𝗧 𝗥 𝗔 𝗖 𝗘 𝗥

By janhe2

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Ailén vive en los suburbios de la ciudad, en un edificio redondo situado en el peligroso barrio de Almas, don... More

𝗣 𝗿 𝗼 𝗹 𝗼 𝗴 𝗼
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𝗘 𝗽 𝗶 𝗹 𝗼 𝗴 𝗼

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By janhe2

La cama sobre la que descansaba el cuerpo de Ailén no le permitía dormir, por mucho que fuera como estar acostada sobre una blanda nube en la que su piel se hundía. Tracer se la había cedido para luego marcharse del piso sin mediar palabra sobre dónde iba. Ailén solo le había visto coger las llaves y la chaqueta dos horas atrás, después de su intensa discusión.

Sus ganas de echarse a llorar habían sido sustituidas por un extraño vacío en su pecho que un vaso de agua no pudo llenar.

Aún recostada, sacó la fotografía arrugada para alisarla entre sus manos y así poder comparar el pasado con lo que eran ahora.

Todavía recordaba borrosamente el momento en el que había sido tomada.

Tracer le había pedido un paseo en bicicleta por Almas hasta el campo abandonado cerca de la estación de tren, donde se solían reunir cada tarde después de la merienda que les preparaba su abuela. Jugaban a nuevos juegos, inventados por ella, donde se perseguían montados en sus bicicletas y siempre había un pequeño accidente por la velocidad de estas sobre el terreno irregular. Pero jamás fueron graves. Luego él le contaba las travesuras que hacía en la escuela mientras ella le escuchaba apoyando la cabeza en su hombro o golpeándolo con suavidad. Algunas veces ella le enseñaba las técnicas de defensa persona que Yael le enseñaba y otras solo se sentaban en el suelo a ver cómo el sol se ponía.

Ese día Tracer predijo el futuro inintencionadamente cuando le dijo: "si fuera un animal sería un cuervo", "porque soy inteligente y el mejor amigo que puedas tener, y podría volar muy lejos".

"Pero los cuervos son violentos, te pueden picotear los ojos y sacártelos", le contestó ella.

"Lo que haré si alguien me arranca las alas". "Pero volaría tan alto que alcanzaría el sol".

"Si vuelas muy alto te quemarás como Ícaro".

"¿Quién es Ícaro? ¿Es tu novio?", le pinchó con el dedo en su pierna y una sonrisa que enseñaba sus dientes torcidos.

"Qué listo, cuervo". "Se nota que has estado atento en clase".

Cuando volvieron a casa eran casi las nueve de la noche, algo tarde para entonces. Los demás niños se habían reunido en el patio interior del edificio redondo, donde un vecino había comprado una pequeña cámara analógica y les regaló una fotografía para el recuerdo.

No era algo común que alguien de su edificio pudiera permitirse comprar una cámara como aquella y todos los presentes tenían curiosidad acerca de esta, sobretodo los más pequeños. El hombre les invitó a unirse al grupo y Tracer no dudó en colocarse el primero. Ailén le siguió como siempre hacía, sin darse cuenta.

Viendo la foto tomada con más detalle, el chico no parecía demasiado distinto a cómo era, con el mismo cabello oscuro de un corte distinto, peca bajo el ojo izquierdo y ojos tan transparentes que contaban la verdad.

Ailén la dejó sobre la superficie lisa de mármol blanco que recubría las paredes y la cama, pegada a esta. Después de quedarse varios minutos de cara a la puerta del apartamento, esperando que se abriera en cualquier instante, cerró los ojos por el agotamiento.

Esa noche no tuvo ningún sueño. Todo era oscuro y silencioso, hasta que le pareció oír unas voces murmurando.

No quiso abrirlos por temor a despertarse y no poder volver a dormir, ya que ni siquiera había amanecido por las luces apagadas, pero fue consciente de que aquellas voces no venían de su mente. Unas personas habían entrado al piso y parecían estar conversando en voz baja para no despertarle o que no escuchara algo que no debía oír.

Ailén abrió los ojos poco a poco, asegurándose de que su cuerpo estaba colocado hacia el lado de la ventana y las personas no pudieran saber que estaba pendiente de lo que decían, por si debía salir de la cama y actuar para defenderse de los desconocidos.

— ¿Sabes que acabas de hacer una estupidez?

— Me da igual. Le he fallado dos veces, no lo haré una tercera.

Reconoció las voces alteradas de la secretaria de Tracer, que parecía haber perdido los nervios, y él, que caminaba por la sala.

— Has tirado todo lo que hemos construido a la basura por tu amiga especial.— Alzó el tono la mujer, seguido de un sonido en su garganta de exasperación.— Estás arriesgando nuestras vidas en esto y no sabes si te dará la espalda e irá corriendo a la policía o la prensa.

— Sé cómo es y no lo hará. Exageras, Cesia, ¿no deberíamos celebrar, con alcohol a ser posible, que ha salido bien?

— Debes tener claro de qué lado está y hasta qué punto sabe. Y también que hay una posibilidad de que te traicione. La chica tiene que irse.

Ailén no estaba segura de si estaban hablando de ella o de otra persona, pero no quiso interrumpirles. Se quedó quieta en la misma posición en la que estaba hasta que escuchó unos tacones contra el suelo de madera y la puerta principal cerrarse de golpe. Después de unos segundos, se dio la vuelta hacia la entrada con intención de decir algo a Tracer, pero él también se había ido por segunda vez. Decidió volverse a dormir y acabar con aquel día lleno de subidas y bajadas.

