The Right Way #2

By MarVernoff

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《Segundo libro》 Transcurridos más de un año y medio desde los hechos del quince de abril, Sol no es l... More

SINOPSIS
Sigue Sin Ser Para Ti
Epígrafe
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1
2
3
Carta #1
4
Carta #2
5
"Misbehaved"
6
"Crashed Fairy Tale"
7
Carta #3
8
"The Truth That Never Happened"
9
Carta #4
10
"No Choice"
11
Carta #5
12
"Utterly Mistaken"
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Carta #6
14
"Deal"
15
Carte #7
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"Play Along"
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"Moonchild"
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"According to the Plan"
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Interludio
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Capítulo Final
EXTRA I: Error.
EXTRA II: Hallacas y Glüwein.

31

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By MarVernoff

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"And I will never sing again
And you won't work another day
With just one wave it goes away
It will be our swan song"
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Advertencia: mención de trabajo de necropsia, escena en la morgue y altos grados de sentimentalismo. Proceda con cuidado.

¡Está muerta, muerta!

Ese grito inyectado de pavor, altos grados de horror y lástima se repite una vez tras otra, como vivir miles de penas y revivirlas en un bucle pérfido, infinito. Pasado un segundo los murmullos desaparecen, ¿dónde se ocultaron las voces? ¿Dónde hallaron refugio las caras ajenas?

Era de noche, lo recuerdo, el cielo se unía al océano, desdibujando la línea que el sol remarca.

Reafirmo el agarre en el cuello de Sol pendiendo de mis brazos, inconsciente, logro arrodillarme en la arena abrazando su cuerpo laxo contra mi pecho, cientos de piedras pequeñas hincadas en mis rodillas, raspando mi piel.

Millones de reproches, reclamos y exigencias se arremolinan en el fondo de mi garganta, ásperas, despidiendo veneno. En mi paupérrimo intento por vaciarlas, por despejarme y es un roto vocales jadeo lo que raspa mis cuerdas vocales anunciando la venida del llanto agraviante, me doy cuenta que mi voz también desapareció.

Confuso, perdido en el avasallante vaivén de emociones, cierro los ojos y ahogo el grito reverberando desde confines sangrantes y lastimados, besando el rostro de Sol. Su frente, su sien, suaves mejillas, la punta de su nariz, mentón y tersa boca, como un desesperado confiando que la fuerza de unos besos aplacaría la llama ferviente del dolor.

Vagamente registro susurros, pedidos, manos deformes tratan de tocarme, arrebatarme a Sol de los brazos. La estrecho contra mí, percibiendo sus huesos bajo mis dedos, la ciño, como si soltarla significase perder la cordura, eso es verdadera, tan cierto, como el grito turbio de la desconocida acuchillando mi mente de nueva cuenta, exponiendo la herida, devolviendo detalles a un mundo sumido en penumbras.

Las voces vuelven, las figuras reaparecen y la imagen de un par de botas echadas sobre una lona negra me sacude vilmente el corazón.

Coloco un brazo de Sol alrededor de mi cuello, estabilizo su peso presionando su nuca y rodillas en la coyuntura de mis brazos y me pongo de pie, alerta, cada sentido agudizado, con las manos temblando y el juicio cayendo por un vórtice sin retorno.

—¿Qué ocurrió? ¿Qué pasó?—bramo, retrocediendo cuando un sujeto trata de quitármela—. ¡¿Qué carajos le hicieron?! Quítenle esa mierda de la cara, ¡¿cómo pretende que respire?!

Reviso alrededor, buscando una cara completa, ninguna tiene ojos, ni boca, son un masa de piel sin forma.

—Señor, le pide que retroceda, no puede...

—Esa muchacha de ahí es mi amiga, Lucrecia Fernandes, déjeme verla, necesito hablar con ella—las palabras salen de mi boca sin pensar en ellas, lo que pienso y lo que digo pierde enlace.

Doy un paso al frente, se entromete en mi camino.

—Señor, lamento...

—¡Apártese! ¡No tengo tiempo para usted!

—Por favor, necesito que se calme—pide insistente la voz—. No se puede hacer nada, la señorita está...

—Cuidado con lo que dice—le interrumpo, escucharlo significa recibir otra estocada—. Una información errónea le puede costar el trabajo.

—Está muerta, lamento su pérdida, pero no puedo permitir que se acerque—un dejo de frialdad se filtra en su cruda cortesía—. Permita que los paramédicos tomen a la señorita, necesita ser atendida inmediatamente.

Reviso el semblante pálido de Sol, las piernas sobresaliendo de aquel abrigo negro, el revuelo absorbiendo mi sentido de orientación. Todo se trata de una mera confusión, una broma de pésimo gusto, nada más.

Un par de mujeres infundadas en uniforme azul marino me indican que me acerque a la ambulancia, reduzco la distancia en unos cuantos pasos hasta apoyarla en la camilla, soltando mis dedos como ganchos de su ropa.

