𝗧 𝗥 𝗔 𝗖 𝗘 𝗥

By janhe2

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Ailén vive en los suburbios de la ciudad, en un edificio redondo situado en el peligroso barrio de Almas, don... More

𝗣 𝗿 𝗼 𝗹 𝗼 𝗴 𝗼
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By janhe2

— Espera un segundo.

Al otro lado de la sala, en un grupo de invitados, dos mujeres charlaban entre sí con copas en sus manos. La más joven, de pelo rojizo descolorido y mirada perdida, sujetaba el vaso de cristal con intranquilidad. Su tía, a su derecha, hablaba animadamente con unos señores a los que parecía incomodarles su presencia, dejándole de lado.

Ailén se acercó sin poder creerse que su amiga Vera estaba en la misma habitación que ella, habiendo cruzado los límites de su barrio, Almas, para tomar una copa azulada con un lujoso vestido dorado. Era increíble la diferencia que podía hacer un atuendo y unos cuidados caros en las dos, y, sin embargo, seguían destacando como si no pertenecieran a ese lugar ni aún camufladas con sus mismas ropas.

Cogió a su amiga por su mano libre, que se sorprendió al contacto, y la llevó lejos de su tía para apartarle de ella.

— ¡Vera! ¿Qué haces aquí?

— ¡Ailén, eres tú! He venido con mi tía por unos negocios o algo así. Me alegra que estés bien, qué guapa. Nunca te había visto así...

— No creo que lo lleve de vuelta a casa.— Se refirió a su propio vestido.— Estaré cinco días trabajando para Sentenza porque quiero saber dónde está mi hermano.

— Pero Yael... él murió.

— Lo sé, eso es lo que dijeron. Pero le he visto, Vera. Algo está pasando, te lo prometo, he visto a mi hermano. Ven conmigo.

El ofrecimiento tenía un caro coste para Vera, que se sentía atrapada entre las garras de su tía y el sentido del deber con su familia. Pero la oferta era tan tentadora que la reflexionó durante un momento. Los ojos de Ailén estaban llenos de esperanza y brillaban tanto como las pequeñas luces sobre ellas, tratando de convencerle, aunque al final Vera desistiera de unirse al plan.

— No puedo irme, si se entera me mata. ¿Y a dónde iríamos? No me dejan salir del edificio.

— Con ella.

Ailén señaló a alguien entre la multitud y Vera le siguió por detrás con un poco de miedo por saber a quién había logrado convencer su amiga para que les dejara salir. Fueron al rincón cerca de las mesas donde estaba la chica de las ondulaciones y el vestido azulado. Vera se quedó parada junto a Ailén, con timidez por conocer a alguien nuevo.

La chica se adelantó para hacer su presentación antes que nadie, sonriendo hacia Vera. Ella apartó la mirada al suelo.

— Soy Rubí. Me gustan tus tatuajes.

— Gracias. Yo soy Vera.

— Vamos antes de que nos vean.— Sugirió Ailén, interrumpiéndoles.

Rubí les enseñó las llaves de un coche, que colgaban de la palma de su mano. Lograron persuadir a los hombres de la puerta comentando que iban al lavabo y corrieron a toda carrera hacia el ascensor, que se encontraba vacío. Luego se marcharon al garaje del edificio en busca del coche de la chica que acababan de conocer, un deportivo morado oscuro que dejó a las dos amigas con la boca abierta. Ailén se sentó en el copiloto y Vera en la parte trasera, mientras Rubí arrancaba el coche, de motores potentes.

— ¿Dónde vamos?

— ¿Sabes dónde puedo encontrar a Tracer?— Preguntó Ailén, admirando el suave tapizado del interior y la comodidad del asiento.

— ¡Quieres acercarte al loco de las motos! Sé dónde puede estar, pero no te lo puedo asegurar al cien por cien. Me quedaré con tu amiga, es demasiado bonita para entrar en un sitio así.

— Vale.

— No, Ailén, yo voy contigo.

Vera se asomó al asiento del copiloto antes de atarse el cinturón y bajó el tono de su voz con preocupación para que la otra no escuchara.

— No le conozco...

— Tranquila.— Le calmó Ailén, para luego dirigirse a la conductora.— Se viene con nosotras, es de Ragta.

Rubí sonrío con perversión y puso las manos acariciando el volante. Luego pisó el acelerador para salir por la rampa del garaje al exterior.

— Aún más interesante.

Ailén miró por la ventana la increíble ciudad iluminada, llena de vida. Al contrario que en Ragta, allí las personas salían a la calle de noche con toda libertad para divertirse, sin miedo a ser robadas o tener un destino mucho peor.

En esos instantes muchas cosas pasaron por su mente, como lo afortunada que hubiese sido de haber nacido allí. Se preguntó qué hubiese pasado con todos sus conocidos, si hubiese sido vecina del niño que cuidaba de su abuela a cambio de dulces, o si hubiese llegado a trabajar junto a Vera en otro lugar que no fuera una licorería, como una de aquellas tiendas de ropa cerradas por las que estaban pasando. También pensó en qué hubiera pasado con su hermano, lejos de la droga y las malas influencias. Quizá entonces podría haberse salvado, tendría un trabajo normal y un piso independiente al lado de la casa donde hubiesen vivido ella y su abuela felizmente, sin problemas.

