Esclava del Pecado

By belenabigail_

4.1M 169K 54.9K

Entregarse a un hombre como Alexandro jamás había sido tan divertido como también peligroso. Un trato, noches... More

Prólogo
Personajes
00
Advertencia
01
02
03
04
05
06
07
09
010
011
012
AVISO
013
014
015
016
EXTRA (Dulce Kat)
017
018
019
020
021
022
023
024
025
026
027
028
029
030
031
032
033 (Parte 1)
033 (Parte 2)
034
035
036
037
038
039
040
041
042
043

08

104K 4.5K 1.1K
By belenabigail_

Dalila POV's

Al bajar por las escaleras intento tomar varias respiraciones profundas, tranquilizar los absurdos latidos acelerados de mi corazón y recordarme que puedo con lo que sea, no importa que tan intimidante y apuesto sea Alexandro.

Mi cabello húmedo por la reciente ducha está sujeto en una trenza floja, algunos mechones rebeldes bailando sobre mi rostro. Nunca había usado una pijama tan cómoda y suave en toda mi vida, supongo que el material es de seda. Paso las palmas de mis manos por la fina tela, con un último suspiro camino ahora por la sala de estar.

Me detengo al ver al italiano con una copa de vino de frente al gran ventanal; como dijo, parece haber también tomado un baño. Es extraño presenciar su parte más informal. Lleva puesto un pantalón de chandal, acompañado de una simple camiseta negra y en los pies nada más que calcetines grises. Me agrada poder ser testigo de ésto, se lo ve mucho más relajado, de entre casa, a hogar.

La lluvia no ha cesado ni un poco, las gruesas gotas se pegan al vidrio y resbalan hasta simplemente desaparecer. El clima es una locura fuera, ya es lo bastante tarde para comenzar a replantearse el hecho de aceptar la invitación y pasar la noche aquí.

Alexandro no necesita escuchar mi voz para saber que estoy en la habitación, se vuelve a mí casi al instante. Me mira de la cabeza a los pies, ida y vuelta, una ligera sonrisa asoma en sus bellos labios.

—Hola—Él ríe entre dientes, ronco y de una forma que se me hace extrañamente excitante. Puede que esa no haya sido la mejor forma de romper el hielo.

—Dalila—Hace un leve gesto con la cabeza en señal de que me acerque a él. Lo hago con tranquilidad, observo la dulce bebida que está tomando.

Me acomodo al lado del italiano, también visualizando como el cielo se abre en una tormenta que parece no querer tener fin. Me gusta el clima así, tiene algo de relajante entre tanto caos. Recorro las vistas frente a mí; los edificios imponentes iluminando la gran manzana, las espesas y oscuras nubes asomándose sobre la ciudad. Sombrío, frío, algo peligroso. No quisiera estar allí afuera ahora mismo.

—¿Nadie te ayuda a manejar las tareas que da mantener el departamento?—Me animo a preguntar. Paso la lengua por mis labios, algo resecos y ansiosos por vino.

Los oscuros ojos de Alexandro se vuelven a mí.

—Mayra, pero sólo unas pocas veces a la semana—Explica—No me gusta tener gente en mi hogar—Asiento algo incómoda. ¿Después de todo quizás debería marcharme?—Aunque siempre hay una excepción a la regla—Alza una de sus cejas, no hace falta que diga más.

De inmediato me relajo, mis hombros se destensan, un suave suspiro se escapa entre mis labios.

Llego a la conclusión de que el italiano es mucho más reservado de lo que creí, bueno si no te gusta si quiera tener a tú alrededor a la mujer que te ayuda en los quehaceres de tú propia casa, eso da una clara y alta señal: es tal vez algo, por no decir mucho, solitario. ¿Podría ser? En el casino no fue especialmente sociable, respondiendo lo justo a preguntas sobre sus negocios en Italia e ignorando a aquellos que no le interesaban.

—¿Te gustaría algo de vino, Dalila?

Salgo de mis pensamientos al oír su grave voz. Asiento encantada, nada me vendría mejor. Pero cuando él hace el amago de retirarse para ir en busca de mi propia copa, con delicadeza extiendo mi mano y tomo la suya. El hombre queda a medio camino. Nuestros dedos se rozan, una sensación cálida y reconfortante como eléctrica me recorre el cuerpo por completo. Algo sorprendido me la cede, una lenta sonrisa se forma en mis labios mientras doy un escaso sorbo que me deja con ganas de más.