Es un error, uno dantesco y monumental.

Lulú aparecerá entre la multitud, apartando la masa de gente como ese profeta el mar con su bastón, descalza y seguramente nerviosa hasta la puta médula, le quitaré unos centímetros de estatura más cuando me escuche, por su irresponsabilidad causó el retraso de un vuelo pactado desde hace meses, un desmayo a Sol y el cese de mi pulso ahora jodidamente frenético.

Tratan de subir la camilla al interior de la van, aferro la mano como garrote al borde, prohibiendo el movimiento.

—No la alejen de mí, trabajen aquí, donde pueda verla—sentencio, volviendo la vista al hombre—. Señor, vine aquí con mi novia a buscar a nuestra amiga, no más de un metro cincuenta, cabello negro encima de los hombros y ojos verdes, no contesta las llamadas y veo que le han robado más que el celular, también sus botas, ¿la habrá visto por aquí?

Estudia mi cara tratando de dar con algo que se escapa de mi entendimiento, no puedo ocupar la mente en nada más que Sol despierte, encontrar a Lulú y desaparecer de este pútrido sitio.

—¿Es usted familiar?

Siento un molesto ardor en el cuello ascendiendo como hileras de espesa agua hirviendo.

—Sí, prácticamente lo soy.

Le hace una seña con la mano al oficial parado como una estatua a su costado, se cubre la mano con un paño y de una bolsa transparente extrae una tarjeta que me muestra, derrotando de un certero derechazo las agallas que me mantenían colectado en mi inconsciencia impuesta como barrera en contra del dolor.

Lucrecia Lucía Fernandes Souza.

Descubro que la inusual sensación recorriendo y sellando con trágica libertad mi garganta, es el llanto avisando su llegado.

—¿Es esta la muchacha que busca?—asiento, previendo el cierre agresivo de mis pulmones—. Hace minutos una pareja la encontró en la orilla de la bahía, todo indica que sufrió un ahogamiento. Le ofrezco mi más sinceras condolencias, mi equipo y yo haremos todo lo que esté en nuestras manos para llegar a una conclusión.

Está ahí, a menos de veinte metros de mí, lo veo, lo contemplo, me restriegan la realidad en la cara, no lo creo, no puedo.

—No es ella—persisto aprensivo—. Le exijo que movilice a su equipo y de con ella, mire este puto desastre, puede...

—Eros.

Sol murmura mi nombre, un quejido enredado en la incertidumbre. Tomo su mano y besos con fervor sus nudillos, empujando lejos el ímpetu desgarrador de la aceptación.

El par de palmetazos en el cuello apaciguan débilmente la intensidad abrumadora creciendo en mi garganta. No es ella, no es ella.

Aún repitiendo el mismo mantra como consuelo, me escucho susurrar:

—Cúbranla con una manta. Su ropa está mojada, debe tener frío.

Leo y acato la conmoción en el bonito y perturbado rostro de Sol, los hilos sujetando mi voluntad se rasgan un poco más cuando sus ojos grandes, repletos de dolor y angustia se clavan en los míos, en busca de una respuesta a una pregunta que jamás esperé escuchar.

—¿Es real?—solloza—. ¿Está... muerta?

La pregunta va dirigida a mí, sin embargo, la tomo como referencia, porque también necesitaba realizarla.

Acuno su rostro entre mis manos, atestiguando sus orbes lentamente colmarse y brotar lágrimas gruesas, densas, atestadas de una cadena indisoluble de emociones. Dolor, melancolía, una irreverente ira y la estela de la resignación.

Beso su frente y apoyo el mentón sobre su cabeza, presionado con fuerza descomunal su cuerpo trémulo entre mis brazos. Recibo las sacudidas provocadas por los intensos sollozos, un llanto desgarrador e inexorable.

Lo sabemos, lo vimos, pero ninguno lo cree.

—Fue él, fue Henry, él la mató, ¡él lo hizo!—vocifera, su voz vibrando de cólera y dolor.

—¡No me ponga las manos encima, maldición!—el gruñido de Ulrich levanta un segundo muro de tensión—. ¿Cómo que una escena del crimen? ¡¿Qué demonios me dice, hombre?! ¡Apártese!

Sus pasos pronto se detienen a mi costado.

—¿Me puedes explicar qué es este revuelo?

Las manos temblorosas de Sol se aferran a mi camisa.

—Está muerta, Lulú, está muerta—dice, como si necesitase repetirlo para darle sentido.

Mi cabeza se descompone, pienso en todo y en nada a la vez. La existencia se reduce a respirar y poco más.

—Qué bazofia dices, como va a estar muerta, a ver—escupe furioso—. ¿Quién es el jefe en esta mierda?

El tiempo parece transcurrir en suspenso. El agobio y desconsuelo me acechan con hambre.

