Teatro
—¿Todavía estás molesto conmigo por arruinar la cita? —le pregunté a Alex. El chico levantó la mirada del folleto, y la respuesta reflejada en su rostro.
—No.
Suspiré agotada. ¿A quién engañaba?
—Es obvio que lo estás.
—No entiendes Ana. Una cita es entre dos personas que deciden pasar tiempo juntos. —Bajó la voz cuando alguien ocupó la butaca a su lado. Las luces comenzaban a atenuarse y los espectadores ocupaban apresurados los últimos asientos vacíos—. Tú me dejaste solo.
Bajé la cabeza. Decir lo siento otra vez no cambiaría nada, aun así, decidí intentarlo.
—No fue mi intensión —murmuré en voz baja. Alex volvió a bajar la vista al folleto, fingiendo leer el orden de la función.
Con las uñas intenté quitar algunas piezas de pedrería sobre el encaje del vestido blanco. Las piedritas tornasoles brillaban demasiado bajo los focos. No necesitaba llamar la atención antes de tiempo.
—¿La prima de Julia nos ayudará? —preguntó Alex. Tomó mi mano con cariño, apartándola del vestido.
Sonreí contenta ante el cambio de tema.
—Lo hará, y nos lo cobrará caro.
Alex señaló con la barbilla el palco donde se encontraba el consejo de ancianos y sus familiares.
—Han venido todos.
—También el doctor Lewis, no me gusto para nada la forma en que se dirigió a mí en el baile.
Alex crispó los puños. Había insistido en ir a hablar personalmente con el doctor después de contarle lo sucedido.
—Debería ir ya con Raúl. La función no tarda en comenzar.
—¿Nos vemos después? —pregunté con esperanza.
Bajó la cabeza para depositarme un beso en la mejilla.
—Sigo molesto —susurró contra mi piel.
—Lo sé.
Me dio otro beso, esta vez en la comisura de los labios.
—Ten cuidado.
Lo vi marcharse a la cabina donde lo esperaba Raúl. Habíamos conseguido los pases y la llave con un amigo del chico. Al principio se negó a ayudarnos, pero cuando le contamos la verdadera historia, accedió. Todos le debíamos un favor a La Dama Azul.
Desde mi posición vi a Julia salir de detrás de bambalinas y ocupar uno de los primeros asientos. Estiró las manos por encima de su cabeza, dando la señal.
«Bien, todas las piezas están colocadas».
Las luces se apagaron y la cortina roja se abrió, mostrando a una joven bailarina. Brenda, la prima de Julia, interpretaría el personaje de Alba. El vestido de capas de tul azul celeste y la dorada cabellera eran el preámbulo de que la obra tendría un giro diferente.
—Me llamó Alba —gritó la actriz—. Y esta es mi historia.
No necesitaba luz para poder sentir las miradas clavándose en mí como navajas. Ellos sabían, él sabía. Había encontrado una rosa roja en mi butaca al llegar. Un recordatorio. Él estaba aquí, exponiéndose. ¿Se atrevería a ir por mí ante todos? Curvé mis labios. Quería que lo intentara. Esta noche, la presa apuntaba al cazador.
Un grupo de bailarines acompañó a Brenda, iniciando el primer acto con el baile de sus quince años. El actor que interpretaba a Alonso Hayes hizo su aparición al finalizar la escena. El público quedó en silencio al ver a la persona a la que admiraban mostrar su verdadero rostro acto tras acto.
Las escenas abarcaron los eventos más importantes en la vida de Alba, siendo lo más fiel al libro. El escenario se transformó en un lago para dar lugar a la última escena. Frente a todos estaba Alba, una joven soñadora cuyo único pecado fue amar.
Tres hombres la acorralaron, acercándola peligrosamente al lago.
—¡Detengan esto! —gritó Héctor desde el palco.
Los actores se detuvieron, dudando. Alguien del público le mandó hacer silencio, otros lo siguieron. Celia se levantó de su asiento con el rostro contraído. Un reflector la alumbró, dándole más visibilidad.
—Continúen —ordenó.
Héctor la asesinó con la mirada.
—Ya la oyeron —gritó Edgar desde el fondo del palco—. Continúen. Es impropio detener una obra antes de su final.