Tarareo feliz, es exquisito. Dulce, rosado, y cítrico.

Le devuelvo la copa, él todavía mantiene su mirada puesta en mí. Hay un brillo especial en sus ojos que logra atraparme en el instante en el que vuelco mi atención de vuelta en él.

—¿Te gusta?—Su tono se vuelve bajo, aterciopelado y seductor. Justo como el vino que acabo de probar.

—Mhm—El sabor aún se mantiene dentro de mi boca, picando ligeramente en la punta de mi lengua—¿Qué cosecha es?—Pregunto genuinamente interesada.

Amo el vino. En botella delgada, cuello largo y cosecha antigua. Esos son los mejores. Los rosados son mis favoritos, pero por alguna razón siempre pido blanco. Nunca tinto, jamás. Ese lo detesto. 

—Del dos mil—Responde. Las pupilas en sus ojos se expanden—Aquí tienes—Su sonrisa se extiende lentamente en una expresión casi malévola.

En ésta ocasión él me la ofrece. No dudo en tomar la copa otra vez, el sabor es tan intenso que mis papilas gustativas no pueden negarse a darle otro trago. Cuando el líquido pasa por mi garganta, hago nuevamente un sonido de aprobación. No me quiero ni imaginar cómo será su vinoteca privada. Un poco codiciosa de más, doy otro sorbo. Pero para mí mala suerte el cristalino y rosado líquido se derrama de la comisura de mis labios. Apenada llevo mi dedo pulgar para limpiarme, pero Alexandro se me adelanta.

Siento el calor de su tacto justo en mi barbilla, barriendo a su paso toda prueba del alcohol escurridizo. Me quedo muy quieta en mi lugar con una extraña necesidad punzando en mi estómago bajo. Abro los ojos sorprendida, él hace un buen trabajo en no darse cuenta de mi estado o simplemente lo ignora. Quiero jadear cuando lleva su pulgar hasta sus propios labios, apretándolo en el interior de su boca. Se toma un segundo, absorbe el gusto dulzón mientras sus ojos están clavados con intensidad en los míos.

—Nada mejor que un buen vino—Lo dice tan casual, como si no acabara de hacer algo tan sumamente íntimo conmigo—Puedo darte una botella si gustas, tengo más de todas formas.

Trago saliva con dificultad. Me esfuerzo por buscar las palabras para darle una respuesta y no parecer estúpida. Joder, y yo que me pasé la noche entera intentando que su actitud peligrosamente caballerosa con algún que otro momento de todo menos inocente, no me afectara y me deje justo como lo estoy en estos momentos.

—No hace falta—Me acomodo sobre mis propios pies, inquieta.

—Insisto—Su ceño se frunce—Pero por ahora vamos a alimentarte, la comida en ese evento tenía un gusto terrible.

Suelto una risa intentando dejar atrás lo sucedido. Pero no es nada sencillo, el contacto de su piel sobre la mía todavía me tiene alterada. ¿Es así como se siente desear a una persona? ¿Es tan fuerte, tan abrumador y sorpresivo? Los vellos de mi nuca siguen erizados.

—Tienes razón, creo que nada era salvable—Me encojo de hombros. Él ríe, también de acuerdo.

Lo sigo de cerca hasta la cocina.

Los muebles tienen una hermosa superficie de granito, brillan de tal manera que me hace dudar que él le de uso a ésta parte del departamento. Todo está decorado en tonos grises, negros y un poco aquí y allá de blanco. Bastante simple pero elegante.

Camino hasta el desayunador, me siento sobre uno de los taburetes esperando pacientemente. Apoyo ambos codos sobre la isla, hechizada al verlo sacar un par de cosas del gigantesco refrigerador y otra cuántas de la alacena. Cada uno de sus movimientos son coordinados, se desliza por la habitación con tanta elegancia que no deja de asombrarme. Su espalda ancha, hombros fuertes y brazos definidos captan buena parte de mi campo de visión. Intento concentrarme cuando comienza a colocar las cosas frente a mi.

Una tabla con diferentes tipos de quesos, también pan, maní tostado y por supuesto una nueva botella de vino rosado. Al parecer tiene una pequeña cava climatizada a un costado de la bajo mesada.

Pero una cosa se mantiene igual; sólo hay una copa.