—Señor, detective Franco, del departamento de homicidios del estado de Nueva York, asumo que son familiares de la señorita Fernandes—Ulrich afirma, escuchando atento lo que el hombre tiene para decir—. Se me informó que paramédicos presentes procedieron con el RCP, sin embargo, la señorita lastimosamente no mostraba ningún signo de vida al momento de ser hallada.

Ulrich se rasca la barba, como si no encajara la información en su significado.

—Revívanla.

—Señor...

—Ulrich Tiedemann—le interrumpe con frivolidad—. No tengo ni un gajo de idea de cómo hará usted y su equipo, detective Franco, pero esa niña de aquí tiene que salir caminando.

El oficial toma aire.

—Señor Tiedemann, comprendo que son momentos difíciles, pero no podemos hacer más.

—No, es que usted no me comprende, en casa tengo una esposa, dos niños y una linda chica que acaba de tener un bebé esperando el regreso de esta muchacha, no seré yo quien los vea a la cara y les diga que no la verán nunca más—pronuncia, imposibilitado de retener el quiebre de la voz—. ¿Cuánto cuestan dos vidas, detective? Usted que ha sido testigo de la miseria humana y sus consecuencias, ¿qué valor le concede a la vida? Lo que pida, todo se lo soy, si llego a enterrar a esta niña, se me muere la que tengo en casa.

El llanto de Sol cesa repentinamente, la preocupación aflora en mi pecho con brío. Intento obtener un vistazo de su rostro, ella se niega en rotundo, escondiéndose con pavor en la camisa, sus manos sujetas con violencia a la tela.

Trazo líneas y esquemas sin forma con la punta de los dedos a lo largo de su espalda prensada, un gesto de alivio y confort que funciona con una pizca de alivio y reciprocidad.

—¿Qué fue lo que ocurrió?—inquiero, sonando ronco, afectado.

—Una pareja la encontró en la orilla del mar—informa con recelo—. Se presume que la causa del deceso fue ahogamiento.

—¿Me está diciendo que se ahogó en un sitio donde el agua no le cubre los talones?—interroga Ulrich, un tono violento que provoca el retroceso del sujeto—. ¡Hablen con lógica, por favor!

—Desconocemos los hechos con exactitud, Señor Tiedemann, el equipo en la mañana comenzará las investigaciones pertinentes.

—En la mañana no, ahora, bajen la luna y suban el sol, iluminen el sitio con todas las linternas del país no me interesa, esto se resuelve ahora, No quiero a nadie más dentro de este maldito parque que los organismos forenses.

El detective rebota la cabeza con falsa seguridad.

—Haremos lo posible para llegar al fondo de esto.

Ulrich profiere un sonido de desprecio, se toma la cabeza entre las manos, halando mechones de cabello, brutalmente desesperado.

—No sé que hacen aquí, ¡busquen ese hijo de puta, él hizo esto! ¡Rápido, carajo!

El hombre levanta las cejas y la pequeña libreta de notas, irguiéndose con claro interés.

—¿A quién se refiere?

—A... no conozco su nombre, ¡Helsen! ¿Cómo...—Ulrich lanza miradas tras él—. ¿No ha llegado?

—Henry Spitter, militante de la fuerza aérea—comunico, masajeando el cuero cabelludo de Sol con paciencia—. El guardia de seguridad la trajo hasta aquí a las ocho y trece de la noche, tenía una cita con su hermano, un chiquillo de no más de doce años, supuestamente Helsen vendría a recogerla pero el mensaje jamás le llegó.

»Ese hijo de puta la sometió abusos y agresiones por años, hace meses contactó con su hermano, este tipo ordenó visitas en su casa por no más de quince minutos, días atrás Lulú decidió interponer la denuncia en su contra a su regreso del viaje que tenían planificado para esta noche.

—No puede ser Henry Spitter—interviene el oficial—. Ese hombre estuvo en la comandancia denunciando el hurto de sus pertenencias en el momento que recibimos la llamada del seguridad del parque, antes de las nueve, recibió una puñalada, un centímetro más y le perfora el plexo solar, ha dicho que acaba de regresar de Texas.

Mi puto corazón cesa de latir.

—Lulú tenía una daga, la llevaba a todos lados, yo se la regalé hace años—cada palabra más pesada y ardiente que la anterior—. Es morada, tiene una piedra amatista en el mango y su nombre inscrito en la hoja, no mide más de doce centímetros.

El detective arranca la hoja y se la tiende al oficial.

—Busquen una daga con estas características, en la arena, en los contenedores de basura, donde sea—demanda—. Envía una patrulla a la residencia del señor Spitter, llévenlo de regreso a la jefatura.

La rabio del oficial suena distorsionada, se aleja unos pasos y poco después regresa, una expresión tensa afianzada a sus facciones toscas.

—Señor, ¿puede venir un momento?