Hizo un gesto a su amigo para que se calmara. Este obedeció, no sin antes prometerles que esto no acabaría bien. Los reflectores volvieron a enfocar a los actores que, con gran maestría, volvieron a su interpretación para darnos el esperado final.
Después de ser arrojada al agua y de que los hombres del alcaide huyeran con las monedas, su espíritu emergió.
—Cuenta la leyenda —narró Brenda— que, bajo las profundas aguas del lago, duerme el espíritu de una joven. Hoy recordamos su nombre y la historia de cómo fue asesinada una fría noche de invierno.
Un haz de luz verde llenó el escenario. Los ojos marrones de Brenda brillaron por las lágrimas en ellos.
—Disfrazaron a los villanos de héroes —murmuró antes de correr tras bambalinas.
La cortina roja bajó y el público se puso de pie emocionado en aplausos y vítores. Suspiré aliviada. «Está hecho».
—¿Qué difamación es esta? —gritó Héctor—. ¿Se atreven a ensuciar el nombre de su fundador?
Me coloqué el micrófono en el escote del vestido. Había esperado este momento.
—Es la verdad, y lo saben —contesté.
Caminé hacia el escenario bajo la atenta mirada del consejo. Raúl dirigió un reflector hacia mí.
—Me llamó Ana Hayes —inicié—. No, ese no es mi apellido. Soy Ana Berg*, heredera directa de Elisa Berg, antes Hayes. —Celia abrió los ojos, sorprendida—. No tengo nada que ver con ese asesino al que llamas fundador. Pero tú Héctor, llevas con orgullo la sangre de un ladrón.
—¡Blasfemias! —gritó—. ¿Te atreves a acusar a nuestros ancestros de asesinato? Eres solo una niña malcriada, una embustera —escupió—. ¡Guardias!
—Es la verdad —afirmé sin dejar de mirar al público.
Algunas personas abandonaron el teatro, otros quedaron en completo silencio. Solo algunos comentaban entre sí la veracidad de mis palabras.
Los guardias se aproximaron por las escaleras, indecisos.
—Mi hija dice la verdad, yo le creo —gritó mi padre, poniéndose en pie.
—Yo también —apoyó mamá, a su lado.
—Es la verdad —confirmó Julia—. Nos han mentido por años.
Héctor frunció el ceño.
—Es su familia, ¿qué van a decir? —bufó.
—Yo también le creo. —Escuché otra voz. Busqué la fuente del sonido entre el público. Alisa se puso en pie, sonriéndome—. Andrade, mi abuelo, me lo ha contado. La niña dice la verdad.
Sonreí, Alisa había leído la carta.
—Yo le creo —añadió Wendy, la bibliotecaria, desde una esquina. Con ella se levantaron otros, gritando a viva voz.
Los actores volvieron al escenario, expresando su apoyo.
—¿Le van a creer a una niña en vez de a nosotros? —gritó Héctor enojado.
—Ana dice la verdad —dijo Celia, alzando la voz para que todos pudieran escucharla. Sus manos sostenían LA baranda con fuerza—. La verdadera historia ha sido revelada hoy ante todos, por fin. No más secretos.
—Te vas a arrepentir de esto —rugió Héctor.
—Guardias, van por la persona equivocada.
En un segundo, Héctor se estaba abalanzando sobre Celia. En el siguiente, era arrastrado por los guardias fuera del Teatro. Pagaría por cada uno de sus crímenes, incluyendo el asesinato de Federico.
—¡Cuidado! —gritó mi padre.
Estaba tan concentrada en la reacción del público que no vi una de las maquetas de la escenografía caer hasta que la tuve encima. Brenda corrió a tiempo, apartándome antes de que me aplastara.
—¿Estás bien? —me preguntó asustada.
—No fue un accidente, él está aquí —balbuceé.
—¿Quién?
—Yo me encargo —Escuché la voz del doctor Lewis. ¿Cómo había llegado tan rápido? Sus manos frías hicieron contacto con mi piel, erizándola. Recordaba esa sensación. Recordaba su risa en el lago y luego en el bosque mientras me perseguía—. ¿Ana? ¿Estás bien?
Negué, alejándomede él. No podía ser cierto.
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