Alexandro toma la botella, saca el corcho con bastante agilidad y se emprende en la tarea de dejar que la rosada bebida ocupe no más de la mitad de la copa, quizás menos que eso. Deja la botella sobre el granito, él es el primero en darle un trago. Siento mi respiración entre cortarse al estar siendo observada mientras lo hace, cuando termina la extiende hacía mí.

—Supongo que no te molestará seguir compartiendo—Arquea una de sus oscuras cejas, juguetón, burlón. Muerdo el interior de mi mejilla para aguantarme la risa.

—Para nada—Lo reto con la mirada, estrechando los ojos y dibujando una sonrisa coqueta.

El italiano aprieta la mandíbula, los músculos de sus brazos se contraen cuando él también apoya parte de su peso y se inclina sobre el desayunador.

Estamos más cerca.

Al terminar de beber me decido en que comer un poco de queso y pan es buena idea, sin tener en cuenta que son pasada las dos de la madrugada, pero ninguno de los dos parece tener problema con eso.

Mastico con ganas, sobretodo porque sabe de maravilla y también porque muero de hambre, cosa de la que no me había dado cuenta hasta que dí el primer bocado. Alexandro me acompaña.

—Entonces es oficial—Hago un breve silencio—Te debo una cena—Una expresión divertida abarca su rostro.

—Plural, bella bruna—Rasca suavemente su barbilla—Las cenas que quiera, por el tiempo que yo lo decida—Me recuerda.

Asiento. Tiene razón.

Lo observo por un momento, es más que obvio: no podría regodearse tanto sobre su propia victoria. Desprende un orgullo sobre si mismo increíble, su gesto relajado y la postura erguida de su cuerpo lo dicen.

Qué engreído.

Pero qué hermoso y atractivo engreído es.

—¿Por qué?—Inquiero curiosa.

—¿Debe haber un por qué?—Asiento. Siempre hay uno de esos.

Él hombre sentado frente a mí suelta un suspiro, me estudia por un momento. En el poco tiempo que llevo de conocerlo jamás lo había visto debatirse tanto entre si responder a una de mis preguntas o no. Acomoda su oscuro y grueso cabello, me imagino que tal sería si fueran mis manos en lugar de las suyas.

—Tal vez pueda hablarte sobre eso en la cena de la semana próxima.

—¿Por qué no ahora?—Frunzo el ceño.

Alexandro me recorre el rostro con la mirada. Su lucha interna se hace mucho más visible ahora, inevitablemente me pregunto qué tan serio debe ser como para que no quiera ser sincero conmigo. ¿Debería preocuparme? ¿Debería dejar ir a éste hombre antes de que las cosas se compliquen? Alzo una ceja, me impaciento de gran manera.

—Es tarde, quizás ya sea hora de que vayas a descansar—Sentencia. Eso es todo.

Se levanta del taburete comenzando a tomar la bandeja de quesos vacía. Claramente no tiene intenciones de agregar nada más, lo que para ser sincera me fastidia. Aguanto un bufido y con la decepción cargando sobre mis hombros me pongo a su lado para ayudarlo con los trastos sucios.

¿Es así siempre de mandón? Por favor, ni siquiera esperó a que pueda refutar.

Con el ceño fruncido le paso lo poco que queda sobre el desayunador, Alexandro carga el lava platos y con apretar unos pocos botones la máquina empieza a hacer lo suyo.

El silencio que nos envuelve es tenso, sin dudas percibe mi cambio de humor. Tengo las palabras amontonadas en la punta de la lengua, sé que si no me saco ésto de mi sistema no podré dormir tranquila.

—No me gusta tanto misterio—No pretendo sonar seria, sin embargo lo hago. El italiano se detiene por completo, él que está de espaldas se vuelve hacía mi—¿Por qué debería aceptar esto así sin más? ¿Te parece justo?—Cruzo los brazos sobre mi pecho—Por lo que he observado, tú no pareces ser un hombres que se mete de lleno en una situación sin conocer primero las reglas o condiciones.

No tengo ni la menor idea de cómo puede estarse tomando mi desplante, se mantiene igual que siempre; sereno. No hay nada en él que me dé una pista de lo que pueda estar pensando. Así que me aventuro más, dispuesta a dejarle en claro de que no me importa el poder que pueda llegar a tener, a mí siempre me gusta ir con la verdad. Las cosas claras, si no de otra forma casi siempre es para problemas.

Me pongo a dudar. ¿Cuál es la razón detrás de su búsqueda por mí la noche en el restaurante, después de haber sido muy claro antes en el bar sobre no ser yo lo que él requiere?