El detective nos hace una señal de espera, detrás de él a metros de distancia, la pútrida escena del cuerpo siendo encerrado en una bolsa negra me revuelve de manera insidiosa y asquerosa el estómago.

Trago la desazón ciñendo los brazos con mayor ahínco alrededor de Sol, pero no desaparece, el sabor a hiel se queda impreso en mi lengua, un recordatorio indisoluble que esto, no es más que la repugnante realidad.

Sello los párpados, percibiendo el ir y venir de las pisadas consistentes y agresivas de Ulrich, como una bestia enjaulada.

—Los vecinos de la familia Spitter alertaron la irrupción de un hombre en la propiedad, al parecer tenía sometido a Spitter y a su mujer con un arma de fuego—menciona el detective a su regreso—. ¿Podría ser su familiar?

—Mi hermano, Helsen Tiedemann, haciendo el trabajo que a ustedes, manada de inútiles les tomaría años—espeta Ulrich, su tono amedentrador cayendo varias octavas. Se toma el cabello con las manos, depauperado, denotando frustración y rigor—. Es una niña, no tiene más de veinte años, mi hija tiene veinte años, carajo, salió de casa pegando saltos como una liebre enloquecida hace unas míseras horas, ¿cómo me la devuelven así? Es una niña...

El viento helado sopla, la arena me cubre los pies, la atmósfera se presenta tan oscura y retorcida que el cielo parece flotar a un metro sobre nuestras cabezas.

—¿Qué procede? ¿Qué sigue? Necesito respuesta o voy a perder la puta cabeza—exige Ulrich.

Yo sé que hacer.

Y estoy firmemente seguro que él también.

—Manejamos hipótesis, señor Tiedemann, mi equipo trabajará arduamente para recolectar las pruebas necesarias.

—Señor, su hermano permanecerá bajo custodia policial, se le imputaran cargos de irrupción forzosa y amedrentamiento—informa el oficial insertándose en la conversación por segunda vez—. En este momento se realizará el traslado a la morgue, necesito sus datos para la expedición de documentos y un reconocimiento oficial.

El arrollo de náuseas queman el camino directo a mi boca. La imperiosa necesidad de sacar, de soltar y liberar a golpes la ansiedad creciendo debajo de la nuca como una bacteria proliferándose, sublevando célula a célula.

El resurgimiento de la familiar sensación se detiene abruptamente al Sol levantar la cabeza, sus ojos agotados, perdidos y desenfocados, luce como si tuviese envenenada la sangre con litros de alcohol.

—¿Va a estar sola?—algo se remueve en mi pecho al oír la desolación en su voz torturada—. A Lulú no le gusta la gente desconocida, menos si está sola.

Niego, presionando los pulgares en sus pómulos, deseando atraer el color ausente a sus mejillas.

—Yo iré con ella, yo la voy acompañar—sus hombros decaen de alivio ante la confirmación—. Ve a casa con Ulrich, Francis llevará a tu madre—trago le conmoción aún reciente, fungiendo fuerza a mi escasa voluntad—. Sol, necesito que no te olvides de respirar, Lulú nos necesita fuertes y erguidos, ¿si no quién dará la cara por ella?

Su mirada resplandece por un efímero momento.

—Nosotros lo haremos.

Asiento, besando su frente una vez más para sofocar los pensamientos intrusivos, jodidos y dañinos apuñalando mi buen juicio.

Le ayudo a bajar de la camilla, sus rodillas fallan, por suerte me tiene cerca, ella nunca toca la arena. Ulrich en silencio con su máscara meditabunda, espera que la sangre baje por las piernas de Sol.

Ella me mira con una súplica encarnada en las pupilas.

—Ve, espera por mí, iré pronto.

Alza el rostro, su labio inferior temblando, reflectando el sobrecogimiento que siente y trata de aplacar.

—Pero vuelve.

Una débil sonrisa me curva los labios.

—Siempre.

...

'Andrea está con Helsen, vendrá a casa pronto y necesito que estés presente con la información completa'

Paso la vista nublada por las mismas exactas palabras una docena de veces, la frívola preocupación de haber olvidado por completo el idioma ganando terreno por un, a mi parecer, largo instante.

Leer una simple oración se convierte en tarea ardua cuando el mundo gira a las prisas y tú te has quedado varado en algún punto de su eje, quieto, con la consciencia extraviada en algún sitio de paredes y suelo blanco.

Tecleo el primer pensamiento pululando dentro del enjambre en mi cabeza.

'¿Cómo está Hera?'

La respuesta es inmediata.

'Viva'

—Señor, disculpe—el largo pasillo desolado recibe la enclenque figura del doctor Rivas—. El procedimiento culminó.

Los pálpitos aletargados despiertan con denuedo, robando la intención del aliento. Me pongo de pie, el calor de la incipiente ansiedad abrigando con alevosía mis huesos tullidos.

