Caricias Prohibidas

By juliettamv

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LIBRO I • DUOLOGÍA CARICIAS Leanne piensa que Edward es un bastardo que se cree superior a los demás y Edwa... More

CARICIAS PROHIBIDAS
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CAPÍTULO 38
CAPÍTULO 39
CAPÍTULO 40
CAPÍTULO 41
CAPÍTULO 42
CAPÍTULO 43
CAPÍTULO 44
CAPÍTULO 45
CAPÍTULO 46
CAPÍTULO 47
CAPÍTULO FINAL
EPÍLOGO
Caricias Peligrosas

CAPÍTULO 35

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By juliettamv

ACUERDO DE SILENCIO
.
Leanne

Edward me hace a un lado y entra a la suite.

—Oye. —Avanzo hacia él—. Nunca te dejé pasar, así que lárgate. No tengo tiempo para esto.

—Vas a tener tiempo porque lo digo yo.

Cierro la puerta.

—Vete a la mierda. ¡No puedes aparecerte como si nada y meterte en mi suite!

Me mira, burlón.

—Bueno, acabo de hacerlo y no fuiste capaz de impedirlo.

—No me resulta nada gracioso, Edward. Tienes un minuto para irte, me estás colmando la paciencia y arruinas mi tranquilidad.

Da un paso hacia mí y me voy hacia atrás, queriendo evitar su contacto a toda costa.

—¿De verdad quieres que me vaya?

Su flamante cercanía me pone la piel de gallina, mi cuerpo reacciona, pero me obligo a mantener la compostura.

—Sí. Lárgate —alzo la mirada.

—Muy tarde.

Su mano se posa sobre la pared en la que estoy apoyada y sus labios se aproximan a los míos. Haciendo un gran esfuerzo, le doy un empujón.

—¡No te me acerques! —le grito—. ¡¿Acaso olvidas que sigo estando molesta contigo?! No soy tu muñeca inflable con la cual decides que hacer.

—Nunca te denominé de esa forma, tú sola lo has hecho.

—Vete —Destruyo el contacto visual.

—Te pedí disculpas, te busqué por toda Italia, ¿y todavía te rehusas a hablar como una persona normal?

—No sé cómo quieres que hable como "una persona normal" cuando fuiste tú quien nos expuso frente a toda la prensa como carne fresca. ¡No sé si tengo que recordarte que todo esto ha sido tu culpa y tú te lo buscaste, hipócrita de mierda!

—¿Sabes lo que creo, Leanne? —Se acerca más—. Que estás huyendo.

—¿Sabes lo que yo creo, Edward? Que deberías irte, porque no te soporto. ¡Estás encaprichado conmigo!

—¡Me tienes justo donde quieres! ¡¿Qué es lo que quieres que diga ahora?!

—¡No vuelvas a gritarme cuando la única que tiene derecho a estar enfadada soy yo! —despotrico, furiosa—. ¡Ni mucho menos vuelvas a creer que vas a poder arrastrarme por los suelos a tu antojo, hijo de puta! —Noto que toda la piel me arde y los ojos me brillan por la cólera en su mayor resplandor. Sin embargo, se me acerca, su mano rodea mi cintura y me atrae hacia él, besándome de forma posesiva.

Lo empujo, furiosa. Sin embargo, me veo besándolo de nuevo con furia. Abro la boca, recibiendo su lengua que me recorre con intensidad, sus manos van a mis muslos y le clavo las uñas en el cuello. Trata de llevarme contra la cama pero me zafo de su agarre y soy yo quien lo empuja a él en un rápido movimiento. Respiro de forma nula, siento su mano en el nudo de la bata. Me estrella contra él, volviendo a besarme con ferocidad que me hace jadear al sentir la erección que presiona contra mi sexo.

Estoy colérica, caliente y con ganas de abofetearlo. No sé qué me sucede.

Lo empujo contra el colchón y me lleva contra su regazo, arrancándome otro gemido de placer. Le desabotono la camisa con desesperación, dándome cuenta de que estoy mal. Estoy adicta a esto. Estoy igual de mal que él.

Nos desvestimos con avaricia, sus manos trazan mis pechos mientras no deja de besarme y mordisquearme. Libero la prominente erección y soy rápida a la hora de deslizarme sobre el falo erecto que me recibe de forma calurosa. Suelto un gemido al sentir aquella sensación que hace que todo se vuelva borroso en mi entorno. Siento su grosor en mi interior y me muevo, recibiendo los embates que se entierran en mí con fuerza. 

