías, con un plumero en la mano que deslizó con energía por las baldas. Era su madre.

—El joven investigador va a pensar que el único atractivo de nuestro pueblo radica en la leyenda.

¿Y no lo era?

—No, para nada, señora, su aldea me encanta. —Me esforcé por poner cara de tonto—. El lago el precioso, el paraje que lo rodea ni se diga y su gente me parece muy hospitalaria —improvisé—. Solo hablábamos de Ahn Ra porque tengo pensado escribir un libro. —Tomé la idea de Jimin—. Una novela sobre fantasmas.

Estuve paseando el resto del día, rastreando, para variar, la inmensidad de las aguas y el bosquejo colindante, hasta que el manto oscuro sumió la senda en las sombras y decidí regresar a mi habitación.

Seok Jin me había ayudado bastante. Hasta ese momento mi concepto de él no había sido bueno y hasta le había llegado a considerar un sospechoso relevante. Sin embargo, ahora entendía que su actitud sólo era una fachada necesaria para sobrevivir en Igsaui Hosu. En realidad estaba asustado. Sabía lo que ocurría pero temía por su propia seguridad y...

¡Joder!

Di un brinco. Una niña pequeña, de unos seis años con un vestido que a la luz de la luna parecía blanco y el cabello peinado en dos trenzas deshechas apareció de improviso.

—Yoon Gi —me llamó por mi nombre—. Yoon Gi, duerme.

Di un par de pasos, sin atreverme a acercarme. Sus ojos infantiles eran profundos y muy oscuros, tanto como su semblante, rígido y frío.

—Duerme.

Abrí la boca pero en seguida desapareció y en su lugar a quien me encontré fue a mi ya casi inseparable Yoongito, contemplándome con su ridícula cara de tarta redonda.

—¿Y tu qué quieres ahora? —Retomé la marcha—. No tengo ganas de hablar contigo.

Le atravesé. Al hacerlo, me dedicó una mueca ofendida.

—Ay... Qué poco tacto... —Se quejó pero, en un segundo, ya le tenía al lado otra vez—. ¿Ves? Hasta los muertos dicen que tienes que dormir.

—Sí, sí.

—Ve a descansar.

—No eres mi padre.

—Pero dormir es felicidad.

—Cállate.

Entré en el hotel con su mosqueante run run de fondo al que me negué a atender. Menos mal que en cuanto me senté en el sillón del recibidor se calló porque de lo contrario le habría terminado tirando alguno de los relojes de la pared a la cabeza y habría quedado como un loco.

—Muchacho, ¿qué haces aquí tan tarde? —El señor Kim no tardó en aparecer—. Son casi las doce.

Le observé, pensativo. Ahn Ra y las almas que sufrían desamor.

Desamor...

—Sigo sin poder dormir —me lancé. Venga, a por todas y que fuera lo que tuviera que ser—. Cuando me pregunta por Jimin siempre le digo que estoy un poco mal pero la verdad es que me siento mucho peor que eso.

El hombre se mantuvo en silencio, expectante.

—Todo es una mierda a mi alrededor —continué—. Cuando amanece trato de animarme y me digo a mí mismo cosas como "debo seguir adelante" o "que un tío me haya dejado no es el fin del mundo" que suenan lógicas en mi cabeza pero tan estúpidas en mi corazón que no me sirven de nada. —El abatimiento se apoderó de mí; a fin de cuentas, no le estaba diciendo ninguna mentira—. Y, cuando llega la noche y comprendo que el día ha acabado y él sigue sin regresar, me pongo peor. —Me froté los ojos—. Me siento como si una apisonadora me hubiera pasado por encima. Solo quiero llorar.

—Ay, muchacho. —Los ojos del señor Kim se imprimaron de una profunda comprensión—. Ven, anda, que te invito a un té.

¿Té? Vaya por Dios. Al parecer a los Kim les encantaba ofrecer las bebidas calientes que yo tanto solía evitar. Las tenía asociadas a mi madre, una apasionada de las cerámicas y las cafeteras, y me generaban rechazo. Sin embargo, en esta ocasión, acepté la taza humeante que me tendió en las cocinas, unas estancias en donde nunca había estado, llenas de fogones de gas, encimeras metálicas resplandecientes y una enorme cámara frigorífica.

—Este té es una mezcla cuidada de plantas tradicionales que ayudan a combatir el insomnio —me explicó, ceremonioso—. Te ayudará a sentirte mejor.

Metí la nariz en el vaso. Olía a flores dulzonas y estaba bastante caliente pero aún así me lo bebí casi de un trago y sin respirar. La niña había dicho que tenía que dormir y Yoongito también.