El reloj colgando encima de las puertas dobles de donde emergió con sigilo un momento atrás marca poco más de las once de la noche. Esperar al amanecer por una respuesta no era una opción viable, para mí, para nadie, un buen incentivo en forma de un cheque con la miseria que gana en un año sirvió como carnada para sacarlo de la comodidad de su cama.

La castrante necesidad de sacudirme el olor a antiséptico y limpia pisos de la ropa impregnado en las baldosas de este lúgubre edificio me obligan a cerrar las manos en puños.

¿Cómo la dejo aquí, sola, con las luces apagadas? A Lulú no le molesta la oscuridad pero sí los olores intensos, jamás me lo perdonaría.

Estar en un sitio tan funesto, opaco y torcido como este, una morgue, conociendo lo que ocurría a una exigua distancia, debe ser uno de esos actos en mi vida que me han dejado un poco más sombrío.

Un mundo y parte de otro colmados de interrogantes, martirizándome con la gigante cadena de porqués, de debí, de quizás que al recordar el significado irreversible de la muerte, no son más que probabilidades sin peso ni efecto.

Pensar en las soluciones, los atajos y salidas, inhibidos de la posibilidad de ajustar la situación a ello, es atravesar una y mil veces el mismo infierno.

—Hable, ¿qué le hicieron, qué ocurrió?—demando, severo.

Me restriego las manos, mi aliento formando un vaho frente a mí.

—No se hallaron restos de agua en los pulmones, tampoco la presencia de hematomas ni pinchazos de jeringas ni ningún indicio de defensa, los resultados toxicológicos tardarán en conocerse, ayudaran a esclarecer el informe—comunica con solemne sobriedad—. Presumimos que la causa del deceso se debe a una muerte súbita cardíaca, ocurre en personas con o sin enfermedades relacionadas al corazón, hecho que provocaría un desmayo en el agua debido a que la sangre deja de fluir lo que genera una insuficiencia de oxígeno, un caso bastante peculiar, si me permite añadir.

Sello la boca sintiendo la cena subir por el esófago.

—¿Me está diciendo que una muchacha sana de veinte años sufrió un paro cardíaco y enterró la cara en tres centímetros de agua? ¿Usted le encuentra lógica a eso?—gruño, percibiendo el fluir de las emociones nocivas bajo la piel.

—Señor, le informo lo que hasta ahora sabemos, tenemos que esperar el cotejo de las muestras recolectadas para llegar a una conclusión.

—¿Cuánto tiempo?

—Menos de un mes, si agilizamos...

—Los quiero para mañana por la tarde a más tardar, no más, mi familia y yo buscaremos un laboratorio privado de ser necesario—espeto, levantando el mentón—. Necesito verla.

La lástima asalta su cariz y las ganas de quitarle la expresión de un certero golpe toma fuerza.

—Joven, no creo que sea lo correcto.

—Necesito verla—repito remarcando la exigencia con autoridad—. No me iré de aquí sin hacerlo así que hágame el favor de mostrarme el camino.

La duda traspasa sus ojos y se manifiesta en su rostro enrojecido y gestos descoordinados.

—Espere un momento aquí, necesito arreglar unas cuestiones—pide en susurros, como si alguien más pudiese oírlo y castigarle—. Rory le dará un conjunto completo de cirugía y le mostrará el camino a la sala de reconocimiento.

Da media vuelta y desaparece detrás de las puertas.

Su asistente, una mujer que ronda mi edad y estatura me indica que y como usarlo, en otro momento le habría dicho que me dejase hacerlo a solas, colocarse una bata, guantes, cubre bocas y protectores de pies y cabeza no es ciencia intrincada.

En otro momento no tendría la piel sudada a pesar de la baja temperatura y el pecho hinchado fungiendo de hogar a una revolución de sentimientos que me acobardan y exigen quedarme detrás de esas puertas, porque no sufriría la conmoción que retrasé por horas, la realización de que esto es la maldita realidad.

Hernández empuja la puerta y la mantiene abierta, el impacto del primer vistazo me impulsa hacia atrás, los pedazos de mi corazón laten fervientemente en cada confín, escondrijo y límite de mi cuerpo tenso hasta el último nervio.

Inspiro seguido, tratando de aplacar los espasmos en el pecho, pero la presión crece empujando las paredes de mi garganta, buscando hacerse un espacio imposible, colmándome la cara del bochorno del intenso calor.

Antes de poder pronunciar una desvalida orden, un sollozo quiebra el sigilo de la noche.

Lulú reposa encima de una plancha de acero, cubierta hasta la barbilla con una cobija azul, rígida como una estatua, su piel de un tono violáceo, de ese color enfermizo y mortecino que tanto le gusta. Parece que duerme plácidamente, su rostro pequeño demarca un contraste enorme con la fealdad de la rústica camilla oxidada.

Trato de proveerme agallas, de mantenerme erguido y colectado, pero cuando todo lo que veo es muerte, vuelvo a ser un niño asustado que corre a refugiarse bajo la falda de su madre.