Me tumba contra la cama y nuestros labios se sellan en medio de un beso ardiente que resplandece en medio de la violencia. Le entierro las uñas en la mejilla pero me toma por las muñecas, llevándolas por detrás de mi cabeza y vuelve a hundirse con fuerza en mi interior, arrancándome un gemido. Nos besamos de nuevo, recibo su lengua que se abre paso en mi boca. Sus manos toman mis pechos con vehemencia mientras me embiste. El enardecimiento se mezcla con el deseo, la impotencia y el rencor. Arqueo la espalda, dejando escapar otro gemido. Siento el calor quemarme el cuerpo, una deliciosa sensación de éxtasis se instala en mi vientre cuando masajea levemente mi clítoris. Las embestidas no cesan, entierro mis uñas en su espalda.

—Mía —dictamina en medio de un jadeo—. Mía y de nadie más, Leanne —Sus labios se prenden de mi cuello, haciéndome soltar un jadeo.

—No, Edward...

Acelera el ritmo de las embestidas, su mano va a mi nuca y nuevamente, estampa sus labios contra los míos de forma violenta. Sus caderas embisten las mías, soltando unos cuantos embates que nos hace estallar en medio de un delicioso orgasmo. Suelto una bocanada de aire apenas me dejo caer sobre la cama con lentitud. Me paso las manos por el rostro.

¿Cuál es mi problema? ¿Cómo...?

¿Por qué me dejé llevar?

—Vete —pronuncio, posando mi mirada en el techo. Ignora lo que digo y me lleva contra su pecho, sus labios se estampan contra los míos. El contacto es delirante, pero esto no me impide poner distancia entre ambos—. Eres pésimo para disculparte.

—Me da igual.

—Te pedí algo, Edward.

—Pierdes el tiempo, porque no lo voy a hacer.

—Eres tan odioso —me quejo, dándome la vuelta. Me toma del brazo y de un rápido movimiento, me lleva contra su regazo.

—¿Qué tengo que hacer? —interroga, moviendo la pelvis hacia arriba en un ligero movimiento y dejándome percibir su erección que me hace pasar saliva de manera disimulada.

—¿Para qué?

—Tú sabes —me acusa.

—No, no lo sé.

En realidad si lo sé, solo quiero oírlo. 

—Para que aceptes mis disculpas —bufa.

Deslizo mi mano alrededor del grosor de su miembro, creando unos leves movimientos de arriba hacia abajo con tal de ilusionarlo.

—Quizá... —Me dejo caer sobre la cama a su lado cuando lo oigo jadear—. Podrías empezar por contarme acerca de tu patético arranque de celos en plena alfombra roja, ¿qué te parece?

—No fueron celos —dice, respirando hondo.

—¿Ah, en serio? ¿Entonces qué fue? ¿Un juego de macho a macho con tal de saber quién se queda con la mujer? No creas que no te vi hablar con Brandon, porque sabes muy bien que los vi, y no puedes excusarte.

—Solo fue una discusión —repone.

—Eres un imbécil.

Me sujeta del brazo.

—Reconozco que me equivoqué.

—No tienes idea de cuanto me sirve tu arrepentimiento, Edward —me mofo—. Es tan patético que te hayas dejado llevar por las idioteces que te dijo ese imbécil.

Me muevo un poco sobre el colchón y noto que las puertas que dan al balcón continúan abiertas, de tal forma que la pequeña brisa anochecedora se cuela por el ventanal de forma tranquilizante, acariciándome la piel de los brazos y muslos.

» Y ten en cuenta que el que hayamos follado no significa que haya aceptado tus disculpas.

—¿Me quieres lejos de ti, Leanne?

—¿Tú qué crees? —musito.

—Entonces mírame a la cara y dímelo.

Se me seca la garganta y traslado mi mirada hacia la suya. «No es difícil decirlo». Me convenzo.

—Te quiero lejos de mí —pronuncio. Aparto la mirada de la suya al instante cuando siento que mi pecho se oprime.

—Mientes.

—Vete, ya me oíste. Me has lastimado y estás muy equivocado si crees que un simple polvo me va a doblegar a ti, Edward —Me reincorporo sobre el colchón. Mi boca se abre por sí sola, soltando las palabras como dagas hirientes—. Dijiste que yo iba a arrastrarme por ti, pero solo me has probado que soy yo quien tiene la razón aquí. Te has equivocado conmigo y lo has admitido, sí. Pero ahora, tus disculpas no me sirven de nada.

No sé por qué el corazón me late de forma desesperada. Lo miro de reojo, esperando a su reacción, pero...

—Bien, si así lo quieres.

Se pone de pie y empieza a vestirse como si nada. Mi respiración se acelera.

«No vas a arrepentirte ahora»

Hice lo correcto. Lo hice.

Él solo me trajo problemas.

Lo observo terminar de vestirse. Mi pulso se acelera de nuevo, mi corazón empieza a gritarme otra cosa y...

—Edward... —Mi voz se emite de forma áspera y me tiembla ligeramente.