—Ambos somos adultos, Alexandro—Apoyo todo mi peso sobre un pie—¿Por qué crees que necesitas mantenerme entretenida con tantos acertijos y secretos?—Lo miro a los ojos.

Agradezco su hospitalidad, lo generoso que fue al enviarme esos vestidos y lo atento que es conmigo no importa el lugar ni en el momento. Pero hay cosas que no me terminan de convencer.

Un rostro bonito acompañado de unas sonrisas furtivas y coquetas no hará que mi necesidad de entenderlo que es lo que está pasando entre nosotros disminuya.

El italiano deja caer un gruñido. Su pecho se mueve ligeramente a la vez que una risa incrédula se desliza por su garganta.

—Desde que te conozco no importa lo bien que planee algo, las cosas contigo siempre dan un giro inesperado—Reniega negando—¿En verdad quieres hacer esto ahora mismo?

—Creo que lo dejé en claro antes—Asiento. Su risa vuelve a resonar—¿Qué te parece tan divertido?—Pregunto curiosa.

—No es diversión, Dalila—La intensidad que irradian sus ojos me marea por un segundo—Es que no doy crédito al carácter que tienes, incluso conmigo.

—¿Por qué debería ser diferente contigo?—Arqueo una ceja.

¿Por su dinero? ¿Por quién es en general?

Los dos somos simples mortales, no importa en que categoría de la pirámide social estés. Eso no quita que en varios aspectos la vida nos encare de diferente maneras, pero el resto es lo mismo.

Puede que no esté habituado a tanta sinceridad, tal vez no lo enfrentan muy a menudo. Debe estar acostumbrado a que sus órdenes se acaten sin rechistar, se baje la cabeza y eso es todo. Fin de la discusión. Aunque no me lo imagino como alguien que desee ser tratado así, conmigo siempre es tan amable, rozando incluso lo dulce.

—Es cierto, no deberías—Vuelve a negar—Es refrescante tener a alguien capaz de desafiarme.

—No es mi propósito desafiarte, Alexandro—Aclaro. Esto me frustra más de lo que puedo explicar—Sólo te trato como a los demás, puede que a veces me inhiba ante algunas situaciones pero después...—Dejo la frase sin terminar.

Lo miro, el cansancio de repente azota mi cuerpo con fuerza. Hasta con ésta tormenta creo que sería mejor marcharme a casa, no puedo quedarme con alguien que no es capaz de decirme qué diablos necesita de mí.

Supongo que la etiqueta de amigos es absurda para nosotros, por la forma en la que nos miramos y reaccionamos delante del otro dudo mucho que eso sea lo que busca de mí. Si quiere sólo sexo conmigo, ¿Por qué aún no ha dicho nada? No lo entiendo. No comprendo si es así cómo usualmente funciona él con las mujeres que acostumbra ver.

Eso me hace preguntarme ¿Estará con alguien además de mi?

—No me pidas hacerlo, no me pidas la honestidad que estás exigiendo—Se acerca—No cuando me está costando toda mi capacidad de autocontrol mantenerme a raya y no ser un maldito bruto contigo.

Alzo las cejas asombrada.

Alexandro jamás maldice.

—¿Qué te hace pensar que no quiero que seas así conmigo?—Señalo—Fuiste abierto sobre lo que querías hacerme la noche en la que nos conocimos, ¿Qué es lo diferente ahora?

Aquella noche me persigue. A veces es difícil conciliar el sueño recordando su aliento sobre mi rostro, lo cerca que estábamos y lo descarado que fue conmigo. Fue excitante, adrenalina pura que anhelo volver a experimentar.

El italiano toma una profunda respiración. Sus ojos se oscurecen, ya tan intimidantes en lo cotidiano, muestran el incendio que se desata descontrolando todo en su interior. Un jadeo se me escapa, él logra escucharlo, una vaga sonrisa se le asoma.

—No sabía que no tenías experiencia—Me recuerda—Jamás sería mi intención presionarte.

—No lo estás haciendo—Soy yo quién se acerca ésta vez—Dime en lo que piensas—Prácticamente ruego. Cuando la decisión y terquedad en su rostro no flaquea, resuelvo mover una pieza del tablero—Dijiste que sólo pidiera—Frunzo el ceño—Y que tú me darías sin importar qué. Bien, te pido honestidad—Otro paso más. ¿Ésto es jugar sucio?—Te pido que me digas qué quieres de mí, que necesitas y esperas de ésto.