—Déjenos solos—requiero tras el grumo de mi voz.

—No puedo hacer eso, este cadáver es propiedad del estado y su caso sigue abierto.

Lo encaro, la cólera presente en mi postura y semblante.

—No es una cosa y tampoco suya, se llama Lulú y es nuestra, cuide lo que dice—replico iracundo—. No hay nadie más interesado que mi familia y yo en resolver esta situación. Salga, ahora.

Se aclara la garganta y me mira con prejuicio.

—Le pido que no toque ni mueva ningún instrumento, puede causar una contaminación de pruebas—pide con voz seria—. Cinco minutos, joven, ni uno más.

Oigo la puerta cerrarse a mi espalda y el aire adopta una cualidad espesa, atorando los olores intensos a cloroformo y productos de limpieza que pugnan por desgarrarte las fosas nasales.

No soy capaz de tomar un paso más cerca, una parte de mi que alardea de guardar una minúscula inocencia no sale del espasmo, se halla navegando en el mar de la incredulidad, liviano y hasta indolente. ¿Por qué me sentiría mal por una pesadilla? Se irán, desaparecerán al despertar y nunca más las podré recordar.

Pero pierde la batalla contra la razón. Mi pecho se comprime, profundamente herido.

¿Cómo llegamos a este punto? ¿Cómo pude permitirnos esto? ¿Acaso no era obvio, para mí, que trabajo con posibilidades, escenarios, ángulos y sus consecuencias? ¿Cómo no pude prever este final inconexo? Es malditamente absurdo, una ofensa y una trágica realidad.

Tanto por pensar, por buscar, por hacer y cumplir...

Tomo un paso más, mis uñas hincándose con tanta presión en mis palmas que rasgan el guante. Uno más, los olores se adosan con malicia a mi nariz, con temor a recordarlo el resto de mi existencia, recuerdo la combinación de mango y cereza, aroma que me impulsa a dar otro paso más.

Mi sombra oscurece su tez de párpados ligeramente morados, similar al matiz pintando las medialunas bajo sus ojos.

Algo tiembla en el fondo de mi boca y su rostro se desenfoca, el dolor agudo como millones de agujas enterrándose en mi garganta sin piedad. Un sonido gutural se me escabulle como empujado por una fuerza desde mi interior, desgarrando todo a su paso con sevicia.

Me muevo a la cabeza de la plancha y mis dedos se cierran en el gélido contorno de su rostro pacífico.

'¿Cómo se dice púrpura es mi color favorito?'

Su fina voz hace eco en mi mente.

—Se dice 'Lila ist meine Lieblingsfarbe'.

Poso un suave beso en su frente helada antes de apoyar la mía y permitir, finalmente, el rugir del llanto y la pérfida desesperación quebrarme el pecho y la voz.

Perdóname, perdóname, perdóname...

...

Contemplo la fallada de la casa, marcando el conteo de segundos con el pulgar en el volante, recaudando gota a gota coraje para salir del vehículo. Cuento tres minutos cuando el silencio y la soledad ceden espacio a los retazos de una única idea formándose en el fondo de mi cabeza.

Puedo dar vuelta, ir a donde este y...

Me masajeo las sienes. Seguir el impulso sería lo más satisfactorio y menos prudente.

Salgo del carro, la brisa de la noche me cubre enseguida, en el camino el crujir de las hojas bajo mis pies es el único sonido que soy capaz de captar. Me cuesta levantar las piernas, duras y pesadas como pedazos de mármol.

Entro a la casa y cierra la puerta tras de mí, me recibe un silencioso y preocupante vacío.

—Joven—Rox aparece como una exhalación—. Su padre lo espera en su oficina.

Retraigo el paso que planeaba dar a las escaleras, en busca de Sol. La duda de cómo estará comiéndome en vida.

Asiento, soltando el aire con el cansancio escalando por mi columna y hacinándose en los hombros como bloques de concreto.

—Ve a descansar, Caleb pasará lo que resta de noche en compañía de Lulú, tomarás su puesto a primera hora.

El hombre inspira por la nariz, sus ojos manchados de una tenue rojez.

—Señor, quería decirle que lamento su pérdida—masculla con voz pastosa levantando la mirada del piso—. La señorita Lulú era una persona bella y de buen corazón, me gustaría añadir que tiene todo nuestra disposición para lo que desee.

Entorno los ojos corroborando la iracunda connotación detrás de la declaración.

—Ve a dormir, Rox.

El espeso humo y olor a cigarro, alcohol antaño y perfume de Ulrich me infesta la nariz en cuanto abro la puerta de la oficina. Tranco la puerta, encerrando la miseria cantidad de aromas en el sitio.

Andrea ocupa la silla frente al escritorio que Ulrich y su desastre de whiskey y restos de cenizas y colillas están.