Él no dice nada, simplemente se detiene en su lugar y ni siquiera se voltea sobre sus talones para mirarme.

—Adiós... —pronuncio al cabo de unos segundos.

—Buenas noches, Leanne.

Su voz es indiferente, seca. Y sin más, se retira de la habitación. Una sensación extraña se apodera de mi pecho cuando me quedo a solas, envuelta en la oscuridad de la habitación que se ve un tanto iluminada por la luz de la luna.

No sé por qué me siento así.

Me trago cualquier tipo de pensamientos, sin embargo, no puedo parar de pensar.

Hice lo mejor. Estaba mal.

Pero...

Cierro los ojos de nuevo, queriendo borrar los pensamientos intensivos. Ya llegó a su fin, él no me interesa, yo tampoco le intereso a él. Era solo sexo, y acaba de terminar.

Acabo de ponerle un fin a esto.

***

—Señorita Vitali —Mi chofer me abre la puerta de la limusina—. Bienvenida de nuevo a Milán.

—Gracias —le agradezco.

Me ayuda a sacar el equipaje del maletero y cuando me lo extiende, vuelve a tomar la palabra.

—¿Necesita ayuda con su equipaje?

—No, gracias.

—Bien —Asiente—. Por cierto, la señorita Mancini se encuentra en su apartamento. Está esperándola.

—Gracias por hacérmelo saber. Buenos días.

—Buenos días.

Me adentro en el edificio y tomo el ascensor en destino a la planta tres. Mis vacaciones acaban de finalizar y hace tan solo unos minutos acabo de arribar a Milán. Pasé mis últimos momentos de vacaciones en Cinque Terre pensando y tratando de relajarme.

Cuando me encuentro frente a la puerta de mi apartamento, respiro hondo antes de entrar. Mellea se aparece de inmediato en mi campo de visión.

—Señorita Vitali —me saluda sonriente y me abraza—. ¿Cómo estuvieron sus vacaciones? Intenté llamarla, ¡cuando usted estaba de vacaciones un hombre de ojos azules vino a buscarla aquí! Le dije que la sorprenda con rosas rojas, sus favoritas. ¿El señor la buscó?

Entrecierro mis ojos. ¿Por qué justo tenía que hablarme de eso?

—Sí —admito—. Me buscó.

Sus ojos brilla de ilusión.

—¿Y qué tal?

—Se terminó.

Soy concisa.

—Oh... lo lamento tanto.

—No es nada.

Toma mis maletas.

—Déjeme ayudarla con esto. —Me sonríe—. La señorita Rebecca se encuentra en la sala con un acompañante. La están esperando.

¿Un acompañante? ¿Rebecca con alguien en mi apartamento? De repente, recuerdo el correo electrónico que me envió cuando estaba en Cinque Terre.

Avanzo hacia la sala, observo a las dos personas que de inmediato me miran y...

Se me hiela la sangre al ver a Rebecca junto al hombre que reconozco al instante...

Franco Lombardo, el representante de Brandon. Recuerdo que cuando éramos pareja, Brandon me lo presentó como su mano derecha. Franco se encarga de dirigir su carrera y promocionarlo. Sé muy bien que yo nunca le agradé a este sujeto, pues lo oí muchas veces cuando trataba de persuadir a Brandon para que me terminara.

—¿Qué hace este hombre aquí? —Reacciono al instante de forma agitada—. ¿Por qué el representante de mi ex está aquí? Lárguese.

—Leanne...

—No te metas —Corto a Rebecca—. ¿Por qué estás aquí con este hombre?

—Señorita Vitali —Franco me extiende su mano, pero no la acepto—. Bien, escúcheme —me extiende una hoja y logro leer la palabra "Acuerdo de silencio" plasmada allí como titulo—. Verá, mi cliente que ya debe conocer, Brandon Dubois, me planteó un acuerdo de silencio con usted para que no cuente al público lo que sucedió en el club entre ustedes.

Todo se cae a pedazos apenas me dice esto.

¿Acuerdo de silencio? ¿Por quién me toma?Siento que Rebecca me está traicionando, ¿cómo...? ¿Por qué?

—¿Tú sabías de esto? —interrogo, mirando en dirección de Rebecca. Ella pasa saliva y me mira—. ¡Respóndeme!

—Leanne... Franco me comentó lo que sucedió con Brandon en el club. Creo que nunca te comenté cómo funcionan los acuerdos de silencio, pero...

—No hace falta que me lo expliques, lo entiendo perfectamente —la interrumpo—. ¿Pretendes que me calle? ¿Pretendes que ese hombre siga su vida como si nada después de haber tratado de violarme? ¡¿Y si intenta hacérselo a otra mujer?! ¡¿Y si yo no soy la primera?!

—Leanne, distorsionas mis palabras...