—¿Estás segura, Dalila?—Camina acortando la poca distancia que nos queda. Su acento se escucha tan profundo y grave—¿Honestidad pura, dijiste?—Su pecho roza el mío. Gimo bajito al sentir como la delgada tela de la pijama roza mis pezones. Me dejo expuesta delante de él. Alexandro se percata de lo aparentemente sensible y receptiva que soy a su alrededor.

Sólo una conversación.

Una maldita conversación subida de tono para tenerme apretando los muslos y deseando su toque.

—Sí—Digo con total seguridad.

El gruñe satisfecho por la respuesta—Primero quiero tú permiso—Lo miro sin comprender—Dame tú permiso para ser un tosco y grosero hombre, para decirte todo lo que no puedo esperar a hacerte.

Me remuevo ansiosa. El italiano ni siquiera me ha puesto un dedo encima y con toda sinceridad, sin importarme lo poco decoroso que suene, es todo lo que malditamente espero que haga.

—Por favor, hazlo—Su sonrisa se ensancha.

—Entiendo que eres virgen, y Dios sabe lo mucho que considero eso—Inclina su rostro ligeramente hacía el mío. Por más que menciona la religión, no veo ni un ápice de sentimiento por ello. Es más como una burla, una ofensa de la cuál se divierte—Sin embargo, eso no quita que quiera follarte sobre cada superficie en la que sea posible.

Sofoco un jadeo.

No me doy cuenta de que retrocedo algunos pasos hasta que la punta de la mesada de granito presiona mi espalda baja. Alexandro me aprisiona contra el mueble, sus brazos a cada lado de los costados de mi cuerpo. Su cálido aliento mezclándose con el mío.

—Pero iremos despacio, porque planeo disfrutarte y conocer cada parte de tí antes de hundirme en tú interior.

Joder. Éste sin dudas es el Alexandro del Golden Drinks.

Resulta que el hombre Armani puede ser genuinamente desvergonzado, descarado, irreverente y atrevido cuándo se lo propone.

—¿Vas a tener cuidado conmigo, entonces?—Inquiero con la respiración hecha un desastre.

—Oh, Dalila—Chasquea la lengua negando—Primero voy a probarte, llevarte al límite y conocer tus debilidades. Lo que te gusta, lo que necesitas. Y tú harás lo mismo conmigo—De repente me encuentro con las manos sobre su firme pecho, apretando la camiseta en dos pequeños puños. Batallo con las ganas de tirar de él hacía mis labios—Luego—Deja un casto beso en la punta de mi nariz—Voy a romperte.

Eso último no es una advertencia, es una maldita promesa.

—¿Qué esperamos para empezar?

Su mirada centellea de deseo—No seas impaciente, bella bruna—Niega divertido—Hablaremos del resto por la mañana. Todavía hay más que debemos tratar—Aparta un mechón rebelde de mi frente—Y eso es lo último que diré sobre el tema, suficiente que he cedido ante tú pedido.

Suelto un quejido demasiado ansiosa como para esperar unas cuantas horas más.

—Mañana trabajo—Señalo. Quizás pueda disuadirlo a no dejar nuestra conversación por la mitad.

—No te preocupes, haremos de un espacio para continuar—Ríe entre dientes al verme fruncir los labios—Quella dolce bocchetta, le cose che ci farò (Esa dulce boquita, las cosas que haré con ella)—Su dedo pulgar acaricia mi labio inferior con admiración.

En ésta ocasión no me surge la necesidad de preguntar por el significado de sus palabras, la mirada penetrante y el tono suave que utiliza es más que suficiente.

•••

Sábado por la mañana.

Me gustaría decir que dormí como jamás lo había hecho. Que las sábanas costosas y las almohadas mullidas me ayudaron a tener un sueño placentero, restaurador.

Pero eso sería mentira.

Pasé la noche entera de aquí para allá, dando vuelta sobre el colchón y reteniendome a mí misma de ir en busca del Italiano para que comience de una vez por todas con lo que sea que tiene planeado para ambos, siempre y cuando implique nuestros cuerpos desnudos.

¿Querer algo como ésto me hace alguien indecente? No creo que desear a una persona sea inadecuado, al menos no de la forma en la que yo lo hago, ¿Cierto?.