—No se oye nadie en esta casa, ¿dónde están?—inquiero, tenso, acercándome a ellos.

—Hera reposa en su habitación sedada, el chico ese de cabello rizado y una enfermera está con ella—la fumarada que bota le tapa la cara—. Tu madre, Sol y su madre permanecen en la sala de invitados—su voz se arrastra por los tonos más bajos—. Esos gritos, sus gritos...

Andrea carraspea, reacomodando la postura en el asiento.

—Pactaremos la fianza de Helsen a primera hora de la mañana, posiblemente Farrell no pueda obtener la eliminación de cargos, Helsen quebró la orden de restricción que este hombre, Henry, ordenó contra él aquella vez que decidió torcerle el hueso de la nariz a golpes.

—Caleb dio un par de rondas por esa casa, está deshabitada, ¿hay un vía legal que evite el escape?—cuestiona Ulrich, volteando a mirarme—. ¿Qué se sabe?

Nada. Absolutamente nada, joder.

—La necropsia no fue concluyente, no hallaron golpes ni marcas inusuales—robo un cigarro de la cajetilla, la nicotina se dispersa por mi sangre como sedante—. Todo parece ser una muerte un paro fulminante del corazón.

Ulrich se pone de pie, golpeando la superficie de la mesa con las manos abiertas, tirando al piso el vaso repleto de líquido ambarino.

—¡Pura mierda!—ruge colérico, fuera de sí—. Dame soluciones, Andrea, porque comienzo a perder la noción.

—Nada de esto pinta favorable, con las manos vacías de pruebas suficientes y una autopsia sin mayor indicio que una muerte natural, ningún fiscal querrá defender el tomar el caso con miras de llevarlo a la corte—el viejo suena desecho—. Es pérdida segura.

—Tiene que haber alguna manera, los mensajes que recibió, la ubicación por satélite de los celulares—digo con los dientes apretados—. Este hijo de puta está en la ciudad, hay registros policiales de hace dos años, la vigilaba y se presentó a su trabajo, estoy malditamente segura que la familia puede dar testimonio de ello.

Andrea sacude la cabeza, rellenando el vaso de whiskey.

—Para iniciar una investigación se necesita causales, hasta el momento no tenemos ninguna—menciona obtuso—. Tengo fe que aparecerán en los resultados de las pruebas de sangre, de momento tendremos que rezarle y pedirle a los Dioses que este tipo no se le ocurra desaparecer.

Ulrich detiene su explosivo andar cerca de la ventana, apunta al abogado con un dedo, sus ojos dilatados de algo más que simple ira.

—No, me la hicieron una, dos no. Dos no.

Ellos siguen la conversación mientras me acabo el tabaco. No estoy de ánimos de permanecer aquí, mi mente desconcentrada gravita en otro sitio, me siento un simple espectador en una sala de proyección.

Apago el cigarro en el cenicero vacío.

—Iré con Sol—enuncio, Ulrich presiona los labios con desdén, la reprimenda dilatando sus pupilas.

—Cuatro horas, Eros, descansa cuatro horas, tenemos mucho por pensar y resolver.

Salgo directo a la sala de invitados, en el camino choco de frente con Gretchen y Kiara, cargando con bandejas repletas de tazas de té y restos de comida.

Una punzada dolorosa me traspasa inclemente al encontrar la figura de Sol a lo largo del mueble, con su cabeza encima del regazo de su madre, recibiendo tenues caricias en el pelo desordenado y voluptuoso.

Es la primera en notar mi llegada, su mirada hueca, desierta de emoción cae en mí. En una situación como esta, la impavidez y carencia sentimiento de sus gestos me cae como un balde de agua hervida sobre la cabeza.

Mamá se pone de pie apenas se percata de mi presencia, el rastro infernal de sus lágrimas definido en sus mejillas.

—Hijo, ¿cómo, qué dijeron, qué...?

Oprimo sus manos delgadas y tibias entre las mías.

—Cuando el sol salga, mamá, por ahora ve a descansar, necesito que recompongas fuerzas.

Se toca la garganta como si quisiera arrancársela con las uñas, el llanto atroz acumulándose en sus orbes marrones.

—¿Qué les diré a tus hermanos cuando pregunten por ella?—gimotea y sorbe aire por la nariz—. No tengo respuestas para mí, ¿qué les diré a ellos?

De nuevo, me encuentro sin saber que responder. A falta de vocabulario, levanto sus manos y desprendo un beso sobre sus nudillos.

Extiendo una mano a Sol, ella la toma enseguida, consolándome con el sentir de la calidez de su tacto firme. Le ayudo a ponerse de pie, con esfuerzo se mantiene erguida al tiempo que su mirada pasea hasta concentrarse en su madre.

Hace el amago de hablar, pero incluso esa rudimentaria acción le cobra un esfuerzo enorme que no puede permitirse desperdiciar.