—¡No, no las distorsiono! —Retrocedo cuando Rebecca intenta posar su mano sobre mi hombro—. ¡Estás de acuerdo con lo que dice este hombre! ¡Ni siquiera me lo consultaste!

—Señorita Vitali...

—¡Usted cállese y lárguese de mi apartamento! —le grito a Franco Lombardo—. ¡Yo aquí no lo necesito a usted y mejor que se meta su acuerdo de silencio por el culo!

—Lo mejor es que se quede en silencio, nadie va a creerle a usted —me advierte Franco.

—¡Cállese, que usted no va a decirme a mí que hacer con mi vida! —le grito—. ¡Lárguese!

Franco me dedica una mirada y se retira, sin decir nada. Cuando nos quedamos a solas en la sala, traslado mi mirada hacia Rebecca.

—¿Cómo pudiste...? —la encaro y se me nubla la vista por las lágrimas que amenazan por descender mis mejillas—. ¿Cómo pudiste, Rebecca?

—Leanne... Siéntate por favor, tenemos que hablar.

—¡No! ¡No me pidas que me siente!, estás tratando de callarme. Brandon trató de violarme cuando estaba ebria en el club. ¿Y tú pretendes que firme un acuerdo de silencio? Ese hombre casi me arruina la vida.

—Lo entiendo perfectamente.

—No. No me digas que lo entiendes, tú falta de empatía me demuestra todo lo contrario.

—Leanne, esto no es falta de empatía. Necesito que me entiendas.

—¡Yo necesito que tú me entiendas a mí! —Le grito—. ¡Fui yo a la que casi violaron y fui yo la que tuvo que soportar la situación! ¡No puedes pedirme que me calle!

—Yo entiendo perfectamente tu estrés y tu impotencia con esta situación —empieza—. Entiendo que estás frustrada, pero necesito que entiendas que no puedes hacer nada al respecto...

—¿Cómo que no? Claro que...

—Déjame hablar por favor —me pide—. Leanne, tienes una gran carrera y tienes un talento innegable. Pero no puedes hablar de lo que Brandon trató de hacerte; tu carrera va a irse en picada, nadie va a creerte.

—No puedes asumir tal cosa.

—Si que puedo, porque de hecho, ya pasé por situaciones similares con otros clientes que he tenido. Brandon lleva mucho más tiempo que tú ante el ojo publico. Tan solo, piénsalo... Si tú confesaras y le dijeras al mundo lo que él trató de hacerte, nadie te creería.

» Brandon es un cantante internacionalmente reconocido, es un hombre, tiene muchísimo poder sobre sus manos y estoy segura de que, será en vano, porque van a tacharte de mentirosa.

Odio que tenga tanta razón, aun así, me niego a dejar que me aplasten de esta forma.

«Yo merezco más que esto»

—Rebecca...

Las lágrimas empiezan a mojarme el rostro.

—Entiendo que está situación te afecte —me dice—. Déjame contarte algo —hace una pausa—. Había una modelo italiana de tu mismo rango llamada Anna Ferrara, ella era muy exitosa y reconocida. ¿Sabes lo que sucedió con ella cuando confesó que su representante había abusado de ella? Nadie le creyó y la tacharon de mentirosa. Su carrera se fue en picada, perdió millones de contratos y se retiró del ojo público de un día para otro. Su carrera quedó en las ruinas y nadie quiso trabajar con ella.

—Es injusto —sollozo—. Lo que me estás diciendo es injusto, ¡ni siquiera estás tratando de ponerte en mi lugar! Brandon era mi ex, yo jamás creí que él iba a ser capaz de tratar de ponerme una mano encima, sin embargo, él trató de lastimarme.

—Leanne, eres mi amiga, te amo y te apoyo más que a nada. Pero esta situación va a terminar mal, si tú hablas, todo se irá a la mierda.

» Entiendo tu punto de vista, créeme. Sin embargo, no podemos hacer nada al respecto. Sé que te dolerá reconocerlo, pero es la verdad; todos le creerán a Brandon. Lleva más tiempo en el ojo público y tiene el triple de poder que tienes tú.

Me limpio las lágrimas.

—Rebecca, vete por favor —le pido mientras tomo asiento sobre el sofá.

—Leanne, no quiero que te pongas así...

—Vete.

Su mano se posa sobre mi hombro.

—Te quiero —murmura—. Tendrás todo el tiempo que quieras para pensarlo, ¿si?

No respondo, ella simplemente me da la espalda y se marcha en silencio.

Cierro los ojos, tratando de contener las lágrimas, pero todo explota; la muerte de papá, el distanciamiento con mi hermano, lo que sucedió en Cinque Terre con Edward y...

Termino rompiendo en llanto en la sala, sintiéndome más sola que nunca.

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