No dudo de que sería juzgada por tenerle tan poca estima a mi virginidad, pero eso es sólo asunto mío. ¿Por qué debería arraigarme a algo como ésto? ¿Cuál es el punto? Conocí a tantas chicas que esperaron el momento supuestamente adecuado, para que al final el imbécil que las conquistó termine con ellas.

No le veo el sentido.

Ahora en el gimnasio, después de pasar por mi departamento por algo de ropa y varias de mis cosas, me encuentro por comenzar con un entrenamiento extra con Bruno. El chico tiene una pelea dentro de unas pocas semanas, pero no es nada más que algo amistoso para ponerse a tono con los demás deportistas. Espero ansiosa el día de la fecha, nada me gustaría más que presenciar su primera victoria.

—Más fuerza en las piernas, Bruno—Hablo proyectando la voz.

El rubio asiente jadeando, sudor resbalando por su frente.

Camino por el suelo acolchado, por milésima vez el recuerdo del desayuno compartido con el italiano aparece en mi memoria. Fue agradable, como si unas horas antes nunca nos hubiéramos confesado querer arrancarle la ropa al otro. Preguntó sobre mi hora de salida, la cuál no es hasta media tarde. Parecía medio disconforme con eso, pero los sábados son en los que tengo más carga horaria.

Después de comer un croissant y beber un café, con mucho gusto me llevó de vuelta a casa. Fue generoso al esperarme fuera mientras me preparaba y sin mucho problemas me trajo hasta aquí. Fue casi imposible convencer a las chicas de que el chisme sobre todo lo ocurrido en el casino, y el después, podía esperar. Kat renegó un poco más que Cristina.

—Mantén firme esas caderas—Le recuerdo.

Sandra ríe al verlo gruñir, creo que dice algo pero es imposible escucharlo. La dueña del lugar se pone junto a mí. No somos amigas, pero nos llevamos bien.

—¿Cuándo pelea?—Inquiere.

—En dos semanas—Me mantengo confiada.

Bruno es fuerte, cada golpe que da está coordinado, estudiado y repetido hasta el hastío para que sea perfecto. Sus piernas son ágiles, al igual que sus puños. Me muero por presenciarlo dentro del cuadrilátero, no sabía lo mucho que podría gustarme entrenar a un boxeador hasta que él apareció.

—El chico se ve bien, puede que esté listo.

—Lo está—Aseguro.

Recuerdo que con Gabriel quedamos en vernos a principios de semana, vamos a ponernos de acuerdo sobre cómo enfrentar los próximos entrenamiento del boxeador antes del gran día.

—¿Qué hay sobre ti? Te ves cansada.

—No dormí demasiado—Me encojo de hombros. Mis ojos no se apartan de Bruno—¡Así está bien! ¡No te detengas!

—Es impresionante la resistencia que tiene—Sandra alza las cejas. Estoy de acuerdo, el chico parece imparable—¿Y por qué fue eso?

Meneo la cabeza, jamás me sentí muy cómoda compartiendo mi vida personal en mi ámbito laboral. 

—Tuve un evento al que me invitaron, se extendió más de lo esperado.

Si ella tan sólo supiera.

—Espero que haya valido la pena, ¿Tienes otra cosa planeada para el resto del fin de semana?—Niego.

No creo que vea al italiano hasta por lo menos el lunes, ninguno de los dos mencionó nada sobre otro encuentro, al menos no hasta el momento.

—Quedarme en casa y beber vino.

—Suena bien—Se ríe. Me uno a ella, no hace falta que mienta—Pero escuché de un sitio que abrió sus puertas hace poco, estoy vieja para visitar esa clase de lugares pero quizás a ti te guste.

Todos  recorren la ciudad cuándo es fin de semana; si no es por los nuevos restaurantes de moda, los que reciben una buena crítica en los periódicos, será por los clubs nocturnos distinguidos. Medio mundo se dispone a salir con sus amigos, parejas o familia y disfrutar de lo que la gran manzana ofrece. Otros quizás prefieran las obras de teatro, el cine, pero en su mayoría la ciudad se atesta de gente con un único fin: pasarla bien.

—No eres vieja—Ruedo los ojos. Siempre terminamos sobre el mismo tema—¿Dónde queda? Yo estoy cansada, pero puede que a mi amiga Kat le interese.

—No estoy del todo segura, puedo conseguirte la dirección. Quizás conozcas a algún chico apuesto—Cruza los brazos sobre su pecho. De repente su atención se desvía a la entrada del gimnasio—Justo como él. ¿Desde cuándo nos visitan hombres así?