—Tu madre ocupará la habitación de huéspedes, estará aquí por la mañana—le susurro, tomando el peso de su cuerpo en el brazo alrededor de su cintura.

Sus ojos saltan de mi rostro al de Isis, como si le costara creérselo.

—Ve, hija, ve—bisbisea su madre—. Dios te bendiga.

Escondidos del mundo en mi antigua recámara, el peso de las horas se cierne con malicia encima de los dos.

Sol pidió ducharse, su ropa aún desprendía arena. Le ayudo a desnudarse, ella forma una pelota con las prendas y la arroja a la basura. Digito la temperatura de siempre en la pantalla, sin embargo, ella me pide añadir dos grados más y en pocos segundos, el vapor del agua empaña el espejo, las puertas de cristal de la ducha y vuelve el aire tan pesado que me cuesta llenarme los pulmones.

Ingreso detrás de ella, antes de permitirme tocar una gota, Sol se mete de cabeza bajo la corriente de agua.

Se mantiene así, recibiendo el calor inhumano directo en la cabeza, su cabello adherido a su piel.

Un minuto luego decide que tuve suficiente, me cede el espacio, mientras se restriega la esponja en el cuerpo con agresividad, la rabia cincelando su rostro, como si buscare sentir dolor a través de la piel escaldada.

Poso con delicadeza una mano sobre la suya, ella considera brevemente negarse, vuelvo a respirar cuando la suelta en segundos y procedo hacerlo yo, con suavidad y lentitud.

Cubro cada relieve, montículo y curva, trazo las bonitas líneas de sus caderas, delineo las cicatrices en su clavícula y brazo. Me siento como un maldito canalla desconsiderado al pensarlo, pero tocar su piel caliente y percibir el pausado latido de su corazón bajo mis huellas, me colma de un sentimiento sobrecogedor, porque la siento llena, repleta de vida.

Finalizo demasiado pronto, Sol se encarga de llenarse la palma de champú y restregarse el cuero cabelludo, la ausencia de palabras, de suspiros siquiera, levanta una barrera entre los dos, termino de sacar los residuos de jabón de mi cuerpo, descubriendo una forma de tortura más.

Procede a untarse crema en las puntas, sin saber qué carajos hacer para cortar el suspenso, tomo el envase de sus manos resbalosas pero ella esta vez, se niega.

—Estoy bien, estoy bien—insiste y repite, como una plegaria dirigida a ella misma—. Estoy...

Un jadeo hosco, grueso se desprende desde los confines de su garganta. Le sigue un segundo, un sonido gutural, un desecho del alma que encorva su espalda y extrae un tercero, tosco y jodidamente roto, quebrado que la tira de rodillas al piso y me lleva consigo, al atajarla por segunda vez en una noche.

El agua leva el estupor congelado en las horas, aquí, en la intimidad, la vulnerabilidad toca su corazón y finalmente, la realización de lo ocurrió encaja en su mente.

Abrazo su cuerpo trémulo, recibiendo las sacudidas de los sollozos desgarradores en el pecho. La aprieto contra mí, echado en el piso, mirando el agua desperdiciarse y sus piernas retorcerse en ángulos dolorosos. La estrecho con más ímpetu, cuando la fractura de su corazón se cobra la mía.

La mantengo conmigo, encima de mí, en mí, atestiguando el clamor de sus gritos de dolor y rabia imprimiéndose a fuego en mi memoria y el severo quiebre de una mente y un corazón de la manera más desalmada y atroz.

Lo sé, no por lo que miro, lo que sostengo, estoy seguro de ese hecho, porque compartimos el mismo sentimiento.



Holi😇

La verdad me esperaba muchas reacciones al capítulo anterior, llevo más de dos años con esto en la cabeza, ansiosa por esto, lo que me causo agarrarle tirria a la historia por momentos y por eso me tardaba en escribir.

Pero no la cantidad inmensa para la cantidad que siempre reacciona o interactúa conmigo por cualquier parte, de mensajes mencionando, enviando fotos, videos, textos largos de cómo se sintieron, que les causo o su propia historia lastimosamente parecida.

Ni un reproche. Gracias por eso, porque aún sin comprenderlo, lo respetaron, lo que me hizo sentir acompañado en este proceso.

Gracias por seguir aquí, por el apoyo, cada mensaje, story, tweet, tiktok, comentario y voto lo valoro un montón, no saben cuánto, nunca pensé que escribir me acercaría a personas tan bonitas.

Lamento si les hizo sentir muy mal, como leí en muchos mensajes, lamento si provoco alguna crisis, como también leí, lo intenté advertir en los apartados para eso, pistas a lo largo de la historia y antes de publicar el capítulo mencione por Instagram, debí hacerlo por aquí, que si son sensibles no continuarán la lectura.

Me tardaré en seguir con el resto de capítulos porque por✨ temas✨ tengo que corregir TGW.

Muchas gracias y nos leemos pronto,
Mar💙

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