—Y ahora, joven, si me disculpas, es hora de que me retire. —Señaló el único reloj, colgado en medio de los azulejos blancos. Marcaba casi la una de la madrugada—. Espero que te repongas de la decepción amorosa —me dijo entonces—. Ya sabes que Igsaui Hosu engulle a los que no lo superan.

Lo tenía claro. No por nada había decidido mostrar mi pena. Quería ver lo que ocurría. Lo que le había pasado a Ninah y a los demás. Tenía que destaparlo a toda costa. Total, ya había perdido tanto la salud como la esperanza de ser feliz. Me daba igual lo que me ocurriera.

La quietud, gélida y oscura, reinaba en el primer piso. Las suelas de mis zapatillas chirriaron sobre el suelo impoluto acompañadas del sonido de mi propia respiración. El eco me hizo apretar el paso. Aunque me conocía el corredor, era imposible acostumbrarse a aquel ambiente. Además, me sentía inquieto ante la incertidumbre de lo que vendría.

Menos mal que había espantado a Nam. No hubiera podido soportar que lo dañaran aún más. También me alegraba de no haber compartido el plan con Hye Ri y de que Jung Kook estuviera lejos, en la montaña. Los apreciaba y quería protegerles. Quería que fueran felices.

—Vuelve.

El susurro, lejano y casi imperceptible, me detuvo al girar la esquina.

—Vuelve conmigo... Vuelve...

Miré a mi alrededor. No había nada, a parte de la cortina que ondeaba bajo el frío nocturno de una ventana abierta.

—Yo sé que no estás muerto... No lo estás...

Rayos. Retrocedí. ¿Ahn Ra? No, eso era imposible. Ahn Ra era yo. Busqué la luz pero, para variar, me encontré con que se había ido. Genial.

—¿Hola? —Me dirigí al aire—. ¿Quién eres?

El retumbar de unos pasos me alertó hacia la derecha pero, antes de que pudiera moverme, cambiaron de sentido y los empecé a sentir por la izquierda. Giré en círculos, a ciegas.

—Yoon Gi... —La sienes me taladraron—. Yoon Gi... Yoon Gi... Yoon Gi...

¡Mierda!

Eché a correr y descorrí todas las cortinas al paso, en busca de la luz suficiente para detectar el origen de aquello.

—Tu me entiendes. —Me pareció que una silueta se recortaba al fondo—. Estás sufriendo como yo.

La vista se me empezó a nublar. Me esforcé por no perder el enfoque pero me mareé. La figura se esfumó. ¿Qué estaba pasando? Mi plan de convertirme en víctima había funcionado pero algo no iba bien. Yo no iba bien. Quería registrar el pasillo y lanzarme hacia aquella mujer, o lo que fuera, pero el cuerpo no me respondía. Lo sentía cansado. Apenas lo podía mover.

Me apoyé en la pared y me arrastré hasta el balcón, en donde la claridad de la luna entraba con más intensidad, y, en el camino, tiré un montón de relojes. Me agarré a la barandilla. Las piernas no me obedecían. Me sentía anestesiado. ¿Era cosa del té? Demonios; claro que tenía que ser ese puto té.

—Yoon Gi. —Mi nombre retumbó de nuevo. Ya no sabía si estaba fuera o dentro de mi cabeza—. Tu tampoco puedes vivir sin él.

Una presencia se me pegó a la espalda pero, como ya no le tenía miedo a nada, me giré. El bulto se me echó encima. Saqué fuerzas de donde no las tenía y me tiré contra la pared. Su agarre era fuerte pero yo me había metido en peleas cientos de veces así que forcejeé hasta que conseguí asirle por el cuello y estrellarle contra un inmenso reloj, a ciegas. Me pareció que caía. La caja de madera se rompió. El péndulo terminó en el suelo. El estruendo que generó rompió la quietud del pasillo y me colapsó la cabeza. Lo sentía como si tuviera campanas dentro.

—Tírate.

Otra vez no. ¡Otra vez esa mujer no! Me apreté las sienes.

—Yoon Gi, tírate, y ponle fin —sentenció—. Deja de sufrir.

No. Y una mierda. No.

—¡Tírate! —Me doblé sobre mí mismo. Aquella voz me resultaba tan ensordecedora que me lastimaba los tímpanos—. ¡Estás solo! ¡No sufras más! ¡Nunca te amó!

Mentira. Jimin me quería. Era una de las pocas cosas de las que estaba seguro.

—¡Hazlo! —siguió—. Te abandonó, ¿no te das cuenta? ¡No volverá! ¡Nunca volverá!

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