Frunzo el ceño sin comprender. La veo por un momento negando con diversión al verla prácticamente babear. Por Dios, la mujer está casada. Aunque supongo que una miradita no ofende a nadie. Intento concentrarme en Bruno, pero todo pasa a segundo plano cuando la figura de una espalda ancha y piernas fuertes y largas aparecen en mi campo de visión.

Sus oscuros ojos se desplazan por el lugar hasta dar conmigo. Una media sonrisa se dibuja en sus labios, yo me quedo quieta en mi lugar debido a la sopresa.

Alexandro hace su camino en dirección a Sandra y a mí. El italiano capta bastante atención femenina, pero parece no importarle mucho. Viste deportivo y se ve jodidamente genial, sobretodo por cómo la camiseta se le pega al torso.

—¿Es cliente tuyo?—Sandra susurra. La mujer lo inspecciona más de lo debido.

—Uh, no—Niego—Pero sí lo conozco—Frunzo el ceño cuando su interés en Alexandro es más que obvio.

Me aguanto las ganas de bufar.

—Dalila—El italiano menciona mi nombre al llegar.

Complacida de que su mirada no se desvíe de mí en ningún momento, le sonrío en forma de saludo. Entonces recién se fija en Sandra, le da un leve asentimiento de cabeza. El italiano no tarda en posicionarse a mi lado, su impresionante y gran cuerpo rozando parte de mi brazo.

—¿Qué tal? Soy Sandra, la dueña del lugar—Hace un gesto vago con la mano.

Por la forma en la que habla, parece haberse olvidado del asuntito de estar casada hace bastante años.

El hombre Armani la mira por un segundo, frunce el ceño y parece casi obligado cuando extiende su mano para estrecharla con la de mi jefa. Sandra sonríe encantada, le da un vistazo a sus bíceps y sonríe aún más.

Bueno, ésto es incómodo, también molesto.

—Dijiste que no saldrías hasta más tarde, así que pensé en hacerte una visita—El tono de su voz desciende un poco, sólo le interesa que sea yo quién lo escuche—¿Te incómoda de alguna manera?

Río—No, en lo absoluto.

Él parece estar más que bien con mi respuesta.

Aunque hace tan sólo unas pocas horas fue que nos despedimos, saber que está de vuelta a mi lado me gusta más de lo que me puedo admitir a mí misma. Me agrada verlo aquí, conociendo y haciéndose parte de mi mundo. Sé que él se entrena, eso es notable, pero tenerlo en el gimnasio para el que trabajo es mejor.

—¿Es todo por ahora, Dalila?.

Rompo el contacto visual con el italiano al ver a Bruno de pie frente a mí. El pobre está todo sudado, hecho un lío de la cabeza a los pies. Se quitó la camiseta hace rato, tan sólo lleva puesto el pantalón y el calzado deportivo. Bruno tiene lo suyo, pero no se iguala al hombre junto a mí.

Asiento.

—Hasta el lunes, recupérate bien y come lo suficiente—Lo señalo con el dedo.

El rubio asiente con una de esas sonrisas blancas y encantadoras. Pero su atención se aparta de mí a Alexandro.

—Un gusto, soy Bruno—Hace un leve gesto con la cabeza. Alexandro arquea una ceja, lo mira como si lo estuviera analizando.

—Alexandro Cavicchini—El tinte de orgullo en su voz no se me pasa por alto. Sonrío divertida, debe ser una cosa de su familia.

—¿Eres cliente de Dalila?—Pregunta. Sandra se queda a un costado escuchando como toda una metiche.

Las arrugas en el entrecejo del italiano se profundizan. Tiene el don para ser un tanto distante con los demás.

—No—Es cortante, directo y seco.

—¿Un amigo?—Lo miro sorprendida. Está tomándose demasiadas atribuciones.

—El entrenamiento terminó, deberías tomar una ducha...

—¿Eres boxeador?—Alexandro arquea una ceja observando las vendas que cubren los nudillos en las manos de Bruno.

El rubio dice que si, simpático como siempre.

—Deberias venir a mi próxima pelea, Dalila estará allí. ¿Cierto?—Le sonrío.

—Si, así es.

—¡Te irá genial! Te he visto entrenar éstos últimos días y eres estupendo—Sandra acota.

—Agradezco la invitación, supongo que si a Dalila no le molesta, allí me verás.