Decidió dejar de torturarse con eso y sacó del bolsillo la fotografía arrugada, que sujetó sin abrir entre sus manos.

Cada vez estaba más cerca de la verdad.

Cuando aparcaron en una calle medio vacía, salieron del coche. El cielo estaba despejado y solo se veía la luna y algunas finas nubes a su alrededor. Habían llegado a una zona llena de discotecas con llamativas luces de neones y largas filas abarrotadas de personas esperando para entrar.

Rubí les hizo una señal para que le siguieran, cosa que ellas hicieron, hasta una especie de club con una cola tan extremadamente infinita que doblaba la esquina de la calle. Ailén observó a las personas que esperaban, pasando por su lado, la mayoría parecían sacados del apartado de tendencias de una revista de moda. Se sintió algo tonta al llevar sus zapatillas desgastadas, que atraían miradas de disgusto por parte de algunas mujeres jóvenes de brazos cruzados.

Al llegar a la entrada con dos grandes puertas cerradas que retumbaban la música del interior del local, Rubí se acercó a un segurata que medía un metro más que ella para decirle su nombre. El hombre pareció reconocerle de inmediato a pesar de llevar gafas de sol y le abrieron las puertas, dejando a las personas de la cola quejándose del favoritismo.

A Ailén le dieron unas ganas repentinas de dedicarles una peineta, pero se contuvo para no causar problemas a Rubí y entró dentro para centrarse en su objetivo.

Al traspasar las puertas una fuerte luz roja cubrió sus cuerpos, que venía de un gran círculo de focos en el centro del alto techo bajo una pista de baile. La fuerte música impactó sus oídos desde la tarima del dj, con canciones de electrónica. A pesar de la magnitud del local, una cantidad considerable de personas bailaban, se drogaban o emborrachaban en su interior.

Ailén esquivó a un chico unos años mayor que ella que andaba de un lado para otro, tirando la mitad del contenido de la copa que había pagado en la barra.

Rubí se volvió hacia ella mientras se hacía hueco entre los presentes y procuraba que ninguno se acercase más de lo necesario a las chicas.

— ¿Por qué buscas a Tracer?

— Me debe una explicación.

— Buena suerte, nadie que sepa ha conseguido llegar hasta él ni para que les diga hola. No sé si estará hoy. ¿Queréis algo de beber para quitaros el sabor? ¡El champán azul sabe a detergente!

— Vera, no te separes de ella.— Le pidió a su amiga.

— No le dejaré ir.— Contestó Rubí en su lugar sin quitarle la vista de encima a la pelirroja.— Prueba en la zona VIP.

Ailén asintió, dejándole en buenas manos, o las mejores que podía encontrar en aquel sitio, aunque Vera se mostrara algo reacia a quedarse sola con Rubí.

Las puertas de estilo tradicional con sello VIP estaban custodiadas por cuatro seguratas del tamaño de armarios. Se quedó en una esquina para comprobar que hubiera otro tipo de entrada, aunque pareciera que aquella era la única por la que pudiera acceder al primer piso, donde había un balcón que daba a la pista de baile, con sillones burdeos tapizados y unas mesas blancas.

En unos de ellos había un grupo de personas divirtiéndose y, entre ellos, alguien con una máscara negra que cubría todo su rostro. Advirtió que el enmascarado era el objetivo que estaba buscando.

Con un pasamontañas que no dejaba ver ni sus ojos, unas enormes botas de plataforma atadas hasta el tobillo y una chaqueta de cuero que colgaba de sus brazos, estaba tirado encima de un sillón como si fuera su casa. Dos chicas de su grupo se sentaron sobre el reposabrazos de su sillón y sus muslos y comenzaron a manosear su cuerpo mientras le decían algo, seguramente sucio, que le hizo reír por debajo de la máscara.

Tracer les pidió que le acercaran algo de la mesa y Ailén prestó atención para ver qué era. Aunque no consiguió captar exactamente de qué se trataba, se lo imaginó cuando una de ellas le acercó una especie de pequeña tabla transparente donde había polvo blanco en dos líneas. La que estaba sentada en sus piernas, llevó su mano a la parte baja del pasamontañas del chico, seguramente con la intención de quitárselo para ayudarle a meterse una raya. Pero Tracer fue mucho más rápido y no le dejó llegar más allá de su barbilla, cogiendo su muñeca con fuerza. Ella intentó explicarse pero él le apartó de un empujón y cayó al suelo. Luego, sin importarle cómo las chicas se marchaban corriendo, escondió la tabla transparente debajo de su pasamontañas y aspiró una de las rayas sin dejar que nadie le viera.

Después se acercó hacia la pista de baile y soltó un grito con vehemencia al que contestaron todos los presentes abajo, apasionados por ver a su ídolo allí, por encima de ellos.

Todos menos una.

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