Sin embargo, al despertar a la mañana siguiente con el primer rayo de sol que descubría la ventana, no le encontró.

Decepcionada, se desperezó y comprobó si la herida de su mano se estaba curando bien. Miró el apósito, con el número de teléfono escrito que no se había borrado. No podía hacerse una idea a quién pertenecía y su teléfono móvil estaba perdido por alguna parte del estadio, por lo que no podía llamar para comprobarlo.

Se levantó de la cama para buscar entre los cajones de la cocina y la nevera unos cereales, leche o alguna pieza de fruta para desayunar, pero no halló más que packs de cerveza, botellas de agua y unas latas de conserva. Aquello le dio a entender que, como esperaba, Tracer no vivía en ese piso. Quizá tuviera más viviendas de las que Ailén se pensaba y utilizaba aquella para mantenerse oculto mientras pasaba polémicas o noches de post fiesta seguidas de resaca. 

Probablemente, Tracer no regresaría hasta que ella decidiera irse, así que Ailén curioseó las dos habitaciones cerradas que eran un baño y un despacho. En esta última pudo ver estanterías llenas de trofeos que iban desde sus 15 años hasta los 18, con artículos enmarcados de cada carrera ganada o crítica importante, marcando la parte inicial de su trayectoria como motorista.

Todas las fotografías eran de su nueva vida, ninguna de Almas. En ellas aparecían con sus amigos Abel y Enzo gritando en unas gradas, bailando en un festival de música, bebiendo en fiestas... También había una con Cesia, cuando él era un adolescente, sosteniendo entre sus manos un título en algún lugar prestigioso.

El escritorio con un ordenador estaba limpio y vacío de papeles o alguna nota que le diera una pista sobre dónde había podido ir. Abrió el portátil, que estaba bloqueado con la contraseña. Probó con su nombre, su fecha de nacimiento, su apellido... pero ninguno era correcto. Pensó durante un buen rato hasta que se le ocurrió una palabra que podría funcionar: cuervo. Eran muy pocas las posibilidades de que todavía recordase su animal favorito de la infancia, y tuvo razón. El ordenador continuaba bloqueado. Entonces siguió hilando palabras, hasta que probó su nombre.

— Ailén... no puede ser. Claro.

Su nombre dio incorrecto. Soltó un soplido, sintiéndose tonta.

Estaba a punto de rendirse cuando intentó recordar cada detalle de la conversación de la foto. Había una palabra que no había probado y se le pasó por la cabeza.

— Ícaro.— El portátil dio paso a la pantalla de inicio.— ¡Sí! ¡Eres un genio, Tracer!

Casi le dio un beso a la pantalla, cuando vio que solo tenía una carpeta en la cual entró. El resto del ordenador estaba completamente vacío, hasta la papelera de reciclaje. Dentro de la carpeta habían cuatro vídeos diferentes en los que se le veía con su traje rojo y su casco, encima de la moto. Era un vídeo casero en el estadio de la copa Dagta, pero estaba completamente vacío. En cada uno de ellos, Tracer practicaba el mismo salto que había dado la noche del supuesto accidente, aterrizando de lado para no hacerse daño y siguiendo las indicaciones de un entrenador detrás de la cámara.

Ailén los miró con la boca abierta, admirando la dedicación del chico para actuar como una falsa distracción mientras la policía atrapaba a Kiles.

Cerró la pantalla del ordenador dejándolo como estaba, sin dejar rastro de que había estado manipulándolo.

— No debería decir esto ahora pero... siento haberte culpado tanto.

Ailén se pasó una mano por la cara, saliendo de la habitación. No podía hacer nada más que esperar fuera, con la pequeña esperanza de que Eryx apareciera de la nada, sin saber dónde estaba, para recogerla como le había prometido que haría. Pero Eryx no era ningún héroe, solo un policía que estaba demasiado ocupado haciendo su trabajo, según pensaba, como para cuidar de ella como si fuera una niña pequeña.

Decidió salir afuera a buscar una cabina de teléfono público o preguntar a alguien cómo llegar al estadio donde se había celebrado la copa Dagta. Quizá, incluso, podía aprovechar para llamar al número que alguien le había escrito en el apósito. Tenía todo el tiempo del mundo.

En el portal del edificio encontró a un hombre de mediana edad con corbata y traje que quería entrar.

— Hola, ¿sabes si hay una cabina de teléfono cerca de aquí?

— ¿Vienes de Tracer?

— ¿Qué?

— Eres una chica de Tracer, ¿no te ha dejado su móvil? ¿Quieres llamar a alguien con el mío?

— No, no. Me voy.

— Espera, chica, no voy a decir nada. Soy vecino de Tracer y tenemos un acuerdo de discreción, no te preocupes.

— Dábalos.

Una voz decidida tras ellos interrumpió la incómoda charla, sacando del apuro a la chica. Ailén sintió alivio al escucharle, alejándose del vecino, que se despidió de ellos con desconcierto, subiendo por el ascensor.

Eryx tenía la mejilla marcada con un moretón morado y una sutura con puntos de tres centímetros en su blanquecina frente. Ailén contuvo la respiración durante un segundo al verle magullado, pero también tenía la esperanza de que hubiese valido para atrapar a Kiles.

— Nunca me he alegrado tanto de verte.

— Hola a ti también.— Le dijo con una sutil sonrisa, que encandeció el corazón de Ailén.

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