—Por supuesto que no me molesta—Le digo. Su mirada brilla con intensidad—¿A ti te gusta el boxeo?—Inquiero. No lo veo siendo agresivo.

Asiente—Más de lo que te imaginas.

Por alguna razón aquello me deja cierta sensación pesada en el pecho. Estoy Inquieta y ávida por más información. Aún existe tanto que me queda por conocer de éste hombre.

—Entonces ya está, te espero allí—Bruno le da un suave golpe en el hombro. Alexandro sigue el movimiento hasta que da con él, frunce el ceño, tuerce la boca.

—Ahí estaremos—Su brazo se envuelve con delicadeza al rededor de mi cintura. Veo a Sandra abrir los ojos como platos, cuando sale del asombro me guiña un ojo con picardía. Mis mejillas se calientan.

No voy a negar que tal acción me quitó parte del aliento, por decir poco. Su agarre se intensifica, se acerca aún más presionando parte de su pecho contra mi espalda. Bruno sonríe, pero resulta en un gesto tenso y forzado.

—Iré por esa ducha—Informa el rubio a pesar de no ser necesario—Quizás nos encontremos en ese club nuevo, Dalila. Supuestamente es muy bueno y escuché que Nueva York está encantando con lo original que es.

—¡Yo le dije lo mismo!—Dios, nunca me creí ansiando que mi jefa cierre la boca.

Alexandro alza las cejas, me busca con la mirada.

—No tenía pensado salir ésta noche—Aprieto los labios.

—Bueno, tal vez cambies de idea.

No me gusta el camino que está tomando ésto, demasiado personal. No soy estúpida, puede que tenga menos del mínimo de experiencia con los hombres pero a veces soy capaz de captar las indirectas. Él es mi cliente, no me interesa.

Cuando el boxeador hace el intento de acercarse a mí para despedirse, el gran hombre italiano lo mira desde arriba. Se detiene en su pecho al descubierto, su gesto se oscurece, la mandíbula se le traba.

Puede que el rubio sea unos muy pocos centímetros más alto, pero la actitud de Alexandro es suficiente para mostrarse más imponente. Bruno retrocede, su incomodidad es obvia.

—Fue un gusto Alexandro, espero verte pronto—El boxeador inclina ligeramente la cabeza.

—Seguro que así será.

Sin más que agregar Bruno comienza a dirigirse hacía las duchas. Sandra suelta una risa simpática, ajena a todo, nos mira por un momento e informa que debe atender a sus clientes.

Al estar solos el italiano y yo, espero a que él sea el primero en romper el silencio. Lo observo con cuidado. 

—Le agradas—Comenta.

—¿A quién?—No me alejo, me gusta su agarre en mí.

—A Bayron—Me carcajeo.

—Deja de hacer eso, sabes cuál es su nombre—Él no ríe, pero por cómo se le ilumina la mirada sé que le causa gracia.

—Lo llamaré como quiera—Niego incrédula. ¿Dónde quedó el hombre amable y caballeroso?—¿Tienes tiempo para entrenarme?

Sonrío ante su pregunta, el asunto de Bruno queda olvidado.

—Sí—Asiento.

—Bien, ¿Entrenas conmigo?

—¿Podrás seguirme el ritmo?—Arqueo una ceja.

—¿Y tú a mí, bella bruna?

Oh, eso espero.

•••

Problemas con el internet y el archivo corregido que se me borró y tuve que volver a hacer 👍 pero me apuré lo más que pude para darles el cap.

Acá 08

Lxs quiero. Mucho.

Instagram: librosdebelu

Belén🦋

Continue Reading

You'll Also Like

185K 10.7K 42
Dipper y Mabel vivieron en Gravity Falls el verano más increíble de sus vidas, un tiempo lleno de magia y aventuras. Pero, como todo lo bello, aquel...
9.1K 1.3K 34
--- **Mi Vida en el Mundo de Ranma** Nunca pensé que mi vida tomaría un giro tan extraño, pero aquí estoy, renacida como la hermana gemela de Akane T...
40.6K 2.4K 17
Arodmy Darotski, no se enamora él se obsesiona. Su pensamiento siempre fue no perder el tiempo con crías menores que él, seres inexpertos como suele...
140K 4.7K 43
¿Que pasaría si te sintieras completamente atraída por la prima de tu nueva compañera de trabajo? Descubre la historia de Chiara una artista emergent...